miércoles, 26 de julio de 2023

El honorable colegial


George Steiner
, el crítico más delicado del siglo XX, identificó dos elementos fundamentales que hacen que una novela merezca ser leída: la calidad de su poética y la calidad de su filosofía. Básicamente, tiene razón; y además, como decían los romanos, de gustibus non est disputandum, máxime cuando se trata de un paladar tan sofisticado como el del rabí Steiner.

Para no dejar afuera a centenares de joyas de la literatura de género podríamos agregar un tercer factor decisivo para el goce de la lectura: el arte de contar una buena historia.

Es una condición natural al ser humano. Al calor de una lumbre, las buenas historias estaban allí antes de que se inventase la literatura Y seguirán con nosotros si algún día -Dios no lo permita- los libros se extinguen.

Y entre los grandes contadores de historias se encuentra ese inglés que llevó la novela de espionaje a unas cimas más jamás holladas, demostrándole a los comentaristas remilgados que no existen géneros menores sino escritores grandes, medianos o pequeños. Hablamos, naturalmente, de John Le Carré (1931-2020), que en paz descanse.

Vamos a recomendar en este blog una de sus mejores creaciones. Entregada a la imprenta en 1977, aún hoy El honorable colegial (Noguer, 621 páginas) es una notable experiencia de lectura que nos sumerge en las negras técnicas del agente secreto en el campo de operaciones. Un trabajo en solitario al borde de la desesperación, "con periodos de horrible inercia, intercalados con periodos de horrible frenesí".

Se narra, de manera retrospectiva, el llamado Caso Dolphin. Al frente del deshonrado y maltrecho MI6 está George Smiley, una de los personajes entrañables del universo lecarreano. El miope y regordete espía había descubierto —en una novela anterior— al topo moscovita en el Sancta Sanctorum del poder inglés. Son tiempos de restañar las heridas.

Smiley ordena a su círculo íntimo trabajar en la búsqueda de negativos, es decir rastrear aquella información que el traidor Bill Haydon deseaba ocultar a los ojos de Londres. Se descubre finalmente que un magnate chino, irreprochable ciudadano del Imperio Británico, recibe miles de dólares de la KGB. Smiley necesita un eficaz agente de campo para atar cabos en Hong Kong aquella "rica y egoísta roca británica, dirigida por un grupo de mercaderes con papada que no ven más allá de su barriga".

Jerry Westerbey es entonces rescatado del exilio en la Toscana. El protagonista de la novela es un aristócrata corpulento, hijo de un magnate de los medios. Se lo describe como "esa clase de inglés que se encuentra como en casa sólo en Oriente".

En la populosa colonia asiática, Westerby fingirá ser corresponsal de un diario inglés. Sí, amigos, el periodismo es una de las tapaderas de los servicios de inteligencia. 

La historia es inteligente y electrizante. Le Carré se toma su tiempo para narrar, para desenrollar el misterio; hay una amorosa atención por los detalles y todos los personajes lucen verosímiles. Los escenarios son Hong Kong, Londres y las junglas del sudeste asiático donde los militares norteamericanos están en retirada, pero la CIA sigue muy activa, incluso en el tráfico de drogas. Estamos en los setenta, en plena guerra fría: Rusia y China eran enemigos declarados.

Peter Prescott, uno de los más lúcidos críticos del periodismo estadounidense, notó que las novelas de Le Carré avanzan en tres frentes:

a) El estratégico: El gran juego de las potencias que siempre suma cero. Estados Unidos. Rusia China y Gran Bretaña tratan de imporner su propia agenda de intereses.

b) El táctico: Los planes de la burocracia estatal de ambos lados de la trinchera para sacar ventajas. Smiley vs. Carla.

c) Las escaramuzas individuales: El agente Westerbey extorsionando un banquero lujurioso; eludiendo los intentos de asesinato de un piloto mercenario en la Tailandia rural; perdiendo la cabeza por una rubia inglesa que había reclutado el enemigo.

Claro está, no todo en esta novela se subordina el argumento. Usted encontrará, por ejemplo, una sensata reflexión sobre la disputa ancestral entre Oriente y Occidente. El estilo, aunque muy claro, no renuncia a la belleza. No hay frases, ni párrafos, ni capítulos demasiado cortos. 

John Le Carré va a quedar, es la inevitable conclusión a que arriba el lector en la última página de este viaje maravilloso.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy buena


PD: En este blog se aplauden otras obras de Le Carré.

1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/04/la-chica-del-tambor.html

2) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2014/07/un-traidor-como-los-nuestros.html

miércoles, 19 de julio de 2023

Temas de siempre


Por Santiago Kovadloff

Emecé. 212 páginas. Ensayos de filosofía.


Don Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942) ha creído oportuno recopilar en un libro una serie de artículos publicados en el diario La Nación hasta 2021. Es decir, sirve vino viejo en odres nuevos. La iniciativa parece haberle generado una pizca de culpabilidad, pues el erudito se ve obligado a aclarar en el Portal que la mayoría de los textos "han sido ahora retocados y aún sustancialmente modificados, incluso su número fue ampliado con piezas inéditas". No sin pudor rebaja el contenido a "tanteos de un vacilante".


Pensador intrépido, polemista militante al servicio de la causa de la República (la ha encontrado en Juntos por el Cambio), traductor, poeta, maestro en el sentido más amplio de la palabra, Kovadloff expone aquí una volatilidad (el concepto proviene de las finanzas) que no habíamos encontrado en La aventura del pensar (1). Dicho de otra manera, es un volumen muy desparejo. La concentración y tersura de los argumentos conviven con el no muy agradable goteo de frases y la mala poética, como la que degrada la página treinta y uno: 

"La amistad es vínculo de fondo. Como los peces abismales, tiene luz propia para orientarse donde no llega otra luz".


Pero también hay pasajes espléndidos. 'Sobre una mano que escribe' es uno de los artículos memorables. El estudioso medita sobre una agonía: "La escritura manual, es evidente, se encuentra al borde de la desaparición. Desde hace mucho, es una práctica en repliegue, una forma de escribir que se apaga cada día un poco más...". ¿Qué se nos irá con ella?, se pregunta y nos responde. Pero algunos vamos a morir con las botas puestas. El borrador del comentario que usted está leyendo se escribió de puño y letra.


En cuanto al contenido, Temas de siempre aborda tópicos: el amor, la amistad, el odio, el silencio, el ecologismo, el tedio, la alegría, la fe literaria y la fe filosófica, los hijos, la soledad, el mar de las palabras, etc. Nada del otro mundo. El material fue pensado para los apresurados lectores de periódicos. Hay otra cohabitación incómoda en las páginas: solipsismo inane con el virtuosismo de la cita.


Nos dice Kovadloff que quiere ser recordado por una sola condición personal. "No soy sino un escritor", establece en la página ciento cincuenta y ocho. "...no puedo hablar de las palabras si no es con devoción y cautela", añade. 

"Cuento con ellas en cierta medida, pero a la vez nunca estoy seguro de disponer de las que, al escribir, creo imprescindibles. Vivo asediado por el lugar común y por el desacierto para dar con las que me importan por el temor a la obviedad de las ideas o la imprecisión de los términos que encuentro para expresarlas".


En estas páginas, sólo a veces triunfa el Kovadloff ingenioso, asediado por el confortable lecho de la opinión aceptada.

Guillermo Belcore


Calificación: Regular


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2022/05/la-aventura-de-pensar.html

domingo, 9 de julio de 2023

Los destrozos

 


Se ha dicho que todas las novelas son de alguna manera —incluso secretamente— autobiográficas (no sólo revelan lo que ha vivido el escritor, sino también lo que ha leído). Pero algunas son más que otras. Como la que aquí venimos a comentar. Un 60% autobiográfica, según el testimonio del autor.


En su madurez creativa y después de 13 años desde su anterior novela, Bret Easton Ellis (Los Angeles, 1964) arroja un desafío al rostro de los lectores y los críticos: adivinen qué es verdad y qué ficción de aquel horripilante otoño boreal de 1981. La nave del tiempo nos lleva a California en el primer tramo de la era imperial de Ronald Reagan. La acción transcurre en el exclusivo colegio secundario Buckley, en las mansiones falso estilo Tudor donde vive la élite vinculada a Hollywood, en carísimos restaurantes de moda y sobre autos de lujo.


El narrador —que es un tal Bret Ellis— declara desde la primera página de Los destrozos (Random House, 674 páginas) su intención de exorcizar demonios. Necesita reconstruir por escrito las cosas espantosas que le sucedieron a él y a sus amigos durante el último año en el instituto. Intentó esa terapia en 1982, 1999, 2006 y 2013, pero no pudo empezar el libro. Debió tomar una distancia de 40 años para lidiar con aquella abundante efusión de sangre e idiotez.


Los hechos nefastos que narra Ellis se conectan con un asesino en serie que operaba por entonces —el Arrastrero— y con la llegada a su curso de un nuevo estudiante, el misterioso Robert Mallory. La mente febril e intoxicada de Bret intenta atar cabos; cree que hay una relación entre ambos o que son la misma persona. Es una cacería demencial y no conviene decir más. El suspenso es una de las virtudes del libro; nos lleva en diligencia veloz hasta la última página, sorteando pesados fragmentos pornográficos -nada más aburrido que el sexo explícito en literatura- o directamente bestiales que pondrán a prueba el estómago del lector.


Hay que reconocer que Brett Ellis ha aprendido algunos trucos del oficio. Muestra destreza para exornar la trama con esos ganchos que mantienen viva nuestra atención.


EL FRESCO


Otra potencia del libro es su condición de mural. Bret Ellis redondeó una minuciosa reconstrucción histórica, en la que describe —mejor dicho "denuncia"— una clase social opulenta, frívola, embotada por las drogas, el alcohol y el consumismo ostentoso. Chicos de 17 años que van al colegio manejando un Porsche 911. Vemos familias adineradas de los Ángeles sumidas en un grado de decadencia e inmoralidad que recuerda a la corte de los Romanov. Ante semejante espectáculo de fin de época, uno no puede dejar de preguntarse cómo ha podido Estados Unidos conservar su estatus de superpotencia hegemónica (¡Son las instituciones, estúpido!).


Y en medio de todo eso, el jovencito Bret, escritor en ciernes, perdido en el laberinto de las pantomimas. Abandonado durante meses por sus padres, sufriendo por no poder declarar su bisexualidad. Claro, eran otros tiempos.


Fiel a su estilo crudamente realista, Bret -el adulto- confirma que no tiene dominio de la metáfora, ni de la poética, ni de la elipsis. Inflige a su público detalladas relaciones sexuales en su mayor parte entre varones, incluso oleadas de lujuria entre un adolescente y un pervertido de cuarenta y pocos años que no duda en seducir al novio de su hija.


Recapitulando. Tenemos aquí burbujas de privilegio, sexo adolescente, drogas a raudales, animales mutilados, chicas secuestradas y desaparecidas, paranoia. Toda la basura expuesta sin ambages. También, un detallado catálogo de las modas y las marcas de los ochenta —otra seña de identidad de la literatura ellisiana—.


Y el escritor como disc jockey. Si el literato tradicional apelaba al recurso de la écfrasis; el postmoderno como Ellis desmenuza canciones y videoclips del crepúsculo del mundo predigital.


Y el cine. Página 42: 

"Las películas eran una religión en aquel momento, podían cambiarte, alterar tu percepción, podías levantarte hacia la pantalla y compartir un momento de trascendencia, todas las desilusiones y temores se borraban durante unas horas en aquella iglesia: las películas actuaban en mí como una droga".


Hay que destacar que la ambición de la novela no merece otra cosa que elogios. Párrafos macizos bien trabajados; situaciones poderosas; personajes de carne y hueso; interesantes cameos de celebridades; una estructura narrativa muy competente; el relato se va a tornado atrapante, con un asesino atroz acechando entre la sombras... Todo eso servido con una prosa clarísima que no plantea dificultades.


A LA MODA


La prensa anglosajona ya ha fallado. Los destrozos es la obra maestra de Ellis. Es posible. Pero no se trata del opus magnum de un genio de la literatura. Es una novela de moda. Veamos. En la constelación estadounidense, por arriba de todos, como la estrella solitaria del Norte, brilla Thomas Pynchon. Más abajo, J. Irving, Stephen King y Don Delillo. Descendemos un poco más y encontramos a J. Franzen, J. Ellroy, Joyce Carol Oates y D. Winslow. Bajamos dos o tres escalones más y ahí aparece Bret Easton Ellis.


Una curiosidad. Ya en sus trabajos escolares, -afirma Bret- mostraba una enfermiza propensión hacia los detalles escabrosos, sangrientos, y repulsivos. El Príncipe de las Tinieblas, en su propias palabras, que escribió American Psycho, la obra más revulsiva de la Generación X.


En la página 106, explica su procedimiento favorito: 

"Lo mío es contar historias y me gusta adornar un incidente por lo demás mundano, que tal vez tenía dos o tres elementos que hacían que en principio fuese interesante contarlo, pero en realidad no tanto, y añadirle uno o dos detalles que elevan a la anécdota a la categoría de algo legítimamente interesante, que produce risa, sorpresa o impresión Y esto es algo que me sale de forma natural Sencillamente prefiero la versión exagerada".


Claro, esas exageraciones no son para todos los mortales.


Otra curiosidad más. Bret dice que descubrió su vocación literaria con la lectura de una novela de Stephen King: El resplandor.


Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno