jueves, 1 de mayo de 2014

El jardín de las máquinas parlantes

Alberto Laiseca

Gárgola. Novela, 790 páginas. Edición 2013.

¿Quién dijo que el imperialismo es una fuerza maligna? En la década del noventa, el señor Alberto Laiseca (Rosario, 1941) recibió una beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Como es un intelectual de la vieja guardia (serio, responsable y laborioso), labró una obra colosal a cambio de esos dólares. En efecto, El jardín de las máquinas parlantes es de lo mejor que ha dado la literatura argentina en el último suspiro del siglo XX, una novela que entronca con la ubérrima tradición barroca, especialmente con el catedralicio Lezama Lima. Y enriquece Laiseca ese clasicismo hispanoamericano con un procedimiento delicioso: el realismo delirante.

La obra despliega, con amorosa atención a los detalles, un universo alternativo. El mundo del esoterismo, la magia negra, los sortilegios, las fuerzas ocultas. La lucha entre iniciados es implacable, en cualquier circunstancia, incluso en la pizzería de la esquina o en una fraudulenta fiesta de casamiento. Animales, sudras y cudras, máquinas, gólems, látigos astrales, vurros (si te agarran te perforan el ojete), se movilizan contra el adversario. Tres respetadísimos maestros, especialmente un tal De Quevedo, intentan salvar al Gordo Sotelo de una ofensiva descomunal de las fuerzas oscuras, que lo llevan al loquero, le provocan impotencia, intentan exterminarlo. ¡Otra que Foreman-Ali! Ese combate entre pesos pesados nos tienen aferrados de las solapas durante cientos de páginas. El telón de fondo es la lucha primordial entre los paladines del Ser y los esbirros del Anti-ser. Toda la realidad se incluye en la dicotomía. Parodia, es el nombre del juego.

Imagínese un torrente caudaloso, digamos el Paraná con una creciente histórica. Un río de palabras que amenaza con sofocarte. El río lleva de todo, ahí está su grandeza. En los camalotes que bajan raudos, don Laiseca mete, por ejemplo, una teoría literaria (el arte neutrónico, pinche aquí); una meditación sobre dos infames instituciones, la cárcel y el manicomio; máximas inteligentes sobre el arte de vivir; Alta y Baja Filosofía, etc, etc. Hay mil observaciones sabias, aun teológicas. Hay momentos en que la erudición de Laiseca, su sutil sentido del humor, su gigantesca curiosidad intelectual fuerzan a pensar que estamos ante el Pynchon latinoamericano. 

Hoy, cuando sólo la mediocridad ingeniosa es bienvenida, vengo a reivindicar a un novelón de no fácil lectura. Las casi ochocientas páginas de la aventura laisequeana son un desafío imponente, exigen un lector sin prisas, incluso creativo. Se debe leer con un lápiz en la mano. Los pseudocríticos de los diarios o la academia -gente más bien perezosa o urgida por publicar para cobrar una miserable pitanga- no pueden darse el lujo de invertir semanas, meses, en novelas como ésta. Quizás por eso no haya sido ovacionada, hasta donde yo sé, como se merece. No obstante, después de una fascinante experiencia de lectura, sostengo que EJdlMP debe quedar. Laiseca va a quedar.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

4 comentarios:

  1. Ojalá se publique en España. Más que nada, para que yo pueda leerla, por supuesto. Un cordial saludo

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  2. No te preocupes, José, no te perdés nada no leyendo a Leyseca, y no le creas nada a Belacora, que es la chonga de pueblo, se quiere hacer un curriculo literario pero solo tiene dos tetas de payaso y nada de nada en la azotea. Por un centavo te alogia cualquier cosa y además te hace un blowjob (el blowjoba es gratis, claro).

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  3. Genial novela, de las mejores en la literatura escrita en español. Quien no la lee se lo pierde

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  4. Muy cierto lo que decís: los mercenarios de los suplementos culturales aún no le han hecho justicia a esta obra. Por otra parte, no encuentro estudios acerca de ella, que se lo merece. También es una de las últimas grandes obras de Laiseca, junto con 'Gracias Chanchúbelo'. El equilibrio justo entre las fuerzas apolíneas y las dionisíacas. Luego, ya imaginarás qué dios copa la parada. Al menos, es lo que creo. ¡Saludos!

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