martes, 2 de abril de 2024

Los elementales


Es muy difícil encontrar una buena novela de terror, casi tan difícil como hallar a un líder piquetero al que le guste trabajar. Pero las hay. Por eso, no merece sino un fuerte aplauso la decisión del sello La Bestia Equilatera de rescatar un texto de Estados Unidos entregado a la imprenta por primera vez en 1981. Hoy, nos dice la promoción editorial, se ha convertido en una novela de culto.

Hablamos de Los elementales (315 páginas, edición 2018), obra maestra de Michael McDowell, uno de esos borrosos literatos que, aunque no no han dejado una obra importante, supieron ganarse la admiración de sus colegas.

En el prólogo, Mariana Enríquez señala tres elementos interesantes de la biografía del autor: fue guionista de dos películas de Tim Burton, fue amigo y colaborador de Stephen King y coleccionaba memorabilia mortuoria.

Había nacido en 1950 en Enterprise, sudeste de Alabama, y se graduó con honores en Harvard con especialización en inglés. Recibió su doctorado en la Universidad de Brandeis en 1978. Su disertación se titulaba “Actitudes estadounidenses hacia la muerte, 1825-1865”. Compuso más de treinta novelas (con su nombre y varios seudónimos), en varios géneros, pero su nicho de mayor éxito fue el terror. Llegó a ese terreno neblinoso por frustración; sus libros serios no se vendían, nos informa la Encyclopedia de Alabama. Se ganó el pan también con la docencia y escribiendo guiones En 1999, se lo llevó el sida.

La tierra natal de McDowell juega un papel crucial en Los elementales. En efecto, la naturaleza, la cultura y las tradiciones de ese estado meridional de la Unión —tan raro y tan cruel con su minoría afroamericana— es una presencia inquietante en la trama, como los espectros.

Digámoslo de una buena vez, he aquí una novela de fantasmas que explota con elegancia e imaginación razonada uno de los más famosos tópicos del género: la casa embrujada. La señora Enríquez sostiene que esta fábula de horror tiene todos los detalles escenográficos del gótico sureño: las familias extendidas y excéntricas, las mansiones victorianas, los secretos, la empleada negra con poderes psíquicos, los fantasmas como maldición, la crueldad subyacente. Fascinante.

EN LA COSTA


Alabama cuenta con solo 85 kilómetros de costa. A dos horas de distancia del puerto de Mobile, se encuentra una franja de tierra conocida como Beldame, donde veranean dos familias tradicionales y opulentas del sur del Estado: los McCray y los Savage. Cuando sube la marea, queda aislada de la península. El vecino más cercano se encuentra a más de dos leguas de distancia

A primera vista, Beldame es un edén que se parece al otro, al paraíso celestial, en que es "luminoso, remoto, atemporal y vacío". A primera vista, dijimos. Tres mansiones victorianas se yerguen al borde de las playas ardientes. La tercera no se usa; está media cubierta por las dunas y en su interior hay una presencia sobrenatural: los elementales. Usted ya sabe cómo es esto. Simplemente hay algunas casas que no conviene visitar, tienen algo adentro... algo que es muy malo.

Después del estremecedor funeral de la matriarca Marian Savage ("la perra más pérfida que pisó alguna vez Mobile"), seis personas esperan pasar un verano reparador en Beldame. Viajan a la costa del Golfo de México el bueno de Dauphin Savage y su esposa Leig McCray, y la madre de ésta, Big Bárbara, uno de los grandes personajes del libro. Es una de esas alcohólicas, a las que una ambulancia suelen rescatar de un bar. También son de la partida el hermano de Leigh, el pecaminoso Luker, y su hija India de trece años, quien actúa como adulto. Ambos vienen de Nueva York. Completa el grupo, Odessa Red, la empleada negra de la familia Savage a la vieja usanza, la única que sabe tratar con esas presencias sobrenaturales que "son sólo engaños y maldad". Odessa e India serán los catalizadores de la pesadilla.

Las vacaciones, naturalmente, terminan para el demonio. Hay abundante efusión de sangre y una segunda línea maligna. Lawton McCray, el ex esposo de Bárbara y padre del Leigh y Luker, conspira en las sombras para venderle a los empresas petroleras su parte (y la de Dauphin) de los terrenos de Beldame. Lawton es un político nefasto, pudre lo que toca.

McDowell va engarzando con delicadeza de orfebre los elementos fantásticos en la urdimbre hasta la impresionante aceleración final. Los diálogos son vivos; los personajes, muy bien tallados. Hay varios comentarios interesantes sobre el estilo de vida sureño esa mezcla de "cordialidad generalizada, malicia displicente y laxitud abrumadora".

Muy perturbador y eficaz es el uso de la arena como indicio de peligro. Por cierto, ¿a quién no lo aterrorizaban de niño las arenas movedizas? La arena, esa sustancia " suave y pesada, que parece haber sido imaginada para medir el tiempo de los muertos", escribió Jorge Luis Borges.

Finalmente, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Por qué los McCray y los Savage volvían una y otra vez a las altas casonas sombrías de Beldame. Es la atracción del mal, amigo lector. ¿Quien esté libre de esa tentación que arroje la primera piedra?
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

2 comentarios:

  1. No ha dejado una obra importante, dice usted estimado, y me permito disentir; si sólo contamos las novelas que tradujo La bestia equilatera -Los elementales, Agujas doradas y Katie- ya tenemos tres textos de primer nivel del ya no tan ignoto M.M. Eso solo, para este entusiasta lector, constituye una obra. Celebro que La biblioteca de Asterión se acerque a este autor. Ojalá sea un espaldarazo para que se sumen nuevos lectores. Aprovecho para agradecer el valioso aporte del blog!

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  2. ¡Gracias por el aporte, Alejandro! Le tomo la palabra, entonces. Retiro lo dicho.

    Abrazo.

    G.B.

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