domingo, 27 de noviembre de 2011

Cuidado con el tigre

Luisa Valenzuela
Seix Barral. Novela, 210 páginas.

Treinta años atrás, la enorme Doris Lessing compuso una de las mejores novelas de su tiempo. La buena terrorista es una de las perlas que justifica el Nobel de Literatura 2007. Cuidado con el tigre, aunque escrita antes, parece una pálida copia, una versión degradada. Ambos libros imaginan una comunidad pseudorrevolucionaria que interpreta una farsa. Pero la distancia artística entre uno y otro es similar a la que existe entre Londres y Buenos Aires, ida y vuelta por el camino más largo.

Luisa Valenzuela recrea una célula delirante que intenta sublevar a las masas. El nucleo incandescente es, no obstante, la competencia entre dos hermanas -una de ellas La Capitana- por los favores de un hombre, El Tigre Navoni. La autora ignora la advertencia de Voltaire (“el secreto de ser aburrido es decirlo todo”) y se abisma en el escrutinio neurótico de las motivaciones y actitudes de los personajes. Son caricaturas, nunca dan sensación de realidad. Ocurren poquitas cosas: tres pelandrunes viajan a Misiones a crear una célula rural pero son arrestados, la orga suma adherentes, hay traiciones sentimentales, muere el Che Guevara, un farabute estropea la propaganda en Rosario. Se contrasta el foquismo con la guerrilla entre los sexos.

La escritura es prolija, bien tallada, repleta de ñoñerías. La trama se fragmenta a la moda (¡qué epidemia!), es decir, con mil capitulitos, algunos de un solo párrafo, lo que dificulta apreciar el ritmo, la candencia narrativa. Las páginas no son muchas, pero quizás sobran algunas.

La novela fue concluida a fines de los sesenta; su autora la considera “un hito” y decide sacarla ahora del último cajón del escritorio porque sin ella el mapa de su escritura “quedaría incompleto”. Más allá de esa vanidad confesa, ¿qué gana el Señor Lector? Casi nada, triste es decirlo. La pantomima degenera en bodrio sentimental.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa

Calificación: regular

jueves, 24 de noviembre de 2011

La cura de inquietud

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número veintitrés

La cura de inquietud
Saki. Cuentos Escogidos. Claridad. Edición 2007

Clovis, ese bribón incorregible, decidió gastarle una broma al señor J.P. Huddle, a quien había visto sólo una vez en la vida. Escuchó que el caballero y su hermana, dos solitarios, necesitaban una cura de inquietud para sanar esa manía de que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico, a mano. Clovis visita a las Huddle y se hace pasar por el Príncipe Stanislaus, secretario confidencial del obispo. Llegan telegramas. Su Ilustrísima y el coronel Alberti vendrán a quedarse un par de días en la casa. Clovis pide mapas, los estudia reconcentrado, le advierte a su anfitrión que con el obispo están tramando la matanza de todos los judíos de la vecindad. Veintiséis en total. Huddle amenaza con ir a la policía; Clovis le advierte que en los arbustos hay apostados diez hombres que tienen orden de disparar a cualquiera que deje la casa sin su permiso; una pandilla de boy-scouts asesinos patrullan la parte de atrás. Convocados por sendos telegramas, llegan sir León Birberry, un admirado caballero de la zona, y Paul Isaacs, el zapatero. Con Mr. Huddle y la servidumbre se encierran en el piso de arriba. Clovis anuncia que la matanza será esta noche; pero intentarán no hacer mucho ruido para no agravar el dolor de cabeza de Miss Huddle. Informa más tarde que los boy-scouts confundieron su señal y mataron al cartero de la tarde. Una mucama rompe a llorar. Nunca más vieron al secretario. El nervioso grupo pasó la noche en vela, atrincherado; largas horas escuchando cada susurro del viento, cada crujido en la escalera. A las siete de la mañana, al jardinero y al chico de los mandados les costó convencer a los que vigilaban que todo estaba tranquilo.

PD: Saki es una presencia habitual en este blog. Creo que nunca me cansaré de releer sus cuentos tan divertidos y elegantes. Es insuperable en la composición de la figura del maldito.

martes, 22 de noviembre de 2011

El intocable

John Banville
Anagrama. 428 páginas. Colección Compactos. Edición 1999

En el raro universo que habitamos hay estrellas de materia tan densa que una cucharadita pesa más que un rascacielos en la Tierra. Con el arte ocurre lo mismo. Un párrafo o una página de la Alta Literatura tiene más belleza, opulencia, profundidad y sabiduría que la obra completa de un autor de tercera o cuarta fila. Es el caso de esta novela, una de las mejores que he leído en mi vida. Su densidad tiende al infinito. Corrobora que escribir mal es sólo consecuencia de la falta de erudición. Y confirma la intuición de que los lectores apasionados podemos ser felices agotando la obra de nuestros autores favoritos (en este caso el insigne John Banville) y haciendo un corte de manga a casi todo lo demás.

En magnífica primera persona (es una suerte de memoria o álbum de recuerdos), se reconstruye la vida de sir Anthony Blunt, uno de los principales catalogadores de nuestra era, catedrático de Oxford y Cambridge, eminencia de la British Academy, erudito en Nicolás Poussin y William Blake, y, sobre todo, inspector de Dibujos y Pinturas de la monarquía británica. Pero, prácticamente, nadie lo recuerda hoy por la finura de sus antenas como crítico o historiador de arte sino por haber sido durante más de treinta años un espía  de la Unión Soviética. Está probado que sus delaciones condenaron a una muerte atroz a personas detrás de la Cortina de Hierro. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher desenmascaró al farsante ante la Cámara de los Comunes. Occidente entero se estremeció.

Convengamos que entre los tipos humanos pocos son tan interesantes como el del traidor o el del homicida desapasionado (caso Martín Fierro, dicho sea de paso). ¿Hace falta señalar que Blunt-Maskell no era un criminal común y silvestre? El esteta talentoso y estoico, el esbirro de la KGB, el niño mimado de la aristocracia intelectual fue además un homosexual promiscuo, de esos que merodean los baños de estación de ferrocarril en procura de “carne apropiada”. Bueno, también lo eran casi todos los miembros de la célula que Moscú reclutó entre Los Apóstoles de Cambridge. Banville los retrata con la habilidad de un miniaturista persa; los personajes secundarios son fascinantes, como Boy Bannister (Guy Burgess, en la vida real) a quien Blunt ayudó a fugarse a la URSS en los cincuenta; o un tal Querrell que no puede ser otro que Graham Greene.

El final de la novela es asombroso; proporciona una explicación coherente y verosímil a los misterios del expediente Blunt. ¿Quién fue el ángel de la guarda o la legión de ángeles que protegieron su duplicidad radical durante años? Pero no es en el terreno de Le Carré que el libro relumbra como el oro del Vaticano sino en la magistral exploración de un alma descarriada y en la vivisección de una felonía que dejo al mundo boquiabierto. En diciembre de 1980, el egregio George Steiner meditaba en The New Yorker:

“El espionaje y la traición son tan antiguos como la prostitución. Y, evidentemente, han atraído muchas veces a seres humanos de cierta inteligencia y audacia y, en algunos casos, de elevada posición social. Sin embargo, que se alistará en este repugnante oficio un hombre de tal superioridad intelectual, un hombre cuyas manifiestas aportaciones a la vida espiritual son de extrema elegancia y percepción y que, como estudioso o como profesor, hizo de la veracidad y de la escrupulosa integridad la piedra de toque de su trabajo, es verdaderamente singular. No se me ocurre, en relación con la época moderna, ningún paralelismo genuino con la traición del profesor Blunt”.

Del estilo de El intocable sólo pueden hablarse maravillas. Los párrafos son macizos, exuberantes, ricos en vocabulario e ideas fecundas. Los diálogos, vivaces; hay una sucesión de cautivantes escenas teatrales, incluso absurdas. Menudean las alusiones clásicas; recuérdese que oímos la voz de un erudito. Un fulano tiene “una atractiva cojera a lo Byron”. Otro “era la viva imagen del viejo Martin Heidegger con un bigote que parecía un tiznajo”. Una mujer ofrece “una pose a lo Sarah Bernhardt”. Otra le recuerda “a una de esas intrigantes mundanas de Henry James como Madame Merle o la señora Assingham”. Steiner sostiene que Banville es el estilista más elegante de la lengua inglesa. Quien no conozca al mejor escritor vivo de Irlanda, esté es el libro apropiado para comenzar una relación amorosa.

Entre mil subtemas interesantes, Blunt-Maskell-Banville ofrece una exquisita y certera teoría metafísica sobre el arte (obsérvese el delicado uso del punto y coma):

“La obra no tiene ningún significado; relevancia, sí; sentimientos; autoridad; misterio -magia, si se quiere-; pero no significado. Su significado es estar allí. Este es el hecho fundamental de la creación artística, representar algo que de otro modo no existiría (Por qué lo pintó. Porque no estaba allí)”.

El intocable tiene todo lo que la Gran Novela puede ofrecer al lector culto. No se me ocurre un elogio mejor.
Guillermo Belcore

Calificación: EXCELENTE

PD: ¿Dije que Banville es uno de mis narradores favoritos? Este blog ha reseñado otros tres libros de su autoría.

sábado, 19 de noviembre de 2011

A vueltas con la cuestión judía

Elisabeth Roudinesco
Anagrama. Ensayo de historia, 319 páginas
"La idiotez es el mal absoluto, el enemigo invencible"
Flaubert

"Dos principios opuestos y destinados a enfrentarse hasta el infinito, hasta que llegue la muerte: una auténtica tragedia que además dará origen a un conflicto sin fin en el que las dos partes enfrentadas -palestinos e israelíes- tendrán sus propias razones, tan legítimas unas como otras, como los griegos y los troyanos en el poema de Homero. Imposible elegir un campo en contra del otro, dado que ninguno de los dos tiene otra opción que vivir con el otro, o morir con el otro".
Elisabeth Roudinesco

La historia contemporánea puede ser leída también como una lucha brutal entre modernidad y atavismo. El primer bando lo integran todas las ideas, pensadores y artefactos universalistas (como la democracia); el segundo, las ideologías y movimientos que colocan el acento en lo particular, los que, en el mejor de los casos, conducen a un callejón sin salida, pero en el peor desembocan en Auschwitz. La universalidad engendra odio y resentimiento; y en el siglo XIX generó el antisemitismo, fuerza oscura y maléfica que es también un asunto del inconciente, establece en este ensayo convincente Elisabeth Roudinesco, psicóloga estructuralista, pensadora notable, portaestandarte de la Ilustración, mujer de juicios libres. Su inteligencia refulge; es notable que la mera sensatez pueda producir tanto placer intelectual.

El libro es una travesía fascinante por casi dos milenios de historia del pensamiento: desde el Concilio de Nicea hasta los inquisidores judíos de hoy. Hace un análisis magistral de lo que realmente pensaban y piensan sobre la cuestión judía personalidades eminentes. Con pruebas en la mano, demuestra que Nietzsche y Marx no fueron antisemitas. Reivindica a Spinoza, Freud, Hanna Arendt y Derrida. Defiende a Jean Genet. Explica a Heidegger y a Jung, sin absolverlos, claro. Hace trizas a la derecha francesa recalcitrante, a Chomsky y a los negacionistas. Precisa términos y rastrea su origen histórico. Y se mete de lleno en el conflicto entre israelíes y palestinos, “hoy el centro de todos los debates entre intelectuales, sean concientes o no”. Opina que Israel debe convertirse en un Estado binacional, laico o igualitario; o se despeñará hacia una teocracia con apartheid. Vemos por estos días, en efecto, que se han cumplido las peores pesadillas de Freud para la Tierra Prometida: judíos racistas y árabes antisemitas se encuentran atrapados en una espiral degradante de venganzas.

Puede sólo reprochársele a Roudinesco un exagerado galocentrismo. Hace que toda la historia de la Humanidad orbite en torno de Francia. Llega a decir que sin el caso Dreyfus y sin Edouard Drumont no hubiera existido el sionismo. Pero es una mácula insignificante que no estropea de ninguna manera el análisis crítico y la imprescindible defensa de la tradición ilustrada. El lector encontrará en este libro -como diría Diderot- precisión en las ideas, exactitud en el razonamiento, rigor en el estilo; en pocas palabras, todo cuanto caracteriza a una sana filosofía. 
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno
PD: He vinculado este ensayo esclarecedor con la última novela de Umberto Eco en la columna que escribo para Eterna Cadencia (pinche aquí). Puse el acento en la reivindicación del Héroe de la Ilustración, una necesidad para estos tiempos.

domingo, 13 de noviembre de 2011

La noche de los museos

Este blog quiere expresar su adhesión a La Noche de los Museos, iniciativa estatal que permite a los argentinos que nunca se interesaron y jamás se interesarán por el arte y la historia recorrer diez o quince museos en dos horas. De esta manera, podrán gozar de cada manifestación de la cultura una microdécima de segundo. Las largas colas y los medios de transporte llenos permiten, por lo demás, en la madrugada de un domingo evitar la nostalgia por las horas pico de un día de semana. ¡Bien por la cultura de masas! ¡Vivan los simulacros!

La Biblioteca de Asterión (crítica con mala onda)

sábado, 12 de noviembre de 2011

El imperio de los sentimientos

Beatriz Sarlo
Siglo Veintiuno Editores. 174 páginas

En las primeras décadas del siglo XX, circulaban con gran éxito en la Argentina (tiradas de hasta cuatrocientos mil ejemplares) publicaciones semanales cuyos cuentos románticos proporcionaban placer y consuelo a las gentes sencillas. Se vendían de casa en casa o en los quioscos a diez centavos el ejemplar (una bicoca). Los esnobs tachaban a la especie de “literatura de barrio, de pizzería, de milonguitas”. Con gran erudición y enfoque misericordioso, una intelectual de juicios libres examina aquellos escritos. El análisis formal e ideológico concluye que las novelitas sentimentales pudieron haber sido para los lectores incultos “un agradable desvío o una sencilla estación para las iniciaciones”.

El libro data de 1985, pero no ha perdido un ápice de frescura. Beatriz Sarlo (1942) piensa sobre los hombros de Raymond Williams, Bourdieu, Barthes (hasta el título es una imitación). El lector, ese enigma; la revista y sus escritores; el ideal y la representación del amor; la noción de felicidad; el lenguaje de los ojos; y los vicios narrativos son viviseccionados con pericia. Sarlo tiene un probado ingenio para desmontar un texto como si se tratase de una batidora.
Puede que algún párrafo, como el que se abisma en las redes semióticas, mate a un lector de aburrimiento o que el sonsonete paleomarxista de que la materia engendra a las personas (“el texto produce a sus lectores“) suene demodé, pero se trata en general de un ensayo instructivo y ameno, tallado con estilo elegante y profundo. Permite, por cierto, trazar parangones con los textos de la felicidad contemporáneos, caso las baladas románticas, las telenovelas e incluso las nouvelles casi seriadas que los plumíferos de tercera o cuarta categoría escriben hoy sin demasiado esfuerzo para ganar un premio, obtener una canonjía o incluso para ser llamados escritores. La falta de ambición o talento provoca en cualquier época el mismo resultado, independientemente del público al que está dirigido. Podríamos concluir con Sarlo, que demandar poco del lector o manejar un elenco limitado de recursos estéticos implica condenarse al olvido. ¿Quién recuerda hoy a los eficaces Josué Quesada, Hugo Wast y Alejo Peyret?
Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno 


PD: Algunas cosas no han cambiado nada. Hace cien años las mujeres leían más que los hombres. Y, como ahora, a principios del siglo XX “la sociedad de bombos mutuos enceguece los comentarios en la prensa convirtiendo a la opinión crítica en clásicas gacetillas celebratorias”.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El poder del perro

Don Winslow
Mondadori. Novela policial. Segunda edición en la Argentina 2011.

“Hay muy poco de la novela que realmente no haya sucedido”
D.W.

En América latina, por debajo de los fenómenos cotidianos, del trabajo honesto, de las bienintencionadas acciones de los dirigentes políticos y de los guardianes de la ley, de la pesada rutina de la mayoría de los hombres y mujeres, existe un universo infernal poblado por ángeles caídos o demonios incorregibles que compran miles de almas (“plomo o plata“), viven en la opulencia y el desenfreno, y que cuando se enfadan vomitan ríos de sangre y devastación sobre nuestra gris cotidianidad. Dios nos proteja de ellos. No me refiero, claro, a licántropos, vampiros u otras criaturas improbables de la ciencia ficción. El inframundo es pedestre. Ejercen allí su señorío brutal los barones de feudales de las drogas.

He aquí la sustancia tremenda con que fue elaborada esta novela torrencial, extraordinaria en su ambición (¡719 páginas!), aunque limitada por una prosa cualunque que le impide saltar del género policial al empíreo de la Alta Literatura. Rodrigo Fresán, un crítico notable aunque proclive a la expresión rimbombante, la define en el prólogo como la gran novela estadounidense del narcotráfico de todos los tiempos. Sea. Un thriller necesario, pues. Y atrapante de la primera a la última letra. Se lee con una mano en la boca y el estómago revuelto.

Mediante el minucioso relato de la eclosión y auge y de un cartel de las drogas y del trampolín mexicano (treinta años de historia palpitante), el estadounidense Don Winslow establece cinco puntos:

a) que el PRI vendió México a los narcotraficantes. Y como consecuencia el querido país hermano transformó buena parte de su territorio en lo que los politólogos llaman “un Estado fallido”.

b) que si una mafia trabaja activamente en favor de los intereses geopolíticos de Estados Unidos (financiando la guerra contra el izquierdismo latinoamericano, por ejemplo) tiene la prosperidad asegurada.

c) que la guerra contra las drogas del Estado moderno ha fracasado miserablemente. Es “una idiotez obscena o una obscenidad idiota”; una farsa trágica, en todo caso. Uno casi se convence de la necesidad de legalizar el consumo y comercio de estupefacientes.

d) que sólo los lobos solitarios (la ética del vaquero), con una pasión y honestidad rayana en lo psicótico, logran algún resultado en la guerra contra el narco.

e) que los crímenes más abyectos y bestiales (incluso la aplicación de tormentos medievales) son moneda corriente en el inframundo. Y todo porque los norteamericanos no pueden refrenar un apetito suicida.

El procedimiento narrativo de Winslow es simple. Explicar al público corriente cómo se hace un zar de las drogas, un sicario, un cowboy de la DEA, un reyezuelo de la mafia irlandesa, una espléndida cortesana del burdel más lujoso de California, un funcionario corrupto, una criminal política exterior (la de Washington, of course). Mezcla con suma eficacia ficción y realidad. O mejor dicho, ficcionaliza tremebundos titulares de la sección Internacionales de los diarios, como los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y el arzobispo de Guadalajara, Juan Posadas Ocampo; el exterminio de la Unión Patriótica en Colombia; la asistencia de la CIA a los contras nicaragüenses; el Efecto Tequila que tanto dañó causó a la Argentina de Menem y Cavallo (sí, los narcos también estuvieron detrás del desplome financiero). Los personajes son verosímiles; la trama, creíble. Winslow, explica el prólogo, se documentó durante seis años para redondear su obra magna. La novela fue publicada en inglés en 2005.

A pesar de su escritura plana sin ninguna pretensión estética, El poder del perro es, para un servidor, La Novela Policial de 2011. Lectura imprescindible, diría.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena

PD: No es la primera vez que se elogia con toda convicción una novela del señor Winslow en este blog. Pinche aquí.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Recuerdos de un callejón sin salida

Banana Yoshimoto
Tusquets. Cuentos, 212 páginas.


No sería sensato recomendar este libro de cuentos a cualquier especie de lector, en particular a quien sólo satisface la Alta Literatura. Los relatos simplones de Banana Yoshimoto (Tokio 1964), vertebrados en torno a la evolución sentimental, a las ñoñerías y a “lo que una chica piensa“, parecen estar dirigidas a adolescentes, a amas de casa que gustan de las telenovelas y de las tempestades en un vaso de agua, y a personas en general que disfrutan los consejillos de los libros de autoayuda y el tardorromanticismo, o que se identifican con los personajes ingenuos. Podría decirse que la señora Yoshimoto muestra aquí todos los defectos de las novelas de Haruki Murakami pero ninguna de sus virtudes, con la excepción del buen gusto y la delicadeza.

El volumen incluye pues cinco textos de sabor agridulce que su autora asegura, en una declaración que la pinta de cuerpo entero, haber corregido “llorando como una tonta”. Incluyen -aclara Yoshimoto- la mayor cantidad de material autobiográfico que haya publicado hasta 2003. Las historias se arman paso a paso, de manera ordenada y convencional. Actos cotidianos se transforman en rituales, lo que podría ser más un característica de la cultura japonesa que un rasgo individual. El añadido de un elemento exótico (como la presencia de una pareja de fantasmas o el envenenamiento de una jovencita) alivia el pesado sentimentalismo y permite llegar al final sin que el interés flaquee. Chispean las sentencias afables. Verbigracia: “los postres son como sueños que hacen felices a las personas”. Se reflexiona básicamente sobre las corrientes inevitables del destino y sobre la tiranía del corazón.

“La luz que hay dentro de las personas” es quizás el relato más estremecedor. Evoca a Makoto, un niño adorable que fue víctima de la irresponsabilidad de sus padres. “Las criaturas demasiado puras tienen una vida corta”, establece no sin razón Yoshimoto.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: regular

PD: En otro lado, he planteado la necesidad del lector empedernido de confeccionar una agenda negativa, una lista de aquellos escritores que -lo siento mucho- ya no pueden sorprendernos, o que definitivamente no están hechos para nosotros. Mi lista profiláctica, y absolutamente caprichosa, incluye a Le Clézio, a Pablo Ramos, a Andrés Rivera, a Herta Müller, a Felipe Pigna y, por supuesto, a Paulo Coelho. Y ahora añado a Banana Yoshimoto. Si no se trata de trabajo, jamás volveré a visitar una de sus páginas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Antartida

Proyecto Diez Mil Cuentos

Argumento número veintidós

Antártida (1999)
Claire Keegan. Eterna Cadencia. Edición 2009

Una mujer felizmente casada (y que cree que el infierno es un lugar insoportablemente frío donde el diablo sólo te mira) decide un buen día comprobar cómo es dormir con otro hombre. Aprovecha un viaje a Londres, poco antes de la Navidad. Conoce un sujeto en un pub, se emborrachan, yacen en el abandonado departamento de él, frente a un gato con algo escalofriante. La mujer se va sin despedirse. Pero el amante casual la descubre en el hotel; almuerzan, él la besa con pasión, le suplica una última vez. Ella acepta a regañadientes; su tren sale por la tarde. Hacen el amor de nuevo en el departamento. El desliza un narcotico en la bebida, la esposa a la cama, la amordaza y se va. La mujer trata de liberarse, pero sólo consigue que el acolchado caiga al piso. Está desnuda, su rabia se transforma en terror. Un frío glacial irrumpe por la ventana abierta de la habitación de al lado.

PD: Este relato suave demuestra que la irlandesa Claire Keegan (1968) es otro nombre para tener en cuenta. Puede que se inspire en Carver, maneja con eficacia la premonición. Uno siente siempre que un desastre está punto de ocurrir.