Tercera ley de la literatura
Imagina que tienes veinte años y pierdes la cordura. Decides que sólo vas a leer en los minutos que te reste de vida a los autores cuyo apellido comience con la letra hache: Heráclito, Homero, Hesíodo, Horacio, Hume, Hölderlin, Hugo, Heine, Hegel, Hüsserl, Heidegger, Bartolomé Hidalgo, José Hernández, Hudson, Tomas Hardy, Hemingway, Huxley, Habbermas, Patrick Hamilton, Handke, Havel, Felisberto Hernández, Vicente Huidobro, P. Henríquez Ureña, Heaney, Hobsbawm…
No te alcanzará la vida para cumplir ese delirio. Obviamente, hablo de leer en serio, subrayando, meditando, garabateando notas, agotando la obra y releyendo.
Uno puede ser culto y feliz con esto, como son felices esas personas que optan por practicar el sexo con un diminuto número de personas. ¿Puede extraerse una hipótesis de ello? Creo que sí: todo intento de lectura sistemática está condenada al fracaso. La Alta Literatura es, por fortuna, un tesoro inagotable, al menos en términos humanos. Sólo por eso, concluyo, vale la pena intentar subsistir hasta los cien años.
G.B.
PD: Olvide incluir a Thomas Harris, así nuestro loco puede solazarse con el doctor Hannibal Lecter... Ha,ha,ha...
Ernst Jünger
Tusquets. 669 páginas. Autobiografía
Por Guillermo Belcore
No suena descabellado proponer que el acontecimiento crucial del siglo XX fue la Primera Guerra Mundial. Ese trágico e innecesario conflicto no sólo destruyó una civilización basada en las creencias optimistas de la Ilustración sino que ha tallado los rasgos primordiales de lo que Eric Hobsbawm denominó el siglo corto (1914-1989), a tal punto de que la Segunda Guerra Mundial no fue otra cosa que su consecuencia directa. Es decir, sin matanzas como las de Verdún no hubiera habido Auschwitz, ni revolución bolchevique, ni marcha fascista sobre Roma, ni guerra fría (¿Perón hubiera capturado el poder?) e incluso el imperialismo europeo se habría apagado con otro ritmo. Hasta el arte cambió violentamente de rumbo. Más aún, el totalitarismo -fenómeno perverso y típico de la centuria pasada- no fue otra cosa que la continuación de la Gran Guerra por otros medios, según la autorizada opinión de John Keegan.
Toda aproximación a esa pavorosa carnicería resulta, por ende, interesante. He aquí una de primer orden: Tusquets trae por primera vez al castellano el Diario de Guerra de Ernst Jünger (Heildelberg 1895-1998), el más lúcido de los guerreros alemanes, quintaesencia del conservador fino, empapado de cultura clásica. El libro destila quince libretas de apuntes y dibujos que el extraordinario escritor garabateó entre 1914 y 1918, mientras las balas de fusiles, los balines de los sharpnel, los fragmentos de metralla y los nubarrones de gas mostaza se afanaban por liquidarlo. Jünger sobrevivió de milagro y legó esos textos palpitantes aunque sobrios al Archivo de Literatura de Marbach. Su publicación en 2010 en Alemania, después de un examen erudito, no merece sino aplausos por la doble naturaleza del texto. Tiene un gran valor documental y, al mismo tiempo, es la más alta expresión de la literatura bélica.
Heidegger, ese monstruo magnífico, sostenía que el pensamiento filosófico sublime y la mutación de dicho pensamiento en poesía ha tenido lugar solamente en dos lenguas: el griego antiguo y el alemán. Puede que la máxima sea falsa, pero tras la lectura de este libro uno concluye que sólo podía ser escrito por un soldado de infantería alemán o por un hoplita griego. Es la oda culta a la batalla, fría y racional, sin odios ni piedad al enemigo. La indiferencia ante la muerte es brutal. Se manifiesta, al mismo tiempo, una profunda curiosidad ante la experiencia histórica. El guerrero, que ansía tener contacto cuerpo a cuerpo con el enemigo, define una ética que Martín Fierro aceptaría con un leve movimiento de cabeza: "si no ponéis en juego la vida, nunca tendréis ganada la vida". El valor es la única virtud del varón.
EL PRINCIPIANTE
Vale aclarar que el autor empezó a escribir sus diarios a los veinte años. Era un don nadie, aunque de próspera familia burguesa, al que el peligro le atraía. Ya narraba, no obstante, con un estilo excelente, aderezado con algunos desbordes románticos que lo llevan a afirmar, por caso, que una muerte mejor no podría encontrarse en cien años. Con el tiempo, parte del contenido fue a nutrir la espléndida Tempestad de acero, a la que quizás Jünger le debe que los nazis nunca lo hayan molestado. Hitler amaba esa novela.
El lector encontrará una detallada descripción de la vida (y la muerte) en la trincheras y en la retaguardia. El alférez (subteniente) Jünger va de un lado a otro por el frente occidental, ese gran Moloch que exterminó con titánicos duelos de artillería y asaltos condenados de antemano a unos cuatro millones de personas. Al campeador ese interminable desfile de la Parca le provoca, por lo general, una impresión "heroica y grandiosa". Pero a veces lo asaltan las dudas: "fluye un río de sangre, de sangre quizás inútilmente derramada, para precipitar a millones de madres en la aflicción y el dolor... ¿Para qué esta matanza, ese continuo matar y matar". Filosofía del puesto de guardia, lo llama con desdén un párrafo más tarde.
El inglés es su principal adversario. Establece Jünger que la diabólica batalla del Somme "parece ser un producto de la demencia". Pinta sin énfasis y con elogiable ausencia de ideología cuadros medievales de devastación. Siempre flota en el aire el tufo dulzón de los cadáveres. Consigue evadirse el joven esteta -no era un sádico como los SS- con toscas francachelas, con la escritura del diario, con la captura de coleópteros y con la lectura elevada. Hay escenas surrealistas: en julio de 1917, entre el humo de la pólvora, se distrae en un profundo cráter de granada con su pipa y leyendo Casars Denksaule (la columna conmemorativa de César) de Ignatius Donnelly. A su lado, huyen soldados despavoridos.
Resulta casi inconcebible que este libro (y todo lo que E. J. escribió después) haya llegado a nosotros. En Flandes, en el Artois y la Champaña, la muerte lo persiguió con saña. Vió caer uno a uno a sus camaradas. Pero una suerte colosal -cómo no pensar en la mano de Dios- lo ha salvado. Fue herido catorce veces, lo que le permitió salir del campo de batalla cuando los volcanes hacían erupción. Una bala le atravesó el cuero cabelludo; otra le dejó un orificio de entrada y de salida en el pulmón. Jünger murió a los 102 años en su cama. Y nos dejó un testimonio conmovedor de la locura bélica. Bien leído, Diarios de la guerra se trata de una alegre afirmación de la vida. Todos, al fin y al cabo, somos sobrevivientes.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Excelente
El Diccionario de Asterion VIII:
Librepensador:
Sust. Com: Felizmente inepto para la experiencia comunitaria, incapaz de disfrutar con cualquier forma de pertenencia, mal-estar con lo gregario. Ni K ni antiK. Enemigo de los ideales de moda y mala conciencia de su época, que según Nietzsche debe ser la tarea primordial del filósofo. Constructor para sí de espacios de autonomía, hedonista del ser (nunca del tener), que de acuerdo con Michael Onfray debe ser la misión urgente del hombre y la mujer que reflexiona.
El moscardón imaginario XXXX
Segunda Ley de la Literatura: El secreto de ser aburrido es decirlo todo.
La sentencia inapelable es de Voltaire. Dos siglos después (casi), Borges retoma la idea y establece que “los procedimientos indirectos siempre son más eficaces“. En verdad, una de las cualidades que delatan al novelista de fuste es la capacidad de sugerir. Cualidad que comparte con el fotógrafo exquisito. La frase, en efecto, puede ser tan sugeridora como la imagen. Insinuar acrecenta esa vitalidad que distingue a la obra de arte. Decirlo todo no sólo es aburrido, es periodismo o pornografía. Oscar Wilde decía que “sólo los mediocres desarrollan cuanto tocan”.
G.B.
El moscardón imaginario XXXIX
"Si creemos realmente que la naturaleza es, fundamentalmente, matemática, deberíamos buscar los patrones y regularidades matemáticos cuando encontramos un fenómeno que no comprendemos'', escribió Max Tegmark, profesor de física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Ajá. Está muy bien para los fenómenos sociales e históricos, incluso políticos, me atrevo a decir. Pero, ¿puede aplicarse el díctum al análisis literario? Dejemos de lado, por un momento, la poesía. ¿Hay regularidades aritméticas en la prosa excelente, en la que George Steiner cree encontrar el fundamento del orden del universo? Puede explicarse esa música, ese ritmo, esa cadencia que caracteriza al texto sublime -y que quizás sea lo único importante- con ciertos patrones objetivos. No lo sé. Nadie lo sabe, hasta donde yo sé.
Omar Genovese, ese crítico excelente, ha descubierto sí que cierta regularidad caracterizan al texto cacofónico, descuidado, mediocre: la repetición de sonidos. Desmembró en su blog -recuerdo- una página olvidable de Juan Diego Incardona y probó que la aliteración no buscada y extendida es un ripio horrible de la prosa. Interesante.
A partir de esta entrada, intentaré definir pseudoleyes del buen escribir. La inspiración, el capricho, la tontería y el sentido lúdico son mis únicas herramientas. Aquí va la primera:
Primera Ley de la Literatura: Contar sueños en un libro es cosa de idiotas.
G.B.
Joël Dicker
Alfaguara. Novela, 667 páginas. Edición 2013.
Como El código Da Vinci, este libro se ha convertido en un fenómeno de masas. A los veintiocho años, el ginebrino Joël Dicker vendió cerca de un millón de ejemplares, fue traducido a treinta y tres idiomas y recibió tres importantes galardones de Francia. La mayoría de los suplementos literarios de Europa lo aplaudió de pie. Lo han elogiado críticos irreprochables como Bernard Pivot y Marc Fumaroli. Sin embargo, el valor artístico de la novela es dudoso -por no decir nulo-, como en el caso del bestséller de Dan Brown.
Parece increíble que la combinación de estereotipos, prosa elemental, diálogos pueriles, consejitos de autoayuda, metáforas paupérrimas, ripios y redundancias (un suizofrancés que narra una historia que acontece en Estados Unidos, inevitable) y toneladas de cursilería haya sido elevada al Parnaso, donde sólo tienen derecho a morar las obras maestras. Incluso contiene errores de principiante: en la página sesenta y uno se nos dice que Montclair es una ciudad industrial de Massachusetts; en la noventa y tres la ubican en Nueva Jersey. Puede que, en la cultura de masas, la tolerancia hacia la ejecución evidentemente defectuosa sea cada vez más alta, pero quizás estemos ante otro caso de “seducción naif“. A muchas personas les agradan los cuadros de Rousseau El Aduanero.
Algo hay que decir de la trama. Un escritor de moda, que sufre del síndrome de la página en blanco, investiga en New Hampshire el asesinato de una camarerita ocurrido treinta años atrás. Debe salvar del patíbulo a su mentor, una gloria de las letras estadounidenses que en la década de los setenta mantenía un romance con la quinceañera. La pesquisa es contrarreloj; el protagonista, en tanto, escribe una novela sobre el caso. Hay giros extravagantes. El encanto del thriller radica en ciertas caricaturas y en la compleja carpintería: hay un libro dentro de un libro dentro de otro libro, con dos novelas embutidas. Lo único complejo, por cierto
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Regular
PD: Insoportablemente largo. No entiendo, la verdad que no entiendo porqué se ha cubierto de elogios este mamotreto. En fin. Pero que nadie se quede con esta sola opinión.
El diccionario de Asterión VII
Objetividad:
Sust. C: Ideal inalcanzable. No obstante, el grado de objetividad permite medir el valor de una persona. Tomado de Diarios de Guerra 1914-1918 de Ernst Jünger.
Por consiguiente, el tendencioso es moral e intelectualmente tonto. El concepto resulta especialmente apropiado para ser aplicado en la cotidianeidad política, social y cultural de la Argentina de 2013, donde la deshonestidad intelectual obra como una suerte de barro chirle y nauseabundo -diarreico digamos- que mancha las trincheras de los dos lados.
Aún estoy temblando. Es lo que lo generalmente le ocurre a las personas de estómago delicado cuando ven por televisión cómo le arrancan el ojo con una cuchara a un pobre hombre. La tortura, ¡maldita sea!, está a la orden del día en la televisión, y si fuese un paranoico diría que el establishment pretende que el público la perciba como parte de la normalidad. Pero no es el caso. Las violencia explícita, tipo Quentin Tarantino, es la única mácula sobre una miniserie extraordinaria: Utopía, otro producto fascinante del Reino Unido.
Para la primera temporada, Dennis Kelly ha escrito sólo seis capítulos de cincuenta minutos cada uno. Tienen una intención artística de la que suelen carecer sus primas, las series estadounidenses. ¿Arte dije? Sí, en las escenas saturadas de color; en las sólidas actuaciones, con personajes bien definidos y capaces de transmitir ideas y sentimientos incluso con sus silencios; en la elaboración de uno de los más aterradores villanos de estos días: Arby (Neil Maskell), especialista en asesinatos. Un psicópata gordito con cara de tarado pero letal como una víbora de cascabel. “Where is Jessica Hyde?”. Esta frase (pronunciada con una cadencia de drogón) te perseguirá en tus pesadillas.
¿Y de qué trata Utopía? Los amantes de las teorías de la conspiración quedarán saciados. Hay una organización secreta que desarrolla armas biológicas y, en un mundo con recursos menguantes, maquina exterminar a parte de la humanidad. La Red (así se llama) proviene de la Guerra Fría, controla multinacionales farmacéuticas y alimenticias, ha infiltrado todos los estamentos del Estado. La Red tiene un problema. Uno de sus fundadores, enloqueció y, en el hospicio, escribió una novela gráfica de culto: Los Experimentos Utopía. En la segunda parte del libro, se describen en clave simbólica los planes de La Red. Se mencionan profecías. Tropieza con el manuscrito, una pequeña comunidad de freaks de Internet: enamorados de los comics, gente común y corriente, incluso un niño de once años, que se ven arrastrados a un vorágine de destrucción inimaginable. La Red lanza sus mastines -con el siniestro Arby a la cabeza- para exterminarlos. Jessica Hyde (Fiona O'Shaughnessy) llega al rescate de Becky, Ian, Wilson y Grant. Huyen, con lo puesto, por sus vidas.
Sobre ese tronco, naturalmente, se desarrollan varias subtramas que van enriqueciendo y complicando el relato. No se puede estar seguro de nada. Las sorpresas y una larga cadena de asesinatos nos salen al paso. Bienvenidos, a la ficción paranoica. Channel 4 acaba de confirmar que habrá una segunda temporada.Guillermo Belcore
Kobo Abe
Eterna Cadencia. Cuentos, 263 páginas. Edición 2013
Después de leer los estremecedores cuentos de este volumen no suena descabellado postular que Kobo Abe (Tokio 1924-1993) ha obrado como una suerte de nexo entre las imaginerías desoladas de Frank Kafka y el pesimismo a ultranza del ciberpunk. Uno se va del libro con ánimo taciturno pero convencido de que ha recibido algo valioso. Le debemos la antología a la feliz conjunción entre el profesor Ryukichi Terao de la Universidad de Yokohama, al becario Gregory Zambrano y al sello nacional Eterna Cadencia. El lector inquieto no puede sino agradecer el rescate y la divulgación de una voz singular del fascinante Japón.
El prologuista nos explica que el hilo dorado que une los once relatos es la ficción científica. Otro factor común es la apelación a lo imprevisto; en un punto el argumento se tuerce de manera tan extraña como irrevocable. También puede mencionarse la sabrosa filiación izquierdista de Abe que lo obliga, con buenas razones, a aborrecer de los plutócratas y la alienación laboral pero que se halla muy alejada del dogma marxista, al punto que el escritor fue expulsado en su momento del Partido Comunista Japonés, medalla de la que bien puede uno enorgullecerse. En lo que al estilo se refiere, los cuentos relumbran por su eclecticismo; van desde lo desmañado hasta el barroco afectado en el soliloquio de un periodista arrogante y superficial (como casi todos, bah).
Sin embargo, la característica primordial de los cuentos de Abe quizás sea la proliferación de elementos siniestros que nos golpean en el rostro como una bandada de murciélagos asquerosos revoloteando al anochecer. Hay un suicida que es transformado en robot homicida; hay dos chicas pobres que estrangulan a su padre; hay un señor que se arroja al vacío delante de sus hijos desde la azotea de un gran almacén y se convierte en palo; hay un demente que busca esposa para cuidar a sus niños hologramas que mantiene confinados en el sótano; hay una convención global de pulgas. El doctor Abe (estudió medicina) transmite la certeza que nada puede ser peor que la especie humana. Pero ese pesimismo es vivificador. Guillermo BelcorePublicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
PD: En este blog se ha elogiado otro obra del magnífico doctor Abe. Pinche aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2012/01/los-cuentos-siniestros.html
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Foto: Sandra Medina |
Porque necesito un espacio donde compartir arrebatos, alegrías y frustraciones literarias. Porque deseo compartir las experiencias de lectura paso a paso. Porque parece que si uno no está ahí es un dinosaurio condenado a la extinción. Porque ciertas ideas se comunican en pocas palabras. ¿Por qué no?
Ahora este blog también en Twitter:
John Irving
Tusquets. Novela, 467 páginas. Edición 2013.
“Nos forma aquello que deseamos”
“El pene tiene ideas propias. Y éstas parecen por completo por completo independientes del pensamiento”.
J.I.
En su columna del semanario Perfil, Guillermo Piro ha notado algo asombroso: todos los libros de John Irving son buenos. Una virtud que no puede atribuirse ni siquiera a Faulkner o Nabokov (aunque sí a Borges o a Saki). No puedo corroborar la sentencia; me temo que he perdido el tiempo con bugigangas y no he leído todos los libros que publicó el genial escritor estadounidense, pero puedo jurar que todo lo que he devorado de Irving me agradó. Y mucho. Es pura narratividad: algo así como el novelista por excelencia. Su última novela lo demuestra cabalmente. Evidencia, asimismo, que incluso una obra que pretende trasmitir un mensaje (el colmo de horrores, según Oscar Wilde) puede resultar magnífica. El arte, por fortuna, es imprevisible.
Personas como yo rompe una lanza en favor de la tolerancia. Todo el mundo es intolerante con algo o alguien, recuerda el escritor. Dejen tranquilos y tranquilas a los GLBTyG (gays, lesbianas, bisexuales transgéneros y cuestionadores). No los juzguen. No los denigren. Ustedes no son mejores. No etiqueten a nadie. No conviertan a las personas en categorías (justamente lo que nazis y bolcheviques hacían para luego liquidarlos). Pero no se trata de un panfleto. Se trata de ficción comprometida de primera categoría con un truco que Irving suele practicar: el narrador es un novelista que, justamente, compone libros contra la marginación de las minorías sexuales. Es decir, una novela dentro de otra novela (no es el único juego interesante del libro).
El protagonista de la décimotercera obra de Irving se llama William Abott. Escritor bisexual, es decir un compañero o amante poco confiable para los dos extremos del arco. Ninguna persona puede darle todo lo que él necesita. Proviene del “Estado de la montaña verde“, pero del Vermont provinciano, tierra de rudos leñadores. Lo seguimos desde los trece hasta los setenta años; desde la década del cincuenta del siglo pasado hasta 2010 cuando se reencuentra en Madrid con su padre ausente, un transformista. Se trata, en el fondo, de una novela de aprendizaje sexual, relatada en forma de diario (“Es agotador tener 17 años y no saber quién eres“). Vemos a Billy enamorarse perdidamente en la adolescencia de la señorita Frost, la bibliotecaria del pueblo, en realidad un transexual, el Gran Al, campeón invicto del equipo de lucha del internado. También desespera por Jacques Kittredge, un adonis de la escuela, malo como un terremoto. Seguimos a Bill a Austria, a Nueva York, a California y a First Sister, el retorno con gloria a la comunidad maderera de Vermont. El capítulo doce (Un mundo de epílogos) se lee con un nudo en la garganta: la epidemia de sida causa estragos entre las minorías sexuales. Se describen muertes espeluznantes. Puede que la promiscuidad sea muy placentera pero decididamente es peligrosa para los seres humanos.
Así como Borges jugaba con sus espejos y sus laberintos, John Irving también repite, sin aburrir, obsesiones y procedimientos. A saber:
* Mujeres de tamaño hombruno, dominantes y ostensible fuerza física. Uno se siente un alfeñique ante semejantes representantes del sexo opuesto.
* El deporte de la lucha.
* Personajes extravagantes: como Harry, el abuelo del protagonista, el dueño del aserradero del pueblo, que gusta de representar papeles femeninos en el teatro.
* Sexo y anécdotas a raudales: con una mano en el corazón, a quién no le gusta que le cuenten una historia escabrosa.
* Una minuciosa y bien documentada descripción de un segmento de la colmena humana: en este caso las minorías sexuales.
* Técnicas de complicidad: Irving escribe en primera persona, con un estilo como de confesión íntima.
* Espléndidas digresiones: Irving nos lleva atrás y adelante en el tiempo. Los saltos no son vertiginosos, la trama siempre sale bien parada.
No conviene perderse esta novela que conversa con Grandes esperanzas de Dickens y con varias obras de Shakespeare. De hecho, dos de sus aspectos sobresalientes son la potencia dramática de ciertos encuentros y el ramilletes de personajes shakesperianos, excéntricos que agitan las casi quinientas páginas. Me quedan repiqueteando en la cabeza un par de frases tremebundas: “¿De donde sacamos los deseos? Ese es un camino oscuro y tortuoso“, establece Irving. Tiene razón, maestro, pero como sentenció hace siglo y medio Stevenson, lamentablemente “yo no soy el señor de mi deseo“.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
PD: El debut de William con la señorita Frost fue mediante el llamado ‘sexo intercrural’, al parecer muy común entre los guerreros de la Antigua Grecia, incluso los temibles espartanos. No lo sabía.
PD II: Acabo de recordar que ya escribí un panegírico de Irving. Pinche aquí: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2010/10886
"Durante mucho tiempo, la Muerte Roja había devastado la comarca. Jamás peste alguna fue tan fatal, tan horrible. Su encarnación era la sangre: el rojo y el horror de la sangre. Se producían dolores agudos, un repentino vértigo, luego los poros rezumaban abundante sangre, y la disolución del ser. Manchas púrpuras en el cuerpo y particularmente en el rostro de la víctima, segregaban a ésta de la humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora''.
¿Pueden estas líneas macabras desatar una carnicería en una pequeña ciudad de Maryland? ¿Puede el misterioso Edgard Allan Poe inspirar a un secta de asesinos en serie? La cadena Fox cree que sí. Por ello produjo la escalofriante serie The following, cuya primera temporada concluyó hace poco en la Argentina. Hay una buena noticia para los fanáticos: desde el primero de enero de 2014 se emitirá la segunda. Lo adelantó, en una entrevista, nada menos que Kevin Bacon, quien interpretó en los quince capítulos de 2013 al atormentado detective del FBI Ryan Hardy.
En una entrevista, el actor aseguró que la segunda temporada será muy diferente, para no aburrir a la platea. "No llegamos a detener a todo el mundo. Muchos de los followers consiguieron escapar'', recordó. Entre ellos, Emma Hill (Valorie Curry), acaso el personaje mejor logrado, una secuaz del profesor Joe Carroll. Con su carita de buena, Emma apuñala hasta la muerte a su fastidiosa madre y, apenas después de un beso, le corta la garganta al novio que la exhortaba a traicionar al culto. Qué chica,¿no?
¿Osará el guionista Kevin Williamson revivir al propio Joe Carroll? En el último capítulo lo oímos gritar en medio de un pavoroso incendio, pero quedaron dudas sobre si los restos carbonizados que encontraron los peritos forenses pertenecen al escritor frustrado. La prensa y los blogs evidencian que la actuación de James Purefoy no ha complacido cabalmente al soberano, aunque el villano prometía. Catedrático de literatura, especializado en el romanticismo gótico, Carroll se inspiró en Edgar Allan Poe para establecer que el asesinato lento de jovencitas es otra forma de arte. Incluso gustaba de arrancarle los ojos con arma blanca, porque Poe sostenía que los ojos son la ventana del alma. Arrestado en 2003, el profesor universitario aprovechó su estancia en una prisión de Virginia para reclutar a un ejército de prosélitos -vía Internet o aprovechando un generoso plan de visitas-, todos homicidas en acto o en potencia. Todos enamorados de la muerte, incluso de la propia.
El carrolismo
El thriller relata, pues, la eclosión del carrolismo, como movimiento de tintes religiosos que empalma con esas locas milicias ultraderechistas que de tanto en tanto enlutan a la Unión. La secta se convierte en el enemigo público número uno del FBI. Desafortunadamente, el guión va olvidándose del origen literario de los carrolianos (¡queman vivo a un crítico como venganza!) al concentrarse en un triángulo amoroso: el agente Hardy mantiene un romance con la doctora Claire Matthews (Natalie Zea), la ex mujer de Carroll. Tras fugar de la cárcel, el profesor se empeña en recuperarla a ella y al hijo de ambos. Esa obsesión, a la postre, resulta fatal para la camarilla. Lo que si se conserva vivo hasta el último cap¡tulo es un juego metaliterario extremadamente interesante: Carroll escribe un libro con Hardy como protagonista que es causa y consecuencia de la realidad narrada por la serie. Un juego de cajas chinas.
Al interesado en el aspecto ideológico de The following, digamos que quedan establecidos tres conceptos que reflejan el peculiar momento político de la primera potencia mundial:
* Estados Unidos es uno de los principales productores de sectarios y fanáticos. Es decir, poco le cuesta a cualquier líder carismático reclutar a una legión de seguidores, aunque sus ideas sean diabólicas o provoquen una espumosa efusión de sangre. Uno puede entender que Bin Laden consiga acólitos dispuestos a todo en el pauperizado Pakistán, ¿pero por qué razón los Carroll prosperan en el país más desarrollado del planeta? La ficción nos coloca ante una terrible evidencia: algo huele a podrido en las entrañas de la civilización americana.
* Una década después del 11-S es pertinente aplicar tormentos a un detenido si la ocasión lo demanda. Qué estado de derecho, ni qué ocho cuartos. El fin justifica los medios de los agentes federales, tal como se planteaba en el perturbador film Zero Dark Thirty. Si la antinomia sugerida es Carroll- ángel luciferino vs. Hardy- ángel celestial, los dos segan vidas a raudales (y revientan ojos). Todos los ángeles son aterradores, escribió Rilke.
* Washington es el último bastión de la integridad. Puede que el Gran Hermano sea incompetente a menudo, pero la misión primordial del Gobierno Nacional es protegerte. Ni siquiera las autoridades locales son impermeables a la corrupción.
Todo lo dicho apunta a demostrar que The following es un producto de inusual riqueza, a pesar de esos giros inverosímiles que el género suele infligirle al público. La profundidad de las ideas, la intensidad dramática, los golpes de efecto asustantes (recordad que Kevin Williamson es el creador de la saga Scream) y la excentricidad del argumento (en particular el sabroso toque literario) hacen que nosotros, los groupies, esperemos con ansiedad el arribo de la segunda temporada.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en la Sección Espectáculos del diario La Prensa.