“Lo que es impenetrable para nosotros realmente existe. Detrás de los secretos de la naturaleza permanece oculto algo sutil, intangible e inexplicable. Venerar esta fuerza que está más allá de todo lo que podemos comprender es mi religión”.
Albert Einstein
En los minutos que usted demora en leer este comentario, decenas de ejemplares de la última obra de Dan Brown (New Hampshire, 1964) se habrán vendido en el mundo. Las mediciones confirman, en efecto, que El símbolo perdido es ya un best seller. Es la primera novela que escribió Brown desde 2003 cuando El Código Da Vinci irrumpió como una tromba en las librerías y se transformó en un fenómeno social y en un indicador de qué clase de contenidos esperaban las masas. Miles de mediocres buscaron la fortuna imitando a ese libro mediocre pero seductor. El nuevo thriller no trae sorpresas, es más de lo mismo: explota el filón esotérico, la escritura es defectuosa e ingenua, proporciona una versión alternativa de la Historia y redondea un relato detectivesca que cautiva hasta la última página.
Se había especulado que el ilustrado Dan Brown, hijo de un profesor de matemáticas y de una compositora de música sacra, planeaba mejorar el producto para taparle la boca a la crítica erudita. No fue así. Tómalo o déjalo, parece desafiar. ¿Al fin y al cabo, para qué va a cambiar si ha vendido casi cien millones de copias en cuarenta y cuatro idiomas? El símbolo perdido es otro ambicioso caldero donde se cuecen ciencias ocultas, portales místicos, acertijos, sabiduría ancestral y cosas por el estilo.
El protagonista, una vez más, es Robert Langdon. Un respetado experto en símbolos de Harvard, cuarentón y de constitución atlética, a quien Hollywood le ha dado el rostro de Tom Hanks, aunque uno no puede dejar de imaginarlo como Harrison Ford. Usa traje de tweed y un reloj de Mickey Mouse como recordatorio de que hay que relajarse y no tomarse la vida tan en serio.
El buen profesor se enfrenta ahora a la CIA y a un villano llamado Mal’akh. Es calvo como un huevo y su cuerpo está totalmente tatuado, con la excepción de unos centímetros cuadrados del cráneo. Secuestra a un magnate, líder de la masonería estadounidense, para obligarle a confesar un secreto oculto por siglos. En Washington, enterrado bajo una inmensa roca, yace el mayor tesoro de la Historia, capaz de imbuir al ser humano de poderes divinos. Langdon es sometido a chantaje por Mal’akh para que descifre la inscripción de una pirámide (el symbolón) guardada en el recóndito subsotano del Capitolio, en una cámara de reflexión masónica. Para complicar las cosas, entra en escena la más siniestra organización gubernamental de Estados Unidos, so pretexto de que está en peligro la seguridad nacional. Langdon se convierte en un fugitivo, secundado por la hermana del gran maestro masón. Katherine Solomon es una eminencia de la ciencia noética, el eslabón perdido entre las teorías modernas y el misticismo antiguo.
Virtudes y defectos
Las preguntas siguen siendo las mismas. ¿Tienen las obras de Dan Brown virtudes literarias que justifiquen mínimamente su éxito comercial? ¿Es esto literatura o se trata simplemente de un divertimento bien hecho? ¿Es un producto en serie o el fruto del genio individual?
En lo que a la técnica narrativa se refiere, El símbolo perdido es una sucesión vertiginosa de escenas cinematográficas que elude toda complejidad y hace esfuerzos titánicos para ser comprendido por el más babieca del público. Destrezas artísticas no posee el estilo. Los similes son bobos; los diálogos, sosos; las descripciones no tienen una pizca de gracia. La páginas están embadurnadas con redundancias, opiniones superficiales sobre todo, clichés (“Norteamerica tiene un pasado oculto”) y un didactismo exacerbado. El libro se desespera por enseñarle algo a los lectores. Además, no tarda en incurrir en melodramas y cultiva un ñoño patriotismo new age. Y sin embargo… atrapa. Los personajes son planos pero poderosos. La historia -una febril cacería del tesoro- transcurre durante una noche. Brown se las ingenia para dosificar el suspenso; siempre coloca una carnada al final de cada capítulo infinitesimal para que sigamos leyendo con fruición las seiscientas páginas y pico. Suscitar el interés del lector -sin duda- es una demostración de talento. Aburrir es un gravísimo pecado literario.
Por otro lado, el brownismo tiene la gracia del reencantamiento del mundo. ¿A quien no le gustan las ficciones que revelan una subrealidad o una gran conspiración oculta? Algunos lectores se decantan por las conjuras del Priorato de Sion, otros por ciertas teorías marxistas, pero el mecanismo imaginativo es el mismo: lo real no es la realidad. Mientras se asimile como ficción, está todo bien. Pero las fantasías de Dan Brown tienen la virtud o el defecto de resultar convincentes para los más crédulos. El Código Da Vinci se ha leído como verdad histórica. El símbolo pérdido, que se refiere al supuesto mayor secreto de Estados Unidos, corre ese riesgo. Miles de personas creen que en Washington se esconden secretos tenebrosos. Otros juran que el ser humano es poseedor de capacidades sobrenaturales de las que no es consciente. Brown añade otro enigma: la pseudociencia noética, que busca cuantificar campos de energía hasta ahora desconocidos, como el alma o la plegaria. Postula que el pensamiento, debidamente canalizado, afecta y modifica la masa física. Es otra moda, como lo prueba el éxito de la excelente serie de televisión Fringe y esa fruslería escrita titulada El secreto.
El símbolo perdido es, por encima de todo, un libro entretenido que, seguramente, no dejará con hambre a los amantes de la novela esotérica. Se concentra en la francmasonería. Pero no injuria a nadie como ocurrió en El Código con los católicos. Postula, a lo sumo, que los masones practican un juego arriesgado: guardan un secreto muy peligroso. Al llegar a la última página, el lector exigente no tiene esa desagradable sensación de haber perdido el tiempo como ocurre, incluso, con mamotretos de los últimos premios Nobel. Es cierto, Dan Brown no se trata de gran literatura. Eppur si muove.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa y La Capital del Mar del Plata.
Calificación: Regular
6 comentarios:
Hola, tienes un premio esperando por tí en mi Blog, por favor pasa por el, FELICITACIONES!!! Un abrazo
acá va la lista 2009 de The New Yorker: salvo Kavafis, Mantel y Tóibín, ni idea ;)
Querida Gabrielaa:
Muchísimas gracias. He recorrido la lista con placer y provecho. Me pregunto cuándo llegarán alguno de esos libros magníficos a la Argentina. La biografía de Trotsky de Robert Service debe ser interesantísima. ¡Qué exuberante es la vida cultural de Estados Unidos! ¡Qué envidia!
Un abrazo
G.B.
Muy buenas!
Es la primera vez que veo su blog, y me encanta la forma tan completa que tiene de hacer las reseñas.
Le enlazo a mi blog para seguirle de forma habitual
Un saludo
Estimado César:
Gracias. Queda usted cordialmente invitado a sumar su reflexión sobre las obras que aquí comentamos.
Me dispongo ahora a explorar su interesante blog.
Saludos
G.B.
El problema al leer ese libro es imaginarlo al personaje con la cara de Tom Hanks.
Gigio
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