domingo, 20 de agosto de 2023

Todo es soneto


De entre toda la diversidad de la poesía en verso cabe destacar una forma, una especie única, por su solidez y belleza. Si hubiera que destacar una sola forma poética de la literatura occidental, elegiríamos el soneto, escribió el estudioso
Eduardo Madrid Cobos. Su origen es italiano. La especie, que consta de catorce líneas, parece haberse originado en el siglo XIII entre la escuela siciliana de poetas de la corte, que fueron influenciados por la poesía amorosa de los trovadores provenzales, arriesga la Enciclopedia Británica.


Otras fuentes atribuyen la invención a Giacomo Da Lentini, también llamado Jacopo Da Lentini, notario en la corte del emperador Federico II del Sacro Imperio Romano Germánico. Festejado en vida, fue aclamado como maestro por los poetas de la siguiente generación, incluido Dante, quien lo recordó en el Purgatorio (XXIV, 55–57).


El crítico y matemático Carlo Frabetti ha conjeturado:

 "El extraordinario éxito del soneto se debe, en buena medida, a su estructura dramática, que lo hace especialmente idóneo para expresar, de forma tan intensa como sucinta, el eterno drama de la pasión, tanto de la espiritual como de la carnal".


En España, los dos cuartetos seguidos de dos tercetos se aclimataron firmemente en el siglo XV y alcanzaron su máximo esplendor en el Siglo de Oro (a Lope de Vega se le atribuyen 3.000 piezas). En nuestras tierras aparecieron dos siglos después y se multiplicaron como el ganado en la "pánica llanura interminable". El poeta colombiano José María Rojas Garrido (1824-1883) ha sentenciado que "la vida es soneto". Lo dijo en un soneto, claro está:


"Hizo Lope de Vega un buen soneto

sin decir nada, de orden Violante;

y así es la vida: en el primero cuarteto

canta la juventud saliendo avante.


En la edad varonil, el hombre inquieto

que lucha en pos del bien, rima incesante

pensando, iluso, conseguir su objeto

y es una octava el porvenir brillante.


Llega la ancianidad y el gran sujeto

de tanta inspiración surge triunfante:

¡es la muerte que asoma en el terceto!

 

Da la vida el reflejo agonizante

y el final de la estrofa es un secreto...

De la cuna al sepulcro es consonante".


El soneto no sólo ha conservado su encanto para los mejores poetas del español durante cinco siglos. También atrajo a los eruditos. En un momento de su vida, Fernando Sorrentino concibió una tarea colosal y quijotesca que merecería ser elogiada en un cuento de Borges: "Compilar una especie de repertorio total de sonetos argentinos". Pronto se dio cuenta que era imposible, pero por varias razones.


Con el fervor de un coleccionista reunió 800 de estas piezas, casi todas magníficas. Llegan hasta 1952 por la delicada cuestión de los derechos de autor. Y -según su propia confesión- gran parte del tiempo invertido en su trabajo fue para averiguar las fechas de nacimiento y de muerte de sus autores.


De aquel total, 300 fueron atesorados en un libro que aquí queremos recomendar: 300 Sonetos por 70 poetas argentinos. De Luis de Tejeda a Ana María Choouhy Aguirre (Losada, 319 páginas, edición 2022). Aquel que se interesa en la poesía y en nuestro acervo cultural no debería ignorar este volumen. Sorrentino -cuentista, ensayista, entrevistador y destacadísimo columnista del diario La Prensa- ha realizado un trabajo formidable.


El repertorio es muy valioso. Arranca en tiempos de la colonia. Ya por entonces, al parecer, había intelectuales lamebotas del poder, una plaga que tendemos a pensar como característica de nuestros tiempos degradados. Juan Baltazar Maciel (1727-1809) llama a Pedro de Ceballos "hijo de Minerva, que la egida (NR: sin acento) blandió mejor que Ulises y Teseo". El soneto al virrey fue motivado por haber frustrado los planes de los arteros portugueses de apoderarse de Colonia de Sacramento.


Entre los prohombres de Mayo, el laborioso Sorrentino ha encontrado una gema. Domingo de Azcuénaga (1758-1821), hermano del vocal de la Primera Junta y primer fabulista de la Patria, atiza al censor de Buenos Aires. Es probable que el remate del poema nunca pierda vigencia por estos lares:


"porque todos sabemos que hay criollos

que se ponen a hacer papel de gallos

sin que puedan hacer papel de criollos".


El último terceto de “A la Ciudad de Buenos Aires” de Fray Cayetano José Rodríguez (1761-1823) también parece haberse escrito hoy a la mañana:


"Los viles sobre ti cantan victorias

y por despojos sólo te han quedado

de tu antiguo esplendor tristes memorias".


Naturalmente, los próceres, los símbolos patrios, los valientes como Quiroga, ciertas almas modélicas de la Iglesia y la Literatura han sido celebrados por la pluma entintada "con vático furor". Vicente López y Planes (1785-1856) compuso el “Soneto elegíaco a la muerte del general Manuel Belgrano”, quien "formó el universo de la nada". Dígame, con una mano en el corazón, si la última invocación del autor del Himno Nacional no es aún relevante:


"¡Compatriotas! ¿Oísteis? ¿Qué dudamos?:

imitando a Belgrano nos salvamos.


DOBLE JUEGO


Hay un par de juegos muy interesantes en el libro. El primero es el vaivén entre el clasicismo y la poesía atorrante que propone el lunfardo. Por ejemplo, entre Gabriel Alejandro Real de Azúa (1803-1889) que venera la dulzura de Petrarca, la constancia de Epitecto, la bondad de Antonino... y Yacaré (1889-1929) que le canta al curdelón de fonda "rey de los grapines", al pechador "tigre viejo en la manga", y a un par de "rechiflaos por una mina... que buscaron verse frente a frente pa' arreglar el asunto en una esquina".


Como siempre ocurre, la variedad temática y la calidad del volumen delatan las cualidades del seleccionador. El lector de La Prensa ya conoce el ingenio, el amor al detalle y la seriedad de Sorrentino que honra ese diario con las columnas “Acuarelas porteñas” y “La belleza de los libros”. Aquí dedica idéntica atención amorosa al consagrado y al poeta ignoto. Están Lugones, Almafuerte, Storni, Carriego y Leopoldo Díaz. Pero también los poco conocidos. Como Claudio Mamerto Cuenca (1812-1852), doctor y poeta que un mercenario español, al servicio de Urquiza, lo mató a sablazos durante la batalla de Caseros por querer proteger a los heridos de un hospital de campaña.


Cuenca nos hace reír a carcajadas con “Inés”. Resulta que Favonio descubre, en el "lecho apetecido", que no sólo todas las redondeces de su amada son falsas sino que también usa dentadura postiza y peluca. ¡Pobre Favonio!


También nos causan gracia los torpes intentos de una de las glorias de nuestra literatura para componer literatura erótica. Qué puede decirse de esta estrofa, además de que causa ternura por ser lamentable:


"Abrióse con erótica eficacia

tu enagua de surá, y el viejo banco

sintió gemir sobre tu altivo flanco

el vigor de mi torva aristocracia".


El peor Leopoldo Lugones tenía otro vicio que a Borges irritaba. El berretín de querer escribir con todo el diccionario por culpa de su empeño en querer ser original. ¿A quién se le ocurre usar "crisoberilo" y "plinto" en un poema sentimental? Son menudencias, claro está. Creemos que nadie puede discutir, seriamente, que Lugones sea un gran poeta.


Una última curiosidad. En “A la América”, Don Bartolomé Mitre comparó las gestas de nuestra independencia con los trajines de Iván Stepánovich Mazepa, un noble cosaco que en el siglo XVIII luchó por restablecer la independencia de Ucrania frente al dominio de Rusia. Vea usted que la gesta de Volodomir Zelensky, ese conmovedor héroe de nuestro tiempo, viene de muy lejos.


Al final de este libro maravilloso, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Siguen escribiendo sonetos los líricos de nuestro tiempo? A priori, podemos suponer que los espléndidos rigores de la rima y de la métrica no se llevan bien con la flojera de la Generación del Milenio.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Muy bueno