Anagrama. 428 páginas. Colección Compactos. Edición 1999
En el raro universo que habitamos hay estrellas de materia tan densa que una cucharadita pesa más que un rascacielos en la Tierra. Con el arte ocurre lo mismo. Un párrafo o una página de la Alta Literatura tiene más belleza, opulencia, profundidad y sabiduría que la obra completa de un autor de tercera o cuarta fila. Es el caso de esta novela, una de las mejores que he leído en mi vida. Su densidad tiende al infinito. Corrobora que escribir mal es sólo consecuencia de la falta de erudición. Y confirma la intuición de que los lectores apasionados podemos ser felices agotando la obra de nuestros autores favoritos (en este caso el insigne John Banville) y haciendo un corte de manga a casi todo lo demás.
En magnífica primera persona (es una suerte de memoria o álbum de recuerdos), se reconstruye la vida de sir Anthony Blunt, uno de los principales catalogadores de nuestra era, catedrático de Oxford y Cambridge, eminencia de la British Academy, erudito en Nicolás Poussin y William Blake, y, sobre todo, inspector de Dibujos y Pinturas de la monarquía británica. Pero, prácticamente, nadie lo recuerda hoy por la finura de sus antenas como crítico o historiador de arte sino por haber sido durante más de treinta años un espía de la Unión Soviética. Está probado que sus delaciones condenaron a una muerte atroz a personas detrás de la Cortina de Hierro. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher desenmascaró al farsante ante la Cámara de los Comunes. Occidente entero se estremeció.
Convengamos que entre los tipos humanos pocos son tan interesantes como el del traidor o el del homicida desapasionado (caso Martín Fierro, dicho sea de paso). ¿Hace falta señalar que Blunt-Maskell no era un criminal común y silvestre? El esteta talentoso y estoico, el esbirro de la KGB, el niño mimado de la aristocracia intelectual fue además un homosexual promiscuo, de esos que merodean los baños de estación de ferrocarril en procura de “carne apropiada”. Bueno, también lo eran casi todos los miembros de la célula que Moscú reclutó entre Los Apóstoles de Cambridge. Banville los retrata con la habilidad de un miniaturista persa; los personajes secundarios son fascinantes, como Boy Bannister (Guy Burgess, en la vida real) a quien Blunt ayudó a fugarse a la URSS en los cincuenta; o un tal Querrell que no puede ser otro que Graham Greene.
El final de la novela es asombroso; proporciona una explicación coherente y verosímil a los misterios del expediente Blunt. ¿Quién fue el ángel de la guarda o la legión de ángeles que protegieron su duplicidad radical durante años? Pero no es en el terreno de Le Carré que el libro relumbra como el oro del Vaticano sino en la magistral exploración de un alma descarriada y en la vivisección de una felonía que dejo al mundo boquiabierto. En diciembre de 1980, el egregio George Steiner meditaba en The New Yorker:
“El espionaje y la traición son tan antiguos como la prostitución. Y, evidentemente, han atraído muchas veces a seres humanos de cierta inteligencia y audacia y, en algunos casos, de elevada posición social. Sin embargo, que se alistará en este repugnante oficio un hombre de tal superioridad intelectual, un hombre cuyas manifiestas aportaciones a la vida espiritual son de extrema elegancia y percepción y que, como estudioso o como profesor, hizo de la veracidad y de la escrupulosa integridad la piedra de toque de su trabajo, es verdaderamente singular. No se me ocurre, en relación con la época moderna, ningún paralelismo genuino con la traición del profesor Blunt”.
Del estilo de El intocable sólo pueden hablarse maravillas. Los párrafos son macizos, exuberantes, ricos en vocabulario e ideas fecundas. Los diálogos, vivaces; hay una sucesión de cautivantes escenas teatrales, incluso absurdas. Menudean las alusiones clásicas; recuérdese que oímos la voz de un erudito. Un fulano tiene “una atractiva cojera a lo Byron”. Otro “era la viva imagen del viejo Martin Heidegger con un bigote que parecía un tiznajo”. Una mujer ofrece “una pose a lo Sarah Bernhardt”. Otra le recuerda “a una de esas intrigantes mundanas de Henry James como Madame Merle o la señora Assingham”. Steiner sostiene que Banville es el estilista más elegante de la lengua inglesa. Quien no conozca al mejor escritor vivo de Irlanda, esté es el libro apropiado para comenzar una relación amorosa.
Entre mil subtemas interesantes, Blunt-Maskell-Banville ofrece una exquisita y certera teoría metafísica sobre el arte (obsérvese el delicado uso del punto y coma):
“La obra no tiene ningún significado; relevancia, sí; sentimientos; autoridad; misterio -magia, si se quiere-; pero no significado. Su significado es estar allí. Este es el hecho fundamental de la creación artística, representar algo que de otro modo no existiría (Por qué lo pintó. Porque no estaba allí)”.
El intocable tiene todo lo que la Gran Novela puede ofrecer al lector culto. No se me ocurre un elogio mejor.
Guillermo Belcore
Calificación: EXCELENTE
PD: ¿Dije que Banville es uno de mis narradores favoritos? Este blog ha reseñado otros tres libros de su autoría.
7 comentarios:
A mi también me gusta mucho Banville. Ahora mismo estoy leyendo "El mar", que me parece magnífica. Tomo nota del libro que reseñas.
Saludos
Amazon, allá voy
(aunque confieso que el último de Benjamin Black no me gustó tanto como el primero de la serie)
Escribir mal no es resultado directo de la erudición en mi apreciación aunque desde luego que ayuda y también el sentido común, el buen gusto, la coherencia fuera de las audacias que aún ahí se agazapa en el interior, ya que si fuera así los académicos e intelectuales más grandes serían escritores o los científicos e investigadores más inteligentes como Einstein lo hubieran sido, es insuficiente esa afirmación y un recurso simplista si me permites ya que todo se resume en la incapacidad mental y es más “un insulto” que un verdadero análisis pero entiendo la practicidad de su uso, incluso hay gramáticos, filólogos y lingüistas que no pueden con la escritura de ficción y es que es asunto de imaginación, de creatividad y en éste rubro no necesariamente están los más cerebrales sino mayormente los más prácticos, de empatía sentimental con alguna historia, de una estética basada en la personalidad y que muchas veces tiene poco de formal, de ruptura con el lenguaje, de atrevimiento, de talento natural, también influye la cultura pero es relativa a instancia de saber disponer de ella, como es la inteligencia en realidad, no un cúmulo de muchos conocimientos sino el manejo de tales.
Banville me provoca como escritor, me parece estupenda la mención de Steiner y a ver si lo abordo, que estoy buscando el eclipse y el libro de las pruebas además. Suena muy interesante eso de que nadie lo esperaba como espía, lo que supone que estaba bien en el papel ya que de eso se trata. Me parece una vida muy predispuesta a la literatura y sugerente, habría que ver cuál es la línea que separa realidad de imaginación. Un abrazo.
Mario.
Estimado Mario:
Vaya, ¡qué replica más contundente! Es verdad, la hipótesis es casi una provocación. Pero honestamente creo en la teoría de las influencias (ver un comentario en este blog). ¿Borges hubiese sido Borges sin sus copiosas lecturas? ¿Onetti hubiese inventado la saga extraordinaria de Santa María sin su admiración por Faulker? Es verdad, que algunos narradores tienen el don y parece que no necesitaran ayuda de nadie, pero esos son tan raros como un gorila blanco.
A ver que te parece esta afirmación: la erudición es en los buenos escritores un valor añadido, como la originalidad o el dominio de la metáfora. (seré puerco por una vez, algo así como los pechos grandes en una mujer).
Yo cuando leo las paupérrimas novelitas argentinas de hoy suelo preguntarme: ¿Qué libros han leído, que cuadros han visto, que música han escuchado estos chicos que pretenden ser llamados "escritores", "escritoras" sin querer pagar el precio de la creación artística?
Muchas gracias por escribir
G.B.
El autor del blog tiene razón en que la erudición (la cultura) es un valor añadido en la creación. Ahora, yo creo que la cultura no es sólo refinamiento libresco, sino también apertura a otras realidades y conocimientos. Por ejemplo, sin el viaje a Haití que realizó en los años '40, Carpentier no hubiese podido escribir "El reino de este mundo", la novela precursora del realismo mágico y una de las más grandes de la lengua española. También es cierto que los escritores argentinos actuales jóvenes tienen una cultura paupérrima y muy poca experiencia de vida. No quieren "pagar el precio" de ser artistas. Y así les va.
Sólo puedo decirle que me encantó su reseña sobre este libro, lo leí y me gustó mucho.
Quiero agradecerle las magnificas críticas que ha hecho y hace, porque me han llevado a leer grandes libros, algunos de ellos totalmente desconocidos para mí.
Un cordial saludo de una enamorada de Pynchon.
Estimada Belen:
Gracias. Me hace bien ser de utilidad.
Un saludo cordial de otro enamorado de Pynchon.
G.B.
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