Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
lunes, 29 de diciembre de 2008
La lámpara de Aladino
Tusquets. Cuentos, 174 páginas. Edición 2008
Este volumen de cuentos no es para todos. Es muy probable que deleite a aquéllos europeos simplones que creen que la literatura de América latina debe ser el mero abuso de los detalles pintorescos. O a los militantes políticos que subordinan cualquier manifestación artística al mensaje. También será apreciado por los lectores que crean que la sensiblería no es un ripio insoportable.
Luis Sepúlveda (Ovalle, 1949) es un narrador chileno que aquí reitera defectos de Isabel Allende y Eduardo Galeano. Trata a sus personajes con paternalismo. Sucumbe al mito del buen salvaje y tiene el mal hábito de retacear información sin llegar nunca a ser sugerente. Se nota en todas partes la falta de inventiva.
Quizás el mejor relato sea Historia mínima. Un hombre desespera en la espera de una mujer. Lleva un ramo de flores. La gente lo mira con curiosidad o con sorna. No sabemos por qué. Al final, Sepúlveda descubre sus cartas: se trata de un enano. Esta maravilla contrasta con El Vengador, un flojísimo relato policial que ignora o desprecia las reglas del género. El propósito de la composición parece haber sido mofarse de los policías de Hamburgo.
El lector podrá encontrar abundante color local en Hotel Z y en La reconstrucción de la catedral (la Amazonia); y en La lámpara de Aladino (el estrecho de Magallanes). Hay un homenaje al primer squatter de la Patagonia, cuya maldición fue haber hallado monedas de oro. Hay relatos del tumultuoso Chile de los años sesenta y setenta, que incluyen una atractiva reconstrucción de época y anécdotas que van deshilanchándose por las ñoñerías del escritor. Justamente, ¡Ding-dong, ding-dong, son las cosas del amor! alude a un canción de Leonardo Favio y puede ser tachado de versión literaria de las empalagosas baladas románticas.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular
sábado, 27 de diciembre de 2008
Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos
Debate. Ensayo de sociología e historia. 255 páginas. Edición 2008.
Siempre resulta interesante leer a un iconoclasta. Juan José Sebreli (Buenos Aires, 1930) demuele aqu¡ el panteón de la gente crédula. Con cañonazos como los del acorazado Yamato pulveriza cada uno de los mitos que se han edificado en torno a Gardel, Evita, el Che Guevara y Maradona. El ensayo es entretenido, convincente y minucioso. Pero al polemista apasionado se le han deslizado algunos errores menudos. Afirma, por ejemplo, que la l¡nea 49 de colectivos atraviesa Pompeya.
En manos de Sebreli las ciencias se convierten en una daga filosa. La psicolog¡a le permite indagar en la sexualidad ambigua de Gardel y en los comportamientos políticos de Eva Duarte. Con la historia desbarata las boberías nacionalistas sobre el tango. Con la filosof¡a de Hegel desmenuza la personalidad aventurera de Ernesto Guevara. Con la estadística prueba que Maradona no fue el mejor futbolista de todos los tiempos. Su adversario no es sólo la ignorancia popular, sino también el populismo de cátedra -a lo Dri o a lo Pigna- y los políticos cínicos e inescrupulosos, como aquéllos setentistas que cincelaron el mito absurdo de la Evita revolucionaria.
Sebreli se parapeta tras una racionalidad que no es condescendiente con nadie. Su pensamiento tiene la dosis justa de marxismo. Odia a los demagogos y lo que denominamos corrección política -por no decir cobardía- lo tiene sin cuidado. Advierte que el mito es pernicioso porque consagra el fanatismo como virtud y anula en la persona su conciencia de libertad y su sentido de la responsabilidad. El problema es que hay millones de compatriotas que desean ser engañados. Es el deseo de fascismo de las masas, sentenció Wilhelm Reich. No sólo de las masas. Este libro imprescindible delata a los intelectuales que adoran el fetiche y el fraude.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el 14 de diciembre de 2008.
Calificación: Muy Bueno
viernes, 26 de diciembre de 2008
Matemática... ¿estás ahí? Episodio 100
Siglo Veintiuno. Ensayo de ciencias, 255 páginas. Edición 2008.
El cuarto volumen de la espléndida saga que ha forjado Adrián Paenza (Buenos Aires, 1949) no comienza bien. El profesor y periodista narra un par de episodios desagradables que ocurrieron en un colegio primario, donde fue invitado a dar una charla. Según su relato, desenmascaró a un cretino y humilló en público a la directora. ¿Por qué airear esas miserias? ¿Quiere demostrar que es más listo que el docente promedio? ¿Tiene la compulsión de pontificar? ¿Se le subió el éxito a la cabeza? Por fortuna, fue un mal paso, el libro se encarrila de inmediato.
En efecto, el lector encontrará aquí el mismo material excelente pero distinto que incluían los tomos anteriores, los que se han convertido en un fenómeno de ventas por la claridad de la prosa, la seriedad de la propuesta, y la pasión del autor. Paenza nos persuade que la matemática está viva, rebosante de problemas sin solución, repleta de intrigas y misterios. Uno agradece esa seductora incertidumbre que creíamos limitada al arte o a las ciencias sociales.
Para quienes nunca leyeron a Paenza (lo mal que hicieron), digamos que su trabajo instruye, divierte y causa pasmo. ¿Sabe usted, por ejemplo, qué es el ISBN, el código numérico que incluye cada obra publicada? ¿O qué mide la escala de Ritcher? ¿O por qué es mejor consultar a un fulano que se equivoca nueve de cada diez veces que acudir a quien tiene un historial de aciertos del cincuenta por ciento? La gran virtud del ensayo es contribuir a poner en marcha la trabajosa serie de ruedas dentadas que componen nuestra mente.
Un especial elogio merece el desarrollo de una cuestión angustiosa: ¿cómo tomar la decisión más educada? Paenza lo ejemplifica con la ejecución de un tiro penal. El entrenador debe optar entre Messi o Crespo. La matemática no elige por nosotros, pero siempre nos proporcionará una perspectiva inteligente.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de cultura del diario La Prensa.
martes, 23 de diciembre de 2008
Beta plus plus
He aquí pues la entrada número trescientos de La Biblioteca de Asterión. Como buen periodista, profeso la superstición de los números redondos. El hecho se superpone (casi) con el primer aniversario del blog. Estoy feliz. Es un capricho muy satisfactorio.
No faltará quien se pregunte para qué me ha servido, para qué sirve en general la crítica literaria, una actividad, en esencia, parasitaria y subordinada, aunque, como se ha escrito, en la historia son más escasos los grandes críticos que los grandes escritores.
En lo personal (o mejor dicho en lo espiritual), el blog me ha permitido tres o cuatro cosas valiosas. En primer lugar he rescatado del olvido casi siete años de trabajo. Las reseñas aquí incluidas se han publicado (no todas) desde 2002 en el diario La Prensa. Los periodistas escribimos para el distraído lector del día siguiente o bien para los historiadores. El valor de nuestro trabajo es efímero, si no se recoge posteriormente en forma de libro o en algún formato digital. ¡Oh, qué gran invento Internet!
En segundo lugar, el blog me permitió conocer gente interesante, valiosa e instructiva, con las cuales, quizás, jamás hubiera trabado una ligazón. Resulta muy gozoso dar con alguien que comparte una afición. La web -¿hace falta decirlo?- nos permite saltar las fronteras y los océanos. He recibido mensajes de lugares remotos. ¡Oh, que gran invento Internet!
La confianza
He confirmado, además, algunas intuiciones. Subsiste una demanda popular de honestidad, competencia y valentía en el terreno de la crítica artística. Muchos lectores, sobre todo los más instruidos, desconfían (con justa razón) de los grandes medios. Han encontrado en los blogs una saludable corriente de aire fresco en un ambiente viciado por los compromisos de la distinta índole. Sobre todo en el mundo de habla hispana, donde el amiguismo y la cobardía hacen estragos. Pocos se animan a pisar un callo, somos pocos y para qué pasar el mal trago de cruzarse en un cóctel con un escritor resentido. Quizás en Estados Unidos o Inglaterra donde la crítica literaria, por fortuna, roza lo despiadado no tengan este problema. Es interesante lo que ha escrito Norman Mailer al respecto (ver en este blog).
Por lo demás, quisiera reivindicar aquí con toda decisión la crítica periodística, muy, pero muy diferente a la académica, la que nunca permite al profano distinguir si vale la pena o no comprarse una obra. Ante la proliferación de libros de las más variada calidad, considero esencial la tarea de sugerir, orientar y, en última instancia, de emitir un juicio bien fundamentado.
Pero ese juicio, ¡ay!, nunca será más valioso y trascendente que la literatura en sí. Estoy leyendo ahora a George Steiner, ese sublime modelo al que aspiro, pero con la certeza de que es un ideal inalcanzable. No tendré nunca, me temo, su exquisita erudición. He perdido mucho tiempo leyendo pamplinas, en lugar de nutrirme con los clásicos. Steiner dice que el crítico es, a lo sumo, un gran señor del séquito, una sombra condenada de las luces más intensas. Nos conformamos con ser el cartero, un postino, cuyo privilegio se limita a llevar el material noble del poeta y el reformador social, el pensador y el dirigente político. En el mejor de los casos, la elite de la segunda categoría. A mí, personalmente, me encantan Quintín, Ignacio Echeverría, Rodrigo Fresán y los amigos de los blogs que se incluyen bajo el título "Para bibliófilos".
Compatriotas
Estoy empeñado en divulgar la buena literatura argentina (es decir, en propiciar la venta de más libros), aunque la realidad ha venido saboteándome. Aguardo con esperanzas menguadas la gran novela nacional, esa obra oceánica que nos explique. Saer ha muerto. Respeto a Aira, pero sus cachorros son desagradables. Piglia aún no ha ganado la inmortalidad. Está de moda el narcisismo más inane, el "yo odioso" del que hablaba Pascal. El mal gusto tiene elocuencia propia. Entre los vivos y de lo que va del siglo, lo que más se ha acercado a mi veleidosa preferencia es El enigma de Herbert Hjortsberg de Hugo Correa Luna. Por desgracia, casi nadie la ha leído. Buscala, vale la pena.
Desde una óptica positiva, veo hoy a la literatura argentina como un enorme mosaico cuyas partes van de lo excelente a lo horrible. Hay algunos azulejos valiosos que retratan con destreza una diminuta porción de la realidad. Estoy pensando en Pedro Mairal, Claudia Piñeiro, Miguel Vitagliano, Jorge Torres Zavaleta, Félix Bruzzone, Marcelo Birmajer, Juan Diego Incardona, Inés Garland, Guillermo Martínez; y creo que no me olvido de nadie más entre los que he leído, los cuales obviamente no son todos los que publican. Brilla por su ausencia la vocación imperial, el deseo de superación. La novela promedio apenas supera las doscientas páginas. El hada de la Gran Literatura, la que perdurará, se siente abandonada. Oscar Wilde decía que el arte es diez por ciento inspiración y noventa por ciento, transpiración. Esto es Argentina, predomina el desdén aristocrático hacia el esfuerzo.
Bien, cierro con el principio. La Biblioteca de Asterión ha cumplido un año. Seguiré, dios mediante, en 2009 divulgando aquél libro que me ha cautivado. Soy arbitrario, lo admito. La mía es una crítica basada en el gusto, persiguiendo siempre la erótica de la obra. Sigan acompañándome.
G.B.
viernes, 19 de diciembre de 2008
El misterio Levrero
Moscardón imaginario III
Fue el jueves pasado, en formato de charla abierta entre Luis Chitarroni y Damián Tabarovsky, dos intelectuales que tienen el don de la amenidad. La concurrencia fue menor a la esperada: que se embromen los fatuos que se perdieron una experiencia muy placentera, no sólo en términos intelectuales. En la crónica de Patricio Zunini se habla de “un ambiente de intimidad y proximidad muy agradable” (http://www.eternacadencia.wordpress.com/). Creo que la descripción es correctísima. El merito de todo esto es del editor Pablo Braun. Doy fe que es una de las personas que más conoce sobre Levrero en
Chitarroni resaltó el “sigilo” del ilustre uruguayo, lo asoció con Kafka y Proust, hilvanó los vocablos “postergaciones” y “microscopías”, mencionó “el bello peso de la tradición costumbrista”. Disparó también un cañonazo genial: Levrero es la antítesis perfecta de Eduardo Galeano.
Tabarovsky admiró la relación fecunda entre neurosis y literatura en la novela de marras (Levrero, tengo para mí, es otro tributario genial de Italo Svevo, un Zeno Cosini rioplatense que ha escrito: “mi rol social es de loco”). Al final, el sociólogo dejó en el aire una pregunta muy interesante: por qué Buenos Aires, en cierto sentido tan similar a Montevideo, no ha sido capaz de engendrar un talento semejante. En este punto quisiera detenerme.
La primera respuesta que se me ocurre es la más obvia. El genio es algo misterioso que aparece allí donde puede. Siempre me ha intrigado porqué
Es por eso, supongo, que el narcisismo de La novela luminosa no resulta fastidioso y vano como el de tantos plumíferos argentinos. Es todo lo contrario. En nuestra patria, el exhibicionismo del yo es una verdadera plaga; en la plenitud narrativa de Levrero es un elemento funcional que vuelve interesante los asuntos más triviales.
Tabarovsky, aunque no con estos términos, también se refirió a la elusiva erótica del libro de Levrero. ¿Qué es lo que lo torna tan cautivante? ¿Cuáles son sus procedimientos, las técnicas que lo elevan al Parnaso de la gran literatura? Intentaré hacer un punteo.
a) La prosa: Fresca, expresiva, plagada de expresiones coloquiales. Es una lectura fácil y gratificante.
b) La originalidad: Es una novela sobre la imposibilidad de escribir una novela. Hay un diario de 450 páginas, más cuatro capítulos de La novela luminosa propiamente dicha, más una suerte de cuento corto sobre un asunto que no tiene mucha relación con todo lo demás, pero se lee con provecho y agrado.
c) Las técnicas de complicidad: He sentido que Levrero me hablaba a mí y he me identificado una y otra vez con el protagonista. Soy, debo confesarlo, un hipocondríaco, un fulano que adora las nuevas tecnologías pero tiene algunos problemas para aprovecharlas, un dependiente de las mujeres, un sujeto a menudo intratable en lucha permanente con aquello que percibo como bajeza y ordinariez. En fin, cómo no me iba a gustar.
d) Sabiduría: La novela contiene decenas de reflexiones brillantes sobre los más variados temas. Son, como he escrito en un comentario anterior, flores magníficas que aparecen en la espesura. Me encantaron, por ejemplo, los sensatos comentarios sobre la música sinfónica, la burocracia estatal, la opera (yo también la detesto, o al menos no la entiendo), las malas artes de la prostitución, la vida de los insectos (al parecer, las hormigas también son individualistas y viciosas), la adicción que provoca la lectura.
e) Espiritualidad: Este es, creo, el aspecto más relevante. Levrero demuestra un talento inusitado para transmitir experiencias espirituales muy intensas. La clave del libro es la desintegración de su vínculo amoroso con
f) Contexto: El telon de fondo de la obra es un Montevideo de pesadilla, estropeada por el populismo de izquierdas y la decadencia cívica. Levrero es otro “profeta del asco”, como diría Quintín con inigualable ingenio.
g) Intertextualidad (si es ésta la palabra correcta): Levrero no sólo es un gran crítico literario, sino que hay una tirantez, un nerviosismo entre el autor y los críticos. Me da la impresión que buscó incluso influir en el público más preparado. Por ahí insinúa que le gustaría que lo comparen con Bukowski. Por allá, reivindica a escritores que han sido repudiados por el establishment de las letras como Somerset Maugham o Rosa Chacel. Textual de Levrero: “una novela no es para ser entendida”.
Guillermo Belcore
miércoles, 17 de diciembre de 2008
La novela luminosa
Mario Levrero
Mondadori. Novela, 567 páginas. Edición 2008. Precio aproximado: 65 pesos.
La novela luminosa es una obra póstuma, que se resiste al encasillamiento fácil. Consta de dos partes: El diario de la beca y un puñado de capítulos de la novela propiamente dicha. En el fondo, es la transmisión de una serie de experiencias espirituales. Quizás, la más trascendente sea la desintegración del vínculo amoroso del escritor con una joven bella y lista. El pesar lo hunde en manías y obsesiones seniles, a lo Zeno Cosini o Woody Allen, o incluso Bukowski. Vive de estrés en estrés. Debe concluir un libro que le ha encomendado
En ningún momento, el libro se hunde en el narcisimo inane que caracteriza a tantos plumíferos argentinos. El estilo narrativo de Levrero tiene fuerza hipnótica, resulta difícil de explicar cómo hace para convertir cualquier trivialidad en un asunto de sumo interés. La trama –si es ésta la palabra correcta- viene esmaltada con lúcidas reflexiones, como flores que estallan en la espesura. Son joyas de observación o bien especulaciones excelentes. Como si lo dicho fuera poco, el narrador uruguayo también refulge como maestro de las técnicas de complicidad y como crítico literario.
La publicación de este volumen, pues, es un espléndido regalo de Navidad.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
PD: Acabo de leer este libro en mis apretadas vacaciones. Lo disfrute, entre otros magnificos escenarios, en la confitería del cerro San Javier y en los jardines de un hotel de Tafí del Valle. Fui inmensamente feliz. Por otro lado, qué linda es la provincia de Tucumán. Allí nació la Argentina.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Mussolini
lunes, 8 de diciembre de 2008
La cuarentena
Se ha sentenciado que Le Clezio es “un autor para el ecologista culto”. El País de Madrid lo tachó de “apóstol del mestizaje”. Viajero pertinaz e intelectual alarmado por las injusticias ha convertido su vida en una suerte de obra de arte. Constatamos aquí que escribe muy bien: es un narrador culto, sofisticado y capaz de transmitir sensaciones poderosas. La cuarentena contiene momentos de subyugante belleza, pero en conjunto el libro es mortalmente aburrido. Llegar al final es como ducharse con agua fría o cenar verduras. Exige una firme voluntad.
Se reconstruye el calvario del abuelo materno del autor. “Escribo novelas porque no soy capaz de escribir mis memorias”, ha declarado Le Clézio. Nos remonta a fines del siglo XIX, cuando Jacques Archimbau, su hermano, su esposa, un puñado de europeos y centenares de inmigrantes indios fueron confinados en un peñasco frente a la isla de Mauricio. Traían en el barco una epidemia de viruela.
Después de un prometedor comienzo en el que tropezamos con Rimbaud –primero como adolescente colérico y luego agonizando en Aden-, el relato de la cuarentena se hunde en el sopor y la cursilería. El narrador es León ‘El desaparecido’. Le Clézio lo usa para testimoniar su nausea ante el colonialismo, el vértigo frente a la naturaleza tropical y el embelesamiento por las culturas exóticas y los saberes bajos. No podía faltar el romance entre el blanco y la cándida muchachita de piel oscura. El tono de Discovery Chanel estropea la trama. El mundo es confinado a una postal, que respeta a pie juntillas las ideas en boga. A la mala conciencia de los suecos le encantan estas manufacturas bien pensantes.
Guillermo Belcore
viernes, 5 de diciembre de 2008
Sobre los acantilados de mármol
Tusquets. Novela, 220 páginas. Edición: 2008. Precio aproximado: 55 pesos.
Ernst Jünger (Heidelberg 1895-1998), uno de los mejores escritores del siglo XX, cultivó el simbolismo por la misma razón que Luis de Góngora: para confundir a los inquisidores. Uno se estremece pensando en lo que debe haber sentido el ciudadano decente cuando esta escritura llegó a sus manos, con su repudio audaz "a la ralea reprobada por toda la eternidad que se deleita horriblemente con la profanación de la dignidad y la libertad humana''.
El narrador es un botánico que sobrevive a la devastación de La Marina, comarca europea que no puede sino ser Alemania. Se funden tiempos y lugares distintos. La prosa exquisita va engarzando ideas como piedras preciosas en el metal. El Guardabosque Mayor es el hacedor del caos. Se trata, naturalmente, de Adolf Hitler. Hay dos nobles osados (sólo dos), militares enviciados, bravísimos campesinos, sacerdotes lúcidos pero etéreos, chusma de taberna. La trama resulta profética. En la espesura funciona una barraca de desolladores que anticipa los abominables campos de exterminio. Jünger, con su típico y refinado desdén, profetizó a sus compatriotas la hora de la catástrofe. El fuego y la ignominia purificaron los dos países, el fantástico y el tremendamente real.
Guillermo Belcore
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Creer que se cree
Paidos. Ensayo de filosofía. 127 páginas. Edición 2008. Precio aproximado: 40 pesos.
La reimpresión de este libro publicado en 1996 resulta oportuna y no sólo porque el autor visitó en estos días la Argentina. No es un tratado filosófico, sino un escrito personal y comprometido sobre Dios y los fines últimos. Recorre la reconciliación de un estudioso posmoderno con su herencia católica. Gianni Vattimo (Turín, 1936) cree haber hallado el “núcleo más auténtico de la fe cristiana” y, en consecuencia, el hilo dorado de la historia occidental. El razonamiento se nutre de Nietzsche, de Heidegger y de una de las más bellas máximas evangélicas: “no os llamo ya siervos, sino amigos” (Juan 15,15). Propone una caridad purificada de dogmas.
Vattimo, el gran teórico del pensamiento débil, entiende que la esencia misma del cristianismo es la secularización, a la que define como “la disolución de lo sagrado metafísico-natural”. Dios ya no es esa presencia arbitraria, omnipotente y absoluta, sino que ha decidido instaurar una relación de amistad con el hombre (kenosis). Ese es el verdadero sentido de la encarnación de Jesús. El autoritarismo eclesiástico pretende, empero, fijar el significado de la revelación de una vez por todas en forma de mitos que exigen el sacrificio de la razón. Antes bien, los pastores y los creyentes deben demostrar una disponibilidad total a leer los signos de los tiempos sin más reserva que el mandato del amor. La doctrina buena no siempre es la más antigua. Vattimo concluye que la pedagogía divina es un proceso infinito en el cual puede darse la paradoja de que un Voltaire sea más eficaz para la cristianización (auténtica) de la humanidad que un obispo.
Provocador, convincente en largos pasajes, intenso, he aquí uno de esos textos que conviene leer para poner a prueba nuestras propias creencias.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el 9 de noviembre de 2008.
CALIFICACION: Bueno
PD: Se trata esta reseña de una relectura. Había abrevado en la obra hace unos diez años y la sentí entonces (y ahora) próxima a mis propias creencias. Me permitió conciliar la herencia cristiana con mi racionalidad burguesa. El concepto de un Dios amigo, que camina junto a mí, es maravilloso.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Fantasmas en el parque
Alfaguara. Autobiografía, 260 páginas. Precio aproximado: 40 pesos.
Stevenson advirtió que existe una virtud sin la cual todas las demás son inútiles: el encanto. La prosa de María Elena Walsh (Ramos Mejía, 1930) la tiene a raudales. Hay un profundo agrado en descubrir que no ha perdido el toque mágico, la chispa entrañable que nos conmueve a tantos desde hace tantos años. Criticarle sería casi como traicionar la infancia, ese territorio sagrado para los más dichosos.
Su último libro tiene la seducción de lo difícil de encasillar. Por encima de todo, es una evocación, casi siempre tierna, salpimentada con lúcidas miradas desde el Parque Las Heras, un hermoso pedazo de verde en pleno Buenos Aires al que amenazan el cemento corrupto y las inmundas deyecciones caninas.
Los fantasmas del título refieren a los que no están, amigos, conocidos o familia. ¿Era imprescindible ajustar cuentas en público con el padre y la hermana? El libro nos pasea de un tiempo y de un lugar a otro. Buenos Aires de fines de los cuarenta o de hoy, en permanente estado de precariedad, miedo y mugre. París, Punta del Este, una estancia en la pampa. Hay un amoroso homenaje a la compañera fiel. Desfilan personajes ilustres pero siempre son de carne y hueso. La mano invertebrada de Borges, la abadesa María Herminia Avellaneda, el debutante Charles Aznavour. Walsh demuestra talento para la metáfora, exquisita erudición y raptos sublimes de percepción de la realidad. También, vomita anticlericalismo y un desdén aristocrático que la lleva a considerar a los turistas como “una tribu nómada que deglute y prostituye todo”.
Entre otras gemas, preferimos la Plegaria del Lector Gustoso. La autora concluye que es mentira que la literatura está en vías de extinción. Los que moriremos somos nosotros. Y los libros, que una vez nos eligieron para formar parte de una cofradía tan apasionada como diminuta, nos echarán de menos.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
PD: La reflexión de la señora Walsh sobre el lector apasionado es brillante. Ha labrado con ese material insigne algunas de las mejores páginas que he leído este año. ¡Y tiene tanta razón! Hay un placer inmenso en descubrir, cuando uno menos lo espera, un lector inteligente, un interlocutor (“interlector”, lo llama) con quien conversar sobre autores, capillas literarias, obras clamorosas o fallidas. Bendita sea nuestra secta.
domingo, 30 de noviembre de 2008
Forastero
Sudamericana. Novela. 219 páginas. Precio aproximado: 40 pesos.
Forastero recibió el Premio Novela 2008 La Nación-Sudamericana. Mezcla costumbrismo, denuncia social e intriga tipo thriller clase C. Como en las manufacturas seriadas de Hollywood, hay un héroe atormentado por su pasado que recibe algunos golpes pero nadie se anima a liquidarlo. Resuelve el misterio saliendo a caminar por el monte hasta arribar por casualidad a un claro donde se cuece un caldo diabólico. Esto es hacer que Dios se siente en nuestro regazo, diría Raymond Chandler.
El narrador se llama Evaristo Soler, escritor de profesión. Llega a una ciudad norteña para investigar el homicidio de una chica, crimen similar al de María Soledad en Catamarca. Se hace pasar por periodista y paga por escuchar historias. La mugre aflora por todos los poros. Fiel al tópico, la trama incluye terratenientes pervertidos, un amanuense viscoso, aborígenes buenos, un traidor, chicas corajudas, sexo. Los diálogos están bien trabajados y el recurso de la sinestesia resulta agradable. Hay una interesante especulación sobre el universo.
El alter ego de Accame sostiene que una historia se escribe juntando los pedazos y cosiéndolos de la mejor manera posible. Se espera entonces que funcione, como el monstruo de Frankenstein. El problema aquí son las costuras. Pudo haber sido una excelente obra de teatro.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
lunes, 24 de noviembre de 2008
El amante imperfecto
Norma. Novela, 229 páginas. Precio aproximado: 45 pesos. Edición 2008.
El amante imperfecto recibió el Premio de Novela 2008 de la editorial Norma (dotado con treinta mil dólares). Carlos Chernov (Buenos Aires, 1953) lo escribió con una prosa minuciosa y prolija que favorece el trabajo del lector. No tiene, empero, talento para la metáfora. Muestra, además, una decidida inclinación hacia las cosas repulsivas y truculentas.
Fiel a la moda, el libro viene trozado en capítulos breves, algunos separados sin ton ni son. A pesar de sus contradicciones (Guillermo endiosa a las mujeres, treinta páginas después las usa y descarta) y de ciertos parlamentos inverosímiles de Helenita, el suspenso está bastante bien aceitado. Uno se desespera por saber en qué concluye esa relación enfermiza. El acelerado final, sin embargo, parece no haber sido trabajado con esmero, como si Chernov, exhausto, se lo hubiese quitado de encima.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Regular
viernes, 21 de noviembre de 2008
Recorre los campos azules
Eterna Cadencia. Cuentos, 206 páginas
¿Qué tiene Irlanda que nos fascina tanto? ¿El resentimiento que deviene de la pobreza? ¿El catolicismo, tan integrador como asfixiante? ¿Por qué la sentimos tan cerca? Algo es seguro, la isla esmeralda ha generado, en proporción, más escritores de primera que casi todas las naciones del globo. Por fortuna, este año leímos a Banville, McGahern y Connolly. Ahora descubrimos a una narradora sublime, que acaba de participar en el Festival de Literatura de Buenos Aires.
Con esta obra, Claire Keegan (1968) ganó el Edge Hill Prize 2007 que premia al mejor libro de relatos breves de las islas británicas. Su prosa es armoniosa, por momentos lírica, siempre hermosa de leer. La tristeza abruma a los personajes. Provienen de las zonas rurales, son hombres que están convencidos de que la posesión de la tierra o de una cabra genera más satisfacciones que las que alguna vez les darán su esposa y sus hijos. Mujeres sufridas osan rebelarse. Keegan logra redondear algo tan raro y tan espléndido como una ‘poética de las situaciones incómodas'.
Todos los cuentos de este volumen son exquisitos, pero hay dos memorables. Parecen novelas en miniatura. Recorre los campos azules narra la calamidad de un sacerdote que celebra la boda de su enamorada, una adorable pelirroja por quien quebró los votos de celibato. No tuvo el valor y la decencia, empero, de dejar los hábitos para vivir con ella. La hija del guardabosque encierra el dolor de un mujer inquieta que se casó con un patán a quien no ama. Su venganza es terrible. La trama incluye hasta el delicado punto de vista de un perro.
Leer a Keegan induce también a meditar sobre un rasgo magnífico de la literatura moderna. Una y otra vez, las musas reescriben a Chejov. Cambian los escenarios y la gente, pero la pulsión continúa. He aquí, en la dura campiña de Irlanda, una de las versiones mejor logradas.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento cultural del diario La Prensa.
Calificación: Excelente
PD: Uno de los dos o tres mejores libros de cuentos que leí este año. Buenos Aires tiene cosas maravillosas. Una editorial recién nacida se ha preocupado por acercar a la tribu de los lectores apasionados una autora formidable, que sólo con un Nobel hubiéramos llegado a descubrir.
PD II: La foto es del diario Página 12, que realizó una entrevista a la autora www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-11962-2008-11-15.html
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Europa en guerra 1939-1945
Planeta. Ensayo de historia. 711 páginas
Sir Norman Davies, honesto y riguroso catedrático de Oxford, no sólo interpreta aquí el papel de refutador de leyendas. Esboza una visión global del conflicto, apropiada para el siglo XXI. Yuxtapone e integra hechos sabidos que hasta el momento permanecían estrictamente segregados. Experto en Polonia, puede que algún perturbado lo tache de "ferviente anticomunista". En realidad, es un erudito que conoce a la perfección lo malvado que fue el marxismo cuartelero.
La obra es amena, minuciosa y esclarecedora. Siete son sus nudos: interpretación, acciones militares, política, civiles, retratos (cine, literatura, historiografía), conclusiones. Davies reúne toneladas de datos y postula que el choque de dos tiranías titánicas e igualmente aberrantes fue el corazón del último acto de la Segunda Guerra de los Treinta Años en Europa (1914-1945). Lo curioso es que hasta la Operación Barbarroja los estados totalitarios habían sido aliados para pulverizar el odioso Orden de Versalles. La persona genuinamente comprometida con la libertad y la justicia está obligada a condenar a ambos sin temores ni prejuicios. En cuanto apetito por el asesinato en masa, Stalin no tuvo nada que envidiarle a Hitler.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el 5 de octubre de 2008.
lunes, 17 de noviembre de 2008
La voluntad y la fortuna
Alfaguara. Novela, 553 páginas: Edición 2008
Carlos Fuentes (1928) ha declarado que ésta es la mejor novela que escribió. Hasta donde sabemos, ningún crítico confirmó la sentencia. Estas líneas intentarán refutarla, con todo el respeto que se merece un escritor de verdad.
Narra la historia la cabeza seccionada de Josué Nadal. Como un coco, yace en una playa de Guerrero, lamida por las olas tibias del Pacífico. Reconstruye su biografía, la de un muchacho que concluyó decapitado a machetazos. Sin familia, crecido en un caserón al cuidado de una gobernanta estricta, Josué encuentra una amistad estimulante y absorbente en Jericó, un compañero de colegio. Se convierten en Castor y Polux, los gemelos inseparables. Con la adultez, ascienden en la escala social pero degeneran en Caín y Abel por culpa de las maquinaciones de los hijos de la chingada.
El libro está infestado de alegorías, lo que da un sesgo de irrealidad al conjunto. Giros inverosímiles conectan los personajes entre sí. Puede que algunos lectores disfruten de las figuras rocambolescas, la trama barroca y la morosidad narrativa que se empeña en abusar del sentimentalismo. El melodrama y la denuncia fácil tienen su público. La novela se asemeja a una corriente caudalosa: como un río crecido arrastra muchísimas cosas pero pocas son materiales nobles.
Advertía Borges que cuando un autor se plantea metas ambiciosas por lo general estropea las operaciones estéticas. Escribir con una cierta inocencia, al parecer, produce mejor literatura. Fuentes, ese eterno émulo de Balzac, ha intentado aquí filosofar sobre la metafísica, el maridaje en México entre la pobreza y la injusticia, la tensión latinoamericana entre políticos y empresarios. Como sus opiniones no van más allá del tópico progresista, la obra resulta tediosa. Hasta los colosos tienen sus días malos.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 16 de noviembre de 2008.
sábado, 15 de noviembre de 2008
El fideo màs largo del mundo
Bernardo Jobson
Capital Intelectual. Libro de cuentos, 129 páginas.
Bernardo Jobson (1928-1986) publicó un sólo libro pero basta y sobra para definirlo como un escritor de fuste. Quizás, en un ambiente menos adverso, pudo haberse convertido en nuestro Juan Rulfo. En efecto, no es exagerado postular que esta obra sería algo así como la versión porteña y suave de El llano en llamas. Una sentencia de Blastein parece insuperable: “Jobson tenía un oído finísimo para el habla coloquial pero escribía con el rigor de Quevedo”.
Lo primero que el lector debe conocer sobre Jobson es que se trata de un exquisito humorista. Te recuerdo como eras en el último otoño se lee con carcajadas (no es el único caso). Narra las peripecias de un atorrante que va al hospital por una dolencia vergonzosa. En un escritor mediocre o en la televisión argentina el resultado sería vulgar. Aquí es mordaz y desopilante.
Es factible que no se hayan escrito en la Patria textos mejores sobre el turf que los dos que atesora este volumen. Jobson, burrero empedernido, transmite con fino ingenio los estertores de la plebe ante esa selva polvorienta de pescuezos y patas. Conmovedoras también son sus historias de pensionados, de tangueros que se disputan el favor de una mala mujer y de bravos judíos que resisten la barbarie de los derechistas.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Excelente
PD: No puede faltar en la biblioteca del interesado en la producción nacional. Viene de un tiempo donde escribir bien se consideraba una virtud. Algunos confundidos (o simplemente unos caraduras que no quieren reconocer sus limitaciones) postulan hoy que lo desagradable o mal ejecutado es una estimulante experiencia estética. ¡Ja!
jueves, 13 de noviembre de 2008
Elogio de la serie de TV
Con la fuerza del lugar común, se ha escrito que el gran relato estadounidense pasa hoy por la televisión, en desmedro de los libros. La sentencia tiene -como siempre ocurre- algunos grumos de verdad. Lo cierto es que desde hace unos años observamos deleitados algunas series magníficas, de gran factura y verosimilitud o con una prodigiosa imaginería. Soy adicto a ellas, lo confieso de entrada. Pero siempre una novela o cuento excelente (el lector de este blog sabe que se siguen escribiendo) estará por encima de cualquier capítulo de la pantalla chica.
Hecha la salvedad, añado que uno de mis programas favoritos para una noche fría de un sábado es quedarme en cama con la persona amada viendo tres o cuatro capítulos de House o de Los Soprano. Los alquilamos en el videoclub. Soy capaz también de aislarme en una reunión familiar si pesco, en casa ajena, un episodio de Monk o La Ley del Orden, en cualquier de sus variantes, excepto la floja Criminal Intent. ¡Qué aparato!, dirán algunos.
De dónde proviene este fanatismo, me he preguntado los últimos días. De la tierna infancia. Como casi todos nosotros, la primera serie -si es que esa es la palabra- que seguí con fruición fueron Los Tres Chiflados. Milagro del universo, a mi hijo también le encantan Moe, Larry y Curly o Shemp. Luego, vino El Zorro con sus deliciosos personajes. Con la pubertad, me atrapó Tarzán, con Ron Ely; y casi todas las expresiones del camp: Batman, Los Locos Adams, El superagente 86, Mi marciano favorito y Mister Ed. El orden es el correcto.
A fines de los setenta, fue el turno de El hombre nuclear. ¿Quién no se imaginó ser un Steve Austin? La mujer biónica, en cambio, me supo a tontería o, peor, a traición. Maticé la pasión cibernética con El santo, Ladrón sin destino, Los vengadores y La mujer maravilla.
En la adolescencia, creo, descubrí el delicioso sabor de los policiales. SWAT era mi preferida. Vi, no sin desgano, alguna peripecia de Las calles de San Francisco, Mujer Policía, Manix, Kojak y Starsky y Hutch. Nada para cortarse las venas. Años después, con el paladar enriquecido por la novela negra, descubriría en un canal nostálgico al imposible inspector Columbo. Recuerdo con saudades, ya en el terreno del Western, La conquista del Oeste y Jim West. El hombre del rifle, en cambio, me pareció algo zonzo. Debo confesar que en casa, influencia de mamá, se veía La familia Ingalls. Mi hermana odiaba profundamente a la señora Olson y le tenía miedo al señor Edwards. No puedo dejar de mencionar con cariño a El agente de Cipol, Dos tipos audaces y El túnel del tiempo.
Ya en los ochenta, me abdujo la ciencia ficción. Disfrute Cosmos 1999, UFO (de procedencia británica) y sólo los primeros capítulos de V, Invasión extraterrestre. Estaba algo grandecito para los lagartos disfrazados de espléndidas hembras. Y arribo entonces a la madre de todas las pasiones: la saga de Star Trek, una mejor que otra.
Aun hoy me considero una versión light de los trekkies. Juzgo a muchos seres humanos con categorías de Gene Roddenberry. ¡Aj!, ese político es un romulano, el barra de Boca se parece a un klingon, aquél es perverso como un oficial cardasiano. Mi favorita es la tercera versión: Abismo Espacial 9. Ambientada en una estación orbital, llega a su climax con una guerra interestelar (la lucha contra el Dominio) que opaca cualquiera de las fruslerías de George Lucas. Solo Andrómeda (creación póstuma de Roddenberry) está a la altura de las Enterprise.
HAY ALGUIEN AFUERA
Los noventa me trajeron también algunas maravillas. Los expedientes X, por supuesto, pero también Milenium y División Miami. Tengo sentimientos encontrados con Jag. Descubrí una perla, por ahora interminable que divulga Universal en la Argentina: La ley y el orden. Soy un incondicional de esas historias atrapantes de policías y fiscales. Van por la temporada 17. Me apenó muchísimo la muerte de Jerry Orbach, el inolvidable detective Lennie Briscoe. Me estremezco con los casos escalofriantes de La ley y el orden, unidad de víctimas especiales. Hace un par de años me sedujeron dos policiales de corta vida: Dragnet (remake fallida de un éxito de los cincuenta) y Los Angeles Robbery and Homicide División, cuyo papel protagónico cumplía el atormentado y talentoso Tom Sizemore. Con mi actual mujer disfrutamos CSI Las Vegas y Medium. Pero es sólo de ella la fascinación por Lost (está enamorada de Sawyer) o Héroes (está enamorada de Nathan Petrelli).
Llegamos al presente. En qué ando hoy. Bueno, como decía al empezar, soy otro fanático de Los Soprano y Doctor House. Monk me resulta delicioso. Pero la repetición de cualquiera de las gemas aquí señaladas me tendrá como fiel televidente allí donde sea necesario. Las series, como los libros, acaso no me hayan mejorado. Pero me han hecho inmensamente feliz.
Guillermo Belcore