sábado, 16 de enero de 2010

La teoría de las influencias

El moscardón imaginario XXIV

Leo desde que tengo memoria. Hago crítica literaria en La Prensa desde hace diez años. He ponderado por escrito más de quinientos libros. Parece un récord, ¿verdad? Mi trabajo se basa en una premisa simplísima: aislar las cualidades que vuelven recomendable a una obra o, en su defecto, denunciar la falta de ellas. Tengo una convicción: creo en la autonomía del hecho estético. El comentario freudiano, marxista o sociológico me resulta sabroso, pero me parece totalmente inútil para determinar la excelencia de una prosa o de un poema, o bien para orientar al lector de diarios o de blog que se pregunta qué leer. No he inventado nada. Aplico lo que he aprendido de cuatro o cinco comentaristas geniales. Harold Bloom (foto) es uno de ellos. Me enseñó que uno debe interrogar respetuosamente al texto: ¿Contienes algunos de estos cinco valores: originalidad, sabiduría, exhuberancia en la dicción, dominio de la metáfora y profundidad psicológica? Siempre empleo este procedimiento.

De Bloom también he asimilado la teoría de las influencias. Básicamente, sostiene que cualquier gran obra literaria lee de manera creativa -pero errónea- un texto o texto precursores. Poesías, relatos, novelas, obras de teatro nacen como respuesta a anteriores poesías, relatos, novelas u obras de teatro y esa respuesta no es sólo un amable proceso de transmisión sino también una tremenda lucha entre el genio anterior y el nuevo aspirante al Parnaso. La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles pero estimula el genio canónico. El inventor sublime sabe cómo pedir prestado. Juan Carlos Onetti, agrego yo, es un caso paradigmático.

En estos días, estuve leyendo una recopilación de cartas que Onetti envió al crítico Julio Payró entre 1937 y 1955. El libro lo editó el sello Beatriz Viterbo y después de que sea publicada en La Prensa añadiré la reseña al blog. El narrador uruguayo confiesa a su mentor que desea inventar una suerte de realismo no convencional, similar al que en el lienzo han producido los pintores franceses postimpresionistas de finales del XIX. Revela su amor por Proust y Joyce y el ascendiente -decisivo y definitivo- de Faulkner. “Claro que hay 4.657.849 tipos que escriben mejor que yo, pero en la clase de cosa que quiero hacer mis rivales están en U.S.A.”, explicó en 1941, al comienzo de su magnífica carrera literaria.

Es obvio que no todos los que lean a Tolstoi o Nabokov y tengan la rabiosa pasión por escribir de Onetti engendrarán una obra de arte. Pero puede postularse lo contrario: sin una influencia eminente es muy difícil, o acaso imposible, que surja algo digno de ser conservado. Ergo, Bloom tiene razón.

Me pregunto cuáles son las influencias de los escritores argentinos de hoy, una literatura sin genios como una vez se sentenció. Entre los de mi edad, diré que el amor de Marcelo Birmajer por Somerset Maugham o Isaac Bashevis Singer ha engendrado cautivantes relatos de hombres casados y de picaresca judía. Y Henry James es una presencia notoria en los textos de Guillermo Martínez.

¿Y entre la joven guardia, es decir los menores de cuarenta? Se lo pregunté la semana pasada en Eterna Cadencia a Omar Genovese, un intelectual que conoce del tema mucho más que cualquiera. Este caballero, a quien respeto por su libertad e inteligencia, me señaló a Oliverio Coelho como ejemplo de creador con un bagaje respetable sobre sus espaldas. Yo he encontrado tintes de Borges en Pedro Mairal y de Cortazar en Samanta Schweblin. Hay algo de Arlt en el mejor Incardona y de Gogol en una novela de Martín Murphy. Acaso Saer haya inspirado algún cuento. Un prólogo se ha ufanado de que ésta es la generación más libre de las letras argentinas. Acaso, sea la más ignorante.

Carezco de la valentía de Genovese, así que no repudiaré en público a los jóvenes escritores o escritoras que me fastidiaron con sus torpes emulaciones, pero tengo para mí que César Aira es una influencia nefasta para quienes recién se lanzaron a caminar (y para los grandulones también). Ha persuadido a algunos despistados de que la literatura es noventa por ciento inspiración y diez por ciento transpiración (invirtió la fórmula de Wilde), de que el disparate debe regir siempre el conjunto, de que el remate de una novela debe acelerarse hasta el vértigo, de que un solo procedimiento estético basta, de que es mejor publicar rápido y breve. El león de la novelita infinitesimal (siempre la misma) tiene cien cachorros haciendo de las suyas.

Onetti se inspiró en Cezanne y en Gauguin; en Santuario y en el Ulises. Queridos escritores, recuperen esa ambición canónica es la amigable exhortación de esta trinchera.
Guillermo Belcore

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Guillermo, deberías leer con más atención las novelas de Aira. Da la impresión no sólo que no sos su lector, sino que tenés algún prurito exra contra el pringlense. Aira NO ES lo que vos dijiste. Ni invierte la fórmula de Wilde, ni mucho menos (a esta altura, recordar semejante cenotafio, ya está, no?); en definitiva, el problema lo tienen quienes creen que pueden mimetizarse en la escritura de Aira. Pero, por cierto, creer que sólo del disparate emerge la literatura de Aira, es justamente quedarse en el disparate. Te recomiendo que leas "Cómo me reí", donde César trabaja zonas dramátics, poniendo a sus lectores en el lugar que les corresponde.Y la última: hay algo abasolutamente inexacto, aquello de "de que un solo procedimiento estético basta". Lo cierto es que si alguien viven perfeccionando y modificando sus procedimientos, ése es Aira. Qué le quedaría a Sar, entonces, envuelto en esa especie de engranaje perfecto entre objetivismo y movimiento cubista. Aira pasó de la morosidad y de la escritura decimonónica de sus primeros escritos, a la idea del continuum, y después desplazar esa idea aún más. Ahora haya ready-made, pasajes pop art, etc. Fijate bien, o leélo de nuevo. Te estás perdiendo muchas cosas. Una pena. Un abrazo. Leandro

Guiasterion dijo...

Estimado Leandro:

Gracias por escribir. En realidad, no me refería a Aira sino a quienes lo emulan sin el talento y el encanto del modelo original. Por ejemplo, aquellos que creen que dinamitar el verosímil literario es lo que demanda la moda. Recojo el guante, pues tu amable carta me ha forzado a pensar. En buena hora.

Sí claro, en el fondo, es una cuestión personal. Rijo mis apreciaciones literarias (críticas me parece un término demasiado pretencioso) por mi gusto personal. Trato de escribir sobre lo que Sontag llamaba “la erótica de la obra”. Con Aira, me ocurre algo peculiar. Siento un sentimiento de amor y odio, me fascina y me repele al mismo tiempo. No salí nunca disparado a comprar una de sus novelitas pero deseo secretamente en el diario que me las entreguen para comentar. Quizás sea el fastidio por no llegar a entender del todo cuál es el núcleo de su ultraelogiada excelencia narrativa.

Quizás acierte quien señale que carezco de la sensibilidad adecuada para disfrutarlo. Pero hasta ahora uno sólo de sus libros me impidió llegar al final: “Las aventuras de Barbaverde” me aburrió en la página treinta. Coincido contigo en que algo me pierdo al no leerlo con fruición, pero eso ocurre con cualquier otro literato que uno no agote hasta el último párrafo. Prefiero pensar que todo esto se trata de una típica cuestión de opiniones. Creo que entre personas entrenadas en el arte de la lectura (lo mismo ocurre con la pintura o la música) los caminos se bifurcan en la encrucijada del gusto. No a todos nos debe encantar Aira, como no a todos les sabe delicioso Murakami o incluso Dickens.

Ya he leído “Como me reí” con toda la atención de que soy capaz. Francamente no me agradó. La comenté en La Prensa en 2005, creo. Voy a buscar el texto y lo subiré al blog. Me sentiría muy feliz y honrado, Leandro, si quieres aportar unas líneas sobre el libro. Tu opinión es tan valiosa como la mía.

Saludos
G.B.

Cesar dijo...

Estimado Guillermo

Me gusto mucho este post. Sobretodo porque me encantan los ensayos de literatura y,desgraciadamente, aun no he leido a Bloom. A proposito, en primer lugar queria preguntarle en cual libro Bloom habla de los 5 valores y en cual de la teoria de las influencias. En segundo lugar queria segnalarle, si no los ha leido aun, tres excelentes ensayos literarios escritos por argentinos. Dos son de Piglia: el imprescindible "Critica y Ficcion" y el notable "El ultimo lector"; uno es de Daniel Link: el interesantisimo "Como se lee".
Saludos
Cesar

Guiasterion dijo...

Querido César:

Creo que la obra primordial de Harold Bloom es "El canon occidental". Las premisas que allí establece se ahondan en "¿Dónde se encuentra la sabiduría?".

Sí, coincido contigo. La obra de Piglia es imprescindible para todo aquel que desee comentar un libro. No he leído las obras de Link que mencionas. Deberé hacerlo.

Muchas gracias por tu aporte
G.B.

Anónimo dijo...

No sé si podríamos calificar al libro "canon occidental" como lo de Bloom cuando el mismo lo rechazo públicamente y se excusó diciendo que fue obligado a publicarlo por sus agentes.

Además en ese dichoso canon no está ni Onetti ni Rulfo ni “Conversación en la Catedral” ni “El corazón de la tinieblas”

hasta miedo da...