Salman Rushdie
Mondadori. Novela. Edición 2011, 206 páginas.
¡Ah, amigos, el placer de una gran aventura! Rashid Khalifa, doce años de edad, viajó hasta el otro lado para robar el Fuego de la Vida y así salvar de un conjuro fatal a su padre, el Sha del Blablablá. Fue una ultrahazaña. Con un crédito de casi mil vidas, el chico recorrió a lomo de alfombra voladora el Mundo de la Magia, de donde proviene todo lo que resulta interesante. Abundaron las proezas: remontó el R¡o de la Vida, escaló la Cumbre de la Sabiduría, escapó de las nauseabundas Respeto-Ratas, derrotó al Titán de la Ira, respondió sin error alguno los acertijos de un malévolo demonio. También logró ganarse para la causa a todos los dioses que ha adorado (y temido) la humanidad. ¡Y triunfó en una carrera contra el Tiempo!
El enorme Salman Rushdie (1947) entiende que el escritor es, por encima de todo, un fabulador profesional, como el padre de Luka. Tiene el deber de narrar historias en extremo interesantes, pues el hombre y la mujer "arden de deseos de leer''. En las fábulas reside la identidad, el sentido y la esencia vital de lo humano, sentencia en esta espléndida imaginería que compuso como tributo para su hijo menor.
Criado en Bombay, de familia islámica, condenado a muerte por Jomeini, Rushdie echó raíces en Occidente. Podría hablarse de un escritor puente entre culturas si la expresión no estuviese tan trillada. Rusdhie se licenció en Historia en Cambridge. Acumuló una formidable erudición mestiza que despliega de manera caudalosa en Luka y el Fuego de la Vida. El libro es un caldero donde burbujean mitologías de cinco continentes, la novela de caballería, el cuento moralizante, la astronomía, los videojuegos. Por momentos, recuerda al Libro de los seres imaginarios de Borges. La prosa es magnífica.
Permite confirmar la novela una intuición que deriva del hecho probado de que la Alta Literatura es una fuente inagotable de placeres: aún en la narrativa juvenil (es decir, aquélla que puede ser entendida hasta por un niño) puede hallarse la excelencia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
PD: Un buen regalo de Navidad para los lectores jóvenes. Tengo una imaginación limitada, por eso propongo como banda de sonido esta canción de los gloriosos ochenta que nada tiene que ver con la temática del libro: http://www.youtube.com/watch?v=VZt7J0iaUD0
Este es un blog sobre libros para amantes de los libros y las series. Se rige sólo por el hedonismo de un tal Guillermo Belcore.
viernes, 30 de diciembre de 2011
lunes, 26 de diciembre de 2011
Con el agua al cuello
Petros Márkaris
Tusquets. Novela policial, 322 páginas. Edición 2011.
Durante una década, los griegos vivieron muy por encima de sus posibilidades. Todos se endeudaron, la plata dulce (los créditos baratos y abundantes) obró como el doping que corrompe la sangre de los atletas olímpicos. Hoy, la fiesta ha terminado y la resaca es terrible. La pequeña Hélade se ha convertido en el epicentro de la crisis planetaria. Se asemeja a una piedra que cae en el agua: mientras se hunde genera ondas. La primera onda afectó a las economías mediterráneas; la segunda, a la Unión Europea; de ahí en más, al planeta entero. Esta novela policial ofrece información de primerísima mano sobre las causas y consecuencias del desplome de Grecia, un país estructuralmente pobre donde algunos empleados públicos perciben hasta dieciséis sueldos por año.
Petros Márkaris (1937) subordina todo el libro a la urgencia del mensaje. Su última novela, bastante inverosímil, no sólo está infestada de discursitos sino que procura satisfacer los sueños ocultos de millones de europeos: aparecen decapitados un banquero, el director de un hedge found, el analista de una calificadora de riesgo, el dueño de una empresa de cobranzas. Afiches y calcomanías ubicuos llaman a la gente a no pagar las deudas.
Con el telón de fondo de furiosas manifestaciones, suicidas por desesperación económica y recortes de beneficios sociales, investiga los homicidios el bueno del comisario Kostas Jaritos (su vida privada es otro subtema interesante). Da la impresión de ser estúpido y no enterarse de nada, pero bajo esa apariencia su mente funciona como un reloj. Es un hacha, además, para sortear sin un rasguño presiones de políticos y banqueros, la incompetencia de sus jefes y la inquina de algunos camaradas. Junto al lector, que casi nunca pierde el interés, arriba finalmente a la verdad, en esa Atenas degradada "donde la lógica ya no ofrece buenos resultados''.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Regular
PD: Es extraño que Márkaris no mencione entre las causas del colapso de su país a la terca adopción del euro como moneda nacional. El mismo error fatal cometió la Argentina durante la convertibilidad al atar el peso al dólar durante tantos años. Si hoy Grecia pudiese devaluar, si no tuviese ese sucedáneo del marco como divisa, la salida de la crisis, salida que aun no está a la vista, sería menos brutal, me parece.
Tusquets. Novela policial, 322 páginas. Edición 2011.
"Si un orangután nos pedía un crédito, se lo dábamos''.
Richard Fuld, último CEO de Lehman Brothers
Durante una década, los griegos vivieron muy por encima de sus posibilidades. Todos se endeudaron, la plata dulce (los créditos baratos y abundantes) obró como el doping que corrompe la sangre de los atletas olímpicos. Hoy, la fiesta ha terminado y la resaca es terrible. La pequeña Hélade se ha convertido en el epicentro de la crisis planetaria. Se asemeja a una piedra que cae en el agua: mientras se hunde genera ondas. La primera onda afectó a las economías mediterráneas; la segunda, a la Unión Europea; de ahí en más, al planeta entero. Esta novela policial ofrece información de primerísima mano sobre las causas y consecuencias del desplome de Grecia, un país estructuralmente pobre donde algunos empleados públicos perciben hasta dieciséis sueldos por año.
Petros Márkaris (1937) subordina todo el libro a la urgencia del mensaje. Su última novela, bastante inverosímil, no sólo está infestada de discursitos sino que procura satisfacer los sueños ocultos de millones de europeos: aparecen decapitados un banquero, el director de un hedge found, el analista de una calificadora de riesgo, el dueño de una empresa de cobranzas. Afiches y calcomanías ubicuos llaman a la gente a no pagar las deudas.
Con el telón de fondo de furiosas manifestaciones, suicidas por desesperación económica y recortes de beneficios sociales, investiga los homicidios el bueno del comisario Kostas Jaritos (su vida privada es otro subtema interesante). Da la impresión de ser estúpido y no enterarse de nada, pero bajo esa apariencia su mente funciona como un reloj. Es un hacha, además, para sortear sin un rasguño presiones de políticos y banqueros, la incompetencia de sus jefes y la inquina de algunos camaradas. Junto al lector, que casi nunca pierde el interés, arriba finalmente a la verdad, en esa Atenas degradada "donde la lógica ya no ofrece buenos resultados''.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Regular
PD: Es extraño que Márkaris no mencione entre las causas del colapso de su país a la terca adopción del euro como moneda nacional. El mismo error fatal cometió la Argentina durante la convertibilidad al atar el peso al dólar durante tantos años. Si hoy Grecia pudiese devaluar, si no tuviese ese sucedáneo del marco como divisa, la salida de la crisis, salida que aun no está a la vista, sería menos brutal, me parece.
viernes, 23 de diciembre de 2011
El Grupo de Petición Anticanibalista y los Tres Caballeros
Proyecto Diez Mil Cuentos
Argumento número veinticuatro
El Grupo de Petición Anticanibalista y los Tres Caballeros (1956)
Kobo Abe
Los cuentos siniestros. Eterna Cadencia. Edición 2011.
Tres caballeros -un ciego, otro sin una pierna, el tercero manco- reciben a un representante del pueblo. El hombre, de cuerpo magro, viene a exponer una extraña petición: que se ponga fin al canibalismo. Francamente, no entienden sus argumentos. Si el pueblo come vacas y puercos, ¿por qué la clase dominante no va a comer hombres? El representante termina suplicando de rodillas, a su hija de trece años le tocó el sorteo y hoy debe presentarse en el matadero. Los caballeros, endurecidos de cólera, ordenan que se lo lleven de allí. Luego razonan: “la hija del delegado debe ser realmente muy apetitosa, al punto de que quiere conservarla para él”. Llaman de inmediato para reservar una porción jugosa, pero se encuentra con la novedad de que los empleados del matadero entraron en huelga. Deben buscar la palabra en el diccionario, ninguno recordaba el significado de “huelga”.
PD: ¿No es maravilloso que un sello editorial ensanche nuestro mapa literario? Este cuento escalofriante me obligó a anotar a Kobo Abe en la Guía de Maestros. Otro nombre para tener en cuenta.
Argumento número veinticuatro
El Grupo de Petición Anticanibalista y los Tres Caballeros (1956)
Kobo Abe
Los cuentos siniestros. Eterna Cadencia. Edición 2011.
Tres caballeros -un ciego, otro sin una pierna, el tercero manco- reciben a un representante del pueblo. El hombre, de cuerpo magro, viene a exponer una extraña petición: que se ponga fin al canibalismo. Francamente, no entienden sus argumentos. Si el pueblo come vacas y puercos, ¿por qué la clase dominante no va a comer hombres? El representante termina suplicando de rodillas, a su hija de trece años le tocó el sorteo y hoy debe presentarse en el matadero. Los caballeros, endurecidos de cólera, ordenan que se lo lleven de allí. Luego razonan: “la hija del delegado debe ser realmente muy apetitosa, al punto de que quiere conservarla para él”. Llaman de inmediato para reservar una porción jugosa, pero se encuentra con la novedad de que los empleados del matadero entraron en huelga. Deben buscar la palabra en el diccionario, ninguno recordaba el significado de “huelga”.
PD: ¿No es maravilloso que un sello editorial ensanche nuestro mapa literario? Este cuento escalofriante me obligó a anotar a Kobo Abe en la Guía de Maestros. Otro nombre para tener en cuenta.
sábado, 17 de diciembre de 2011
Daños colaterales
Zygmunt Bauman
Fondo de Cultura Económica. Ensayo de sociología. 233 páginas. Edición 2011 Borges lo razonó primero. Sus finas antenas imaginaron un mundo gobernado exclusivamente por el azar. El cuento La lotería de Babilonia (Ficciones, 1944) es, para el pensador Zygmunt Bauman, la más certera descripción de la vida en la modernidad líquida, es decir en el azaroso mundo en que hoy nos toca existir. Nuestra Babilonia es también "un infinito juego de azares''. Todo es provisorio, frágil, movedizo y sólo resulta sólida la adherencia a la fluidez. Con el ideal de certeza más allá del alcance individual o colectivo, hay una multitud de razones, muchas más que cincuenta años atrás, para sentir o padecer inseguridad. Rige una pánica incertidumbre.
Sociólogo de profesión y analista de excepcional perspicacia, Bauman (Poznan 1925) rastrea la caótica trayectoria del individuo en el mundo pos guerra fría. Ha concebido una idea genial: la licuefacción de la modernidad. Esa metáfora proporciona una explicación convincente tanto a nuestra angustia existencial como a los cambios tumultuosos que se suceden ante los ojos.
El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar una colección de ensayos del erudito nacido en Polonia, pero afincado en Gran Bretaña. Se titula Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global. El libro resulta esclarecedor más allá de alguna exageración (el nazismo no es comparable con ninguna de las tropelías de la administración Bush), del eurocentrismo, o de algún capricho aislado (denuncia la inseguridad que provocan los mercados pero minimiza la de las calles degradadas). Como el volumen se articula en torno a distintas conferencias dictadas entre 2010 y 2011 menudean las repeticiones: se usa tres veces, por ejemplo, una espléndida sentencia de Ulrich Beck:
"Hoy se espera de los ciudadanos que busquen soluciones individuales a las contradicciones del sistema''.
Los diagnósticos de Bauman son impecables, y mezclan filosofía, una visión amplia de la Historia y psicologismo. Denuncia, básicamente, que "la globalización de la desigualdad'', inspirada sólo en el lucro, no sólo condena a millones de personas al destino de baja colateral sino que también destruye magníficas conquistas de la Humanidad, como el Estado de Bienestar (la expresión daño colateral proviene del ámbito militar: son las víctimas no deseadas, por ejemplo durante un bombardeo). Estado social vs. orden del egoísmo es el combate primordial del presente.
CONSUMO, LUEGO SOY
El capítulo Consumismo y moral es provechoso. Bauman desmenuza las cualidades terapéuticas que le hemos adjudicado a la mercancía, como mecanismo de compensación. Las cosas se han convertido en una suerte de analgésicos morales. Regalamos cosas para compensar nuestras ausencias (una característica de la escenario líquido es que se nos exige estar todo el tiempo al servicio incondicional de las relaciones laborales); o compramos cosas para definir y afianzar una identidad, otra cuestión apremiante de la modernidad líquida. La mercancía suple, en otras palabras, la responsabilidad por el otro o la responsabilidad con uno mismo.
La economía ferozmente consumista -se nos advierte- tiene el cielo como límite. No sólo es insustentable (si todos gastáramos como estadounidenses se necesitarían cinco planetas Tierra) sino que genera fuertes tensiones sociales, al aumentar el número de jóvenes que entran en conflicto con la ley (no se roba para comer, sino para conseguir la carísima zapatilla de moda). "La fuerza principal de la conducta es hoy la aspiración a vivir como los ídolos públicos'', dispara Bauman. El aumento de la desigualdad social -flagelo que debería encabezar la agenda de todos los gobiernos- agrega más leña al fuego.
¿Cuál es la alternativa a todo esto? El profesor emérito de la Universidad de Leeds y la de Varsovia aboga por una suerte de despertar de la conciencia. Con un inconfundible tufillo religioso habla de "autolimitación voluntaria y disposición al sacrificio personal". Propone convertir al vecino en prójimo y pensar en un planeta social. Esto, a nivel político, implica "desempolvar el nucleo esencial de la utopía activa socialista para elevar la integración humana al nivel de una Humanidad que incluya la población total del planeta''.
ME EXHIBO, LUEGO EXISTO
Otra característica fundamental de la modernidad líquida es la desaparición de los límites entre vida pública y vida privada. Citando un trabajo de Alan Ehrenberg, quien intentó establecer con exactitud el natalicio de la licuefacción cultural moderna, el profesor Bauman recuerda que todo comenzó el anochecer de un miércoles otoñal en la década del ochenta cuando una tal Vivienne, una francesa "común y corriente" declaró en televisión, es decir ante varios millones de personas, que nunca había experimentado un orgasmo en toda su vida matrimonial porque su Michael sufría de eyaculación precoz.
El pronunciamiento, al parecer, fue tan revolucionario como el de Lenin o el de Robespierre. Dos décadas más tarde la arena pública se ha transformado en una suerte de entretenido y frívolo teatro de variedades, mientras nos zarandean a todos corrientes subterráneas de origen y destino incierto (el hombre placton). Bauman destaca la paradoja que en la era de Facebook los vínculos interhumanos siguen debilitándose, se pregunta a continuación si el disfrute cabal del sexo no demanda reserva, y sentencia que juguetitos en boga como el Twitter son "completamente inadecuados para transmitir ideas profundas que exijan reflexión y contemplación''.
En la modernidad líquida -insiste el juicioso profesor- vamos tras nuestros objetivos personales en condiciones de aguda e irredimible incertidumbre. Millones de personas pueden convertirse, de la noche a la mañana, en desechos, víctimas del colapso de un banco o el derrumbe del precio de la soja o el cobre; de las balas de un terrorista, un mafioso o un pibe chorro; de la implacable racionalidad de una organización transnacional. El Estado tal como lo conocemos es casi una reliquia, a duras penas puede proteger a unos pocos y de manera ineficaz. El mundo es una suerte de campo minado, donde todos sabemos que tarde o temprano se producir una explosión, pero nadie sabe dónde o cuándo. El viejo sueño de la modernidad sólida de organizar, controlar y diseñar la realidad (sueño de derecha como de izquierda) ha fracasado rotundamente. El miedo y el caos que la democracia y su retoño, el Estado de Bienestar, habían prometido erradicar volvieron para vengarse.
Guillermo Belcore
Este artículo abre el Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.
Calificación: Bueno
sábado, 10 de diciembre de 2011
El verano sin hombres
Siri Hunstvedt
Alfaguara, Novela, 218 páginas, Edición 2011
Después de treinta años de feliz matrimonio, un neurocientífico de renombre mundial, un poco barrigón y con gafas, abandona a su mujer, una poetisa de cincuenta y cinco años y pelo alborotado, por una colega francesa de pechos voluptuosos. La esposa despreciada pierde y vuelve a encontrar sus cabales. Regresa a su Bonden natal (Minnesota) con la intención de sanarse. Allí, en la vasta pradera, cultiva la relación con su madre y con amigas nonagenarias, da clases de poesía a siete adolescentes que se las traen, y se involucra en las desaveniencias conyugales de una joven vecina. Ocurren tempestades en un tubo de ensayo, que la voz de la autora se empeña justificar ("¿Quién puede medir el sufrimiento real de una persona?''). Hay un happy end que implica aceptar con madurez lo inevitable. Como en las series ligeras e inteligentes de la televisión, el equilibrio se restaura.
Siri Hustvedt narra este argumento con impecable destreza profesional. Decora el texto con opiniones juiciosas, exquisitas citas literarias, tibia nostalgia. La novela siempre resulta agradable pero, en sus virtudes y defectos, hace pensar a cada momento en la obra de Paul Auster, el marido, justamente, de la autora. Y no sólo por el estilo pulcro o las obsesiones de burgueses ilustrados de Nueva York (la adoración al terapeuta, por ejemplo), sino también por detalles puntuales como éste: en la página sesenta y nueve se establece que las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Lo mismo planteaba Auster en Invisible un año atras.
El abordaje del sexo es, por cierto, uno de los puntos altos del libro (incluso hay una delicada pornografía). Los derroteros de la relación hombre-mujer (desde el punto de vista de la esposa-víctima) y el problema de la constancia son otros temas bien tratados, aunque también hay párrafos que parecen injertados desde un manual de auyoayuda. En síntesis, es una novela simple, amena, bien escrita, ubicada en algún punto entre el arte y la literatura de supermercado, que permite pasar un buen rato pero apenas mueve la aguja del sismógrafo.
Guillermo Belcore
Calificación: Regular
Alfaguara, Novela, 218 páginas, Edición 2011
Después de treinta años de feliz matrimonio, un neurocientífico de renombre mundial, un poco barrigón y con gafas, abandona a su mujer, una poetisa de cincuenta y cinco años y pelo alborotado, por una colega francesa de pechos voluptuosos. La esposa despreciada pierde y vuelve a encontrar sus cabales. Regresa a su Bonden natal (Minnesota) con la intención de sanarse. Allí, en la vasta pradera, cultiva la relación con su madre y con amigas nonagenarias, da clases de poesía a siete adolescentes que se las traen, y se involucra en las desaveniencias conyugales de una joven vecina. Ocurren tempestades en un tubo de ensayo, que la voz de la autora se empeña justificar ("¿Quién puede medir el sufrimiento real de una persona?''). Hay un happy end que implica aceptar con madurez lo inevitable. Como en las series ligeras e inteligentes de la televisión, el equilibrio se restaura.
Siri Hustvedt narra este argumento con impecable destreza profesional. Decora el texto con opiniones juiciosas, exquisitas citas literarias, tibia nostalgia. La novela siempre resulta agradable pero, en sus virtudes y defectos, hace pensar a cada momento en la obra de Paul Auster, el marido, justamente, de la autora. Y no sólo por el estilo pulcro o las obsesiones de burgueses ilustrados de Nueva York (la adoración al terapeuta, por ejemplo), sino también por detalles puntuales como éste: en la página sesenta y nueve se establece que las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Lo mismo planteaba Auster en Invisible un año atras.
El abordaje del sexo es, por cierto, uno de los puntos altos del libro (incluso hay una delicada pornografía). Los derroteros de la relación hombre-mujer (desde el punto de vista de la esposa-víctima) y el problema de la constancia son otros temas bien tratados, aunque también hay párrafos que parecen injertados desde un manual de auyoayuda. En síntesis, es una novela simple, amena, bien escrita, ubicada en algún punto entre el arte y la literatura de supermercado, que permite pasar un buen rato pero apenas mueve la aguja del sismógrafo.
Guillermo Belcore
Calificación: Regular
sábado, 3 de diciembre de 2011
Narrativas de la diáspora irlandesa bajo la Cruz del Sur
Laura Patricia Zunini de Izarra
Corregidor. Ensayo de historia, 238 páginas
El aporte de la heroica Irlanda a la Argentina ha sido esencial pero nunca debidamente reconocido. Desde el padre Thomas Fehily (o Field), adalid de la utopía jesuítica, hasta la obra de María Elena y Rodolfo Walsh y de Juan José Delaney, la diáspora fecundó nuestra historia y nuestra cultura. Baste recordar al almirante William Brown, a Domingo French (al general O’Higgins del otro lado de la cordillera), a Dalmacio Vélez Sarsfield, el Irish-porteño, los mártires palotinos, los personajes de tres o cuatro sublimes relatos de Borges. Que un libro reinvidique y desmenuce la herencia del trébol y del arpa no puede sino merecer elogios.
Una destacada catedrática de la Universidad de San Pablo ha tomado pues como estudio de caso a los irlandeses de Argentina y Brasil. Le añadió una fascinante evocación de la heroína-antiheroica Eliza Lynch, la amante del dictador Francisco Solano López, la “Lady Macbeth del Paraguay”. La profesora Izarra examina textos periodísticos, poesías, cuentos y novelas. Exhuma hitos y nombres. Esta parte del libro es muy instructiva; contrasta con la tediosa reflexión sobre la identidad, el sujeto diaspórico, la etnicidad y otros enmarañados conceptos que, acaso, sólo el especialista en ciencias sociales podrá disfrutar. Recién en la página sesenta el ensayo se pone bueno.
Todo hay que decirlo. El volumen es una de esas monografías universitarias convertidas en libro que exige a gritos el cedazo de un buen editor. En este caso, para aclarar la acumulación caótica de citas, eliminar la jerga de claustro y corregir una traducción que denomina “partido democrático” al Partido Demócrata de Estados Unidos o que inventa palabrejas como “conflictante” o “cosmopolitano”.
En la página treinta y ocho, se recuerda al pasar una idea de Eric Hobsbawn, el prestigioso historiador: la novela es un subproducto del nacionalismo europeo. ¿Será por ello que Irlanda, nación oprimida por los ingleses durante setecientos años, es la isla de los grandes narradores? La construcción de la nación, la desesperada afirmación de un pueblo, genera y requiere copiosa literatura. ¿Será por ello que a la Argentina, donde la idea de Patria es tan lábil (aquí es más importante ser peronista o hincha de Chacarita que argentino), le cuesta tanto producir ambiciosos novelistas?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Bueno
Corregidor. Ensayo de historia, 238 páginas
“Para mí Irlanda es un país de gente esencialmente buena, naturalmente cristiana, arrebatados por la pasión de ser incesantemente irlandeses”
J. L. Borges
El aporte de la heroica Irlanda a la Argentina ha sido esencial pero nunca debidamente reconocido. Desde el padre Thomas Fehily (o Field), adalid de la utopía jesuítica, hasta la obra de María Elena y Rodolfo Walsh y de Juan José Delaney, la diáspora fecundó nuestra historia y nuestra cultura. Baste recordar al almirante William Brown, a Domingo French (al general O’Higgins del otro lado de la cordillera), a Dalmacio Vélez Sarsfield, el Irish-porteño, los mártires palotinos, los personajes de tres o cuatro sublimes relatos de Borges. Que un libro reinvidique y desmenuce la herencia del trébol y del arpa no puede sino merecer elogios.
Una destacada catedrática de la Universidad de San Pablo ha tomado pues como estudio de caso a los irlandeses de Argentina y Brasil. Le añadió una fascinante evocación de la heroína-antiheroica Eliza Lynch, la amante del dictador Francisco Solano López, la “Lady Macbeth del Paraguay”. La profesora Izarra examina textos periodísticos, poesías, cuentos y novelas. Exhuma hitos y nombres. Esta parte del libro es muy instructiva; contrasta con la tediosa reflexión sobre la identidad, el sujeto diaspórico, la etnicidad y otros enmarañados conceptos que, acaso, sólo el especialista en ciencias sociales podrá disfrutar. Recién en la página sesenta el ensayo se pone bueno.
Todo hay que decirlo. El volumen es una de esas monografías universitarias convertidas en libro que exige a gritos el cedazo de un buen editor. En este caso, para aclarar la acumulación caótica de citas, eliminar la jerga de claustro y corregir una traducción que denomina “partido democrático” al Partido Demócrata de Estados Unidos o que inventa palabrejas como “conflictante” o “cosmopolitano”.
En la página treinta y ocho, se recuerda al pasar una idea de Eric Hobsbawn, el prestigioso historiador: la novela es un subproducto del nacionalismo europeo. ¿Será por ello que Irlanda, nación oprimida por los ingleses durante setecientos años, es la isla de los grandes narradores? La construcción de la nación, la desesperada afirmación de un pueblo, genera y requiere copiosa literatura. ¿Será por ello que a la Argentina, donde la idea de Patria es tan lábil (aquí es más importante ser peronista o hincha de Chacarita que argentino), le cuesta tanto producir ambiciosos novelistas?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Bueno
jueves, 1 de diciembre de 2011
Fantasías sexuales en la biblioteca
Diario de un lector apasionado XXII
Rivadavia y Medrano. 5.50 AM
Definitivamente, el momento más hermoso del día es aquel en que transita de la luz a la oscuridad, o viceversa. Por desgracia, la rutina de trabajo me veda el atardecer. Es poco frecuente, por otra parte, que despierte antes de las 9.00. Por eso, esta madrugada quiero disfrutar de la salida del sol desde mi mesa favorita de Las Violetas. Acaban de irse amigos de toda la vida, gente de Morón. La conversión fue gratísima, aunque no por los derroteros de la literatura, creo que sólo el querido Harry -¡ay! lee ficción con regularidad, aunque en su ubicuo smartphone. Leer novelas en un teléfono, ¡qué herejía! Palas Atenea lo perdone.
Tengo en mis manos la última novela de Siri Hustvedt. Escribe realmente bien esta norteamericana de origen nórdico. Da voz aquí -con elegancia y buen gusto- a una mujer de cincuenta y cinco años, poetisa de profesión, abandonada por el marido, un neurocientífico importante. Nunca antes había leído a Hustvedt, pero su escritura me provoca un intenso deja vú. El estilo, los temas, las referencias cultas, las neurosis de los personajes burgueses bienpensantes, el erotismo suave tienen un dejo inconfundible a Paul Auster, un escritor ultraconsagrado que, lamento decirlo, ha dejado de gustarme. La cuestión es que Siri es la mujer de Paul; se trata de algo más que una influencia literaria.
En la página sesenta y nueve (el número es significativo) descubro algo interesante. Quizás sea un guiño entre ellos; la evocación de una experiencia inolvidable o bien uno de esos asuntos que se conversan en los minutos trascendentes que preceden al sueño. Escribió la señora Auster (el destacado es mío):
“La historia empezó en la biblioteca con Kant. Las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Es todo producto de la languidez. El cuerpo tiene que acomodarse (una pierna cruzada, la palma de la mano apoyada sobre la mesa, la espalda recta), pero el cuerpo no va a ninguna parte. También es producto de la lectura y de levantar la mirada del libro; la mente abandona el libro y deambula hacia un muslo o un codo, real o imaginario. La penumbra de las estanterías sugieren la idea de lo oculto. Quizá lo provoca el olor seco del papel o de las encuadernaciones y, ¿por qué no?, el olor a viejo del encolado de los libros…”
Paul Auster abordó el tópico en Invisible un año atrás. Yo lo comenté, pedí información a los/las bibliotecarios/as que frecuentan este blog y me gané la severa reprobación de una lectora. Esto escribió el señor Auster en la página cien:
“Poco a poco llegas a entender que la biblioteca sirve única y exclusivamente para una cosa: entregarse a fantasías sexuales. No sabes por qué te ocurre eso, pero cuando más tiempo pasas entre ese aire irrespirable, más se te llena la cabeza de imágenes de hermosas mujeres, de mujeres desnudas, y en lo único que puedes pensar (si pensar es la palabra adecuada en este contexto) es en cojer con hermosas mujeres desnudas. No en algún dormitorio femenino, sensualmente decorado, ni tampoco en un tranquilo y placentero prado, sino ahí mismo, en el suelo de la biblioteca, revolcándose en sudoroso abandono mientras el polvoriento espíritu de millones de libros revolotea en el aire a tu alrededor”.
Foto: Sandra Medina |
Vaya, vaya. Así que los escritores de Estados Unidos se abandonan en las bibliotecas al goce de la fantasía erótica. ¿Y los lectores qué? ¿Dónde incurrimos en esos sabrosos menesteres? ¿En los bares que fatigamos con nuestro compañero inseparable de tapa, lomo y páginas (ojalá que muchas)? No seré yo, amigos, quien lo confiese.
G.B.
domingo, 27 de noviembre de 2011
Cuidado con el tigre
Luisa Valenzuela
Seix Barral. Novela, 210 páginas.
Treinta años atrás, la enorme Doris Lessing compuso una de las mejores novelas de su tiempo. La buena terrorista es una de las perlas que justifica el Nobel de Literatura 2007. Cuidado con el tigre, aunque escrita antes, parece una pálida copia, una versión degradada. Ambos libros imaginan una comunidad pseudorrevolucionaria que interpreta una farsa. Pero la distancia artística entre uno y otro es similar a la que existe entre Londres y Buenos Aires, ida y vuelta por el camino más largo.
Luisa Valenzuela recrea una célula delirante que intenta sublevar a las masas. El nucleo incandescente es, no obstante, la competencia entre dos hermanas -una de ellas La Capitana- por los favores de un hombre, El Tigre Navoni. La autora ignora la advertencia de Voltaire (“el secreto de ser aburrido es decirlo todo”) y se abisma en el escrutinio neurótico de las motivaciones y actitudes de los personajes. Son caricaturas, nunca dan sensación de realidad. Ocurren poquitas cosas: tres pelandrunes viajan a Misiones a crear una célula rural pero son arrestados, la orga suma adherentes, hay traiciones sentimentales, muere el Che Guevara, un farabute estropea la propaganda en Rosario. Se contrasta el foquismo con la guerrilla entre los sexos.
La escritura es prolija, bien tallada, repleta de ñoñerías. La trama se fragmenta a la moda (¡qué epidemia!), es decir, con mil capitulitos, algunos de un solo párrafo, lo que dificulta apreciar el ritmo, la candencia narrativa. Las páginas no son muchas, pero quizás sobran algunas.
La novela fue concluida a fines de los sesenta; su autora la considera “un hito” y decide sacarla ahora del último cajón del escritorio porque sin ella el mapa de su escritura “quedaría incompleto”. Más allá de esa vanidad confesa, ¿qué gana el Señor Lector? Casi nada, triste es decirlo. La pantomima degenera en bodrio sentimental.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa
Calificación: regular
jueves, 24 de noviembre de 2011
La cura de inquietud
Proyecto Diez Mil Cuentos
Argumento número veintitrés
La cura de inquietud
Saki. Cuentos Escogidos. Claridad. Edición 2007
Clovis, ese bribón incorregible, decidió gastarle una broma al señor J.P. Huddle, a quien había visto sólo una vez en la vida. Escuchó que el caballero y su hermana, dos solitarios, necesitaban una cura de inquietud para sanar esa manía de que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico, a mano. Clovis visita a las Huddle y se hace pasar por el Príncipe Stanislaus, secretario confidencial del obispo. Llegan telegramas. Su Ilustrísima y el coronel Alberti vendrán a quedarse un par de días en la casa. Clovis pide mapas, los estudia reconcentrado, le advierte a su anfitrión que con el obispo están tramando la matanza de todos los judíos de la vecindad. Veintiséis en total. Huddle amenaza con ir a la policía; Clovis le advierte que en los arbustos hay apostados diez hombres que tienen orden de disparar a cualquiera que deje la casa sin su permiso; una pandilla de boy-scouts asesinos patrullan la parte de atrás. Convocados por sendos telegramas, llegan sir León Birberry, un admirado caballero de la zona, y Paul Isaacs, el zapatero. Con Mr. Huddle y la servidumbre se encierran en el piso de arriba. Clovis anuncia que la matanza será esta noche; pero intentarán no hacer mucho ruido para no agravar el dolor de cabeza de Miss Huddle. Informa más tarde que los boy-scouts confundieron su señal y mataron al cartero de la tarde. Una mucama rompe a llorar. Nunca más vieron al secretario. El nervioso grupo pasó la noche en vela, atrincherado; largas horas escuchando cada susurro del viento, cada crujido en la escalera. A las siete de la mañana, al jardinero y al chico de los mandados les costó convencer a los que vigilaban que todo estaba tranquilo.
PD: Saki es una presencia habitual en este blog. Creo que nunca me cansaré de releer sus cuentos tan divertidos y elegantes. Es insuperable en la composición de la figura del maldito.
Argumento número veintitrés
La cura de inquietud
Saki. Cuentos Escogidos. Claridad. Edición 2007
Clovis, ese bribón incorregible, decidió gastarle una broma al señor J.P. Huddle, a quien había visto sólo una vez en la vida. Escuchó que el caballero y su hermana, dos solitarios, necesitaban una cura de inquietud para sanar esa manía de que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico, a mano. Clovis visita a las Huddle y se hace pasar por el Príncipe Stanislaus, secretario confidencial del obispo. Llegan telegramas. Su Ilustrísima y el coronel Alberti vendrán a quedarse un par de días en la casa. Clovis pide mapas, los estudia reconcentrado, le advierte a su anfitrión que con el obispo están tramando la matanza de todos los judíos de la vecindad. Veintiséis en total. Huddle amenaza con ir a la policía; Clovis le advierte que en los arbustos hay apostados diez hombres que tienen orden de disparar a cualquiera que deje la casa sin su permiso; una pandilla de boy-scouts asesinos patrullan la parte de atrás. Convocados por sendos telegramas, llegan sir León Birberry, un admirado caballero de la zona, y Paul Isaacs, el zapatero. Con Mr. Huddle y la servidumbre se encierran en el piso de arriba. Clovis anuncia que la matanza será esta noche; pero intentarán no hacer mucho ruido para no agravar el dolor de cabeza de Miss Huddle. Informa más tarde que los boy-scouts confundieron su señal y mataron al cartero de la tarde. Una mucama rompe a llorar. Nunca más vieron al secretario. El nervioso grupo pasó la noche en vela, atrincherado; largas horas escuchando cada susurro del viento, cada crujido en la escalera. A las siete de la mañana, al jardinero y al chico de los mandados les costó convencer a los que vigilaban que todo estaba tranquilo.
PD: Saki es una presencia habitual en este blog. Creo que nunca me cansaré de releer sus cuentos tan divertidos y elegantes. Es insuperable en la composición de la figura del maldito.
martes, 22 de noviembre de 2011
El intocable
John Banville
Anagrama. 428 páginas. Colección Compactos. Edición 1999
En el raro universo que habitamos hay estrellas de materia tan densa que una cucharadita pesa más que un rascacielos en la Tierra. Con el arte ocurre lo mismo. Un párrafo o una página de la Alta Literatura tiene más belleza, opulencia, profundidad y sabiduría que la obra completa de un autor de tercera o cuarta fila. Es el caso de esta novela, una de las mejores que he leído en mi vida. Su densidad tiende al infinito. Corrobora que escribir mal es sólo consecuencia de la falta de erudición. Y confirma la intuición de que los lectores apasionados podemos ser felices agotando la obra de nuestros autores favoritos (en este caso el insigne John Banville) y haciendo un corte de manga a casi todo lo demás.
En magnífica primera persona (es una suerte de memoria o álbum de recuerdos), se reconstruye la vida de sir Anthony Blunt, uno de los principales catalogadores de nuestra era, catedrático de Oxford y Cambridge, eminencia de la British Academy, erudito en Nicolás Poussin y William Blake, y, sobre todo, inspector de Dibujos y Pinturas de la monarquía británica. Pero, prácticamente, nadie lo recuerda hoy por la finura de sus antenas como crítico o historiador de arte sino por haber sido durante más de treinta años un espía de la Unión Soviética. Está probado que sus delaciones condenaron a una muerte atroz a personas detrás de la Cortina de Hierro. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher desenmascaró al farsante ante la Cámara de los Comunes. Occidente entero se estremeció.
Convengamos que entre los tipos humanos pocos son tan interesantes como el del traidor o el del homicida desapasionado (caso Martín Fierro, dicho sea de paso). ¿Hace falta señalar que Blunt-Maskell no era un criminal común y silvestre? El esteta talentoso y estoico, el esbirro de la KGB, el niño mimado de la aristocracia intelectual fue además un homosexual promiscuo, de esos que merodean los baños de estación de ferrocarril en procura de “carne apropiada”. Bueno, también lo eran casi todos los miembros de la célula que Moscú reclutó entre Los Apóstoles de Cambridge. Banville los retrata con la habilidad de un miniaturista persa; los personajes secundarios son fascinantes, como Boy Bannister (Guy Burgess, en la vida real) a quien Blunt ayudó a fugarse a la URSS en los cincuenta; o un tal Querrell que no puede ser otro que Graham Greene.
El final de la novela es asombroso; proporciona una explicación coherente y verosímil a los misterios del expediente Blunt. ¿Quién fue el ángel de la guarda o la legión de ángeles que protegieron su duplicidad radical durante años? Pero no es en el terreno de Le Carré que el libro relumbra como el oro del Vaticano sino en la magistral exploración de un alma descarriada y en la vivisección de una felonía que dejo al mundo boquiabierto. En diciembre de 1980, el egregio George Steiner meditaba en The New Yorker:
Del estilo de El intocable sólo pueden hablarse maravillas. Los párrafos son macizos, exuberantes, ricos en vocabulario e ideas fecundas. Los diálogos, vivaces; hay una sucesión de cautivantes escenas teatrales, incluso absurdas. Menudean las alusiones clásicas; recuérdese que oímos la voz de un erudito. Un fulano tiene “una atractiva cojera a lo Byron”. Otro “era la viva imagen del viejo Martin Heidegger con un bigote que parecía un tiznajo”. Una mujer ofrece “una pose a lo Sarah Bernhardt”. Otra le recuerda “a una de esas intrigantes mundanas de Henry James como Madame Merle o la señora Assingham”. Steiner sostiene que Banville es el estilista más elegante de la lengua inglesa. Quien no conozca al mejor escritor vivo de Irlanda, esté es el libro apropiado para comenzar una relación amorosa.
Entre mil subtemas interesantes, Blunt-Maskell-Banville ofrece una exquisita y certera teoría metafísica sobre el arte (obsérvese el delicado uso del punto y coma):
El intocable tiene todo lo que la Gran Novela puede ofrecer al lector culto. No se me ocurre un elogio mejor.
Anagrama. 428 páginas. Colección Compactos. Edición 1999
En el raro universo que habitamos hay estrellas de materia tan densa que una cucharadita pesa más que un rascacielos en la Tierra. Con el arte ocurre lo mismo. Un párrafo o una página de la Alta Literatura tiene más belleza, opulencia, profundidad y sabiduría que la obra completa de un autor de tercera o cuarta fila. Es el caso de esta novela, una de las mejores que he leído en mi vida. Su densidad tiende al infinito. Corrobora que escribir mal es sólo consecuencia de la falta de erudición. Y confirma la intuición de que los lectores apasionados podemos ser felices agotando la obra de nuestros autores favoritos (en este caso el insigne John Banville) y haciendo un corte de manga a casi todo lo demás.
En magnífica primera persona (es una suerte de memoria o álbum de recuerdos), se reconstruye la vida de sir Anthony Blunt, uno de los principales catalogadores de nuestra era, catedrático de Oxford y Cambridge, eminencia de la British Academy, erudito en Nicolás Poussin y William Blake, y, sobre todo, inspector de Dibujos y Pinturas de la monarquía británica. Pero, prácticamente, nadie lo recuerda hoy por la finura de sus antenas como crítico o historiador de arte sino por haber sido durante más de treinta años un espía de la Unión Soviética. Está probado que sus delaciones condenaron a una muerte atroz a personas detrás de la Cortina de Hierro. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher desenmascaró al farsante ante la Cámara de los Comunes. Occidente entero se estremeció.
Convengamos que entre los tipos humanos pocos son tan interesantes como el del traidor o el del homicida desapasionado (caso Martín Fierro, dicho sea de paso). ¿Hace falta señalar que Blunt-Maskell no era un criminal común y silvestre? El esteta talentoso y estoico, el esbirro de la KGB, el niño mimado de la aristocracia intelectual fue además un homosexual promiscuo, de esos que merodean los baños de estación de ferrocarril en procura de “carne apropiada”. Bueno, también lo eran casi todos los miembros de la célula que Moscú reclutó entre Los Apóstoles de Cambridge. Banville los retrata con la habilidad de un miniaturista persa; los personajes secundarios son fascinantes, como Boy Bannister (Guy Burgess, en la vida real) a quien Blunt ayudó a fugarse a la URSS en los cincuenta; o un tal Querrell que no puede ser otro que Graham Greene.
El final de la novela es asombroso; proporciona una explicación coherente y verosímil a los misterios del expediente Blunt. ¿Quién fue el ángel de la guarda o la legión de ángeles que protegieron su duplicidad radical durante años? Pero no es en el terreno de Le Carré que el libro relumbra como el oro del Vaticano sino en la magistral exploración de un alma descarriada y en la vivisección de una felonía que dejo al mundo boquiabierto. En diciembre de 1980, el egregio George Steiner meditaba en The New Yorker:
“El espionaje y la traición son tan antiguos como la prostitución. Y, evidentemente, han atraído muchas veces a seres humanos de cierta inteligencia y audacia y, en algunos casos, de elevada posición social. Sin embargo, que se alistará en este repugnante oficio un hombre de tal superioridad intelectual, un hombre cuyas manifiestas aportaciones a la vida espiritual son de extrema elegancia y percepción y que, como estudioso o como profesor, hizo de la veracidad y de la escrupulosa integridad la piedra de toque de su trabajo, es verdaderamente singular. No se me ocurre, en relación con la época moderna, ningún paralelismo genuino con la traición del profesor Blunt”.
Del estilo de El intocable sólo pueden hablarse maravillas. Los párrafos son macizos, exuberantes, ricos en vocabulario e ideas fecundas. Los diálogos, vivaces; hay una sucesión de cautivantes escenas teatrales, incluso absurdas. Menudean las alusiones clásicas; recuérdese que oímos la voz de un erudito. Un fulano tiene “una atractiva cojera a lo Byron”. Otro “era la viva imagen del viejo Martin Heidegger con un bigote que parecía un tiznajo”. Una mujer ofrece “una pose a lo Sarah Bernhardt”. Otra le recuerda “a una de esas intrigantes mundanas de Henry James como Madame Merle o la señora Assingham”. Steiner sostiene que Banville es el estilista más elegante de la lengua inglesa. Quien no conozca al mejor escritor vivo de Irlanda, esté es el libro apropiado para comenzar una relación amorosa.
Entre mil subtemas interesantes, Blunt-Maskell-Banville ofrece una exquisita y certera teoría metafísica sobre el arte (obsérvese el delicado uso del punto y coma):
“La obra no tiene ningún significado; relevancia, sí; sentimientos; autoridad; misterio -magia, si se quiere-; pero no significado. Su significado es estar allí. Este es el hecho fundamental de la creación artística, representar algo que de otro modo no existiría (Por qué lo pintó. Porque no estaba allí)”.
El intocable tiene todo lo que la Gran Novela puede ofrecer al lector culto. No se me ocurre un elogio mejor.
Guillermo Belcore
Calificación: EXCELENTE
PD: ¿Dije que Banville es uno de mis narradores favoritos? Este blog ha reseñado otros tres libros de su autoría.
sábado, 19 de noviembre de 2011
A vueltas con la cuestión judía
Elisabeth Roudinesco
Anagrama. Ensayo de historia, 319 páginas
"La idiotez es el mal absoluto, el enemigo invencible"Flaubert
"Dos principios opuestos y destinados a enfrentarse hasta el infinito, hasta que llegue la muerte: una auténtica tragedia que además dará origen a un conflicto sin fin en el que las dos partes enfrentadas -palestinos e israelíes- tendrán sus propias razones, tan legítimas unas como otras, como los griegos y los troyanos en el poema de Homero. Imposible elegir un campo en contra del otro, dado que ninguno de los dos tiene otra opción que vivir con el otro, o morir con el otro".Elisabeth Roudinesco
La historia contemporánea puede ser leída también como una lucha brutal
entre modernidad y atavismo. El primer bando lo integran todas las ideas,
pensadores y artefactos universalistas (como la democracia); el segundo, las
ideologías y movimientos que colocan el acento en lo particular, los que, en el
mejor de los casos, conducen a un callejón sin salida, pero en el peor
desembocan en Auschwitz. La universalidad engendra odio y resentimiento; y en el
siglo XIX generó el antisemitismo, fuerza oscura y maléfica que es también un
asunto del inconciente, establece en este ensayo convincente Elisabeth
Roudinesco, psicóloga estructuralista, pensadora notable, portaestandarte de la
Ilustración, mujer de juicios libres. Su inteligencia refulge; es notable que la
mera sensatez pueda producir tanto placer intelectual.
El libro es una travesía fascinante por casi dos milenios de historia del
pensamiento: desde el Concilio de Nicea hasta los inquisidores judíos de hoy.
Hace un análisis magistral de lo que realmente pensaban y piensan sobre la
cuestión judía personalidades eminentes. Con pruebas en la mano, demuestra que
Nietzsche y Marx no fueron antisemitas. Reivindica a Spinoza, Freud, Hanna
Arendt y Derrida. Defiende a Jean Genet. Explica a Heidegger y a Jung, sin
absolverlos, claro. Hace trizas a la derecha francesa recalcitrante, a Chomsky y
a los negacionistas. Precisa términos y rastrea su origen histórico. Y se
mete de lleno en el conflicto entre israelíes y palestinos, “hoy el centro de
todos los debates entre intelectuales, sean concientes o no”. Opina que Israel
debe convertirse en un Estado binacional, laico o igualitario; o se despeñará
hacia una teocracia con apartheid. Vemos por estos días, en efecto, que se han cumplido las
peores pesadillas de Freud para la Tierra Prometida: judíos racistas y árabes
antisemitas se encuentran atrapados en una espiral degradante de venganzas.
Puede sólo reprochársele a Roudinesco un exagerado galocentrismo. Hace que
toda la historia de la Humanidad orbite en torno de Francia. Llega a decir que
sin el caso Dreyfus y sin Edouard Drumont no hubiera existido el sionismo. Pero
es una mácula insignificante que no estropea de ninguna manera el análisis crítico y la
imprescindible defensa de la tradición ilustrada. El lector encontrará en este
libro -como diría Diderot- precisión en las ideas, exactitud en el razonamiento,
rigor en el estilo; en pocas palabras, todo cuanto caracteriza a una sana
filosofía.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: He vinculado este ensayo esclarecedor con la última novela de Umberto Eco en la columna que escribo para Eterna Cadencia (pinche aquí). Puse el acento en la reivindicación del Héroe de la Ilustración, una necesidad para estos tiempos.
domingo, 13 de noviembre de 2011
La noche de los museos
Este blog quiere expresar su adhesión a La Noche de los Museos, iniciativa estatal que permite a los argentinos que nunca se interesaron y jamás se interesarán por el arte y la historia recorrer diez o quince museos en dos horas. De esta manera, podrán gozar de cada manifestación de la cultura una microdécima de segundo. Las largas colas y los medios de transporte llenos permiten, por lo demás, en la madrugada de un domingo evitar la nostalgia por las horas pico de un día de semana. ¡Bien por la cultura de masas! ¡Vivan los simulacros!
La Biblioteca de Asterión (crítica con mala onda)
sábado, 12 de noviembre de 2011
El imperio de los sentimientos
Beatriz Sarlo
Siglo Veintiuno Editores. 174 páginas
En las primeras décadas del siglo XX, circulaban con gran éxito en la Argentina (tiradas de hasta cuatrocientos mil ejemplares) publicaciones semanales cuyos cuentos románticos proporcionaban placer y consuelo a las gentes sencillas. Se vendían de casa en casa o en los quioscos a diez centavos el ejemplar (una bicoca). Los esnobs tachaban a la especie de “literatura de barrio, de pizzería, de milonguitas”. Con gran erudición y enfoque misericordioso, una intelectual de juicios libres examina aquellos escritos. El análisis formal e ideológico concluye que las novelitas sentimentales pudieron haber sido para los lectores incultos “un agradable desvío o una sencilla estación para las iniciaciones”.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Siglo Veintiuno Editores. 174 páginas
En las primeras décadas del siglo XX, circulaban con gran éxito en la Argentina (tiradas de hasta cuatrocientos mil ejemplares) publicaciones semanales cuyos cuentos románticos proporcionaban placer y consuelo a las gentes sencillas. Se vendían de casa en casa o en los quioscos a diez centavos el ejemplar (una bicoca). Los esnobs tachaban a la especie de “literatura de barrio, de pizzería, de milonguitas”. Con gran erudición y enfoque misericordioso, una intelectual de juicios libres examina aquellos escritos. El análisis formal e ideológico concluye que las novelitas sentimentales pudieron haber sido para los lectores incultos “un agradable desvío o una sencilla estación para las iniciaciones”.
El libro data de 1985, pero no ha perdido un ápice de frescura. Beatriz Sarlo (1942) piensa sobre los hombros de Raymond Williams, Bourdieu, Barthes (hasta el título es una imitación). El lector, ese enigma; la revista y sus escritores; el ideal y la representación del amor; la noción de felicidad; el lenguaje de los ojos; y los vicios narrativos son viviseccionados con pericia. Sarlo tiene un probado ingenio para desmontar un texto como si se tratase de una batidora.
Puede que algún párrafo, como el que se abisma en las redes semióticas, mate a un lector de aburrimiento o que el sonsonete paleomarxista de que la materia engendra a las personas (“el texto produce a sus lectores“) suene demodé, pero se trata en general de un ensayo instructivo y ameno, tallado con estilo elegante y profundo. Permite, por cierto, trazar parangones con los textos de la felicidad contemporáneos, caso las baladas románticas, las telenovelas e incluso las nouvelles casi seriadas que los plumíferos de tercera o cuarta categoría escriben hoy sin demasiado esfuerzo para ganar un premio, obtener una canonjía o incluso para ser llamados escritores. La falta de ambición o talento provoca en cualquier época el mismo resultado, independientemente del público al que está dirigido. Podríamos concluir con Sarlo, que demandar poco del lector o manejar un elenco limitado de recursos estéticos implica condenarse al olvido. ¿Quién recuerda hoy a los eficaces Josué Quesada, Hugo Wast y Alejo Peyret? Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Bueno
PD: Algunas cosas no han cambiado nada. Hace cien años las mujeres leían más que los hombres. Y, como ahora, a principios del siglo XX “la sociedad de bombos mutuos enceguece los comentarios en la prensa convirtiendo a la opinión crítica en clásicas gacetillas celebratorias”.
PD: Algunas cosas no han cambiado nada. Hace cien años las mujeres leían más que los hombres. Y, como ahora, a principios del siglo XX “la sociedad de bombos mutuos enceguece los comentarios en la prensa convirtiendo a la opinión crítica en clásicas gacetillas celebratorias”.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
El poder del perro
Don Winslow
Mondadori. Novela policial. Segunda edición en la Argentina 2011.
“Hay muy poco de la novela que realmente no haya sucedido”
En América latina, por debajo de los fenómenos cotidianos, del trabajo honesto, de las bienintencionadas acciones de los dirigentes políticos y de los guardianes de la ley, de la pesada rutina de la mayoría de los hombres y mujeres, existe un universo infernal poblado por ángeles caídos o demonios incorregibles que compran miles de almas (“plomo o plata“), viven en la opulencia y el desenfreno, y que cuando se enfadan vomitan ríos de sangre y devastación sobre nuestra gris cotidianidad. Dios nos proteja de ellos. No me refiero, claro, a licántropos, vampiros u otras criaturas improbables de la ciencia ficción. El inframundo es pedestre. Ejercen allí su señorío brutal los barones de feudales de las drogas.
He aquí la sustancia tremenda con que fue elaborada esta novela torrencial, extraordinaria en su ambición (¡719 páginas!), aunque limitada por una prosa cualunque que le impide saltar del género policial al empíreo de la Alta Literatura. Rodrigo Fresán, un crítico notable aunque proclive a la expresión rimbombante, la define en el prólogo como la gran novela estadounidense del narcotráfico de todos los tiempos. Sea. Un thriller necesario, pues. Y atrapante de la primera a la última letra. Se lee con una mano en la boca y el estómago revuelto.
Mediante el minucioso relato de la eclosión y auge y de un cartel de las drogas y del trampolín mexicano (treinta años de historia palpitante), el estadounidense Don Winslow establece cinco puntos:
a) que el PRI vendió México a los narcotraficantes. Y como consecuencia el querido país hermano transformó buena parte de su territorio en lo que los politólogos llaman “un Estado fallido”.
b) que si una mafia trabaja activamente en favor de los intereses geopolíticos de Estados Unidos (financiando la guerra contra el izquierdismo latinoamericano, por ejemplo) tiene la prosperidad asegurada.
c) que la guerra contra las drogas del Estado moderno ha fracasado miserablemente. Es “una idiotez obscena o una obscenidad idiota”; una farsa trágica, en todo caso. Uno casi se convence de la necesidad de legalizar el consumo y comercio de estupefacientes.
d) que sólo los lobos solitarios (la ética del vaquero), con una pasión y honestidad rayana en lo psicótico, logran algún resultado en la guerra contra el narco.
e) que los crímenes más abyectos y bestiales (incluso la aplicación de tormentos medievales) son moneda corriente en el inframundo. Y todo porque los norteamericanos no pueden refrenar un apetito suicida.
El procedimiento narrativo de Winslow es simple. Explicar al público corriente cómo se hace un zar de las drogas, un sicario, un cowboy de la DEA, un reyezuelo de la mafia irlandesa, una espléndida cortesana del burdel más lujoso de California, un funcionario corrupto, una criminal política exterior (la de Washington, of course). Mezcla con suma eficacia ficción y realidad. O mejor dicho, ficcionaliza tremebundos titulares de la sección Internacionales de los diarios, como los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y el arzobispo de Guadalajara, Juan Posadas Ocampo; el exterminio de la Unión Patriótica en Colombia; la asistencia de la CIA a los contras nicaragüenses; el Efecto Tequila que tanto dañó causó a la Argentina de Menem y Cavallo (sí, los narcos también estuvieron detrás del desplome financiero). Los personajes son verosímiles; la trama, creíble. Winslow, explica el prólogo, se documentó durante seis años para redondear su obra magna. La novela fue publicada en inglés en 2005.
A pesar de su escritura plana sin ninguna pretensión estética, El poder del perro es, para un servidor, La Novela Policial de 2011. Lectura imprescindible, diría.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy buena
PD: No es la primera vez que se elogia con toda convicción una novela del señor Winslow en este blog. Pinche aquí.
Mondadori. Novela policial. Segunda edición en la Argentina 2011.
“Hay muy poco de la novela que realmente no haya sucedido”
D.W.
En América latina, por debajo de los fenómenos cotidianos, del trabajo honesto, de las bienintencionadas acciones de los dirigentes políticos y de los guardianes de la ley, de la pesada rutina de la mayoría de los hombres y mujeres, existe un universo infernal poblado por ángeles caídos o demonios incorregibles que compran miles de almas (“plomo o plata“), viven en la opulencia y el desenfreno, y que cuando se enfadan vomitan ríos de sangre y devastación sobre nuestra gris cotidianidad. Dios nos proteja de ellos. No me refiero, claro, a licántropos, vampiros u otras criaturas improbables de la ciencia ficción. El inframundo es pedestre. Ejercen allí su señorío brutal los barones de feudales de las drogas.
He aquí la sustancia tremenda con que fue elaborada esta novela torrencial, extraordinaria en su ambición (¡719 páginas!), aunque limitada por una prosa cualunque que le impide saltar del género policial al empíreo de la Alta Literatura. Rodrigo Fresán, un crítico notable aunque proclive a la expresión rimbombante, la define en el prólogo como la gran novela estadounidense del narcotráfico de todos los tiempos. Sea. Un thriller necesario, pues. Y atrapante de la primera a la última letra. Se lee con una mano en la boca y el estómago revuelto.
Mediante el minucioso relato de la eclosión y auge y de un cartel de las drogas y del trampolín mexicano (treinta años de historia palpitante), el estadounidense Don Winslow establece cinco puntos:
a) que el PRI vendió México a los narcotraficantes. Y como consecuencia el querido país hermano transformó buena parte de su territorio en lo que los politólogos llaman “un Estado fallido”.
b) que si una mafia trabaja activamente en favor de los intereses geopolíticos de Estados Unidos (financiando la guerra contra el izquierdismo latinoamericano, por ejemplo) tiene la prosperidad asegurada.
c) que la guerra contra las drogas del Estado moderno ha fracasado miserablemente. Es “una idiotez obscena o una obscenidad idiota”; una farsa trágica, en todo caso. Uno casi se convence de la necesidad de legalizar el consumo y comercio de estupefacientes.
d) que sólo los lobos solitarios (la ética del vaquero), con una pasión y honestidad rayana en lo psicótico, logran algún resultado en la guerra contra el narco.
e) que los crímenes más abyectos y bestiales (incluso la aplicación de tormentos medievales) son moneda corriente en el inframundo. Y todo porque los norteamericanos no pueden refrenar un apetito suicida.
El procedimiento narrativo de Winslow es simple. Explicar al público corriente cómo se hace un zar de las drogas, un sicario, un cowboy de la DEA, un reyezuelo de la mafia irlandesa, una espléndida cortesana del burdel más lujoso de California, un funcionario corrupto, una criminal política exterior (la de Washington, of course). Mezcla con suma eficacia ficción y realidad. O mejor dicho, ficcionaliza tremebundos titulares de la sección Internacionales de los diarios, como los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y el arzobispo de Guadalajara, Juan Posadas Ocampo; el exterminio de la Unión Patriótica en Colombia; la asistencia de la CIA a los contras nicaragüenses; el Efecto Tequila que tanto dañó causó a la Argentina de Menem y Cavallo (sí, los narcos también estuvieron detrás del desplome financiero). Los personajes son verosímiles; la trama, creíble. Winslow, explica el prólogo, se documentó durante seis años para redondear su obra magna. La novela fue publicada en inglés en 2005.
A pesar de su escritura plana sin ninguna pretensión estética, El poder del perro es, para un servidor, La Novela Policial de 2011. Lectura imprescindible, diría.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy buena
PD: No es la primera vez que se elogia con toda convicción una novela del señor Winslow en este blog. Pinche aquí.
sábado, 5 de noviembre de 2011
Recuerdos de un callejón sin salida
Banana Yoshimoto
Tusquets. Cuentos, 212 páginas.
No sería sensato recomendar este libro de cuentos a cualquier especie de lector, en particular a quien sólo satisface la Alta Literatura. Los relatos simplones de Banana Yoshimoto (Tokio 1964), vertebrados en torno a la evolución sentimental, a las ñoñerías y a “lo que una chica piensa“, parecen estar dirigidas a adolescentes, a amas de casa que gustan de las telenovelas y de las tempestades en un vaso de agua, y a personas en general que disfrutan los consejillos de los libros de autoayuda y el tardorromanticismo, o que se identifican con los personajes ingenuos. Podría decirse que la señora Yoshimoto muestra aquí todos los defectos de las novelas de Haruki Murakami pero ninguna de sus virtudes, con la excepción del buen gusto y la delicadeza.
El volumen incluye pues cinco textos de sabor agridulce que su autora asegura, en una declaración que la pinta de cuerpo entero, haber corregido “llorando como una tonta”. Incluyen -aclara Yoshimoto- la mayor cantidad de material autobiográfico que haya publicado hasta 2003. Las historias se arman paso a paso, de manera ordenada y convencional. Actos cotidianos se transforman en rituales, lo que podría ser más un característica de la cultura japonesa que un rasgo individual. El añadido de un elemento exótico (como la presencia de una pareja de fantasmas o el envenenamiento de una jovencita) alivia el pesado sentimentalismo y permite llegar al final sin que el interés flaquee. Chispean las sentencias afables. Verbigracia: “los postres son como sueños que hacen felices a las personas”. Se reflexiona básicamente sobre las corrientes inevitables del destino y sobre la tiranía del corazón.
“La luz que hay dentro de las personas” es quizás el relato más estremecedor. Evoca a Makoto, un niño adorable que fue víctima de la irresponsabilidad de sus padres. “Las criaturas demasiado puras tienen una vida corta”, establece no sin razón Yoshimoto.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: regular
PD: En otro lado, he planteado la necesidad del lector empedernido de confeccionar una agenda negativa, una lista de aquellos escritores que -lo siento mucho- ya no pueden sorprendernos, o que definitivamente no están hechos para nosotros. Mi lista profiláctica, y absolutamente caprichosa, incluye a Le Clézio, a Pablo Ramos, a Andrés Rivera, a Herta Müller, a Felipe Pigna y, por supuesto, a Paulo Coelho. Y ahora añado a Banana Yoshimoto. Si no se trata de trabajo, jamás volveré a visitar una de sus páginas.
Tusquets. Cuentos, 212 páginas.
No sería sensato recomendar este libro de cuentos a cualquier especie de lector, en particular a quien sólo satisface la Alta Literatura. Los relatos simplones de Banana Yoshimoto (Tokio 1964), vertebrados en torno a la evolución sentimental, a las ñoñerías y a “lo que una chica piensa“, parecen estar dirigidas a adolescentes, a amas de casa que gustan de las telenovelas y de las tempestades en un vaso de agua, y a personas en general que disfrutan los consejillos de los libros de autoayuda y el tardorromanticismo, o que se identifican con los personajes ingenuos. Podría decirse que la señora Yoshimoto muestra aquí todos los defectos de las novelas de Haruki Murakami pero ninguna de sus virtudes, con la excepción del buen gusto y la delicadeza.
El volumen incluye pues cinco textos de sabor agridulce que su autora asegura, en una declaración que la pinta de cuerpo entero, haber corregido “llorando como una tonta”. Incluyen -aclara Yoshimoto- la mayor cantidad de material autobiográfico que haya publicado hasta 2003. Las historias se arman paso a paso, de manera ordenada y convencional. Actos cotidianos se transforman en rituales, lo que podría ser más un característica de la cultura japonesa que un rasgo individual. El añadido de un elemento exótico (como la presencia de una pareja de fantasmas o el envenenamiento de una jovencita) alivia el pesado sentimentalismo y permite llegar al final sin que el interés flaquee. Chispean las sentencias afables. Verbigracia: “los postres son como sueños que hacen felices a las personas”. Se reflexiona básicamente sobre las corrientes inevitables del destino y sobre la tiranía del corazón.
“La luz que hay dentro de las personas” es quizás el relato más estremecedor. Evoca a Makoto, un niño adorable que fue víctima de la irresponsabilidad de sus padres. “Las criaturas demasiado puras tienen una vida corta”, establece no sin razón Yoshimoto.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: regular
PD: En otro lado, he planteado la necesidad del lector empedernido de confeccionar una agenda negativa, una lista de aquellos escritores que -lo siento mucho- ya no pueden sorprendernos, o que definitivamente no están hechos para nosotros. Mi lista profiláctica, y absolutamente caprichosa, incluye a Le Clézio, a Pablo Ramos, a Andrés Rivera, a Herta Müller, a Felipe Pigna y, por supuesto, a Paulo Coelho. Y ahora añado a Banana Yoshimoto. Si no se trata de trabajo, jamás volveré a visitar una de sus páginas.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Antartida
Proyecto Diez Mil Cuentos
Argumento número veintidós
Antártida (1999)
Claire Keegan. Eterna Cadencia. Edición 2009
Una mujer felizmente casada (y que cree que el infierno es un lugar insoportablemente frío donde el diablo sólo te mira) decide un buen día comprobar cómo es dormir con otro hombre. Aprovecha un viaje a Londres, poco antes de la Navidad. Conoce un sujeto en un pub, se emborrachan, yacen en el abandonado departamento de él, frente a un gato con algo escalofriante. La mujer se va sin despedirse. Pero el amante casual la descubre en el hotel; almuerzan, él la besa con pasión, le suplica una última vez. Ella acepta a regañadientes; su tren sale por la tarde. Hacen el amor de nuevo en el departamento. El desliza un narcotico en la bebida, la esposa a la cama, la amordaza y se va. La mujer trata de liberarse, pero sólo consigue que el acolchado caiga al piso. Está desnuda, su rabia se transforma en terror. Un frío glacial irrumpe por la ventana abierta de la habitación de al lado.
PD: Este relato suave demuestra que la irlandesa Claire Keegan (1968) es otro nombre para tener en cuenta. Puede que se inspire en Carver, maneja con eficacia la premonición. Uno siente siempre que un desastre está punto de ocurrir.
Argumento número veintidós
Antártida (1999)
Claire Keegan. Eterna Cadencia. Edición 2009
Una mujer felizmente casada (y que cree que el infierno es un lugar insoportablemente frío donde el diablo sólo te mira) decide un buen día comprobar cómo es dormir con otro hombre. Aprovecha un viaje a Londres, poco antes de la Navidad. Conoce un sujeto en un pub, se emborrachan, yacen en el abandonado departamento de él, frente a un gato con algo escalofriante. La mujer se va sin despedirse. Pero el amante casual la descubre en el hotel; almuerzan, él la besa con pasión, le suplica una última vez. Ella acepta a regañadientes; su tren sale por la tarde. Hacen el amor de nuevo en el departamento. El desliza un narcotico en la bebida, la esposa a la cama, la amordaza y se va. La mujer trata de liberarse, pero sólo consigue que el acolchado caiga al piso. Está desnuda, su rabia se transforma en terror. Un frío glacial irrumpe por la ventana abierta de la habitación de al lado.
PD: Este relato suave demuestra que la irlandesa Claire Keegan (1968) es otro nombre para tener en cuenta. Puede que se inspire en Carver, maneja con eficacia la premonición. Uno siente siempre que un desastre está punto de ocurrir.
sábado, 29 de octubre de 2011
La liebre
César Aira
Planeta. Novela 327 páginas. Edición 2011
Esta novela ya es un clásico. Fechada en 1987, algunos fans de César Aira (1949) la consideran su mejor producción, acaso la más sofisticada. Literatura gauchesca regida por el disparate, con comiquísimos personajes y desenlace en clave de melodrama. Una prodigiosa exhibición de inteligencia, sentido del humor, iconoclasia, febril inventiva, todo servido con estilo depurado y un sabroso retintín de sorna (Aira escribe muy bien, eso hay que reconocerlo). La apoteósis del nonsense, que es más viejo de lo que se cree, pero que el genio de Pringles adapta y vivifica, para luego ser imitado por un hatajo de escritores vernáculos de tercer y cuarto orden con el fin de evitarse los engorros de la realidad, aunque ése es otro asunto. Aira es un escritor faro, en el sentido que le daba Pierre Bourdieu.
La trama transcurre en el siglo XIX. Después de entrevistarse con un improbable Juan Manuel de Rosas, el naturalista inglés Clarke parte hacia las tolderías indias en busca de la rara liebre legibrariana. Pero el Imperio Araucano no es bárbaro, es una avanzada confederación que combina la exquisita cortesía con cierto gusto por la efusión de sangre, los interminables conciliábulos y las maquinaciones políticas. La recreación de toda una civilización alternativa es uno de los puntos más altos del libro. Las aventuras, como diría Borges, salen al paso del héroe. Hay acción, hay una sucesión larguísima de tejes y manejes (cada personaje tiene su propia agenda), hay esbozos de ideas y teorías más o menos descabelladas, de Aira, el filósofo al voleo. Todo lo posible es posible, para un procedimiento artístico que pone el acento en la escena, en el absurdo, en dejar salir toda la puerilidad que el narrador tiene adentro. El efecto es casi siempre estimulante. Recuerda a Lewis Carroll.
Hay quien dice que la literatura aireana es la más representativa de la Argentina. ¿Con todas las cosas que nos han pasado y nos siguen pasando, cómo un escritor nacional puede tomarse en serio la realidad?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Lo mejor que le he leído a Aira, después del Diccionario de autores latinoamericanos, por supuesto.
Planeta. Novela 327 páginas. Edición 2011
Esta novela ya es un clásico. Fechada en 1987, algunos fans de César Aira (1949) la consideran su mejor producción, acaso la más sofisticada. Literatura gauchesca regida por el disparate, con comiquísimos personajes y desenlace en clave de melodrama. Una prodigiosa exhibición de inteligencia, sentido del humor, iconoclasia, febril inventiva, todo servido con estilo depurado y un sabroso retintín de sorna (Aira escribe muy bien, eso hay que reconocerlo). La apoteósis del nonsense, que es más viejo de lo que se cree, pero que el genio de Pringles adapta y vivifica, para luego ser imitado por un hatajo de escritores vernáculos de tercer y cuarto orden con el fin de evitarse los engorros de la realidad, aunque ése es otro asunto. Aira es un escritor faro, en el sentido que le daba Pierre Bourdieu.
La trama transcurre en el siglo XIX. Después de entrevistarse con un improbable Juan Manuel de Rosas, el naturalista inglés Clarke parte hacia las tolderías indias en busca de la rara liebre legibrariana. Pero el Imperio Araucano no es bárbaro, es una avanzada confederación que combina la exquisita cortesía con cierto gusto por la efusión de sangre, los interminables conciliábulos y las maquinaciones políticas. La recreación de toda una civilización alternativa es uno de los puntos más altos del libro. Las aventuras, como diría Borges, salen al paso del héroe. Hay acción, hay una sucesión larguísima de tejes y manejes (cada personaje tiene su propia agenda), hay esbozos de ideas y teorías más o menos descabelladas, de Aira, el filósofo al voleo. Todo lo posible es posible, para un procedimiento artístico que pone el acento en la escena, en el absurdo, en dejar salir toda la puerilidad que el narrador tiene adentro. El efecto es casi siempre estimulante. Recuerda a Lewis Carroll.
Hay quien dice que la literatura aireana es la más representativa de la Argentina. ¿Con todas las cosas que nos han pasado y nos siguen pasando, cómo un escritor nacional puede tomarse en serio la realidad?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Lo mejor que le he leído a Aira, después del Diccionario de autores latinoamericanos, por supuesto.
jueves, 27 de octubre de 2011
El arreglo de boda de los gorriones
Proyecto Diez Mil Cuentos
Argumento número veintiuno
El arreglo de boda de los gorriones (1926)
Yasunari Kawabata
Historias en la palma de la mano. Emecé. Edición 2005.
Convencido de que elegir novia es como jugar a la lotería, un hombre decide tirando una moneda al aire si se casa con una chica que había confiado su destino a su padre o a su hermano mayor. Cara, es decir "no". Pero el hombre, mirando la fotografía que le habían acercado, entiende que sería conveniente casarse con ella. Pide una confirmación al Cielo. Un par de gorriones caen entonces en picada del techo hacia el lago diminuto que se ha formado junto a la galería. Se van, pero de improviso otra ave trina reflejándose nitidamente en el agua. Nuestro hombre, con un sentimiento de racional bienvenida hacia la muchacha de la fotografía, siente la grandeza de Dios.
PD: El primer párrafo de este cuento breve es sublime, acaso el ornamento más exquisito que he visto en mi vida. Quisiera compartir la introducción del imprescindible Kawagata (Premio Nobel de Literatura 1968) con los amigos y amigas del blog:
"Largamente acostumbrado a una vida de indugente soledad, empezó a anhelar la belleza de darse a los otros. La nobleza de la palabra "sacrificio" se le hizo clara. Empezó a sentir satisfacción con el sentimiento de su propia pequeñez, como una simple semilla cuyo propósito fuera llevar desde pasado al futuro la vida de esta especie llamada humanidad. Incluso llego a simpatizar con la idea de que la especie humana, junto con varios tipos de minerales y plantas, no era sino un pequeño pilar que sostenía un vasto organismo a la deriva en el cosmos; y con la convicción de que no era más preciosa de que otros animales y plantas".
Argumento número veintiuno
El arreglo de boda de los gorriones (1926)
Yasunari Kawabata
Historias en la palma de la mano. Emecé. Edición 2005.
Convencido de que elegir novia es como jugar a la lotería, un hombre decide tirando una moneda al aire si se casa con una chica que había confiado su destino a su padre o a su hermano mayor. Cara, es decir "no". Pero el hombre, mirando la fotografía que le habían acercado, entiende que sería conveniente casarse con ella. Pide una confirmación al Cielo. Un par de gorriones caen entonces en picada del techo hacia el lago diminuto que se ha formado junto a la galería. Se van, pero de improviso otra ave trina reflejándose nitidamente en el agua. Nuestro hombre, con un sentimiento de racional bienvenida hacia la muchacha de la fotografía, siente la grandeza de Dios.
PD: El primer párrafo de este cuento breve es sublime, acaso el ornamento más exquisito que he visto en mi vida. Quisiera compartir la introducción del imprescindible Kawagata (Premio Nobel de Literatura 1968) con los amigos y amigas del blog:
"Largamente acostumbrado a una vida de indugente soledad, empezó a anhelar la belleza de darse a los otros. La nobleza de la palabra "sacrificio" se le hizo clara. Empezó a sentir satisfacción con el sentimiento de su propia pequeñez, como una simple semilla cuyo propósito fuera llevar desde pasado al futuro la vida de esta especie llamada humanidad. Incluso llego a simpatizar con la idea de que la especie humana, junto con varios tipos de minerales y plantas, no era sino un pequeño pilar que sostenía un vasto organismo a la deriva en el cosmos; y con la convicción de que no era más preciosa de que otros animales y plantas".
domingo, 23 de octubre de 2011
Verano y amor
William Trevor
Salamandra. Novela, 218 páginas. Edición 2011Ochenta y un años es una edad razonable para morir, sentenció el Dante. Esta novela sublime lo desmiente. William Trevor (Cook 1928), a quien no pocos consideran el mejor narrador de Irlanda, la escribió en 2009. Viejos son los trapos, el artista está en su plena condición. Todo aquella persona que al menos una vez en la vida haya tenido un anhelo desesperado o bien haya sufrido el tormento de la pasión leerá las últimas páginas con un nudo en la garganta.
La novela nos lleva a las colinas de Irlanda, a mediados de los años cincuenta. Los campesinos no son ya pobres de solemnidad, pero predominan las gentes humildes, resignadas a vivir en soledad. Dillahan, un granjero que pase lo que pase nunca se salta una misa, es un alma atormentada. Ha matado a esposa e hijo en una terrible accidente. Contrae matrimonio por segunda vez con Ellie, una chica criada en un orfanato por monjas de acero. Ella no sabe que no ama a su marido. Como la piedra que astilla la superficie del lago, viene a romper la calma bucólica un forastero. Florian, veintipocos, huérfano, bueno para nada, es una variante encantadora y delicada del predador masculino. Ellie se enamora de Florian. Tienen un verano inolvidable. El pueblo de Rathmoye murmura; el resentimiento mete la cola. El final del libro nos deja con la boca abierta y azorados, pero no resulta inverosímil.
Trevor es un magnífico constructor de personajes, que va al quid de la vida; escribe sobre los asuntos más profundos del corazón, los que realmente cuentan y están por encima de la política, la economía e incluso la religión. Nunca incurre, no obstante, en cursiler¡as o melodramas. La prosa, meticulosa y pulcra, tiene todas las ventajas de la claridad. No parece insensato postular que Verano y amor es una obra perfecta tanto en la forma como en el contenido.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Clasificación: Excelente
PD: El País de Madrid comparte el entusiasmo con este libro. Pinche aquí.
viernes, 21 de octubre de 2011
El sueño
Proyecto Diez Mil Cuentos
Argumento número veinte
El sueño
Julian Barnes. Una historia del mundo en diez capítulos y medio
Anagrama. Edición 1994.
Un hombre sueña el Cielo. Cuando morimos, a cada uno se le da el Cielo que desea. El pomelo del desayuno, por ejemplo, es el pomelo soñado. El té sabe como si lo hubiese recolectado el séquito personal de un raja. El diario es fabuloso, la tinta no mancha los dedos y las noticias no te manchan la mente, te hacen feliz: tu equipo de fútbol se consagra campeón después de una tremenda final, los criminales se enmiendan, ya no hay guerras ni accidentes. Una hermosa mujer, mitad ángel, es nuestro cicerone en el más allá. Uno pasa los días haciendo sólo lo que le agradaba en la vida: en este caso, el señor va de compras o práctica deportes, mantiene relaciones sexuales casi todas las noches con una mujer distinta, incluso con las de la televisión. También conoce gente famosa de todos los tiempos. El problema es que no hay un número infinito de posibilidades, esa es la terrible verdad que tarde o temprano se aprende en el Cielo. Después de practicar tenis durante milenios, uno es capaz de derrotar a Borg, Sampras o Federer, a cualquier campeón que haya existido. O de jugar al golf en 18 hoyos. Pero en ese Cielo democrático en el que recibimos lo que esperamos, no lo que merecemos, el libre albedrío se respeta a rajatabla. Uno puede extinguirse cuando lo desee. Todas las almas terminan haciéndolo.
PD: Con su novela El sentido del final, Julian Barnes, ese exquisito narrador very british (incluso en su francofilia), acaba de obtener el Man Booker, prestigioso galardón de las letras del Reino Unido e Irlanda. El cuento elegante y perspicaz que aquí resumo y recomiendo es un claro ejemplo de las virtudes de su prosa. Por otra parte, yo encuentro un agrado profundo en todas las imaginerías sobre el Cielo y el Infierno que la Alta Literatura ha prohijado. Algún día me gustaría evocarlas por escrito.
miércoles, 19 de octubre de 2011
La casa de Matriona II
Alexander Solzhenitsyn
Tusquets. Cuentos, 193 páginas. Precio aproximado: 83 pesos. Edición 2011
La lectura de cualquier narración de Alexander Solzhenitsyn (Kislovodsk 1918-2008) provoca un doble placer. Primero, el agrado de hallar la verdad. En nombre de la dignidad humana y de la Rusia eterna, el Premio Nóbel de Literatura 1970 reveló y denunció la verdadera naturaleza del bolchevismo llevado hasta las últimas consecuencias, es decir el atroz régimen de Stalin y sus continuadores. Todo lo que escribió fue con material de primera mano; fue un preso político y un disidente. En segundo término, el valor estético. Solzhenitsyn dio encarnadura literaria a episodios autobiográficos o incidentes históricos, pero no era un panfletista. Tenía una admirable destreza para trazar caracteres, una enorme cultura, gran profundidad psicológica y un extraordinario talento para escarbar en la relación entre el poder y la persona.
Todas estas virtudes cantan presente en los dos magníficos relatos reimpresos por Tusquets. Sus personajes son víctimas de la injusticia, tanto de un sistema monstruoso como de la mezquindad y codicia que anida en el corazón del pueblo, en la Rusia profunda e incólume, donde el alter ego de Solzhenitsyn, después de diez años de cárcel y destierro interior, se había refugiado para -vaya paradoja- huir de las miserias de la política. Los cuentos se basan en hechos verídicos y fueron publicados en revistas moscovitas hace más de cuatro décadas. Conformaron el envés del sofocante y estéril realismo socialista.
El primer texto evoca la vida en la aldea soviética en los años cincuenta. Matriona es una especie de santa, incomprendida y explotada por sus vecinos y parientes, maltratada por la burocracia. Su final es trágico. Al igual que el de un estrafalario actor movilizado para la guerra, por una palabra fuera de lugar delante de un funcionario diligente en el nudo ferroviario de Kochetovka. El segundo cuento nos lleva a la retaguardia de la Unión Soviética durante los primeros meses de la invasión nazi. Todos los personajes son de carne y hueso, pero como sostiene un epílogo ambicioso del traductor Enrique Fernández Vernet puede que también sean riquísimos en simbolismo jungniano. Sea como sea, corrobora el libro que Solzhenitsyn fue un escritor imprescindible del siglo XX.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
PD: Los argumentos de los dos cuentos largos o nouvelles cortas se resumen en este blog. Pinche aquí y aquí. Sugiero también leer la inteligente reflexión que ha escrito Quintin días atrás sobre el enorme Solzhenitsyn. Pinche acá.
Tusquets. Cuentos, 193 páginas. Precio aproximado: 83 pesos. Edición 2011
“Inexplicablemente, el idioma llama bien a toda posesión, ya sea pública o privada. Entendiéndolo así, la gente considera que renunciar al bien es una vergüenza, cosa de bobos“.
“La vida me ha enseñado a no buscar en la comida el sentido de la existencia cotidiana”.
“La línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos sino que atraviesa cada corazón humano”.
Alexander Solzhenitsyn
La lectura de cualquier narración de Alexander Solzhenitsyn (Kislovodsk 1918-2008) provoca un doble placer. Primero, el agrado de hallar la verdad. En nombre de la dignidad humana y de la Rusia eterna, el Premio Nóbel de Literatura 1970 reveló y denunció la verdadera naturaleza del bolchevismo llevado hasta las últimas consecuencias, es decir el atroz régimen de Stalin y sus continuadores. Todo lo que escribió fue con material de primera mano; fue un preso político y un disidente. En segundo término, el valor estético. Solzhenitsyn dio encarnadura literaria a episodios autobiográficos o incidentes históricos, pero no era un panfletista. Tenía una admirable destreza para trazar caracteres, una enorme cultura, gran profundidad psicológica y un extraordinario talento para escarbar en la relación entre el poder y la persona.
Todas estas virtudes cantan presente en los dos magníficos relatos reimpresos por Tusquets. Sus personajes son víctimas de la injusticia, tanto de un sistema monstruoso como de la mezquindad y codicia que anida en el corazón del pueblo, en la Rusia profunda e incólume, donde el alter ego de Solzhenitsyn, después de diez años de cárcel y destierro interior, se había refugiado para -vaya paradoja- huir de las miserias de la política. Los cuentos se basan en hechos verídicos y fueron publicados en revistas moscovitas hace más de cuatro décadas. Conformaron el envés del sofocante y estéril realismo socialista.
El primer texto evoca la vida en la aldea soviética en los años cincuenta. Matriona es una especie de santa, incomprendida y explotada por sus vecinos y parientes, maltratada por la burocracia. Su final es trágico. Al igual que el de un estrafalario actor movilizado para la guerra, por una palabra fuera de lugar delante de un funcionario diligente en el nudo ferroviario de Kochetovka. El segundo cuento nos lleva a la retaguardia de la Unión Soviética durante los primeros meses de la invasión nazi. Todos los personajes son de carne y hueso, pero como sostiene un epílogo ambicioso del traductor Enrique Fernández Vernet puede que también sean riquísimos en simbolismo jungniano. Sea como sea, corrobora el libro que Solzhenitsyn fue un escritor imprescindible del siglo XX.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
PD: Los argumentos de los dos cuentos largos o nouvelles cortas se resumen en este blog. Pinche aquí y aquí. Sugiero también leer la inteligente reflexión que ha escrito Quintin días atrás sobre el enorme Solzhenitsyn. Pinche acá.
domingo, 9 de octubre de 2011
Nueva historia de la Guerra Fría
John Lewis Gaddis
Fondo de Cultura Económica. Ensayo de historia, 355 páginas.
La Segunda Guerra Mundial provocó una serie de ajustes temporarios en la geopolítica global que se convirtieron en muy poco tiempo en dislocaciones permanentes, de esas que parecen formar parte del estado natural de las cosas. El mundo se dividió y el temor a las bombas nucleares cambió el arte de la guerra. Las economías planificadas fracasaron en elevar el nivel de vida y se produjo, en todos lados, un lento declive del poder de los dirigentes en beneficio de los dirigidos. De pronto, la moralidad pública se convirtió en un asunto importante. Sensibles a estas tendencias, un puñado de estadistas aceleró las cosas en los años ochenta y estalló la primera revolución trascendente de las Historia casi sin derramamiento de sangre. La Guerra Fría había concluido. Las estatuas de Lenin se pudren hoy en los basureros.
El período tumultuoso de la política internacional que va de 1945 a 1991 fue desmenuzado en este ensayo sintético, esclarecedor y ameno. La única advertencia que debe hacerse al lector es que preste muchísima atención pues la traducción es horrible, descuidada y cacofónica. No obstante, el calidad del relato se impone, sobre todo porque el profesor John Lewis Gaddis (Texas, 1941) sortea con elegancia ciertas taras contemporáneas como el determinismo, o como confundir ambivalencia moral con equivalencia. El libro prueba cómo las ideas pueden mover a las naciones y esboza la tesis de que las corrientes subterráneas de la Historia muy rara vez convergen de manera automática. Se necesitan líderes para que lo hagan (ya lo decía Shakespeare: Dios corta el mazo y reparte las cartas pero es el hombre el que las juega). Gaddis también señala datos cruciales no del todo conocidos. Por ejemplo, que el Gran Salto Adelante de Mao fue la máxima calamidad del siglo XX, en términos de vidas sacrificadas.
A pesar de todo el enorme dolor y destrucción que causó la Guerra Fría (los latinoamericanos, campo de batalla de las superpotencias, lo sabemos de sobra), el historiador Gaddis está seguro que el mundo es un lugar mejor gracias a aquel conflicto fuese combatido del modo como lo fue y ganado por el bando que lo ganó. Si el Holocausto nuclear se hubiese consumado, quien sabe si hoy alguien podría leer y comentar libros.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Nos explica el profesor Gaddis que la política exterior de Estados Unidos durante cincuenta años se rigió por dos coordenadas de acero: impedir la revolución en todos lados y evitar una guerra nuclear con la Unión Soviética. Aquellos estadistas que supieron leer a la potencia hegemónica del siglo XX, añado yo, generaron menos dolor a sus pueblos; los que no, como Salvador Allende, crearon condiciones para la aparición de fenómenos aberrantes, como Pinochet. Moral de la responsabilidad vs. moral de los principios. Quiénes son los políticos realmente irresponsables, me pregunto siempre.
Fondo de Cultura Económica. Ensayo de historia, 355 páginas.
“Ser un comunista es inseparable de ser un estalinista”Nikita Jruschov
La Segunda Guerra Mundial provocó una serie de ajustes temporarios en la geopolítica global que se convirtieron en muy poco tiempo en dislocaciones permanentes, de esas que parecen formar parte del estado natural de las cosas. El mundo se dividió y el temor a las bombas nucleares cambió el arte de la guerra. Las economías planificadas fracasaron en elevar el nivel de vida y se produjo, en todos lados, un lento declive del poder de los dirigentes en beneficio de los dirigidos. De pronto, la moralidad pública se convirtió en un asunto importante. Sensibles a estas tendencias, un puñado de estadistas aceleró las cosas en los años ochenta y estalló la primera revolución trascendente de las Historia casi sin derramamiento de sangre. La Guerra Fría había concluido. Las estatuas de Lenin se pudren hoy en los basureros.
El período tumultuoso de la política internacional que va de 1945 a 1991 fue desmenuzado en este ensayo sintético, esclarecedor y ameno. La única advertencia que debe hacerse al lector es que preste muchísima atención pues la traducción es horrible, descuidada y cacofónica. No obstante, el calidad del relato se impone, sobre todo porque el profesor John Lewis Gaddis (Texas, 1941) sortea con elegancia ciertas taras contemporáneas como el determinismo, o como confundir ambivalencia moral con equivalencia. El libro prueba cómo las ideas pueden mover a las naciones y esboza la tesis de que las corrientes subterráneas de la Historia muy rara vez convergen de manera automática. Se necesitan líderes para que lo hagan (ya lo decía Shakespeare: Dios corta el mazo y reparte las cartas pero es el hombre el que las juega). Gaddis también señala datos cruciales no del todo conocidos. Por ejemplo, que el Gran Salto Adelante de Mao fue la máxima calamidad del siglo XX, en términos de vidas sacrificadas.
A pesar de todo el enorme dolor y destrucción que causó la Guerra Fría (los latinoamericanos, campo de batalla de las superpotencias, lo sabemos de sobra), el historiador Gaddis está seguro que el mundo es un lugar mejor gracias a aquel conflicto fuese combatido del modo como lo fue y ganado por el bando que lo ganó. Si el Holocausto nuclear se hubiese consumado, quien sabe si hoy alguien podría leer y comentar libros.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Muy bueno
PD: Nos explica el profesor Gaddis que la política exterior de Estados Unidos durante cincuenta años se rigió por dos coordenadas de acero: impedir la revolución en todos lados y evitar una guerra nuclear con la Unión Soviética. Aquellos estadistas que supieron leer a la potencia hegemónica del siglo XX, añado yo, generaron menos dolor a sus pueblos; los que no, como Salvador Allende, crearon condiciones para la aparición de fenómenos aberrantes, como Pinochet. Moral de la responsabilidad vs. moral de los principios. Quiénes son los políticos realmente irresponsables, me pregunto siempre.