Aquellos intelectuales que adoran al Partido Comunista o alguna de las infames sectas trotskistas (como las que se roban en la Argentina el 2% de los planes sociales de los pobres so pretexto de gasto de organización) deberían descubrir o recordar lo que el marxismo les hace a los artistas cuando conquista el poder e impone la dictadura del proletariado. Deberían conocer el destino trágico de Ósip Mandelstam.
Nació en 1891 en Varsovia dentro de la confortable fe judía, fue compañero de ruta (sin exagerar) de la Revolución bolchevique, pero por ser una conciencia independiente lo condenaron a la miseria más espantosa y al exilio interno, hasta que en 1938 lo liquidó un campo de concentración de Vladivostok.
Ese enigma envuelto en un misterio dentro de un acertijo que conocemos con el nombre de Rusia rehabilitó completamente al poeta cincuenta años después de su asesinato, al calor de la Perestroika. Hoy el sello boutique Blatt & Ríos trae al lector hispanohablante algunas de sus mejores creaciones, las que compuso en un régimen de cautividad semiabierto en una ciudad de provincias. Hay una historia terrible detrás de Cuadernos de Vorónezh (129 páginas). Es una joya que sabrá apreciar tanto el amante de la Alta Poesía como el interesado en la historia del comunismo.
INTENTO DE SUICIDIO
En 1933, Ósip Mandelstam escribió el poema El montañés y lo recitó ante una decena de amigos. Boris Pasternak calificó la empresa de intento de suicidio. Era una sátira despiadada de Joseph Stalin. Veamos media estrofa:
"...Sus dedos gordos, como gusanos, son grasosos,
y sus palabras, como pesas de un pud, cabales,
se ríen sus bigotes de cucaracha
y relucen las cañas de sus botas."
En ese momento comenzó su calvario material, físico; el espiritual se había precipitado mucho antes, cuando la Revolución de Octubre, supuesta epopeya por la libertad del proletariado, confirmó un rumbo totalitario como nunca había conocido la humanidad. El disidente, obviamente, fue detenido, interrogado y confinado lejos de las grandes urbes. Aislar pero preservar fue la orden de Stalin. Primero fue enviado a la localidad de Cherdyn. Allí, Ósip intentó suicidarse. Luego los mastines del déspota le permitieron afincarse en Vorónezh, pero en condiciones paupérrimas, junto a esposa Nadiezhda Jázina. He aquí otra enseñanza del libro. Cuando el universo se desploma sobre tu cabeza, aquellos hombres afortunados que han encontrado una buena esposa nunca se sentirán solos. La cruz de la existencia es demasiado pesada para ser cargada por un solo par de hombros.
En Vorónezh, Mandelstam tenía la soga al cuello pero el genio se impuso. Escribió versos magníficos que atesora este volumen y que permanecieron inéditos hasta su muerte. Difícilmente, amigo lector, hallará en otro lado lírica del destierro de tan sublime factura. El alma atormentada le cantó a la estepa, al cielo y al frío, a los ríos, al jilguero, a las piezas arqueológicas del museo local, a la cantante y al flautista camaradas arrestados por la implacable picadora de carne bolchevique. Hasta le compuso a la Roma fascista. También a esa orden deleznable de rapar a la gurisada el Día del Trabajador:
"Aún la maquinita número uno, mordaz,
recolecta castaños tributos,
y caen sobre una toalla limpia
adensados mechoncitos racionales".
Naturalmente hay un fantasma maldito errando entre estos poemas. En la página sesenta y uno, el vate lo evoca:
"...aquel por quien gritamos en sueños,
el Judas de los pueblos futuros"...
Y así llegamos al núcleo incandescente del libro. La conmovedora, colosal y fascinante Oda a Stalin. Al autor le insumió dos meses redondear el poema, nos explica el traductor y prologuista Fulvio Franchi, quien por cierto ha hecho un trabajo excelente, dando "prioridad a la obtención de un ritmo". Mandelstam envió el manuscrito a diversas organizaciones culturales en 1937, pero ninguna aceptó publicarla. Hubo que esperar hasta 1989 para que la URSS divulgara al poema íntegramente. Malditas dictaduras.
El señor Franchi también resalta que hay dos interpretaciones históricas sobre los motivos de la Oda a Stalin:
a) Fue un intento tan desesperado como magistral (artísticamente hablando) del literato, aunque inútil, para que Stalin olvidase “El montañés” y le perdonara la vida.
b) “Fue la elección de un género lírico elevado que encarna un principio paródico”, escribió Franchi. Es decir, harto de tanto dolor el artista habría querido demostrar al Príncipe Rojo que él también era capaz de componer la más excelsa lamida de botas. Un último gesto de altivez delante del patíbulo. Sostiene esta teoría, la indudable ambigüedad del poema y sus graciosas exageraciones.
Estos cuadernos tan recomendables incluyen al final un puñado de escritos en prosa que corroboran la fineza del sentido crítico de Mandelstam y la belleza de su expresión. Impresiona, por ejemplo, su reprobación a los periodistas bolcheviques sedientos de sangre, que retroalimentaban la represión del régimen: "Una cajera se equivocó en cinco kopeks. -Mátala".
En los años veinte, el poeta había llegado a una conclusión tremebunda: "...en todas partes la literatura cumple un mismo designio: ayuda a las autoridades a hacer que los soldados las obedezcan y ayuda a los jueces a ejercer represalias sobre los condenados".
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa
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