domingo, 21 de junio de 2020

Lo bello y lo triste

Por Yasunari Kawabata

Emecé. 237 páginas. Edición 1976. Traducción: Nélida M. de Machain


Oki Toshio, escritor afamado, viajó a la ciudad de Kyoto un 29 de diciembre con la intención de escuchar las campanas de Chionin que señalan el Año Nuevo. Al menos, eso le dijo a su esposa Fumiko. La verdadera razón era ver a Ueno Otoko, su amante hace dos décadas, ahora una pintora talentosa. Vivieron un romance tempestuoso cuando Otoko tenía quince años y Toshio veintiséis, ya casado y con un hijo. La adolescente quedó embarazada, perdió a su bebé, intentó suicidarse, estuvo internada en un manicomio, se curó pero nunca más quiso relacionarse seriamente con un hombre. La novela más vendida de Toshio fue “Una chica de dieciséis”, basada justamente en su amor adultero y trágico. Fumiko la pasó en limpio.

Otoko y Toshio se encuentran en Kyoto, pero no a solas. Comparten una cena con dos geishas y con Keiko, discípula de “una belleza aterradora”. Para vengar a su maestra del hombre que la hizo desdichada, la muchacha trama uno los planes más atroces que se puedan concebir. Naturalmente, Otoko y Keiko son amantes. Pobre Fumiko.

Esta es la historia tremenda que anima la última novela de Yasunari Kawabata (1899-1972), premio Nobel de Literatura 1968. Sobre un mar de tristeza e inmoralidad, vamos recorriendo, fascinados, islotes de erotismo, refinamiento sensorial, estética zen, entendido este concepto -tan manoseado en Occidente- como una meditación filosófica que permite encontrar belleza y paz en las pequeñas cosas, como un jardín atravesado por un curso de agua.

El peso de la tradición -como en toda la obra de Kawabata que he leído (1)- es crucial. Además, se difuman las fronteras entre dos artes. La escritura, siempre refinada, se detiene en la descripción de los cuadros abstractos de Keiko; nos animan a buscar siempre “el corazón de la pintura” que contemplamos; y nos señalan obras plásticas eminentes del Sol Naciente, como los retratos de Reiko, la hija del pintor Kishida Ryusei; las imágenes de Kobayashi Kokei; y la obra póstuma de Nakamura Tsumé, ’Retrato de mi anciana madre’.

Los diálogos son vivaces; la psicología de los personajes, profunda; hay escenas conmovedoras, el final deja un nudo en la garganta. Y, como dijimos más arriba, el texto tiene un cromado de erotismo, con matices delicados. Véase, a título de ejemplo, el estudio de un pezón de las páginas 167 y 168 que no logra estropear el nacionalismo sexual:

“Primero vio uno de sus pezones. Eran un botón rosado, de un rosado casi transparente. Algunas mujeres japoneses tienen una piel muy clara y radiante de femenidad, una piel quizás más bella y tersa que esa piel con un leve resplandor rosado, que tienen las jóvenes de Occidente. Y los pezones de algunas muchachas japonesas tienen un matiz de rosa incomparablemente delicado. El cutis de Keiko no era tan claro, pero sus pezones parecías recién lavados y húmedos. Eran como un pimpollo sobre su pecho de marfil. No se advertían en ellos pequeños pliegues ni texturas granuladas y sus dimensiones invitaban a apoyar tiernamente los labios sobre ellos”.

Vamos a concluir con una curiosidad que revela la sutileza del idioma japonés. El ideograma que designa el acto de pensar también se usa para “estar triste”.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


(1) a) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/08/en-el-lago.html?m=1
b) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2014/11/un-brazo-y-otros-cuentos.html
c) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2008/05/el-sonido-de-la-montaa.html
d) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/07/el-maestro-de-go.html


No hay comentarios: