“Esta es la más inglesa de las convicciones: Toda emoción abiertamente expresada tiene que ser falsa“.Graham Greene
Resulta difícil de comprender por qué una persona de la inteligencia y sensibilidad de Graham Greene (1904-1991) fue tan indulgente con el comunismo. ¿Era uno de esos esnobs que, contra todas las evidencias, cree que las democracias liberales son iguales a los despotismos marxistoides? ¿Fue un doble agente? ¿Fue un espía fiel a la Corona que hasta último momento quiso despertar la confianza de sus enemigos ideológicos? ¿Sus creencias católicas lo indujeron a respetar y anhelar esa otra Iglesia sin Dios pero con su propio catecismo, sacerdotes y obispos? Lo que está fuera de toda duda es que Greene fue un novelista de primera categoría.
Las preguntas y la aseveración que cierra el primer párrafo se suscitan tras la lectura, gozosa, de El factor humano (Emecé, 302 páginas, edición 1982). Es el fruto de un talento maduro (Graham cumplía 74 años cuando la terminó). Estoy tentado de afirmar que es la mejor de sus novelas, pero no puedo hacerlo porque no he agotado aún -¡ay!- toda la producción greeneana y además temo que la memoria, esa infiel, me juegue una mala pasada. No obstante ello, creo que es una novela perfecta.
La erótica de la obra deviene de su profundidad psicológico, los juegos de ideas, el manejo de la escena, la elegancia de la prosa y el encanto de la historia. El tallado de los personajes es magistral. Dos villanos atrapan nuestra imaginación: Cornellius Müller, untuoso agente del BOSS (Bureau for State Security de Sudáfrica) y el doctor Emmanuel Percival, sicario amateur del MI6 (la agencia de espionaje externo de Gran Bretaña).
El libro nos lleva a una insignificante oficina del MI6, el Departamento para Africa Occidental y del Sur. La figura central es el analista Maurice Castle, la quintaesencia del burócrata encadenado a su escritorio. Ya está en edad de jubilarse. Vive con su joven esposa bantú y el hijo de ella en un típico suburbio de Londres. Se enamoró de Sarah en Sudáfrica, violando las leyes raciales de entonces. Como la mayoría de los grandes personajes de Greene, es un hombre maduro, atormentado, con la lealtad dividida. Su pueblo, su Patria, son Sarah y el pequeño Sam, un tópico de la literatura británica moderna.
Las autoridades descubren una filtración en la oficina de Castle; alguien está pasando secretos a los rusos. El coronel Daintry, un hombre íntegro, debe encontrar al traidor (¡ah, el extraño apetito por la legalidad del inglés, Borges decía!). ¿Pero qué hacer con el infiel? Entre trago y trago con otro carcamán del MI6, el doctor Percival, latoso aficionado a la pesca, propone liquidarlo con maní mohoso (aflatoxina). He aquí, pues, otra espléndida trama de espionaje.
El factor humano es también una novela de propósito. Greene, ese moralista, quería denunciar la infamia del apartheid y mostrarle al mundo la podredumbre de los servicios secretos de su país. En el proceso, absuelve a la Unión Soviética de sus peores crímenes (Stalin, Budapest, Praga), pecados “accidentales” que en todo caso “están en el pasado“. Pero no oculta la miseria de la vida moscovita y los turbios manejos del espionaje soviético.
Quién lee con un lápiz en la mano, quedará saciado. En el último capítulo, hallarán dos sentencias memorables que copio para delectación de los amigos:
* "La felicidad es siempre una cuestión de personas, no de lugares"...
* "Siempre quedará el whisky, el remedio contra la desesperación"...
Este blog, discrepa con el maestro británico. Prefiere el vino tinto al whisky para aliviar la desesperación.
Guillermo Belcore
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