La ignorancia de cualquier lector, incluso el más avezado, puede compararse con una galaxia. Frecuentamos planetas hospitalarios, nos iluminan algunas estrellas ilustres, y de tanto en tanto seguimos esos cuerpos menores que sólo a nosotros interesan; pero en general nuestros mapas son rudimentarios, la bitácora es dolorosamente incompleta.¡Hay tanto para leer! Y una vida no alcanza. Por eso, el placer del descubrimiento. La llegada de un astro deslumbrante que no teníamos cartografiado. Como la señora Agustina Bessa-Luís (Amarante, 1922-2019), poco traducida al español a pesar de que publicó medio centenar de libros y es considerada como una de las glorias de la literatura portuguesa (recibió el Premio Camoes en 2004).
Con apoyo de la República del Portugal, el sello Edhasa ha traído a la Argentina una novela extraordinaria de Agustina B-L. Valle Abraham (355 páginas) tiene la densidad de una enana blanca y la belleza del lucero de la tarde. En una curva fértil del Duero, dedicada a la producción de vinos finos, se recrea la pasión de Madame Bovary. Viajamos a las últimas décadas del siglo XX. La obra fue entregada a la imprenta en 1991 e inspiró un largometraje del director Manoel de Oliveira, también muy elogiado por la crítica.
La protagonista se llama Ema Cardeano. Su padre, un labrador que no es rico aunque tiene criados (“coloso de la persistencia”), la entregó en matrimonio a Carlos Paiva, un médico viudo y mediocre, excepto para ganar dinero, “que se aburre sin poder sentir curiosidad o desprecio por el mundo que lo rodea”. El grandulón ama a su esposa “con esa obstinación que las personas del campo ponen en las cosas de su propiedad”, pero Ema se asfixia en esa cárcel, se siente aislada y disminuida. Carlos es el cornudo más famoso de Valle Abraham.
La belleza de Ema “constituye una exorbitancia y, como tal, un peligro” entre la nueva burguesía del interior. La han llamado La Bovarita, pero es un malentendido; no la mueve la concupiscencia sino la provocación, el hambre de aventuras, “la oposición al vacío, a la castración con que la amenaza la vida conyugal y la sociedad en su conjunto”. Tiene a su disposición unos pocos amantes, un filósofo y un paje que le abre puertas en la nobleza europea. Ema “sería capaz de dar la vida por los aplausos”. Parió tres hijos.
La novela no sólo reconstruye en un escenario diferente la historia trágica que imaginó Flaubert. También es un minucioso cuadro de costumbres del Portugal profundo. Hay una galería fascinante de esnobs provincianos: Pedro Lumiares, María Semblano, Pedro Dossem, Fernando Osorio, la servidumbre... Deleitan, asimismo, las digresiones filosóficas que, aunque breves, exigen toda nuestra atención. Son como relámpagos sobre el texto. Agustina Bessa-Luís tenía una maravillosa predisposición a acuñar sentencias. He aquí una:
“La discreción es el emblema de los auténticos”.
La degradación posmoderna también es retratada y reprobada como se merece. Se hilvana una suerte de metafísica del desgarramiento. Sin embargo, podríamos decir que lo mejor del libro es la sonda que escruta las profundidades de cada alma. La Gran Dama de Portugal era ampliamente reconocida por el detallado análisis psicológico al que sometía a sus personajes.
Hay que advertir que ésta no es una obra para los lectores con prisas, superficiales. La escritura, con sus saltos temporales y sus digresiones incluso teológicas, es difícil porque es excelente. Acumula puntos de vista y hace alarde del dominio de la metáfora -a lo Onetti- con combinaciones sorprendentes, que a priori parecen imposibles. Agustina Bessa-Luís escribía con la cultura clásica y moderna europea en su regazo. Una mujer tiene “el carácter bravo como Medea”. Un hombre, “la altivez de Ossian en cautiverio”.
LOS DOS MILAGROS
En 2019, la autora de Valle Abraham partió hacia la casa del Señor. La nación lusitana la lloró. El obituario de El País de Madrid recordó un comentario de José Saramago: “Si hay en Portugal un escritor que participe de la naturaleza del genio, es Agustina Bessa-Luís”. Otros críticos y escritores han comparado su excelencia a la de Fernando Pessoa,”los dos milagros del siglo XX portugués”, como dijo Antonio José Saraiva.
La edición argentina trae otro regalo. Un prefacio de António Lobo Antunes, nada menos. Recuerda que Agustina “vino a caer de súbito, como una piedra inmensa y extraña en pleno charco neorrealista”. Nada tuvo que ver con las capillas literarias promocionadas por el Partido Comunista, por un lado; o por la dictadura salazarista, por el otro. Su prosa es “completamente diferente, completamente nueva, rica, casi barroca, enteramente innovadora, aguda, inteligente, irónica, riquísima, surgida de la nada, de un talento desmedido”, añade el prologuista. Digamos que todas estas virtudes están presentes en las páginas siguientes.
Uno no puede dejar de preguntarse: ¿No merecía el extraordinario talento de Agustina B-L. el Nobel de Literatura? Por supuesto que no, ya que no se trataba de una intelectual progresista, al gusto de los mandarines de Estocolmo. Se cortarían el cogote antes de reconocer a una mujer creyente que escribía esto: “Sólo las personas seguras de sí mismas pueden creer en Dios”. O esto otro:
“...las cosas siempre fueron moderamente conducidas por el espíritu clerical, que no era riguroso sino indulgente. Gran parte de la dulzura de las costumbres en Portugal es debido al cura de familia...”.
Guillermo Belcore
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