"Una mejora en las condiciones de vida va emparejada, a menudo, con un deterioro de las razones de vivir, y en particular de vivir juntos.”M.H.
Sin duda, uno de los pasajes más emocionantes de la saga cinematográfica de El señor de los anillos es la petición caballeresca de Aragorn frente a la Puerta Negra de Mordor. Viggo Mortensen intenta que sus tropas recuperen el coraje para detener a los ejércitos de las potencias maléficas:
"...Hijos de Gondor y de Rohan, mis hermanos, veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi propio corazón.
Pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera, en el que olvidáramos a nuestros compañeros y se rompieran los lazos de nuestra comunidad. Pero hoy no es ese día.
En que una hora de lobos y escudos rotos rubricaran la consumación de la edad de los hombres. Pero hoy no es ese día.
En este día lucharemos. ¡Por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra, os llamo a luchar, hombres del Oeste!..."
La arenga de Aragorn -similar a la de William Wallace antes de la batalla de Stirling- es destacada en la novela más reciente de Michel Houellebecq (Saint Pierre, 1958). Justamente, el escritor-filósofo más interesante de la Francia contemporánea ha venido reprobando en su vasta obra con inusual valor las miserias y cobardías de los hombres del Oeste, que signan una época líquida que, por pereza intelectual, hemos designado como postmodernidad.
En Aniquilación (Anagrama, edición 2022, 605 páginas) asume Houllebecq una vez más la defensa de la moral judeocristiana, y de la moral en general. Y lo hace con una lucidez y potencia narrativa que demuestra que puede resultar fascinante incluso la literatura con mensaje, ese colmo de horrores, a priori, según Oscar Wilde y Borges. La potencia maléfica contra la que se alza el literato es el nihilismo europeo, que se manifiesta, por ejemplo, en sectas paganas, o panteístas, y politeístas, o que divinizan a la naturaleza.
La novela ubica al lector ante los grandes asuntos existenciales del presente. El problema de la decrepitud de nuestros padres; el problema de la sexualidad en el matrimonio y fuera de él; el problema del trabajo después de los cincuenta; el problema de la representación política; el problema del orden y la seguridad pública; el problema de la salud quebrantada. Estos son sólo algunos de los temas abordados con inteligencia y elegancia. La respuesta de Houellebecq a los retos es nostálgica. Le gustaría recuperar, aunque sea una parte, del mundo pérdido de la infancia. Un mundo accesible, humano, donde aún tenían lugar la comida casera y los platos típicos; y los matrimonios cuidaban a sus hijos, mantenían una intensa vida sexual y creían en Dios.
MONSIEUR RAISON
El protagonista del libro se llama Paul Raison, quintaesencia de la "suficiencia burguesa", es decir un representante cabal de la casta gobernante. Trabaja en el Ministerio de Economía, es confidente y mano derecha del ministro, una suerte de Colbert del siglo XXI, tecnócrata que ha revivido a la industria francesa. Pero Paul, en la cincuentena, no es feliz. Su matrimonio ha fracasado; nunca se les ocurrió tener hijos. No tiene amigos y es distante la relación con sus hermanos y con su padre, un ex funcionario del Servicio de Inteligencia del más alto nivel.
La trama va encadenando los duros golpes que recibe Paul hasta su aniquilación, pero que, paradójicamente, le permiten rehacer la relación con Prudence, su esposa. Al final, nos encontramos con una hermosa historia de amor. Al mismo tiempo, Houllebecq corre los cortinados y nos permite atisbar en el funcionamiento del Estado francés. El jefe de Paul se convierte en 2027 en el nuevo hombre fuerte del gobierno, bajo la presidencia de un telepresentador insustancial. El tercer hilo narrativo esclarece una serie de atentados, que han puesto de cabeza a los servicios de inteligencia de las potencias globales, "la mayor catástrofe en seguridad informática desde la aparición de las computadoras".
Los únicos pasajes que aburren en esta novela son las narraciones de un sueño; como siempre ocurre, un procedimiento que delata déficit de invención. No se entiende, con franqueza, la insistencia de los escritores -incluso de los buenos- con esta bobería. El resbalón, no obstante, se compensa largamente con la hondura psicológica y social de los personajes (a su manera, Houellebecq es un Balzac) y con los juegos de ideas que circulan por el texto.
Entramos en la posdemocracia, nos advierte Houllebecq, desde París. La democracia, tal como la conocíamos, ha muerto; "es demasiado lenta y demasiado pesada". Las relaciones personales y las redes es lo único que funciona, aunque "el idiota moderno vive intoxicado con la web, las teorías conspirativas y las noticias falsas". Caímos en una suerte de epicureísmo mustio; en una desesperación normalizada; "en un ambiente pseudolúdico, pero que realidad está regido por una normativa fascista que, poco a poco, ha ido infestando todos los recovecos de la vida cotidiana". Es la famosa corrección política.
Tal como hizo hace unos días el Presidente de la Argentina en Davos, el perspicaz escritor francés nos advierte que Occidente se suicida, por vestirse con una panoplia de ideas descabelladas, pero la admonición es aquí más cultural que económica. Houllebecq no cree en el librecambio, por cierto. Condena por ingenua la doxa liberal a lo Francis Fukuyama: "...la ingenua creencia de que el afán de lucro puede reemplazar cualquier motivación humana y proporcionar por sí sola la energía mental necesaria para mantener una organización compleja...". Por fin, un escritor eminente que se preocupa por un estilo de vida que conduce a la destrucción de la familia y la vida conyugal.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario