El Principado de Sealand fue fundado en 1967 por el aventurero británico Paddy Roy Bates. Se asienta sobre el Mar de Norte no lejos de la Gran Bretaña, tiene una superficie de quinientos cincuenta metros cuadrados y cinco habitantes permanentes. El príncipe Michael I es la máxima autoridad y su historia ostenta un golpe de Estado y un gobierno rebelde en el exilio. Sí, un coup d"Etat con una población que equivale a un equipo de basquet. Las micronaciones dicen mucho -o, mejor dicho, nos dicen todo- sobre la naturaleza humana.
Decenas de parajes diminutos y fascinantes como Sealand se describen en el Atlas de micronaciones, recopilación del periodista, crítico y escritor italiano Graziano Graziani. Fue publicado por primera vez en 2015; el sello Ediciones Godot, lo trae a la Argentina con la impecable traducción de Guillermo Piro. Es, por encima de todo, un libro muy divertido. Atesora historias de países minúsculos que -como destaca el prólogo- "aunque parecen inventados son rigurosamente verdaderos". La mayoría, ¡cómo no! están en Europa, la tierra de lo que los españoles llaman "nacionalismo de campanario".
Las motivaciones de esos hombres y mujeres que han protagonizado epopeyas en miniatura son variadas. No se trata solamente de la "búsqueda irreductible y a veces, surrealista de autonomía e independencia". También interviene el esnobismo, el sentido del humor, la chifladura y el afán de lucro, que siempre será legítimo cuando no cause daños. El lector del Atlas de Graziani se sorprenderá por el ingenio del ser humano para convertir su terruño en una meca del turismo. Ese esfuerzo titánico, quizás, sólo puede ser comparado con los descomunales trabajos que suele emprender un varón para seducir a una dama.
El volumen deja una enseñanza a los políticos: si no permiten que la tarea de los artistas siga su curso hay peligro de secesión. Ahí están las esculturas del Principado de Ladonia en Suecia y las casas esféricas de la República de Kugelmugel en Austria para atestiguarlo. Una parte del Atlas se ocupa, en efecto, de los microestados surgidos de la imaginación de un artista. Lisbekistán es muy tentador. Su moneda es el pezón (el valor está vinculado al precio de un paquete de cigarrillos Marlboro); el segundo lema de la nación de la princesa Liz resulta estimulante: "Optimismo en tiempo de crisis".
De las ideas de Graziani puede decirse que, como a todo progresista, se le escapan algunas tonterías. Por ejemplo, cuando evoca aquella locura decimonónica del patán francés Orélie Antoine de Tounens que aspiraba a crear a ambos de la cordillera patagónica el Reino de Araucanía (o Nueva Francia), denuncia "las políticas expansionistas de Chile y la Argentina en detrimento de los pueblos mapuches". Unas páginas más adelante reprueba la desintegración de Yugoslavia. Cree que los Balcanes degeneraron del "ideal socialista a la pesadilla del nacionalismo".
En fin. Son pequeñas máculas que no estropean la belleza del tema y el permanente humor de estas anomalías geopolíticas. El libro está repleto de perlas, como la Constitución de la República de Uzupis. Desde una barriada liberada y chic de Vilna (Lituania) proclama en su artículo tres que todos sus ciudadanos "tienen derecho a equivocarse". El artículo trece estipula que "un gato no está obligado a amar a su dueño pero lo debe ayudar en sus momentos difíciles".
HOMBRE-REPUBLICA
Quizás el capítulo que toque más de cerca a los argentinos sea el que detalla la República de los Piani Sottani, fundada en 1950 por un campesino de Lucania (la actual Basilicata), quien pasó a la posteridad como el "hombre-república". Nos interpela porque se trata de un corajudo que declaró la independencia de Italia, harto de la inepcia estatal y de que sin contar con una recomendación apropiada le resultara imposible progresar. Página doscientos cuarenta:
"La burocracia es un laberinto imposible y contradictorio donde quien entra da vueltas eternamente, entre leyes y reglamentos, sin esperanza alguna de encontrar la salida, escribió el patriarca de Grassano".
Es una historia no sólo conmovedora, sino también didáctica. Los argentinos deberíamos adoptar al pie de la letra una de las premisas de Don Michele Mulieri: El verdadero patriota es el que lucha contra la burocracia, no quien se aprovecha de la política para hacer sus propios negocios.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario