El estilo es el hombre, escribió en piedra Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. En efecto, la forma de vivir, de vestirse, de comportarse ante los desconocidos revela una identidad (una conciencia libre), cuando no es máscara. ¿Los mejores literatos son los estilistas, es decir los que cultivan el arte de la palabra justa y sacan brillo al párrafo hasta que relumbra? Leyendo a Borges, Banville, Aira, Steiner uno tiende a pensar que sí, pero desde la platea vociferan Cervantes, Sarmiento y Arlt que estamos equivocados, que la exuberancia en la dicción o el dominio de la metáfora no son los únicos dones decisivos en las bellas letras. Hay, sin embargo, un ambito de la realidad donde el estilo lo es todo; ese ámbito se llama el fútbol. Los únicos equipos inolvidables, los capaces de saltar sobre el fanatismo tribal y arrancarle el aplauso esquivo a la tribuna de enfrente, son aquellos que sostienen a lo largo del tiempo una generosa filosofía de juego, es decir un estilo. Como River Plate entre 1941 y 1946, acaso la cúspide del balonpié argentino. Quedan pocas personas vivas, ¡ay!, que hayan disfrutado de los lujosos espectáculos de La Maquina, pero afortunadamente dos de los mejores periodistas de La Prensa decidieron rehacer en tinta impresa ese glorioso lustro.
La Máquina, una leyenda del fútbol (Editorial Libro Fútbol.com, 363 páginas) es el segundo libro de Gustavo García y Carlos Viacava. Establece este último en el prólogo que ese River que ganó tres campeonatos, dos veces concluyó segundo y una vez tercero "se trató de una revolución táctica y estética llevada a cabo por jugadores de un talento supremo''. Expresión artística -¿por qué no,- labrada pues por Muñoz-Labruna-Pedernera-Labruna y Loustau, pero no solamente por el quinteto mágico. Fue un equipo con todas las letras, de cabo a rabo. Fue un Edén mientras el mundo estaba en llamas.
El libro reúne una impresionante cantidad de datos y opiniones de expertos que permite tanto afirmar conceptos como desbaratar mitos sobre los cincos fantásticos, que no vale la pena develar aquí pues conforman uno de los agrados de la minuciosa investigación. Reseñaron decenas de encuentros, examinaron cada uno de los mecanismos aceitados de La Máquina, historiaron a los protagonistas, abrieron diversas subhistorias paralelas, por ejemplo con el seleccionado argentino. La reconstrucción histórica es formidable, aquel era otro mundo, ¡Labruna tardó 14 años en comprarse una casa! Da la impresión que ningún detalle se les ha pasado por alto. ¿Fue Atlanta de 1947 el peor fracaso económico-deportivo en la historia del fóbal criollo?
Hay que destacar, además, que Viacava & García no sólo han rendido homenaje, como dijimos, a un sublime cambio de paradigma en la manera de atacar y lastimar sino que también tramaron rescatar grandes plumas del periodismo (Frascara, Borocoto, Panzeri) durante la era de oro de las revistas deportivas. Tal ejercicio de nostalgia nos obliga a concluir que la tecnología nunca podrá exprimir con más eficacia al talento o, más aun, que, en el camino del genio, cierta dificultad parece ser necesaria para la excelencia. No se escriben hoy mejores crónicas y comentarios en una computadora que en los tiempos de la estrepitosa máquina de escribir, ¡o de la pluma! No vemos en el hiperfilisteo fútbol actual mejores gambetas, jugadores y goles gracias a la grama perfecta y la pelota diseñada por informáticos.
Finalmente, ¿podría decirse que hay también un estilo de investigador literario? Existen diferentes jerarquías, como en todo. Desde esta trinchera, preferimos al ensayista que en Brasil llaman cu de ferro, pues invierte cientos de horas-silla investigando, buscando el pormenor raro y significativo, acumulando números, corrigiendo, perfeccionando el texto hasta volverlo una Máquina implacable para agarrar de las solapas la atención de nuestra mente -esa dama veleidosa- hasta la última página, cuando el lector descubre extasiado que ha pasado un momento agradable e instructivo con un libro, que ha aprovechado el tiempo escaso que el Creador le ha dado. Carlos Viacava y Gustavo García pertenecen a esa estirpe de investigadores, la de los excelentes.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno
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