Hace 170, años los seguidores de la profeta Lais Oddo abandonaron el planeta Urras. Un millón de almas eligió una nueva vida en una luna inhóspita, fría y ventosa que no había producido especies más evolucionadas que peces y plantas sin flores. No obstante, los disidentes prosperaron; construyeron en Anarres una civilización sofisticada que se rige estrictamente por los principios solidarios del anarquismo.
Siete generaciones después, ninguna forma de propiedad es tolerada en el planeta satélite. Los odonianos desconocen el dinero, el matrimonio, las jerarquías, el sometimiento de la mujer, la religión. En sus toscas ciudades ninguna puerta está cerrada con llave, pero todas las casas cuentan con una habitación privada para quien desee intimidad sexual. Los ciudadanos no pueden tener cosas, ni siquiera el amor incondicional de una madre. La vida privada sólo tiene valor cuando cumple una función social.
El Nuevo Mundo se rige, además, por los principios de la economía orgánica. Todo excedente, cualquier lujo se define como "excrementicio". La tecnología es tosca: la construcción de una simple barcaza para transportar grano por mar requiere todo un año de planificación y un gran esfuerzo para la economía. En la práctica, el mundo libre de Anarres sobrevive porque se ha convertido en una colonia minera de Urras. El trueque es el vínculo institucional entre dos planetas que se desprecian mutuamente. Se toleran, empero, esporádicos intercambios científicos.
Algunos librepensadores de Anarres se han revelado contra el status quo, creen que es hora de poner fin al aislamiento. El más notable es Shevek, un físico genial que casi deja el pellejo en su afán de convertirse en el primer odoniano en volver al Planeta Madre en más de un siglo y medio. Esa decisión lo ha convertido en un maldito entre su gente; la utopía anarquista tiene lo suyo, no se crea, la censura se ha generalizado y el miedo al cambio más la mentalidad burocrática sofocan el pensamiento individual. El revolucionario viaja a Urras en uno de los cargueros que, ocho veces al año, unen los cuerpos celestes.
Fascinante, ¿verdad? Es el argumento de una novela magnífica que Ursula Le Guin (1929-2018) -acaso la demiurga más culta de la llamada ficción imaginativa de Estados Unidos- entregó a la imprenta en 1974. Minotauro acaba de reimprimir en la Argentina Los desposeídos (462 páginas). La autora ha confesado que sus elucubraciones filosóficas se inspiran en las ideas del príncipe ruso Peter Kropotkin y del filósofo de la nueva izquierda sesentista Paul Goodman. Y que el científico J. Robert Oppenheimer, un amigo de sus padres, fue el modelo de Shevek, el exiliado.
DE NINGUN LUGAR
La trama se expande en dos direcciones. En primer lugar, leemos los esfuerzos del Shevek para encajar en Urras como invitado de una prestigiosa universidad con la que mantenía contacto epistolar. No le resulta sencillo. En el Viejo Mundo, rigen doctrinas y costumbres que los odionianos han sido entrenados para odiar como el propietariado (nuestro capitalismo) y el "arquismo", similar al comunismo de cuño soviético. La comodidad, las vestimentas extravagantes, la comida abundante, los pájaros, el cuero, el patriarcado, la servidumbre, todo le resulta extraño al justiciero. Sus anfitriones lo miman porque Shevek ha desarrollado la Teoría de la Simultaneidad que podría acortar increíblemente los viajes espaciales.
Le Guin usa con destreza el recurso del flashback. La narración de las peripecias en Urras se alternan con capítulos que detallan el arduo camino que debió recorrer Shevek en Anarres hasta convertirse en puente entre dos mundos, con todos los vientos en contra.
Hay que repetir lo que habíamos señalado hace unos meses tras la lectura de La mano izquierda de la oscuridad. La escritora californiana -hija del destacado antropólogo Alfred Kroeber- fue bendecida por el Altísimo con un talento sublime para imaginar sociedades alternativas, en este caso, como dijimos, una anarquista que va sacrificando ideales en el altar del utilitarismo más ruin. El amor al detalle de Le Guin es extraordinario. Hasta la lingüística fue atendida con rigurosidad: en Anarres desaparecieron los pronombres posesivos y el insulto más escuchado es "¡egotista"!
Podría pensarse que la tensión entre Urras y Anarres es un subproducto de la guerra fría. Dos modelos ideológicos en pugna: capitalismo vs. anarquismo. Pero no se trata de una obra maniquea; los planteos conceptuales de Le Guin nunca son doctrinarios o simples, incluso su feminismo es delicado y sabio. Los desposeídos obtuvo los premios más importantes de la ficción científica (Hugo, Locus y Nebula) en 1975.
El juego de ideas, la historia de una conciencia pura que desafía a los poderes establecidos, y esa minuciosa atención a los pormenores de una raza alienígena hacen muy recomendable a esta novela. Escuchen esto: los pueblos del planeta Urras tienen su propia versión de la caída de Adán y Eva. Dios expulsó del Jardín del Edén a Pinra Od porque se atrevió a contarse los dedos de las manos y los pies, hasta sumar veinte, y dejar así el Tiempo suelto por el Mundo.
Guillermo Belcore
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