Zygmunt Bauman
Fondo de Cultura Económica. Ensayo de sociología. 233 páginas. Edición 2011 Borges lo razonó primero. Sus finas antenas imaginaron un mundo gobernado exclusivamente por el azar. El cuento La lotería de Babilonia (Ficciones, 1944) es, para el pensador Zygmunt Bauman, la más certera descripción de la vida en la modernidad líquida, es decir en el azaroso mundo en que hoy nos toca existir. Nuestra Babilonia es también "un infinito juego de azares''. Todo es provisorio, frágil, movedizo y sólo resulta sólida la adherencia a la fluidez. Con el ideal de certeza más allá del alcance individual o colectivo, hay una multitud de razones, muchas más que cincuenta años atrás, para sentir o padecer inseguridad. Rige una pánica incertidumbre.
Sociólogo de profesión y analista de excepcional perspicacia, Bauman (Poznan 1925) rastrea la caótica trayectoria del individuo en el mundo pos guerra fría. Ha concebido una idea genial: la licuefacción de la modernidad. Esa metáfora proporciona una explicación convincente tanto a nuestra angustia existencial como a los cambios tumultuosos que se suceden ante los ojos.
El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar una colección de ensayos del erudito nacido en Polonia, pero afincado en Gran Bretaña. Se titula Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global. El libro resulta esclarecedor más allá de alguna exageración (el nazismo no es comparable con ninguna de las tropelías de la administración Bush), del eurocentrismo, o de algún capricho aislado (denuncia la inseguridad que provocan los mercados pero minimiza la de las calles degradadas). Como el volumen se articula en torno a distintas conferencias dictadas entre 2010 y 2011 menudean las repeticiones: se usa tres veces, por ejemplo, una espléndida sentencia de Ulrich Beck:
"Hoy se espera de los ciudadanos que busquen soluciones individuales a las contradicciones del sistema''.
Los diagnósticos de Bauman son impecables, y mezclan filosofía, una visión amplia de la Historia y psicologismo. Denuncia, básicamente, que "la globalización de la desigualdad'', inspirada sólo en el lucro, no sólo condena a millones de personas al destino de baja colateral sino que también destruye magníficas conquistas de la Humanidad, como el Estado de Bienestar (la expresión daño colateral proviene del ámbito militar: son las víctimas no deseadas, por ejemplo durante un bombardeo). Estado social vs. orden del egoísmo es el combate primordial del presente.
CONSUMO, LUEGO SOY
El capítulo Consumismo y moral es provechoso. Bauman desmenuza las cualidades terapéuticas que le hemos adjudicado a la mercancía, como mecanismo de compensación. Las cosas se han convertido en una suerte de analgésicos morales. Regalamos cosas para compensar nuestras ausencias (una característica de la escenario líquido es que se nos exige estar todo el tiempo al servicio incondicional de las relaciones laborales); o compramos cosas para definir y afianzar una identidad, otra cuestión apremiante de la modernidad líquida. La mercancía suple, en otras palabras, la responsabilidad por el otro o la responsabilidad con uno mismo.
La economía ferozmente consumista -se nos advierte- tiene el cielo como límite. No sólo es insustentable (si todos gastáramos como estadounidenses se necesitarían cinco planetas Tierra) sino que genera fuertes tensiones sociales, al aumentar el número de jóvenes que entran en conflicto con la ley (no se roba para comer, sino para conseguir la carísima zapatilla de moda). "La fuerza principal de la conducta es hoy la aspiración a vivir como los ídolos públicos'', dispara Bauman. El aumento de la desigualdad social -flagelo que debería encabezar la agenda de todos los gobiernos- agrega más leña al fuego.
¿Cuál es la alternativa a todo esto? El profesor emérito de la Universidad de Leeds y la de Varsovia aboga por una suerte de despertar de la conciencia. Con un inconfundible tufillo religioso habla de "autolimitación voluntaria y disposición al sacrificio personal". Propone convertir al vecino en prójimo y pensar en un planeta social. Esto, a nivel político, implica "desempolvar el nucleo esencial de la utopía activa socialista para elevar la integración humana al nivel de una Humanidad que incluya la población total del planeta''.
ME EXHIBO, LUEGO EXISTO
Otra característica fundamental de la modernidad líquida es la desaparición de los límites entre vida pública y vida privada. Citando un trabajo de Alan Ehrenberg, quien intentó establecer con exactitud el natalicio de la licuefacción cultural moderna, el profesor Bauman recuerda que todo comenzó el anochecer de un miércoles otoñal en la década del ochenta cuando una tal Vivienne, una francesa "común y corriente" declaró en televisión, es decir ante varios millones de personas, que nunca había experimentado un orgasmo en toda su vida matrimonial porque su Michael sufría de eyaculación precoz.
El pronunciamiento, al parecer, fue tan revolucionario como el de Lenin o el de Robespierre. Dos décadas más tarde la arena pública se ha transformado en una suerte de entretenido y frívolo teatro de variedades, mientras nos zarandean a todos corrientes subterráneas de origen y destino incierto (el hombre placton). Bauman destaca la paradoja que en la era de Facebook los vínculos interhumanos siguen debilitándose, se pregunta a continuación si el disfrute cabal del sexo no demanda reserva, y sentencia que juguetitos en boga como el Twitter son "completamente inadecuados para transmitir ideas profundas que exijan reflexión y contemplación''.
En la modernidad líquida -insiste el juicioso profesor- vamos tras nuestros objetivos personales en condiciones de aguda e irredimible incertidumbre. Millones de personas pueden convertirse, de la noche a la mañana, en desechos, víctimas del colapso de un banco o el derrumbe del precio de la soja o el cobre; de las balas de un terrorista, un mafioso o un pibe chorro; de la implacable racionalidad de una organización transnacional. El Estado tal como lo conocemos es casi una reliquia, a duras penas puede proteger a unos pocos y de manera ineficaz. El mundo es una suerte de campo minado, donde todos sabemos que tarde o temprano se producir una explosión, pero nadie sabe dónde o cuándo. El viejo sueño de la modernidad sólida de organizar, controlar y diseñar la realidad (sueño de derecha como de izquierda) ha fracasado rotundamente. El miedo y el caos que la democracia y su retoño, el Estado de Bienestar, habían prometido erradicar volvieron para vengarse.
Guillermo Belcore
Este artículo abre el Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.
Calificación: Bueno
6 comentarios:
"...de algún capricho aislado (denuncia la inseguridad que provocan los mercados, pero minimiza la de las calles degradadas)"
¿Acaso la degradación de la calle no es producto de esa primera inseguridad, implantada en los últimos 30 años?
Estimado amigo o amiga:
Claro que influye, por supuesto. Es muy probable que el hijo de un desempleado tenga problemas con la ley. Pero yo no creo en las explicaciones monocausales, es un facilismo intelectual.
El explosivo aumento de la delincuencia tiene que ver también con la instilación y la propagación de una filosofía de vida consumista. Se han licuado las barreras inhibitorias (la verguenza, la moral y el asco segun Freud) y ya nadie quiere postergar sus gratificaciones; gratificaciones a traves del consumo y el fetichismo. Para eso se necesita dinero. Ya. La corrupción rampante en los agentes de la ley & orden también influye. Ni hablar de la desintegración familiar. El cóctel es explosivo. Hay que trabajar en muchísimos frentes (el control demográfico también) y abordar el problema de la inseguridad como una naranja: gajo por gajo.
Gracias por escribir. ¿Por cierto, con quién estoy hablando?
G.B.
Muy profunda la reseña claro que en teoría es mucho más fácil encontrar eje de los problemas,difícil es encontrar la solución para disolver los mismos.
Por cierto,como leo detenidamente sus reseñas,no pude dejar de encontrar un aun que pequeño error ortográfico en el texto escrito or usted( a través),siempre será un placer poder corrigirlo,ya que usted es casi un ser extremadamente.
Sr Guillermo dejer por favor de poner tantos "excelentes" o "muy buenos". ¡O lea cosas más malas por Dios! Acabo de descubrir su blog y me había propuesto echar un vistazo a las reseñas que más le hubiesen gustado. ¡Pero me está volviendo loco con tanta reseña! xD
Creo que ahora que lo pienso -mi memoria es muy caprichosa- que su nombre lo había leído alguna que otra vez en el blog de la Lectora Provisoria (he visto que usted en una reseña lo menciona y eso me ha hecho sonar la campanita). Aunque a Quintín no lo leo -por falta de tiempo- desde hace ya años. Pero mire, debo ser un privilegiado, porque desde España debo ser de los pocos que conoce lo bien que hacen las críticas tanto Quintín como usted.
¡Siga leyendo y escribiendo, por favor! Un saludo.
V.
Estimado Vigo:
Gracias por su atentas líneas. Los libros buenos tienen, entre otras, un virtud formidable: nos mantienen alejados de los libros malos.
¡Felices fiestas!
G.B.
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