jueves, 4 de julio de 2013

Personas como yo

John Irving

Tusquets. Novela, 467 páginas. Edición 2013.

“Nos forma aquello que deseamos”

“El pene tiene ideas propias. Y éstas parecen por completo por completo independientes del pensamiento”.
J.I.

En su columna del semanario Perfil, Guillermo Piro ha notado algo asombroso: todos los libros de John Irving son buenos. Una virtud que no puede atribuirse ni siquiera a Faulkner o Nabokov (aunque sí a Borges o a Saki). No puedo corroborar la sentencia; me temo que he perdido el tiempo con bugigangas y no he leído todos los libros que publicó el genial escritor estadounidense, pero puedo jurar que todo lo que he devorado de Irving me agradó. Y mucho. Es pura narratividad: algo así como el novelista por excelencia. Su última novela lo demuestra cabalmente. Evidencia, asimismo, que incluso una obra que pretende trasmitir un mensaje (el colmo de horrores, según Oscar Wilde) puede resultar magnífica. El arte, por fortuna, es imprevisible. 

Personas como yo rompe una lanza en favor de la tolerancia. Todo el mundo es intolerante con algo o alguien, recuerda el escritor. Dejen tranquilos y tranquilas a los GLBTyG (gays, lesbianas, bisexuales transgéneros y cuestionadores). No los juzguen. No los denigren. Ustedes no son mejores. No etiqueten a nadie. No conviertan a las personas en categorías (justamente lo que nazis y bolcheviques hacían para luego liquidarlos). Pero no se trata de un panfleto. Se trata de ficción comprometida de primera categoría con un truco que Irving suele practicar: el narrador es un novelista que, justamente, compone libros contra la marginación de las minorías sexuales. Es decir, una novela dentro de otra novela (no es el único juego interesante del libro).

El protagonista de la décimotercera obra de Irving se llama William Abott. Escritor bisexual, es decir un compañero o amante poco confiable para los dos extremos del arco. Ninguna persona puede darle todo lo que él necesita. Proviene del “Estado de la montaña verde“, pero del Vermont provinciano, tierra de rudos leñadores. Lo seguimos desde los trece hasta los setenta años; desde la década del cincuenta del siglo pasado hasta 2010 cuando se reencuentra en Madrid con su padre ausente, un transformista. Se trata, en el fondo, de una novela de aprendizaje sexual, relatada en forma de diario (“Es agotador tener 17 años y no saber quién eres“). Vemos a Billy enamorarse perdidamente en la adolescencia de la señorita Frost, la bibliotecaria del pueblo, en realidad un transexual, el Gran Al, campeón invicto del equipo de lucha del internado. También desespera por Jacques Kittredge, un adonis de la escuela, malo como un terremoto. Seguimos a Bill a Austria, a Nueva York, a California y a First Sister, el retorno con gloria a la comunidad maderera de Vermont. El capítulo doce (Un mundo de epílogos) se lee con un nudo en la garganta: la epidemia de sida causa estragos entre las minorías sexuales. Se describen muertes espeluznantes. Puede que la promiscuidad sea muy placentera pero decididamente es peligrosa para los seres humanos.  

Así como Borges jugaba con sus espejos y sus laberintos, John Irving también repite, sin aburrir, obsesiones y procedimientos. A saber:
* Mujeres de tamaño hombruno, dominantes y ostensible fuerza física. Uno se siente un alfeñique ante semejantes representantes del sexo opuesto.
* El deporte de la lucha.
* Personajes extravagantes: como Harry, el abuelo del protagonista, el dueño del aserradero del pueblo, que gusta de representar papeles femeninos en el teatro.
* Sexo y anécdotas a raudales: con una mano en el corazón, a quién no le gusta que le cuenten una historia escabrosa. 
* Una minuciosa y bien documentada descripción de un segmento de la colmena humana: en este caso las minorías sexuales.  
* Técnicas de complicidad: Irving escribe en primera persona, con un estilo como de confesión íntima.
* Espléndidas digresiones: Irving nos lleva atrás y adelante en el tiempo. Los saltos no son vertiginosos, la trama siempre sale bien parada.

No conviene perderse esta novela que conversa con Grandes esperanzas de Dickens y con varias obras de Shakespeare. De hecho, dos de sus aspectos sobresalientes son la potencia dramática de ciertos encuentros y el ramilletes de personajes shakesperianos, excéntricos que agitan las casi quinientas páginas. Me quedan repiqueteando en la cabeza un par de frases tremebundas: “¿De donde sacamos los deseos? Ese es un camino oscuro y tortuoso“, establece Irving. Tiene razón, maestro, pero como sentenció hace siglo y medio Stevenson, lamentablemente “yo no soy el señor de mi deseo“.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


PD: El debut de William con la señorita Frost fue mediante el llamado ‘sexo intercrural’, al parecer muy común entre los guerreros de la Antigua Grecia, incluso los temibles espartanos. No lo sabía.

PD II: Acabo de recordar que ya escribí un panegírico de Irving. Pinche aquí: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2010/10886

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado: Estoy releyendo "El pianista", de Manuel Vázquez Montalbán, luego de muchos años, y nuevamente siento "ése" placer del cual usted con frecuencia escribe. Me animo a recomendar el mismo a aquel que, sabiendo disfrutar de la literatura, aún no lo hubiera leído.
Como siempre, ¡gracias!
Diana

Anónimo dijo...

En serio hay un libro de Nabokov flojo? Cual, por favor, que estoy en plan de leer todo lo que encuentre de el...Gracias

Guiasterion dijo...

'Palido fuego'. Un experimento malogrado, aunque con una prosa magnífica, claro está. No me gustó.
G.B.