sábado, 19 de abril de 2014

Gabriel García Marquez (1927-2014)

Desde que César Aira rebajó su obra en el monumental Diccionario de Autores Latinoamericanos so pretexto de que el Gabo ejercía “latinoamericanismo programático”, se puso de moda en Buenos Aires desdeñar la copiosa producción de Gabriel García Márquez. En ciertos círculos esnobs se lo considera no sólo un folclorista sino también algo así como un narrador para adolescentes. Tremenda injusticia. El colombiano fue un grande verdad y no sólo porque escribió la novela más importante del boom latinoamericano.
En efecto, Cien años de soledad fue traducida a 50 idiomas y vendió más de 50 millones de ejemplares. Naturalmente, el éxito sin parangones y el amor de las multitudes puede explicar también el resentimiento de una parte de la intelectualidad porteña. Se sabe que los elitistas nunca perdonan la popularidad, por eso ni Stephen King ni Haruki Murakami (otros dos grandes novelistas) han sido aceptados plenamente.

Para quien esto escribe y para millones de personas, Cien años de soledad es una de las obras imprescindibles de América latina. Tiene el sabor delicioso de la narrativa oral, de las historias desaforadas que se escuchan al calor de una lumbre o en esos antros de mala comida y buena bebida. Se ha establecido que Macondo proviene de Aracataca, esa aldea perdida en el Caribe colombiano, donde GGM nació «el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana», como él mismo detallara en sus memorias incompletas. Fue criado por sus abuelos maternos, un veterano de las guerras civiles, y una mujer supersticiosa, que dejarían una huella enorme en su literatura.

“García Márquez mandó de paseo a cuatro siglos de pudor narrativo“
, celebraba Mario Vargas Llosa a comienzos de los setenta. Las comparaciones con Cervantes, en su calidad de enormes transgresores, es inevitable. Oigamos al entusiasmo del peruano, fervor que no ha pasado de moda, la novela envejeció bien: 


“La imaginación aquí ha roto todas sus amarras y galopa desbocada, febril, vertiginosa, autorizándose todos los excesos, llevándose de encuentro todas las convenciones del realismo naturalista, de la novela psicológica o romántica, hasta delinear en el espacio y en el tiempo, con el fuego de la palabra, la vida de Macondo, desde su nacimiento hasta su muerte, sin omitir ninguno de sus órdenes o niveles de la realidad en que se inscribe: el individual, el legendario y el histórico, el social y el psicológico, el cotidiano y el mítico”. 

Por esta cumbre del realismo mágico que fue Cien años de soledad, GGM será recordado hasta el fin de los tiempos. Y se llevó a la tumba el misterio de su pelea con Vargas Llosa. Fue en 1976, cuando el peruano le dio una trompada que resonó en toda América latina al grito de «¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!». Un lío de polleras que involucraba a la esposa del autor de Conversaciones en la catedral. Nunca se reconciliaron completamente, pero con toda justicia, ambos fueron galardonados tiempo después con el Nobel de Literatura: García Márquez, en 1982; Vargas Llosa, en 2010.


Las otras


Crónica de una muerte anunciada (1981) es la segunda novela imperdible del Gabo (por cierto, el apodo se le puso Eduardo Zalamea Borda, subdirector del diario El Espectador, donde a los 20 años publica su primer cuento, ‘La tercera resignación‘). Hasta Aira le reconoce “una muy lograda mecánica”. Es que sólo un maestro relojero puede ir acomodando las piezas con tanta destreza narrativa hasta demostrar una hipótesis constante de la producción garcíamarqueana: el destino es irrevocable. La muerte de Santiago Nasar, por una desfloración que acaso no había perpetrado, estaba escrita en las estrellas.

Otra excusa para despreciar al Gabo es su amistad sin fisuras con Fidel Castro.   Tras el triunfo de la revolución cubana en 1959, GGM se trasladó a La Habana, donde nace una militancia de izquierda y una cercanía con el tirano que perduraron hasta su último aliento. Por muchos años se le prohibió el ingreso a Estados Unidos, finalmente se hizo amigo de los Clinton, gracias a la mediación de Carlos Fuentes. Nadie le ha escrito un ditirambo mejor a Fidel que el autor de ‘Cien años de soledad’ (http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/08/13/gabriel-garcia-marquez-el-fidel-castro-que-yo-conozco/#.U1FU4lV5Noo). En su defensa podríamos decir que a Platon también le gustaban los autócratas y ningún tiquismiquis hoy recomendaría dejar de leerlo. ’La cri-ética’, decía Borges, es la ciencia de los canallas. Las obras literarias valen por sí mismas. GGM escribió también una novela de dictadores, su favorita: El otoño del patriarca (1975). El amor en tiempos de cólera (1985), ya sin magia, también merece ser leída pero sólo por aquellas personas que gusten de las parodias sentimentales.

GGM murió creyendo que el periodismo es un género literario por derecho propio. Vale recordar que sus primeras armas las hizo en la redacción de un diario. Allí aprendió el oficio de una contar una buena historia. La imaginación, claro está, rellena los huecos. Nunca lo abandonó esa pasión, incluso la convirtió dos libros: Noticias de un naufrago (1955) y Relato de un secuestro (1996) dan cuenta de su genio para la narrativa veloz.

Hace dos años, Mondadori publicó en la Argentina Todos los cuentos de GGM. El autor de esta nota decía en 2012: “Hay que admitirlo, la composición es muy despareja. Uno puede comenzar la lectura en la página ciento veinticinco (digamos en ‘Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo‘) y no se habrá perdido nada del otro mundo. Parece que El Gabo anduvo ocho años con tanteos de sonámbulo hasta encontrar esa voz tibia y fabulosa que inventó al coronel Aureliano Buendía. Ha esculpido desde entonces al menos diez de los relatos más encantadores que provienen del trópico. Cómo ‘El ahogado más hermoso del mundo‘, poema en prosa que rehace el arte de la parábola“.

Si Roland Barthes tiene razón y una obra literaria remite forzosamente a otra obra literaria y esto es a la sazón lo único importante, debe señalarse que, al igual que Juan Carlos Onetti, GGM eligió escribir bajo la sombra de William Faulkner, no tanto por el estilo, sino en lo que a la metafísica y al proyecto de obra global se refiere. Por si hace falta, aclaremos -como señalaba el crítico Rodríguez Monegal- que el discípulo es también un creador no un mero repetidor. Macondo es, naturalmente, el condado de Yoknapatwapha. Y puede que todo el realismo mágico, hoy tan denostado, se halle contenido y prefigurado en el relato ’Al Jackson’ de Faulkner. Nada más parecido al desmesurado profundo Sur de Estados Unidos que la desmesurada América latina.

Postula este artículo que García Márquez va a quedar, de la misma manera que quedaron Salgari y Julio Verne. El colombiano fue una amalgama originalísima de barroco y surrealismo americano de espaldas a la fría razón narrativa. Con un aire de perplejidad, convirtió en literatura las fuerzas elementales de la naturaleza: el calor y las lluvias desmedidas, la guerra, la pasión que proviene del sexo o del odio. Tuvo un oído finísimo para el ingenio popular y las supersticiones ancestrales. Añadió Macondo a la cartografía universal: hoy lo sentimos más real que cualquiera de las ciudades grises que señalan los mapas. El Caribe colombiano llora al Gabo porque inmortalizó sus tonos, regustos y aromas, sus injusticias, mulatotas y blacabunderías.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el diario La Prensa

8 comentarios:

Anónimo dijo...

GGM es un grande porque creó un universo propio, verosímil, fascinante y memorable. Ya por eso merece todo el respeto.

Yo, sin embargo, no soy uno de sus lectores incondicionales. Disfruté Cien años, El coronel y Crónica, y luego me mudé a otros lares (Me ocurrió igual con otro grande: Fuentes).

En cuanto a su relación con Fidel, pues para mí siempre fue una pequeña mancha, no en su obra, que esa es independiente de lo que pueda pensar un escritor de ciertas realidades. Para mí es una pequeña mancha porque la tiranía no debería tener concesiones ni matices. Pero bueno, solo es mi opinión.

En todo caso, lo más justo en el arte es separar siempre al hombre de su obra. Y la obra de GGM es inmensa.

Saludos.

Guiasterion dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo con Usted, anónimo. Sólo los imbéciles condenan una obra por la moralidad de su autor. El hombre desaparece en las miasmas de la Historia, mientras que la obra permanece. El dictum es valido para cualquier arte. Imagínese, por ejemplo, que Caravaggio fuese una verdadero cretino, un pederasta de lo peor (estos fantaseando). ¿Deberíamos por eso quemar sus pinturas?
G.B.

Anónimo dijo...

Tengo una opinión diferente al respecto. Supongamos sólo supongamos- que Videla hubiese escrito un libro maravilloso, una obra formidable. Se la daríamos para leer a nuestros hijos sin miramientos?? De este modo es que creo que, saber o no saber marca la diferencia.
Admirándolo, como siempre, Diana.

Guiasterion dijo...

Querida Diana:

Tiene usted razón, me temo que en un caso así no se puede obviar la biografía. Afortunadamente, ningún dictador ha escrito una buena novela, hasta donde yo sé.

Muchas gracias por escribir

G.B.

Anónimo dijo...

Imagino la audacia de más de un dictador, para hallar un seudónimo cautivante y convincente... Tal vez nunca lleguemos a saber nada al respecto, en cualquiera de las bellas artes, y nos podamos confundir. Pero conocer o ignorar, creo yo, sí marca una diferencia. Idi Amín Dadá realizó una escultura formidable -supongamos-. Llevaríamos a nuestros alumnos a admirarla?.
Como siempre, un gran cariño. Diana.

Monosílabo dijo...

¿Quién dijo no hace mucho tiempo que "Cien años de Soledad" no es una novela sino un rejunte caprichoso de anécdotas? Me parece que es cierto si entendemos por novela lo que escribía Balzac o Dickens o -en el mundo hispanohablante- don Benito Pérez Galdós. Y sí, GGM fue un folklorista de peña latinoamericana hedionda, adorador de tiranos como Castro. Éso ya lo vuelve deleznable, aunque lo es de hecho por su "prosa" enferma de monosílabos.

Tec-Mario dijo...

Me encantan las tortitas negras de la panadería de al lado y no me interesa el curriculum del pastelero.Por otra parte desprecio a los gatos que pedorrean sobre leones muertos.

Anónimo dijo...

Tec-Mario (tajante). Pero si en el curriculum del pastelero apareciera cierta habilidad para hacer pasar por harina algún tipo de polvo de laboratorio... O si te cuentan que es pedófilo?? Insisto en que nuestra salud mental se basa en creer y no averiguar. Pero si llegáramos a saber -aún sin proponérnoslo-, saber marca la diferencia!!