Ediciones de la Biblioteca Nacional (2012), ensayo de literatura, 176 páginas.
Atareados con esas nimiedades que año tras año degradan el mercado editorial (casi todas nouvelles, no sea cosa de fatigar a los perezosos), la crítica argentina -hasta dónde yo sé- ha pasado por alto la magnífica Colección Los Raros de la Biblioteca Nacional. De cada una destas joyas de la abuela se han impreso ochocientos ejemplares. Muy poco. En la última Feria del Libro los remataban al precio de costo (¡ochenta pesos!) por lo que uno puede suponer que no cumplieron cabalmente el propósito noble de rescatar del olvido a esos autores y textos que ensancharon el acervo cultural. Una lástima. No merece la omisión, el padre Leonardo Castellani (1899-1981) “la más lúcida y crispada de las plumas de la intelectualidad católica argentina del siglo XX”, según Diego Bentivegna, autor del minucioso estudio preliminar de la edición que aquí se recomendará.
Para quien no lo conozca, digamos que Castellani fue un jesuita enorme de ojos saltones que repudió a la Iglesia Católica Argentina por promocionar escritores melifluos y superficiales como Constancio Vigil (la orden lo expulsó y el Vaticano le impidió por décadas celebrar misa). Su ethos era predominantemente bélico; fue un antimodernista estridente. Abominó del sistema político liberal instaurado por la Constitución de 1953. Abominó de Urquiza, Samiento y Roca. Hay algo conmovedor en su prédica bien razonada a favor de la monarquía cristiana. Es como defender hoy la tracción a sangre. Bentivegna tiene razón: la voz de Castellani nos sigue convocando, sobre todo a aquél que no le interese el “plebeyismo, el floripondio y la cursilería“ (son palabras del sacerdote).
Se rescató pues una obra felicísima del padre Castellani de 1964, a la que se ha enriquecido con el mencionado prólogo (esclarecedor) y dos artículos publicados por el escritor católico en La Nación después del suicidio. El librito se devora, tanto por la forma como por el contenido. Porque Lugones -es momento de decirlo- también resulta sumamente interesante y tampoco merece la amnesia nacional a causa de sus ideas políticas extraviadas del último tramo existencial. Le cedo la palabra a Jorge Luis Borges:
“Entonces aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue callado y solo a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte”
Leopoldo Lugones, 1955
La crítica castellaniana a las obras poéticas y en prosa del “señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra” es -salvando el abismo descomunal- hermana de la que este blog propone, dirán ustedes con qué suerte: la crítica como práctica lectora. Es decir, el cura transmite, básicamente, experiencias de lectura que examinan tanto la destreza técnica de las expresiones poéticas como las ideas (descabelladas) de la prosa del vate. “Sus versos me convencen más que sus ensayos”, sentencia. Borges, a quien Castellani tacha de “blasfemo oficial de la República”, había escrito algo simular de Lugones:
“…sus razones casi nunca tenían razón, sus epítetos, casi siempre…“.
El sacerdote es -como Lugones, como casi todos nosotros, los que integramos la despareja fauna de las redes sociales- intensamente argentino en su carácter de curioso insaciable, gran lector improvisador e improvisado, autodidacta en materia literaria, aunque posee una muy sólida formación tomista. Sus juicios son valiosos -destaca Bentivegna- porque se “abstiene de la apología hueca y del rechazo infundado”. Tomen nota los comentaristas dominicales, paradigmas contemporáneos del intelectual esnob (Castellani, por cierto, fue cualquier cosa menos un esnob).
Otra digresión. En 1964, Castellani, azote del fariseísmo, denuncia una ambición de los intelectuales cartabiertistas de su tiempo que ha perdurado incólume medio siglo:
“Hoy día la desdicha del poeta es grande si no consigue un puesto en Teléfonos del Estado, desde el cual se puede tratar a ladridos a todo el mundo”.
Uno no puede dejar de mencionar una ocurrencia gramatical de Castellani, acaso inspirada por el portugués o por el castellano antiquísimo. Ojalá hubiera llegado a prosperar. El jesuita fue un inventor de contracciones: desos, dellas, deste, anoser, apesar. ¿Piensan que es snob apoderase desta lindeza?
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
PD: La próxima reeimpresión de Leonardo Castellani debe ser Critica literaria.
1 comentario:
Lo tengo que leer, lo tengo pendiente. Respecto de la colección Los raros, desde sus primeras apariciones se trató de libros baratos, eh, no creo que hayan bajado el precio si no que desde la BN se intentan precios lo más populares que se puedan. Me lo anoto y te recomiendo, en sintonía con esos escritores que cultivan el estilo y la crítica como azote, "La manía argentina", de Carlos Correas. Abrazo!
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