domingo, 14 de agosto de 2016

Inmortalidad para millonarios

Por Guillermo Belcore

"Es la piedra más pesada que la melancolía le puede tirar a un hombre, decirle que ha alcanzado el final de su naturaleza, que ya no se avecina ningún estado posterior".Thomas Browne

En el firmamento de la literatura estadounidense brilla una estrella solitaria. Se llama Don DeLillo (Nueva York, 1936) y su escritura es densa, despareja, genial por momentos. Narra en series de fragmentos, ricos en significado. Es el literato que los colegan envidian y respetan, los críticos aplauden por convicción o esnobismo y el gran público ignora o desdeña. Es el literato obsesionado con la globalización, la devoción de las masas, los grandes espectáculos humanos, el control social, la tecnología, la industria bélica, el terrorismo, la plutocracia, el arte conceptual.

A fines de siglo XX, DeLillo había escrito una obra sublime, imprescindible, de dimensiones oceánicas. Desde Submundo (1997) no ha compuesto nada que se le acerque (hay quien habla de fatiga creativa) en términos de excelencia y ambición, pero la novela que acaba de llegar al español (Cero K, Seix Barral, trescientos dieciocho páginas) confirma que sigue siendo uno de los mejores de su generación. En una grosera simplificación, podríamos decir que se trata de un híbrido de ciencia ficción y novela filosófica. Como todas las manufacturas del Titán del Bronx, exige y merece relectura.

Nos lleva la trama a un remoto enclave en una antigua república soviética. Allí se quiere derrotar a la muerte, "un hábito que cuesta romper". A la muerte individual y a la muerte de la civilización. Es una fe religiosa incubada por una gran corporación llamada Convergencia. El aislamiento y la creación de una humanidad renacida que sobreviva al hundimiento catastrófico de todo lo que hay en la superficie son sus metas. Para ello, congelan en capsulas criogénicas a unos pocos heraldos que agonizaban por enfermedad o que han decidido ingresar en esa otra dimensión y luego emerger, recompuestos átomo por átomo, cuando la muerte acabe siendo inaceptable. A éstos últimos se los conoce como los Cero K. La vida eterna pertenece a quienes poseen riquezas asombrosas.

LA NUEVA JERUSALEN


Nuestro cicerone en Convergencia se es Jeffrey Lockart, hijo de uno de los benefactores de la secta transnacional. A los treinta y cuatro años, sigue siendo "un niño extraño", un "hombre involuntario". Aspira a una vida pequeña; se enamora de una maestra de escuela diferencial. Está desocupado. Alivia la tensión mental definiendo, designando, dando nombre a las criaturas y a la creación. Desdeña los grandes saltos, los empleos y la ayuda pecuniaria que le ofrece su padre Ross Lockart, tiburón de las finanzas globales que aparece en las tapas de revistas como Newsweek. Ross le pide a Jeffrey que lo acompañe durante la inmersión de su esposa Artis en esa cámara con temperaturas bajo cero que evitará que se descompongan sus tejidos corporales. El magnate decide inmolarse con ella, pero se arrepiente. Retornan a Nueva York, pasan dos años y otra vez vuelan a esa Nueva Jerusalén, donde -entre inquietantes performances subterráneas- se está amasando también el lenguaje del futuro, que "permitirá expresar cosas que ahora no podemos expresar".

Alguna reseña ha denunciado la frialdad de la prosa de DeLillo (se suele usar el adjetivo "glacial"), pero quién puede definir la temperatura justa en la novela contemporánea, ese Aleph capaz de deglutir, procesar y combinar todo los formatos (como el rock). La prosa de DeLillo se lee con un lápiz en la mano, sin prisas, o no se lee. Implica esfuerzo, la trama nunca se despliega de manera convencional. Uno se sumerge en las páginas como ocurre con cualquier virtuoso "difícil" de la Alta Literatura (la palabra "sumergirse" es lo que importa en el proceso). Hay un estilo en juego, una admirable capacidad para la sentencia filosófica, párrafos con un cromado reluciente, exquisita ironía, erudición, y la desconcertante (pero hermosa) sensación de que las abstracciones nunca se llegarán a comprender del todo.
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Muy bueno

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