martes, 4 de diciembre de 2018

Un polvo en condiciones

Los libros de texto afirman que la picaresca como subgénero literario nació en España en el siglo XVI, alcanzó su gloria con Don Alonso Quijano y de ahí se diseminó por el resto de Europa. Perdió fuerzas, pero cada tanto reaparece bajo la intención satírica y crítica de un escritor de fuste, molesto por la degradación de su época, que narra las andanzas de un pícaro, de muy bajo rango social, con su propia moral envilecida, pero imposible de odiar por sus rasgos cómicos.
En la gélida Escocia ha surgido uno de estos antihéroes memorables. Se llama Terry Dawson, se gana la vida como taxista, actor de cine porno, delivery de drogas, proveedor de prostitutas y otras trasgresiones menores. Le dicen El Jugo pues en su momento vendía zumo de frutas con una camioneta. Es simpatizante del alicaído Hibernian Football Club. Es la criatura más reciente del afamado novelista Irvine Welsh (1958). Es un placer haberlo conocido.
Así, como el capitán Ahab perseguía a su ballena blanca, Terry va surcando Edimburgo en su auto buscando ensartar otra clase de arpón. Tiene una idea fija: el sexo. Es un hombre agraciado con una melena con rulos a lo Alberto Tarantini y un miembro viril de tamaño muy superior al promedio. Además cuenta con una energía prodigiosa y es un caradura de primera categoría. Como todos los pícaros de novela, es un ser ambiguo, tiene conciencia pero su obsesión lo ha llevado a ser mal padre, mal hijo y mal amigo. De todos modos, no es de esos malvados que se ensañan con un semejante en desgracia, virtud que cumple una función importante en la trama.
Un polvo en condiciones (Anagrama, 457 páginas) cumple con creces una de las funciones esenciales de la literatura: entretener. Hay capítulos desopilantes que se leen a mandíbula batiente, pero hay dos o tres nauseabundos. No todos tenemos estómago para el incesto o la necrofilia (no, el sinvergüenza de Terry nunca cae en esos abismos, ya volveremos sobre el tema).
La primera parte del libro superpone las aventuras sexuales de Terry con la llegada del Huracán Hinchapelotas (sic), el primero en la historia escrita de Escocia. Nuestro antihéroe se pone al servicio de Ronald Checker, un magnate estadounidense que llega a la ciudad en busca de cerrar negocios inmobiliarios y comprar un par de legendarias botellas de whisky, de esas que se pagan doscientos mil dólares por corcho. Ron, naturalmente, es una caricatura sureña y punk de Donald Trump. Un escritor comprometido de izquierdas como el Sr. Welsh no iba a dejar pasar la oportunidad de denigrar al pintoresco presidente de Estados Unidos. Terry también da una mano a un viejo conocido, El Marica, un mafioso de poca monta -pero muy peligroso por ello-, para vigilar al sádico cuñado a cargo de uno de sus prostíbulos. 
Hay decenas de peripecias interesantes, que involucran al proletariado más desagradable, carne de pub; y a personajes de clase media que han perdido la brújula. En la segunda parte de la novela, Terry recibe una noticia alarmante de su médico, que se conecta con el título. Preferimos no añadir una palabra más, pues el efecto sorpresa es otra de las gracias del libro. 
En forma paralela a las aventuras del Jugo Lawson, se relata el calvario de Jonty y Jinty. El muchacho es el opa del poblado de Penicuik; ella es prostituta y drogona a sus espaldas. Pasan cosas terribles con esta parejita.

COSTUMBRISMO

El estilo, con sus pinceladas de costumbrismo de barrios bajos, merece elogios. En casi toda la novela, se narra en primera persona: escuchamos la voz de Terry, del pene de Terry (La Amiga Inseparable), del idiota de Jonty y del millonario Ronnie. La sabrosa escritura de Welsh recuerda por momentos al norteamericano Tom Wolfe, pero el uso abundante del argot en la traducción a seis manos de Anagrama deriva en una suerte de caló madrileño que pone a prueba los nervios de un latinoamericano. Qué se pueda hacer ante una frase espantosa como ésta: "¡Si le mola mi taxi, por mí cojonudo!". 
La traducción, entonces, es uno de los desafíos que se le plantea al lector rioplatense, el otro -como se dijo- son algunas escenas inmundas, por fortuna muy aisladas. Decirlo todo no siempre es conveniente en una novela con ciertas pretensiones. De todos modos, la picaresca aliviana siempre el realismo sórdido y la apelación a lo escabroso. Además, hay mofas muy bien elaboradas.

Al parecer Welsh bebe en las aguas del freudianismo más básico, ese que sostiene que el arte, la política y los deportes surgen de la sublimación de lo sexual. La filosofía de andar por casa de Terry establece que todas las frustraciones de la vida provienen del celibato. Pero al margen de esas desmesuras, la obra defiende la idea de que siempre es mejor hacer algo bueno por las personas en situación vulnerable que aprovecharse de ellas. Es un mensaje cristiano: Los que escandalizan a los más pequeños, a los débiles, merecerán un castigo eterno; y los justos, vida eterna (Mateo 25:31-46).
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Economía del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

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