domingo, 18 de abril de 2021

Escribano, 60 años de periodismo y poder en La Nación

 


Entre mil estropicios, la irrupción de Internet en la vida social y económica ha demolido una institución venerable: la figura señera del Secretario General de Redacción. Esos colosos -cultos por vocación y tiranos por necesidad- ocupaban un lugar central en la Galaxia Gutemberg. Nadie importante rehusaba besarles la mano. Eran un peñasco en medio de pobladas redacciones, que encarnaban, mejor que nadie, el estilo y el espíritu de un gran diario. Entre ellos, uno de los mejores -sino el mejor- es el señor José Claudio Escribano (83 años). Un libro ha venido a rendir homenaje y discutir las acciones más controvertidas del factotum de La Nación durante buena parte de nuestro tiempo.

Los autores de Escribano. 60 años de periodismo y poder en La Nación (Planeta, 471 páginas) son dos ex colaboradores del majestuoso periodista. Hugo Caligaris y Encarnación Ezcurra han hecho los deberes con el viejo maestro. Mantuvieron con él 45 largas entrevistas; consultaron a familiares, colegas y competidores; y exploraron sus archivos personales, unas 40 carpetas.

El tono general del texto bascula entre la hagiografía pudorosa y la pregunta incómoda. Caligaris & Escurra no renunciaron a la pincelada de sensiblería, ese procedimiento tan desagradable en cualquier escrito. Y le infligen al lector dos o tres errores en relación a fechas (páginas 98 y 369), demostrando que los correctores son otra categoría laboral en franco retroceso. Pero son detalles. La obra tiene interés periodístico y valor histórico.

RECUERDOS DE PODEROSOS

Nacido en la clase media pero hombre del establishment al  fin (con casa en Punta del Este y propiedad rural como marca la tradición), Escribano va desgranando recuerdos de otros poderosos. De Frondizi le  impresionaba su frialdad; de Illia, su astucia zorruna. A Juan Domingo Perón le mandó a preguntar por qué había confiscado La Prensa y no La Nación: "Intervine La Prensa porque siempre fue un diario de la plutocracia internacional"
le respondió el "tirano prófugo" a través de Juan Daniel Paladino.

El entrevistado afirma ser un boina blanca, aunque preferiría una Unión Cívica Radical mucho más a la derecha de donde siempre ha estado ubicada (el novelista favorito de Escribano se llama Ernest Jünger, lo que demuestra dos cosas: es un buen lector y tiene talante conservador). Alfonsín le pidió que exculpe a Carlos Menem del escándalo de ventas de armas a Croacia; De la Rúa dependía de los  ansiolíticos, el whisky y los sedantes, revela. Mauricio Macri no le simpatiza; mientras que Marcos Peña es retratado como un petulante que, bajo el influjo duranbarbista, desprecia el periodismo tradicional.

El capítulo 3 está dedicado a la famosa entrevista privada que Escribano mantuvo en 2003 con Néstor Kirchner y Alberto Fernández. Fruto envenenado de la misma fue un artículo de opinión que generó, acaso, la mayor cantidad de repudios en la historia del diario fundado por Bartolomé Mitre. Es especial, porque pronosticaba que el nuevo gobierno peronista no iba durar más que un año. "No hay nada peor que escribir visceralmente", reconoce un caballero que dejó de comprarse mocasines en Guido porque los usaba el ex presidente santacruceño. 

A pesar de esto, Escribano ha mantenido una excelente relación con Julio De Vido y Aníbal Fernández (nos enteramos que el político de Quilmes es en la intimidad mucho más educado y amable). 

Al actual presidente de la Nación lo desprecia al punto de tacharlo de "pastelero'' o "muchachito de los mandados'' de los Kirchner. La venganza florentina de  Alberto Fernández ocurrió el año pasado y le pegó al periodista donde más le duele. Estupendo final del libro.

LINEA POR LINEA

Evoca Escribano con nostalgia la competencia línea por línea con La Prensa durante la edad de oro de los diarios de papel. Y reconoce que Máximo Gainza tenía razón al criticar con vehemencia la alianza promiscua entre Clarín, La Nación y el gobierno militar en Papel Prensa, ejemplo cabal de capitalismo oligopólico para debilitar la competencia y de venta del alma al diablo de un pilar republicano (la prensa libre) que debería mantenerse lo más lejos posible del Estado para cumplir con su razón de ser. Hoy la empresa fabricante de papel pierde mucho dinero y se ha convertido en una carga que La Nación no puede soportar, se lamenta el Gran Mariscal.

Tampoco le hace gracia el hecho insólito de que su diario se imprima hoy en los talleres de Clarín. En efecto, La Nación es el primer gran diario de la región que se ha desprendido de su planta gráfica y no se trataba de un simple rotativa sino de una instalación modelo. Levantar ese Behemot acerado a fines de los noventa dejó a la empresa con una deuda de 150 millones de dólares, que explotó en el default del 28 de diciembre de 2001. El propio Escribano debió pedir auxilio en Nueva York aWilliam Rhodes, banquero con ínfulas de filántropo, para que el Citibank no ejecutara la deuda.

Internet puso todo patas para arriba y aquella magnífica inversión en maquinarias de última generación concluyó en el fracaso de liquidar la planta gráfica y en la debilidad de que tu principal competidor de hoy en día conozcoa tu tapa y tus contenidos muchas horas antes de llegar a los kioscos. Insólito, ¿no?

Escribano abandonó la Secretaría General de redacción a los 69 años. Fue ascendido a Subdirector. Dice que desde 2006 no pisa la redacción de La Nación pero es obvio que nunca perdio su influencia. No le agradan algunas innovaciones que vinieron con la toma de control por parte de otra rama de la familia Mitre, los Saguier. El libro desmenuza, con espíritu crítico, la subordinación absoluta al marketing, la moda de los consultores y de los coaching (hay algunas prácticas francamente siniestras), el ingreso en tropel de los Opus Dei, la pérdida de prestigio del Suplemento Cultural, el rediseño "mamarrachesco'' de la revista dominical y la irrupción de redactores llanos cuyas creencias se encuentran en las antípodas de los valores y las ideas que el diario siempre ha defendido. Hasta el punto de que la redacción se retobó hace poco por un editorial impecable sobre la tergiversación izquierdista de la lucha contra la guerrilla en los setenta. "Si eso me hubiera pasado a mí, cuando era secretario general, habría renunciado'', asevera un viejo lobo de mar que ve espantado la falta de espíritu de cuerpo en su querida nave.

Ezcurra & Caligaris hablan al pasar de "ocaso'' y "decadencia irreversible'' de los medios de papel. Escribano apunta que el 70 por ciento de los periódicos en la Argentina se hacen con menos de veinte personas; son minipymes que sobreviven contra todos los vientos en contra. Con lucidez, entiende que una sociedad que renuncie a los diarios, lo que perderá será ``un mundo organizado por profesionales''.

El autor de este artículo cree que los diarios sobrevivirán quizás mediante algún artilugio tecnológico como los micropagos (se paga un valor ínfimo por nota leída). La lectura en papel de esa "primera versión de la Historia'' será -como siempre ha ocurrido con los libros- para los happy few. Más allá del soporte técnico, necesitarán los medios del siglo XXI de titanes como Escribano (una marca en sí mismos) que combinen erudición, enorme contracción al trabajo e identificación a pie juntillas con la línea editorial.

En todo caso, no es el diario tradicional el que entró en crisis sino la Modernidad entera. Todas sus instituticiones paradigmáticas se están licuado ante nuestros ojos azorados, como explica Zygmund Bauman en sus libros. La posmodernidad mediática es efímera, irresponsable, amateur, vocinglera y comunica, visceralmente, desde una trinchera. Definitivamente, no es mejor.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

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