lunes, 20 de octubre de 2025

La hoguera de las vanidades


En agosto pasado, el Presidente de la Nación intentó realizar una caravana electoral en un territorio hostil: la ciudad de Lomas de Zamora. No pudo. Esas hordas de militantes que el peronismo y el ladritrotkismo movilizan cada vez que Javier Milei aparece en las calles lo corrieron a pedradas. ¡Pero esa barbaroe acabo de leerlo!, pensé en ese momento. Como decía Oscar Wilde, la naturaleza copia al arte.


En efecto, en el primer capítulo de una monumental novela estadounidense escrita hace cuatro décadas un gobernante electo por el pueblo es obligado a huir de una acto por belicosos agitadores, los cuales fueron movilizados por un oscuro dirigente social. Como en Lomas, en Harlem cero espontaneidad.


Así abre La hoguera de las vanidades (Anagrama, 637 páginas) la obra maestra de Tom Wolfe (Richmond 1930-2018), sublime agente del llamado realismo social. Con tres novelas exuberantes (1), aquel dandy de traje blanco a lo caballero sureño, sombrero y corbatas de seda demostró que el procedimiento dickensiano nunca pasará de moda. Venimos a recomendar ahora el primero de esa triada.


LA ROCA MAGNETICA

La hoguera de las vanidades nos lleva a los años ochenta cuando asomaba la era de Wall Street y los aristócratas estadounidenses dejaban de ser austeros y refinados. Es un fresco colosal, aunque con una pizca de exageración (Wolfe manejaba la hipérbole con gran destreza), de la capital de Occidente. Nueva York, “la ciudad de la ambición, la roca magnética, el destino irresistible de todos los que están empeñados en vivir en el lugar donde ocurre todo”.


Gira la trama en torno a la caída en desgracia de Sherman McCoy, un hombre de Yale de 38 años, origen patricio, tiburón del mercado de bonos (acababa de despegar esa modalidad especulativa), típico Amo del Universo de Park Avenue, aunque su debilidad es el adulterio. Está casado con la hija de un catedrático de historia del Medio Oeste, aficionada a gastar dinero a espuertas en decoración de interiores y a pasar la vida en el gimnasio. Tienen una hija adorable. Sherman da rienda libre a sus retozonas hormonas con una espléndida chica sureña, que se ha casado con un vejete rico y judío.


Una noche de cristal que se hace añicos, la pareja de amantes se equivoca de salida en la autopista y, camino a Manhattan, terminan en el Bronx. Recorren el barrio aterrorizados a alta velocidad hasta que el Mercedes deportivo de 48.000 dólares (valor de entonces) atropella a un chico negro que, quizás quiso asaltarlos, junto a un compinche. Huyen a toda velocidad y no dan parte a las autoridades.


Llegamos pues al núcleo incadescente. El adolescente que termina en el hospital en coma es hijo de una colaboradora del reverendo Reginald Bacon, acaso el personaje más seductor de la novela. Mezcla de líder piquetero, socialista callejero y sindicalista peronista, el demagogo de tez oscura gana fortunas “regulando el vapor” de las calles salvajes y hambrientas de esos barrios tercermundistas de Nueva York.


“El capitalismo -explica a sus socios blancos- consiste en controlar las cosas. Si las cosas salen de madre, el capital se pierde… En el fondo soy un conservador... mi trabajo es tranquilizar el alma virtuosamente enfurecida de Harlem”.


El pastor Bacon presiona a la política y a la justicia para que sea encontrado y castigado el responsable del accidente callejero. Por medio de un lobbista, suma a su cruzada a un as del periodismo amarillo: Peter Fallow, “el temible británico”, columnista de un diario que no puede ser otro que The New York Post. La presión da resultado. No sólo porque el fiscal del condado del Bronx, un tal Richard Weiss, es un político ambicioso del Partido Demócrata que se juega la reelección y necesita el voto negro y latino. Sus subordinados -hartos de procesar a la basura- están sedientos de linchar a un Gran Acusado Blanco.


GUERRAS URBANAS

Paladas de esnobismo, resentimiento, envidia y odio social se acumulan en una trama que nunca deja de ser interesante. Es también una gran novela de personajes. Una descripción implacable de las trincheras de las guerrillas urbanas.


Aunque el año próximo La hoguera de las vanidades cumplirá cuarenta años desde que fue entregada a la imprenta por primera vez (¡cuando el oro cotizaba a 400 dólares!), sus temas y meandros no han perdido un gramo de actualidad. Los parangones con la Argentina 2025 son asombrosos. Ya mencionamos el primer capítulo; súmele la degradación de la educación y la vida cotidiana en general en los barrios periféricos (Harlem = conurbano bonaerense); el fracaso de los planes urbanísticos de los monoblocks; las legiones juveniles de ni-ni (ni estudian ni trabajan), tercera generación de familias que siempre vivieron de la beneficencia pública; los juzgados como auténticos redistribuidores de riqueza. También compartimos con Estados Unidos la corrección política, la pose de superioridad moral y estética de la casta intelectual hacia cualquiera que exprese ideas reaccionarias.


Tom Wolfe fue el más delicioso de los conservadores. Describió la idiotez del progresismo, se lamentó por la desaparición entre las elites de la “virtuosa rectitud”, y elogió “el machismo irlandés”, una especie de valentía que no es de león sino de asno: nunca deberás retroceder. Fue un moralista a lo Séneca. Nos recordó que “la ley no debe someterse ante nadie, ni aunque sean pocos, ni aunque sean muchos”.


La vida es una selva, postuló este magnífico escritor proveniente del periodismo. Hay que arreglárselas para tener el valor para luchar en la jungla. 

Guillermo Belcore


Calificación: Excelente



jueves, 2 de octubre de 2025

Bajo la piel


En El idioma analítico de John Wilkins, Jorge Luis Borges establece la belleza (y futilidad) de las clasificaciones. ¡Esa fantasía tan humana de organizar el conocimiento para intentar controlarlo! En este capricho, quizás nada supere en encanto a la taxonomía del reino animal que incluye cierta enciclopedia china (apócrifa) que se titula 'Emporio celestial de conocimientos benévolos'. Claro, se trata de otra sublime invención borgeana.


Podríamos seguir el juego y postular que existe una categoría literaria muy interesante: Novelas europeas que se ambientan, total o parcialmente, en la Argentina. El cónsul honorario, claro. También esa singular joya de Colm Tobin llamada La historia de la noche. Además, El faro del fin del mundo de Julio Verne. Y aquí venimos a recomendar otra: Bajo la piel (Adriana Hidalgo, 517 páginas), primera obra de Gunnar Kaiser (Colonia 1976-2023). Fue entregada a la imprenta en 2018 y hoy se consigue en las mesas de saldo de la calle Corrientes.


El profesor Kaiser dedicó casi treinta páginas a la Argentina, la segunda parte del Libro III. Al final de la novela trae a nuestro país la cacería fantasmal de un asesino en serie, pero cae en imprecisiones y folclorismos. Estamos en 1990. El narrador dice que el viaje en ómnibus entre Buenos Aires y Córdoba insume seis horas (!?). Observa por la ventanilla del micro "gauchos que desde su montura y con el cigarrillo prendido en la comisura de la boca nos miran pasar". Define a la próspera llanura pampeana como "tierra de nadie en el fin del mundo, abandonada de Dios". El paisaje le parece "todo falso, como salido de un Western barato...". Finalmente, la trama nos lleva a una improbable colonia alemana -mitad nazi, mitad judía- en Mar Chiquita, provincia de Córdoba.


En rigor, es el segmento más flojo de un libro extrañamente complejo y ambicioso, tratándose -como se dijo- de una ópera prima.


UN JAY GATSBY JUDIO

Gunnar Kaiser narra en Bajo la piel las peripecias de un dandy germano, un hombre de gusto y estilo exquisito, afincado en Nueva York. En su tierra natal se las había arreglado para ocultar su origen judío de las bestias nazis. Se llama Josef Eiseinstein.


He aquí un texto dedicado a los bibliófilos. El joven Eiseinstein era en los años treinta un fetichista de la palabra impresa que se convirtió en ladrón de incunables en museos y bibliotecas privadas. Luego, con los mejores maestros de Berlín, aprendió el arte de la encuadernación. A la adultez, ya en Estados Unidos, asesinaba jovencitas para convertir su piel en el cuero que embellece tapas y lomos de obras maestras. Es decir, comercia con libros encuadernados con piel humana. Hay compradores para todo en el submundo de la perversidad.


En la Gran Manzana, este Jay Gatsby hebreo traba relación con un estudiante de literatura de veinte años. Jonathan Rosen es también descendiente de exiliados alemanes. Se hacen amigos. Eiseinstein lo convierte en una suerte de discípulo intelectual y le consigue chicas. Le gusta mirar mientras los jóvenes hacen el amor en su departamento-biblioteca de Brooklyn Heighs. Estamos a fines de los años sesenta. El telón de fondo es la conmoción causada, justamente, por el Desollador de Williamsburg.


Los amigos terminan distanciados por una cuestión de faldas. Einseinstein desaparece de la faz de la tierra después de que la policía lo interrogara tras la desaparición de una chica rica. Saltamos a los noventa, Jonathan, escritor fracasado, vive en Israel. Llega a su kibbutz, una ex agente del FBI, obsesionada con los crímenes de Nueva York, una historia vieja, nunca resuelta, casi olvidada. Sigue la pista de Eiseinstein; se le escapó por un pelo en Alemania oriental. Así llegamos a una Argentina caricaturizada.


SOFISTICADA Y CAUTIVANTE

Como se ve, Kaiser concibió una historia sofisticada y cautivante que nos lleva a cinco escenarios diferentes, en distintas épocas. Es una buena novela (hoy no es poco), aunque tiene un defecto del diletante: su ejecución es muy despareja, va de la genialidad a lo mediocre y viceversa. El autor, además, tenía el vicio de la enumeración, cansa con sus listas. Ya hablamos de la mirada tonta del turista europeo.


Todos los hombres mueren jóvenes, dijo Stevenson. En el caso del autor de Bajo la piel, la setencia está plenamente justificada. Murió a los 47 años. Un cáncer cortó su promisoria carrera. Kaiser fue un intelectual y bloguero a contracorriente, es decir, alejado del wokismo, el progresismo y esa tontería de la corrección política. Alzó la voz contra los excesos de las cuarentenas y contra la llamada cultura de la cancelación. No se lo perdonaron Fue censurado en YouTube y la Wikipedia lo minimizó. Escribió tambiénDer Kult’, en el que describe como una democracia occidental deriva hacia el totalitarismo. Uno de sus admiradores lo recuerda con una frase de Ernst Jünger: 

«Hay lobos escondidos en el rebaño gris, es decir, personas que aún saben lo que es la libertad»

Guillermo Belcore 

Calificación: Buena