La Bestia Equilátera. 199 páginas. Cuentos. Edición 2009.
Existe una especie narrativa que tiene el sabor del champagne. Es ligera y burbujeante. La superficialidad sólo es aparente. Como diría Stevenson, contiene una virtud sin la que todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Es la estirpe literaria que proviene del homo ludens; de Oscar Wilde, de Saki, de Julian Maclaren-Ross (1912-1964), descubrimos ahora cautivados.
Un nuevo sello editorial ensancha el mapa literario de los argentinos. ¿No es una magnifica noticia? Nos presenta a un aristócrata arruinado del Soho que hizo del pub Fitzroy su propio feudo artístico y espiritual (Fitzrovia). Maclaren-Ross -abrigo de pelo de camello, boquilla, eternos anteojos negros, bastón de exquisita empuñadura, zapatos gastados- admiró y fue admirado por Graham Greene y Dylan Thomas. Protagonizó (con el nombre de X. Trapnel) una novela de Anthony Powell. Vivió endeudado e intoxicado; murió joven de un ataque card¡aco. Tenía un ego capaz de hacer pestañear a Gengis Kan. Cultivó el arte de narrar una historia con amenidad y soltura.
El volumen contiene once cuentos y un epílogo excelente de Luis Chitarroni, cuyo estilo enmarañado es la contracara exacta de Maclaren-Ross. Los relatos basculan entre la tristeza y la comicidad. Están urdidos, básicamente, con diálogos. Los diálogos están vivos, palpitan, transpiran, gimen. Hay relatos adorables o tremendos que involucran a niños o a snobs; hay historias de la India y del ejército que denuncian, siempre de manera oblicua, la estupidez y el racismo (Maclaren-Ross nunca vivió en Asia). Hay, como apunta Chitarroni, “situaciones de aparente absurdo” y “ejercicios de concisión admirables”. Dicho de otra manera, hay páginas perfectas.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el 5 de abril.
Calificación: Muy bueno
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