sábado, 8 de mayo de 2010

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

Haruki Murakami
Tusquets. Novela, 484 páginas

Básicamente, Haruki Murakami (Kioto, 1949) sostiene que una aproximación ecléctica a las cosas nos acerca más a comprender su esencia que una mirada ortodoxa. El universo es un compendio infinito de posibilidades. En algún lugar desconocido -u olvidado- existe el puente que une con el meollo de la vida. Cada alma debe hallar por sí misma lo que Mario Levrero, otro perspicaz, llamaba la experiencia luminosa. Tal planteo -que bordea tanto lo sublime como lo ridículo- desarrolla esta rara novela que data de 1985.

Como todo verdadero genio, Murakami se nutre de todo lo que existe. Desde Borges y Lewis Carroll hasta Nike, la música pop y el whisky. En un ambicioso pastiche combina lo real y lo imaginario en porciones similares. Es un juego que algunos denominan posmoderno, otros naif y que, lógicamente, no seduce a toda clase de lectores. Nada tiene que añadir a los amantes del orden, la seriedad y la escritura literal. Es decir, a aquéllos lectores que creen que la simetría es el único arte perfecto, como sostenía Clarice Lispector. Cuestión de gustos, en última instancia. Pero sólo un necio podría discutir el hecho de que el vate japonés es uno de los escritores más originales y talentosos del último cuarto de siglo. Tiene una prosa hermosa de leer, ligera y cantarina.

En esta ocasión, narra dos historias paralelas que van ensamblándose con delicadeza. Los capítulos impares relatan las aventuras de un calculador al que implantaron algo en el cerebro, para usarlo como arma en una feroz guerra por la información entre corporaciones. Tropieza con un científico estrafalario, una chica rellenita que sólo viste de rosa, una nauseabunda civilización subterránea y una pareja insólita de matones. Los capítulos pares transcurren en una ciudad fantástica donde un “lector de sueños” trata de conservar el ego y la cordura, e intenta salvar la vida de su sombra.

El libro fue urdido con pesadillas, símbolos y analogías. Las aventuras y las opiniones no escasean. Propone un vago anarquismo. Blande la redundancia, el didactismo, el goteo de referencias culturales, el amor por el detalle, incluso por el pormenor intrascendente. Un Murakami auténtico.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cutura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

La otra campana: P.Z., un lector competente y voraz y un gran entrevistador, ha llegado a la conclusión de que a quienes les gusta Murakami es porque les gusta Murakami, aunque admite que la novela lo mantuvo aferrado de las solapas hasta el final, una de las señas de identidad de la buena literatura, tal como le recordó Gabrielaa.

Déjeme decirle, querido P.Z., que me he aficionado a Murakami porque es un gran contador de historias, un excelente constructor de personajes estrafalarios, porque tiene un estilo personalísimo y muy original, porque difuma con delicadeza la línea entre ficción y realidad, porque reflexiona sobre los asuntos más profundos de la existencia como el sexo, el sentido de vida, el trabajo, la muerte. También porque es tan japonés como universal. Por último, me encantan los escritores que, como decía Cortazar, entornan la puerta del zaguán para que podamos atisbar el prado donde pastan los unicornios.

PD: Sugiero combinar la lectura de este libro con esta vieja gloria ochentosa y bolichera de la mediocre banda Alphaville. ¡Ah, aquellos años felices y despreocupados!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta Murakami (Tokio blues, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Al sur de la frontera, al oeste del sol...) y estoy de acuerdo contigo en que no cabe la menor duda de su genial modo de contar historias. El único pero que se me ocurre es que, yo por lo menos, necesito unos meses de otros autores antes de atacar otra novela de este fabuloso autor.
Un saludo y gracias por las recomendaciones.