sábado, 24 de julio de 2010

Thomas Mann. Cuentos completos

"Los artistas me llaman burgués y los burgueses han querido encerrarme en la cárcel"
Thomas Mann

Cualquier canon del siglo XX incluye a Thomas Mann (1875-1955). Cualquier catálogo de novelas oceánicas, es decir de aquellos alardes de ambición e ingenio que fagocitan una era y la convierten en bellas letras, ostenta dos o tres de sus libros. Cualquier descripción del arte en la Edad Burguesa, seleciona como modelo a un intelectual que se inventó a sí mismo como faro de la cultura alemana y que encarnó lo mejor de su estrato social: cortesía, moral del trabajo, escepticismo, decencia, discreción. Y también compromiso con los ideales: "Cada ser humano razonable debería ser un socialista moderado'', sentenció el paladín de la República del Weimar. Siempre es saludable, entonces, que se reimprima la obra narrativa de un escritor sublime que además es considerado paradigma de la modernidad y arquetipo del intelectual que vive de y para la literatura.

El sello Edhasa publica Cuentos completos de Thomas Mann. Sólo el título merece una objeción. Se queda corto. El volumen de casi mil páginas trae no sólo decenas de relatos, sino también el conjunto de novelas breves, algunas íconos contemporáneos como Muerte en Venecia (1912). La crítica coincide que son tan complejas, profundas y rebosantes en símbolos e ideas como esos mamotretos donde el genio de Mann brilla con la potencia del sol del trópico aunque se mueve, a menudo, con desesperante lentitud. Permiten apreciar la evolución de un estilo y recogen, casi todas, algún fragmento autobiográfico, sea el entorno familiar, las vacaciones en Italia o bien las secretas apetencias de un caballero tieso y elegante, "digno hasta un punto menos que la rigidez" (Carlos Fuentes dixit), pero con un costado sórdido, como cualquiera de nosotros.

Harold Bloom y George Steiner coinciden en que Mann fue el único heredero de Goethe en el siglo de las masas. La influencia es notoria. El lector recordará que Mann reescribió el Fausto. Pero no fue la única hazaña. En este volumen, se encuentra el excelente Tonio Krueger (1903), emparentado con Las desventuras del joven Werther. El protagonista es el vástago de una distinguida familia de comerciantes hanseáticos que decide abrazar la carrera literaria. No logra superar la melancolía; piensa y habla como un Nietzsche. Llega a la conclusión de que todo lo que puede expresarse con palabras ya está podrido. El relato condensa, por otro lado, Los Budenbrook, novela con la que el autor saltó a la fama.

Decía Mann que "el novelista debe ser capaz de recoger muchos hilos humanos en la urdimbre de una sola idea". Si de hilos se habla, no resulta difícil encontrar el de color dorado que une cada una de sus composiciones: el pasmo, el temor reverencial y la alegría vergonzosa ante el hecho de que existen fuerzas más poderosas e interesantes que la razón y la virtud. Resistirse es inútil, como salmodian los Borg. Lo que el corazón -o mejor dicho el instinto- ordena es un mandato con la energía suficiente como para destruir la civilización. "No se puede vivir psíquicamente de no querer'', concluye el artista".

En La Ley (1943), nouvelle en la que se examina la creación no digamos del judaísmo sino de toda la conciencia moral de Occidente, una princesa egipcia es la que sucumbe al "instante de placer desenfrenado y homicida". Moisés, páginas adelante, se pierde en una etíope caoba y voluptuosa. En Desorden y dolor precoz (1925), el profesor Cornelius, una eminencia en historia de la España inquisitorial, siente un amor no del todo irreprochable por su hijita Lorchen. Sin embargo, es en Muerte en Venecia donde el desquite de las pasiones reprimidas constituye el eje primordial del relato.

La inmolación del venerable Gustav von Auschenbach, enamorado como una colegiala de un muchachito polaco y degradado a la categoría de petimetre, ha atrapado la imaginación de todas las generaciones. Es un escrito fundamental -como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, al que tanto se parece- porque desnuda la ambigüedad de la naturaleza humana. Nos coloca ante la terrible evidencia de que hay algo en nuestro interior, siempre al acecho, capaz de derrumbar todo lo que laboriosa y dignamente hemos edificado. "En el mundo -nos avisa el artista- la fidelidad es imposible".

La brillante indagación de las tinieblas de la personalidad no se limita a la psiquis individual. Otra cima del tomo es el cuento de cincuenta páginas Mario y el mago (1930). Se ha querido ver en el temible hipnotizador Cipolla, un caricatura de Mussolini. La voz del autor se alza aquí contra el zafio abuso del poder. Thomas Mann constata que la imposición y la privación de la voluntad por parte de fuerzas oscuras también se da a la escala de un sala de variedades o incluso de un país entero: "Y el pueblo se permite forjarse la bella ilusión de que todo es simplemente teatro", se lamenta un hombre que sufrió en carne propia la maldad de los nazis.

Esa antinomia entre espíritu glacial vs. sensualidad ardiente, e incluso abyecta, el escritor la ramifica en subtemas fascinantes como la relación líder-masa (Moisés frente al pueblo elegido); la literatura como camino a la comprensión ("la nausea del conocimiento") que se opone al arte de vivir; naturalismo vs. arte abstracto; y hasta se plantea el contraste entre pueblos nórdicos y cultura mediterránea. Thomas Mann, a ojos vistas, quiso tener un pie en ambos lados.

Belleza olímpica
La producción de Mann no sólo emana sabiduría y permite respirar una atmósfera cargada de historia; también seduce por la belleza majestuosa del estilo. Se lo suele considerar una bisagra entre dos siglos: el último estertor del realismo decimonónico pero matizado con procedimientos modernos, como el manejo del ritmo: se acelera o ralentiza según los caprichos del creador.

La prosa tiene la hermosura del mármol: es fría, monumental, irónica por momentos, un punto decadente, nunca jocosa, proclive al giro ornamental y a las cláusulas subordinadas como si de un ensayo de filosofía se tratase. El que busque diversión que se vaya con sus petates a otro lado, aunque a menudo el son de mofa suscita alguna que otra media sonrisa. Es, por lo general, una literatura tan seria como su autor. El retrato de las especies humanas delata una inteligencia agudísima nunca corrompida por la corrección política. Obsérvese este párrafo típico:

"La niñera Anna también ha entrado en la habitación y contempla la escena desde el umbral con las manos plegadas: con su delantal blanco, el peinado oleoso, ojos de ganso y una expresión en la que se dibuja la severa dignidad de las mentes limitadas. 'Los niños -declara orgullosa de su buena cuna e instrucción- se están desdoblando estupendamente'. Recientemente se ha hecho sacar diecisiete raigones purulentos de la dentadura, para lo cual ha encargado una dentadura postiza regular de dientes amarillos con un paladar de caucho de color rojo oscuro que ahora embellece su rostro de campesina. Se ha apoderado de su espíritu la singular idea de que su dentadura constituye tema de conversación en toda clase de círculos, de que incluso los gorriones pían este asunto desde los tejados''.

La magnífica combinación entre fórmulas ceremoniales y riqueza expresiva, refinamiento y depravación denotan que el Premio Nobel de Literatura 1929 no fue uno de esos escribidores del montón cuya profesión burguesa son las letras, sino un artista predestinado y condenado a serlo. El abismo entre estas dos estirpes de escritores (la del olvido y la del Parnaso) mantiene aún su vigencia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente

4 comentarios:

Anónimo dijo...

UN MUNDO LLENO DE SOCIALISTAS....sería una condena.

ALEJANDRO.
desde chile.

Anónimo dijo...

Señor Belcore:
¡En primer lugar, buen día!
Ayer empece a leer 'Thomas Mann'cuentos completos de Edhasa.Terminé, no pude dejar de leer o darle atención a mi conjugue hasta terminar el cuento que se denomina La Caida;¡Qué lindo y romantico el héroe de la historia de Meysenberg!.La manera dulce, y tierna de abordar a la señorita en cuestión.¡¡Ah,qué dulce es los cuentos de amor bien narrados,cuantas peripecias...
Gracias por la sugerencia!

Anónimo dijo...

Thomas Mann en Santa Marta:
Lamentablemente tengo que darte la razón,¨un libro bueno te mantiene alejado de los libros malos´.
Después de otra de tus recomiendaciones,no pude dejar de leer a Thomas Maan uno de mis pocos ,pero muy buenos Uomos Litteratos.Estoy acompañada de La Montaña Mágica.
EXCELENTE!!!!!!!!!
Muy buena acompania ,ya que acá en el municipio de Santa Marta Colombia está totalmente rodeado de montañas,y incluso hay una que nieva ,se encontra ubicada en el parque Tayrona .
Au revoir!

Rosario dijo...

Buenas, intento ¿saber qué títulos posee dicho libro?