Steven Millhauser
Circe. Colección de cuentos. 286 páginas. Edición 2010
Este peculiar volumen de cuentos confirma la ingeniosa sentencia de un crítico: Steven Millhauser (New York, 1943) parece la versión literaria de La dimensión desconocida (The Twilight Zone). Todo es exótico. Hay una chica a la que le revienta la cabeza de risa; y otra, anodina, que se desvanece en el aire por la indiferencia de sus semejantes. Hay un señor que de pronto se niega a hablar porque “las palabras menoscaban al mundo”. Un pintor mediocre inventa el Teatro Fantóptico, donde las figuras de los cuadros cobran vida. De costa a costa, Estados Unidos queda encerrado bajo una cúpula de Celestilux. Detrás de una tranquila urbe de Nueva Inglaterra, hay una réplica exacta de la ciudad -hasta en las nervaduras de las hojas de los arces- pero sin sus habitantes. El modisto Hisperión logra romper la dictadura de los cuerpos. Una historia de amor evoluciona en la más absoluta negritud.
Millhauser se revela aquí como un escritor de ideas, más que de tramas o de personajes. La parábola, la alegoría, la metáfora son sus instrumentos favoritos. En el primer relato, por ejemplo, revive a los entrañables Tom y Jerry para meditar sobre la atávica enemistad entre el intelectual y el bruto. Usa la fábula entera o algún personaje para expresar a viva voz una teoría, generalmente sobre el arte. La otra ciudad, acaso, simboliza el mundo de la literatura -ese parque de diversiones de calidad- que nos obliga a mirar con detenimiento, a fijarnos en detalles que de otro modo dejarían de existir y nos lleva a una comprensión más completa o verdadera de las cosas.
Los trece cuentos se mueven entre dos coordenadas: la obsesión y el aburrimiento (y sus peligros). La prosa de Millhauser es suave, elegante y extremadamente formal. Véase este párrafo delicado, el comienzo de Risas peligrosas:
“Pocos recordamos ahora ese azaroso verano. Lo que empezó como una broma, un pasatiempo inofensivo, se convirtió rápidamente en algo serio y obsesivo a lo que ninguno intentamos resistirnos. Después de todo, éramos jóvenes. Teníamos entre catorce y quince años, nos mofábamos de la niñez, nos sentíamos lejísimos del mundo de los adultos severos y ridículos. Estábamos aburridos, inquietos, ansiosos por sucumbir a una pasión o un capricho y seguirlo más allá de los confines de nuestra naturaleza. Queríamos vivir, morir, estallar en llamas, transformarlos en ángeles o explosiones. Sólo lo prosaico nos ofendía, como si temiéramos en secreto que fuera nuestro destino...”.
Por momentos, pues, da la sensación de que se trata de un narrador que raya la perfección, pero lamentablemente es un espejismo. El autor tiende a la verborrea y al relleno; todos los textos producen la sensación de hartazgo. La atención decae como decae la bandera cuando el viento deja de soplar. Sin embargo, en conjunto el libro es interesante; vale la pena conocer a una imaginación extraña que algo le debe a Borges.
Guillermo Belcore
Publicado en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.
Calificación: Bueno
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