sábado, 25 de septiembre de 2010

Contraluz

El destino no habla. Lleva un Mauser en las manos y de vez en cuando nos señala nuestro camino.

Thomas Pynchon

Por Guillermo Belcore

Si Thomas Pynchon (Nueva York 1937) no viviese recluido, indiferente a la fama, protegiendo su reputación y maquinando un libro mejor que otro, algún periodista avispado podría formularle algunas preguntas interesantes sobre su obra magna, concluida en 2006 pero que recién ahora desembarca en la Argentina. Contraluz (Tusquets Editores, 1.337 páginas) es una novela extraordinaria y memorable por su ambición, lucidez y recursos en juego. ¿Cuántos géneros, discursos y retóricas ha querido parodiar?, podría planteársele al eremita más famoso de Estados Unidos. Más de veinte, seguro. ¿Por qué eligió concentrarse en el ocaso de la era decimonónica (o aristocrática), período que va desde la Exposición de Chicago de 1893 hasta la Primera Guerra Mundial? ¿Por qué se obsesiona con el tiempo, la luz, la resistencia al capitalismo, la guerra y las matemáticas? La forma y el contenido son riquísimos en inferencias.

Contraluz es, sin duda, la cima de la carrera literaria del último escritor de culto de la literatura estadounidense. Condensa su peculiar filosofía, una mitología personal, y unas convicciones morales que podrían resumirse en el lema “justicia para los oprimidos“. Pynchon tiene algo que decirnos sobre cada asunto importante. Por ejemplo, en la página mil desmenuza el odio a los judíos:


“…El antisemitismo moderno va mucho más de los sentimientos, se ha transformado en una fuente de energía, una tremebunda energía oscura que puede conectarse con un cable eléctrico para propósitos específicos, un medio para hacer carrera política, un factor más en los trapicheos parlamentarios sobre los presupuestos, los impuestos, el armamento, sobre cualquier cuestión, un arma para imponerse a un rival en los negocios. O en el caso de Yashmeen, un método muy sencillo para echar a alguien de la ciudad (NR: Viena)…”.

Detrás de la escritura late una inteligencia prodigiosa y una curiosidad insaciable. Todo aquello que ha captado la imaginación de Pynchon y es funcional a la trama -desde los cuaterniones de Hamilton hasta un insulto en idioma filandés (“aitisi nai poroja” o “tu madre fornica con renos“)- enriquece el texto. Es el asombro, a lo Borges, como motor literario. Podría escribirse (de hecho en Internet ya existe la Pychonwiki) una suerte de enciclopedia con los cien mil conceptos que engrandecen Contraluz. Otra característica esencial de la novela es que ha sido cincelada con el mejor de los gustos. Hay párrafos que parecen que fueron pulidos hasta que relumbran. El orfebre combinó la Historia con los arcanos de la ciencia y con la metafísica, en una admirable profusión de estilos narrativos. El sarcasmo es una constante, como se dijo; otras son la sabiduría, el penetrante sentido del humor y la elegancia de la expresión. No hay página, prácticamente, que no encierre un goce. La traducción es magnífica.

Dirigibles y anarquismos


La novela se expande en tres direcciones. La primera involucra a los Chicos del Azar, una pandilla infantiloide que fatiga el planeta a borde del Inconveniencie, un dirigible alimentado con hidrógeno. La página seiscientos noventa y tres nos revela que la patética fe de los niños en globo es una metáfora de la creencia humana de que a todos nos corresponden las bendiciones del progreso. Sus aventuras le permiten a Pynchon emular el folletín, el realismo mágico, el relato fantástico, la ciencia ficción; a Poe, Lovecraft y Verne.

La segunda gran línea argumental involucra a los Traverse. El padre, Webb, un anarquista dinamitero, fue liquidado por pistoleros a sueldo, contratados por Scardale Vibe, un magnate que no tiene la menor idea de lo que significa la honradez. Los hijos se diseminan por el mundo: desde las minas de oro de Colorado hasta Kashgar, ciudad-oasis en el Turquestán chino. Lake se casa con uno de los asesinos de su papá. Frank se involucra en la Revolución Mexicana. Reef recorre el Viejo Mundo: bajo los Alpes suizos trabaja con otros camaradas rojos en la construcción del túnel ferroviario Simplon (¡tropieza con la Tatzelwurn, la temible serpiente con garras!); pero en los balnearios de la Riviera se entrega a la molicie burguesa como caballero de compañía de la lujuriosa Ruperta Chirpingdon-Groin. Kit Webb acepta venderle el alma al millonario Vibe; parte a estudiar a Europa, pero en Gotinga -donde se nos proporciona una gran lección de aritmética- rompe con su benefactor y es reclutado por los servicios de inteligencia británicos. Se parodian en estos capítulos el melodrama, las historias de vaqueros y de espías, e incluso el porno.

El tercer sendero que se transita es el de la narración histórica, aunque la palabra correcta debería ser metahistoria, pues, como el lector ya habrá comprendido, nada en este libro es rigurosamente lo que uno llamaría “real”. Pynchon es el perspicaz explorador de una era que marchó dando vítores y carcajadas hacia el Apocalipsis de 1914. Es el cartógrafo (los mapas le fascinan) de la hora tardía del crepúsculo europeo. Son objeto de su desprecio los plutócratas que “tienen demasiado dinero y tiempo libre y ni una jodida pizca de compasión“; los pérfidos ingleses; la casa de Habsburgo y sus estúpidas maquinaciones geopolíticas; los prusianos que sólo adoran el poder y aspiran a presidir el fin del mundo.

La urdimbre sondea tres cuartas partes del Hemisferio Norte. El Salvaje Oeste, Londres y Venecia son los nudos principales, pero el cambio de decorados es frenético. Los protagonistas sufren de la ‘maldición del vagabundo’, pues todos, al fin y al cabo, “sólo estamos de paso y ya no somos más que fantasmas”. Pynchon nos lleva al Artico en busca del espato de Islandia, un mineral birrefringente que permite ver al hombre y a su doble. En Ostende -donde la prosa emula a Celine- nos presenta al siniestro Piet Woevre, jefe de la policía política, que intentó ahogar en mayonesa a Kit Traverse. En Siberia, reflexionamos sobre el Suceso de Tugunska (una explosión en 1908 de treinta megatones). En Bosnia, seguimos al espía sodomita Cyprian Latewood intentando salvar al agente griego Danilo de los austríacos y de un inglés renegado. En Chicago, Nueva Orleans y Colorado, vemos el ciclo delirante del miedo a la revolución y la explotación del asalariado que suelen degradar a Estados Unidos. En Nueva York, reímos con los espectáculos grotescos. Los Chicos del Azar repostan también en Nuevo Rialto, una ciudad bajo un desierto de Asia Central, infestada de buscadores de petróleo y pulgas gigantes. Usan el ’hipots’, un medio práctico de sumergirse bajo las arenas sin dejar de respirar, caminar y todo lo demás… En fin, lo que debe saberse es que el libro contiene un sinfín de anécdotas, de digresiones, de personajes divertidos haciendo de las suyas. Uno sucumbe al hechizo del narrador de historias y nunca se aburre.

El nuevo pacto

Leer una obra de más de mil trescientas páginas es, en última instancia, un acto de fe. Implica creer, con fervor religioso, en la felicidad voluptuosa que genera la literatura de primera categoría. En un tiempo donde los Hacedores de Pamplinas y el Club de los Perezosos gritan desde los medios de comunicación que las novelas oceánicas -aquellas con ansias de encerrar todo lo que es y todo lo que podría ser- se han tornado anacrónicas, recomendar una lectura tan abundante significa nadar contra la corriente. Al fin de cuentas, hay muchísima gente dispuesta a entregar su valioso tiempo a pésimos programas de televisión, pero muy pocos favorables a consagrarle una o dos horas a la lectura.

Contraluz es de aquellas obras que no sólo exigen un lector creativo e ilustrado, sino que demanda un esfuerzo prolongado. Tiene la majestuosidad que sólo suele darse en los sueños. Es un libro para ser saboreado con deleite, no puede devorarse con prisas. Lo ideal es cincuenta páginas por día, más de un mes de dicha. Acaso, por eso, cierta
crítica extranjera
haya planteado objeciones. Yo creo que se acobardan ante el uso desaforado de la facultad de la imaginación por parte de uno de los pocos escritores vivos imprescindibles. Pynchon propone un nuevo contrato de lectura. Quien lo acepte será sobradamente recompensado.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Excelente

3 comentarios:

Ezequiel dijo...

Bien, habrá que ahorrar para hacerse de un Pynchon. Por otra parte, ¡empezó Fringe querido Guillermo! Una buena ocasión para festejar.
Saludos.

Ángel eléctrico dijo...

Despacio, muy despacio. Empezando la segunda parte con la primera subrayada en muchas páginas. Intentando, en lo posible, no enloquecer y perderme en la búsqueda de tantas referencias.
En fin: disfrutando maravillado de este contrato que firmé sin molestarme en leer la letra chica
Abrazo!

Guiasterion dijo...

¡Bien hecho, querido Angel Eléctrico!

G.B.