miércoles, 6 de junio de 2012

Raymond Bradbury (1920-2012)


"No creo en las universidades, sino en las bibliotecas"
Ray Bradbury

En 1950, el señor Raymond Douglas Bradbury vivía en California. Su esposa estaba embarazada y tenía sólo sesenta dólares en el banco. Un amigo le sugirió probar suerte en Nueva York. Cruzó un continente entero en ómnibus con una pila de cuentos sobre el regazo. “¿No escribe usted novelas?, le preguntaban, desdeñosos, los editores. Soy un velocista, no un corredor de fondo, respondía. Finalmente, el mandamás de Doubleday le propuso engarzar en una suerte de novela desvencijada todos esos relatos sobre Marte que Bradbury había publicado en revistas de mala muerte. “Redácteme un resumen, amigo, y si veo que es lo suficientemente bueno le daré unos setecientos cincuenta dólares como adelanto“, le propusieron. Ray trabajó toda la noche en el albergue de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Así, nació Crónicas marcianas, uno de los mejores libros de todos los tiempos. Hasta Borges se enamoró de esa obra legendaria.

En el prólogo de las Crónicas Marcianas, Borges se preguntaba lo mismo que millones de lectores en más treinta idiomas: "como pueden tocarnos esas fantasías y de una manera tan íntima". También notó que los espléndidos relatos cortos de Bradbury suelen generar una vaga sensación de melancolía. Acaso porque van -con palabras y planteos sencillos- al hueso de la oscura condición humana. En cambio, los ensayos del enorme moralista desbordan de optimismo, transmiten alegría entre ramalazos de nostalgia. 

Como en el caso de Faulkner o Thomas Mann, la producción de RB puede considerarse como una literatura en si misma. No fue un gran estilista, pero su prosa, repleta de giros coloquiales, tiene una frescura cautivante. Su imaginación fue olímpica, bullía de ocurrencias. Imaginó que un hombre viaja al pasado y pisa sin querer una mariposa: cuando retorna al presente descubre que toda la organización política y social de su tiempo se ha envilecido. Recreó la clonación de Laurel y Hardy para curar una epidemia de tristeza en los planetas. Ideó una casa donde conviven distintas edades de una misma persona. Pensó que el Universo es imposible y que nosotros somos su prolongación. Nos enseñó que el Estado es el peor enemigo de la creación artística."Yo no escribi Fahrenheit 451 para predecir el futuro", explicó RB una vez. "Lo escribí para prevenir el futuro".

Obviamente, la mayoría de las cosas que predijo Bradbury nunca ocurrieron (a todos los escritores de sci-fi le pasó lo mismo). Pero hoy la prensa estadounidense recuerda que uno de sus cuentos, por lo menos, anticipó el mundo siniestro post 11-S. En El peatón de 1951 a un ciudadano le agradaba más que nada en el mundo salir a caminar sin rumbo fijo de noche por su vecindario. La policía lo detiene y el no puede explicar adecuadamente por qué estaba fuera de su casa en una fria noche de otoño. El pobre Leonard Mead es recluido sin miramientos en un Centro de Investigación Psiquiátrico de Tendencias Regresivas.

Los mejores libros de RB datan de los años cincuenta, pero engendró argumentos imperecederos hasta el fin de su vida. Fue un autor de culto en todo el planeta y en 2006 deslumbró a los argentinos en la Feria del Libro. Aquí dijo que uno de los secretos de su longevidad era escribir todos los días. Como Onetti, prefirió pasar buena parte de su existencia en la cama. Se ha escrito que Bradbury torno respetable a la ciencia ficción y que sus trabajos reflejaron como pocos la paranoia y la ansiedad estadounidense del siglo XX. Influyó en cientos de personalidades desde Stephen King hasta Mijail Gorbachev. Alguna mente afiebrada sostendrá, no obstante, que Bradbury hizo sólo literatura para niños. Nada que ver. Su escritura fue tan legible y sus verdades y emociones tan directas que hasta un niño podría entenderlas. Los adultos ya lo echamos de menos.
Guillermo Belcore
Publicado  en el diario La Prensa bajo el título 'La conciencia de la tecnomodernidad'

1 comentario:

Roberto dijo...

Me encanta el género, y me encanta especialmente Bradbury. Lamenté su muerte. Tu semblanza es justa y sentida, por lo que la agradezco. Muy acertado en eso de que "El Estado es el peor enemigo de la creación artística". Un abrazo.