miércoles, 15 de abril de 2015

Mason y Dixon


Thomas Pynchon

Tusquets. Novela, 953 páginas. Edición 2012

Por alguna razón, Thomas Pynchon adora las vísperas. Contraluz, su obra maestra, transcurre en las vísperas de la I Guerra Mundial. Al límite, su novela más reciente, explora la alborada del 11-S. Mason y Dixon, pretexto de estas líneas apologéticas, nos transporta en carroza alada a los años previos a la Revolución estadounidense, es decir a fines del siglo XVIII. ¿De dónde proviene esa pasión? Voy a arriesgar una hipótesis. Pynchon es un artista que desea entender primero y trasmitir después el origen de las ideas; gusta de narrar pues cómo son empolladas, rompen el cascarón y obtienen el alimento necesario para su subsistencia esos conceptos abstractos que definen una época. Porque Pynchon es, por encima cualquier otra calificación, una glorioso escritor de ideas. Esa es su naturaleza primordial.

Entregada a la imprenta en 1997, Mason y Dixon es ejemplo cabal de lo que aquí definimos como novela oceánica. Piénsese en Joyce, Lezama Lima, Guimaraes Rosa. Piénsese en una catedral del lenguaje que aspira a encerrar en su seno todo lo existente en una era determinada, una era de cambios acelerados e identidad inestable. Y cuando digo ’todo’, me refiero tanto a lo materialmente existente como a aquello que perturba la mente de los hombres, caso las ideologías, las leyendas urbanas o rurales e incluso las teorías de la conspiración (¿Sabían que Pynchon, el eremita mas famoso de la literatura, es un paranoico?). También en esta novela exuberante se produce una suerte de encuentro metafísico entre la ciencia moderna y los mitos antiguos.

Una aclaración es menester en cuanto al estilo: el protorrealismo pynchoniano es farsesco, cómico por momentos (‘postmoderno’ se lo ha llamado a falta de una mejor definición); pero resulta profundo siempre, pues se coloca, de manera sistemática, del lado del oprimido, la clase trabajadora, los indígenas, la conservación del medio ambiente. “Si un marinero puede acabar con un matón por una moneda de seis peniques, entonces,  ¿que maldad desproporcionada,  incluso una guerra global, implica la salvaguarda de fortunas de millones de libras?”, nos alecciona por ejemplo.

Viejo y nuevo mundo

En casi mil páginas densas, se narran las peripecias de otra pareja inolvidable del universo literario: el agrimensor Jeremiah Dixon y Charles Mason, astrónomo real. La corona les encarga trazar los limites entre las colonias de Pensylvannia y Maryland, una demarcación famosa pues décadas después se estableció cómo límite norte de la esclavitud,  esa institución peculiar (aberrante) del Estados Unidos primigenio. ¡Qué tipo este Pynchon! Juega a explicar la Guerra de Secesión con el feng shui. Responsabiliza de manera oblicua a la línea Mason-Dixon. Es que los límites deben ser naturales, como una cadena montañosa o un río. Trazar una línea recta sobre la Tierra es infligir una herida de espada en la propia carne del dragón que mora en las profundidades, causarle una cicatriz larga y perfecta. ¿Cómo el dragón no va a reaccionar causando calamidades?

Hasta la página trescientos cincuenta y dos, los dos topógrafos no habían llegado a América. La novela se demora gozosamente. En la primera parte del libro, viajamos a Inglaterra, asistimos a un combate naval con toda la regla, acompañamos a nuestros héroes a Ciudad del Cabo para observar las fases de Venus, y a la isla de Santa Elena. Lo real maravilloso y el realismo mágico dicen presente, mediante un ardid. El que narra la historia, al calor de una lumbre y delante de un auditorio de familiares, es el reverendo Wicks Cherrycock algunos años después del paso de Mason y Dixon por América. Las exageraciones, por tanto, están permitidas. La trama va y viene en el tiempo.

Dijimos que todo lo real o imaginado tienen cabida en las novelas de Pynchon, quien, como Borges, pertenece a la estirpe sublime de los literatos de gigantesca erudición y a los que motiva una insaciable curiosidad intelectual (lo mismo exigen de sus lectores, por cierto). Sin por un lado aparece la intensa rivalidad de Gran Bretaña y Francia, el temor del mundo anglosajón a los jesuitas y a las intrigas papistas, los Evangelios de la Razón y los Hijos de la Libertad, también hay espacio para los oráculos (un perro que habla, por ejemplo), los colosos del pasado prehistórico, la oquedad de la tierra, la castorantropía (un colono que se transforma en noches de luna llena en castor), los autómatas que se independizan de sus creador, como la pata mecánica (a lo Aira) que acompaña al Nuevo Mundo a un chef francés. Estamos ante una escritura que persigue lo asombroso. Hay decenas de personajes estrafalarios, incluso con encarnadura histórica como George Washington y Benjamin Franklin. Hay un montón de subhistorias, tanto divertidas como tediosas. Hay párrafos magníficos; y memorables piezas de oratoria.

Quien esto escribe pertenece a una cofradía mínima y excéntrica: los admiradores a rabiar de Thomas Pynchon. Pero no me animaría a recomendarlo a todo el mundo. Es que no es para todos. Si por un lado exige lectores creativos y cultos, por el otro -pienso- está contraindicado para los desdeñosos de la Historia, los amantes de las historias realistas, los que creen que la mejor especie literaria es la nouvelle porque no demanda mucho esfuerzo. Pynchon, cuyo genio sin parangón pide a gritos el Premio Nobel, demanda mucho tiempo y energías. Pero las recompensas son insuperables. Se llama Alta Literatura.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

4 comentarios:

Roberto dijo...

¿Es Laiseca nuestro Pynchon? Al menos su demanda de un lector atento, curioso y culto es bastante similar, para no hablar del alto grado de delirio que practican los dos -aunque Pynchon nunca llamaría así a sus novelas. Por otro lado, estoy convencido de que ambos creen en un mega complot inescrutable, listo para poner a la Humanidad de rodillas, y sobre ello escriben. Y atenti, Guillermo, que caba de reeditarse Los Sorias. Un abrazo.

Guiasterion dijo...

Estimado Roberto:

Pienso igual que usted. Después de concluir 'El jardín de las máquinas parlantes', llegué a idéntica conclusión: Laiseca es nuestro Pynchon. Me temo, por lo demás, que los mil y pico de pesos me mantienen alejado de 'Los Soria'. Algún día, quizás...

G.B.

Anónimo dijo...

Excelente comentario. No puedo evitar pensar que existe un vínculo subterráneo -que, posiblemente, jamás descubramos- (seamos nosotros también paranoicos) entre la Argentina y Pynchon: un amigo, una mujer... Hay algo en sus menciones de "lo argentino" que parece exceder el enciclopedismo, como si describiera algo con lo que está familiarizado de primera mano. Aunque también puede ser un efecto de su maestría literaria. Abrazo...
LMC

Anónimo dijo...

Now that I have read "Los Sorias", I can confidently say that Laiseca is the Pynchon of Latin America. In many places, however, this book is even more weird than the craziest stuff from "Gravity's Rainbow".