La Edad Media, con sus maravillas reales e inventadas, atrae la imaginación de los mejores escritores. Baste recordar a Gore Vidal, Umberto Eco, Saldman Rushdie o Angélica Gorodischer. Ahora es Kazuo Ishiguro (Nagasaki 1954) quien tiene una aventura que narrar con caballeros decrépitos que esconden motivaciones sórdidas, guerreros implacables, monjes alevosos, ogros, duendes de los ríos, perros infernales y dragones. El gigante enterrado (Anagrama, 364 páginas) nos convoca.
Viajamos al siglo VI o VII. Los sajones han invadido lo que hay llamamos Inglaterra. Entre los intrusos paganos y los britanos cristianizados cunde un odio más profundo que las simas marinas. Se perpetraron espantosos crímenes de guerra. En una época en la que florecían civilizaciones esplendorosas en muchas partes del mundo, la desolada isla estaba un poquito más acá de la Edad de Hierro. Axl y Beatriz, una pareja de ancianos, deciden fugarse de la madriguera comunal en la que viven. Buscarán a su hijo en un aldea remota, pero la memoria los traiciona, como a casi todos. El aliento de un dragón hembra llamado Querig envenena el aire, causando una niebla que sustrae los recuerdos tanto los felices como los sombríos. El amoroso matrimonio une sus destinos al de Wistan, un formidable guerrero sajón, y al de Sir Gaiwan, el envejecido y honorable sobrino del rey Arturo. Los peligros -humanos, animales y sobrenaturales- les salen al paso.
Ishiguro insinúa más de lo que muestra, procedimiento no muy recomendable cuando de literatura fantástica se trata. Los consumidores bulímicos de literatura de género ansiamos que las páginas desborden de sucesos y las escenas sean memorables. Es un error de los remilgados creer que el efectismo siempre resulta perjudicial.
Si el texto no relumbra como literatura de aventuras, como fábula es perfecta. A menudo, resulta mejor olvidar viejos agravios para permitir que las heridas sanen, quiere decirnos el muy británico Ishiguro. Quizás sea verdad, a veces, a nivel individual, pero la amnesia colectiva suele conducir al suicidio. Nada aprenderíamos de la Historia; incurriríamos en los mismos errores. ¿Qué clase de realpolitk justifica olvidar los crímenes de los nazis? ¿Puede haber una paz duradera sin justicia?
Algo hay que decir sobre el estilo. La prosa de Ishiguro es como un traje de Savile Row. Elegante, clásica, sobria, un pizca aburrida. Hay un juego interesante: los diálogos son ceremoniosos, solemnes, educadísimos. Hay expresiones aisladas con un dejo de Shakespeare; otras, de Borges, pero la clave de la escritura es un rasgo primordial de la literatura inglesa no isabelina: el understatement. La delicadeza del lenguaje, sin duda, es lo mejor del libro. Es un bálsamo para el lector en la Edad de los Guarangos.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: regular
PD: Aquí hay una buena crítica: http://revistaotraparte.com/semanal/otras-literaturas/el-gigante-enterrado/
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