domingo, 29 de abril de 2018

Entrevista con la historia

¿Se ha visto alguna vez un rostro tan triste como el del rey Hussein de Jordania?”Oriana Fallaci 

Doy fe de que el periodismo ha gestado alguna de las mejores páginas de la Alta Literatura. Después de haber leído las columnas de Chesterton, los sueltos de Borges y Fogwill, los reportajes (en el sentido español) de Orwell y los artículos de Steiner he llegado a tal conclusión. Al fin y al cabo -y no me canso de decirlo- no existen los géneros o subgéneros menores; existen buenos o mediocres escritores. Punto. 

Añádase a la colección de gemas del periodismo las radiografías que la señora Oriana Fallaci (Florencia 1929-1986) reunió en Entrevista con la historia, entregado a la imprenta en 1974 y reimpreso luego en decenas de oportunidades (una edición corregida y aumentada de 615 páginas, la de Noguer, es la que llegó a mis manos). Aún hoy es un placer enorme leerlo por varias razones, una de las cuales es que contiene algunos de los mejores retratos de estadistas que se han compuesto desde la invención de la tinta y el papel. 

Cada retrato antecede a una entrevista (veintiséis en total) que Oriana realizó entre 1969 y 1976 a personajes de primera línea de la escena mundial para el periódico L‘Europeo. “Veintiséis monstruos sagrados de espaldas a la pared”, como apuntó el crítico Michele Prisco. 

El valor histórico de cada capítulo es excepcional. Y en conjunto conforman una agudísima reflexión sobre los mecanismos de poder. Pero la erótica literaria se encuentra en los detalles que van apareciendo. Se detiene en los ojos del general Giap, por ejemplo, “los ojos más inteligentes que quizás haya visto jamás”… (los de Yasser Arafat, por cierto, eran hipnóticos cuando no estaban ocultos tras las gafas negras; los de Giulio Andreotti despedían un relámpago de hielo que la dejaba aterrada de sólo recordarlo). Y en la voz monótona, triste, siempre igual de Henry Kissinger que extrañamente no movió la aguja del magnetófono durante toda la entrevista: 


 “¿Conocen el rumor obsesivo, martilleante, de la lluvia que cae sobre el tejado. Pues su voz es así. (…) Todo está calculado en él; como el vuelo de un avión conducido por un piloto automático. Pesa cada frase hasta el miligramo”…

QUE MUJERES


De la atenta lectura del volumen surge que si hay algo que cautivaba al espíritu libre de Oriana son las mujeres poderosas, las que han logrado doblegar al imperio universal del macho. Golda Meir e Indira Gandhi, en particular, recibieron pues un tratamiento favorable a más no poder. La propia periodista, incluso, admite su descarada falta de objetividad: 


“En una época avara en que los líderes que tienen en sus manos el destino del mundo, salvo dos o tres casos, parecen los apóstoles de lo gris y lo mediocre, Indira se destaca como un caballo de raza…” 

Dos datos curiosos. La entrevista con la estadista israelí debió repetirse, porque en Roma le rapiñaron las cintas de su hotel cuando había salido a comprar un bocadillo. Fallaci culpó a Kadafi por el robo. Después del encuentro en Nueva Delhi, por otra parte, el presidente de Pakistán, Ali Bhutto, la invitó de inmediato a Rapalwindi para darle su propia versión de los dramas del subcontinente. El sueño de todo periodista: que sean las propias personalidades del poder las que te busquen para hablar a corazón abierto.     

Decía Chesterton que uno de los juegos favoritos de la humanidad es burlarse de los profetas. Hay un agrado adicional en el volumen: descubrir los pronósticos fallidos. Willy Brandt vaticinaba que la reunificación alemana no se produciría antes de setenta años. El sha de Irán estaba convencido de que su monarquía duraría mucho más tiempo que la democracia occidental. El comunista Santiago Carrillo aseguraba que una huelga general tumbaría al decrépito Franco. ¡Qué iluso! Yo no veo solución alguna al sudesarrollo en el capitalismo, sentenciaba Don Helder Cámara, otra necedad.

La Falaci de este volumen, hay que aclararlo, no tiene la lucidez ideológica de sus obras tardías. La riña exasperada y exasperante con William Colby, ex mandamás de la CIA, delata su ceguera ante el fenómeno del comunismo europeo, títere de la Unión Soviética, a pesar de los esfuerzos por mostrarse independiente. “Debajo de los discursos tácticos, se esconde una declaración estratégica”, le advertía el caballero estadounidense, con razón. Con un toque siniestro y palabras de Jefferson, Colby justificaba en 1976 el asesinato de Salvador Allende: “El árbol de la libertad ha de ser regado cada veinte años con sangre de tiranos”. Amparaba a Pinochet, porque claro, nada podía ser peor que una dictadura comunista, de la que nunca se había vuelto (¡otra predicción equivocada!). El rencor de Oriana, no obstante, no se explica sólo por simpatías izquierdistas. La periodista sospechaba que la inteligencia americana estaba vinculada con la sospechosa muerte de su amado, el dirigente griego Alejandro Panagulis, a quien también había entrevistado años antes.

Corran a comprar el libro, nuevo o usado. Es fascinante.
Guillermo Belcore


Calificación: Excelente


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