domingo, 14 de julio de 2019

Manhattan Beach

Un comentarista de la revista Time sentenció: "Jennifer Egan es la mejor novelista norteamericana actual". Quien aquí escribe opina que si alguien merece ese cetro, ese alguien es la señora Joyce Carol Oates. No obstante, la más reciente novela de Egan confirma que se trata de una artista del pelotón de elite.
En efecto, Manhattan Beach (Salamandra, 477 páginas) combina claridad en la forma, elegancia en las palabras y una historia muy interesante con giros que causan pasmo. Se nota que es el fruto de más de una década de reflexión y trabajo. Para hilvanar una excelente reconstrucción histórica, Jennifer Egan (Chicago, 1962) entrevistó y recibió consejo de decenas de personas, leyó muchos libros y publicaciones de época; contó incluso con la asistencia de tres becarios. Que aprendan los plumíferos argentinos que piensan que la literatura es noventa por ciento inspiración y diez por ciento esfuerzo (si no tienes el don, es exactamente lo contrario).
El libro nos lleva, primero, a la década del treinta, en plena Gran Depresión. Viajamos a la Nueva York costera. La protagonista se llama Anne Kerrigan. Nos la presentan a los once años de edad, acompaña a su padre Eddie en sus tareas como lacayo de John Dunellen, un líder sindical, amigo de la infancia, el corrupto Rey de los muelles. Anne tiene una hermana minusválida. No demora la trama en saltar a la Segunda Guerra Mundial.
La señorita Kerrigan trabaja en los astilleros de Brooklyn, los más grandes de Estados Unidos, por entonces. Mide piezas pequeñas que luego irán en los buques de guerra. Tiene un vacío en el alma: su padre abandonó a la familia cuando ella tenía catorce años (es el misterio del libro, nunca dejará de buscarlo). Por una milagrosa coincidencia, la heroína se relaciona con el gangster Dexter Styles, que regentea clubes nocturnos y está emparentado matrimonialmente con una familia con pedigrí, lo que le ha conseguido cierta honorabilidad, a pesar de su mandíbula a lo Dick Tracy y sus mafiosos italianos. Lo más importante de todo -en términos literarios- es que el príncipe del mundo de los sombras había conocido a Anne cuando era pequeña. Tenía tratos con su padre.
HILOS NARRATIVOS
Hay otros tres hilos narrativos. Anne quiere ser la primera buceadora en las aguas marrón verdosas de la bahía de Wallabout, lo que la enfrenta a los prejuicios de la Armada y de su época, y a un traje de inmersión que pesa más de noventa kilos. El segundo, son los negocios -siempre en ambos lados de la ley- del señor Styles; sus intereses basculan entre los dos núcleos de poder de la novela: su suegro, el banquero WASP y almirante retirado Arthur Berringer; y el misterioso señor Q, nonagenario capo de la mafia neoyorquina. Las dos caras de una misma moneda: el establishment.
En 1942, Berringer pronostica:
"Veo este país alcanzando cotas a la que ningún país ha llegado jamás; ni los romanos, ni Carlomagno, ni Gengis Khan, ni los Tártaros, ni la Francia napoleónica. Nuestro dominio no será fruto de subyugar a los pueblos: saldremos de esta guerra victoriosos e indemnes y nos convertiremos en los banqueros del mundo. Exportaremos nuestros sueños, nuestro idioma, nuestra cultura, nuestra forma de vida. Y todo esto resultará irresistible". 
El tercer hilo es el destino de Eddie Kerrigan, del que no puede decirse una palabra más sin estropear el efecto sorpresa. 
¿Quién es el mar?... Quien lo mira lo ve por vez primera, siempre. Con el asombro que las cosas elementales dejan..., escribió Borges en un poema sublime. La misma fascinación inspira el fulgor poético de Manhattan Beach. El mar, ""tan extraño y tan violento y hermoso"", es una presencia constante en un texto que nunca se va a pique.
En la página 247 leemos:
"Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron, había levantado la vista y contemplado el mar como si fuera algo nuevo por completo: una extensión infinita e hipnótica que podía parecer que estaba cubierta de escamas, de cera, de plata repujada o de piel arrugada. Tenía una estructura y unas capas que no se distinguían desde tierra".
Pero no se trata solo de lirismo, de metáforas, del deleite por las expresiones que proceden de la marinería. Las olas mecen el argumento. Después de fatigar la costa marítima de Nueva York, Egan nos lleva a San Francisco para narrarnos una travesía tan fascinante como peligrosa por dos océanos. El Elizabeth Seaman lleva armas a los rusos. En las profundidades acechan los submarinos alemanes, pero la estrafalaria tripulación -como lo son todas- no se queja. "Nada contenta a los hombres excepto el límite extremo de la tierra", escribió Melville.
Hay que destacar que, quizás, ni siquera Conrad hubiera sido capaz de narrar un naufragio de un gran carguero en alta mar con la precisión de la señora Egan. Pero las aventuras por la costa, sobre el lecho del mar y en el Océano Indico no son el único punto sobresaliente del libro. Los abismos de los sentimientos -en particular, la siempre intensa relación padre-hija- son explorados, con una destreza admirable, por la capitana Egan.
Hija de un policía irlandés borrachín que también abandonó a su familia, la autora indaga, además, esa peculiar subcultura de Estados Unidos forjada por los inmigrantes de la tercera isla más grande de Europa. El hampón Dexter Styles concluye que los irlandeses no son de fiar:
"...no se trataba tanto de hipocresía como de una debilidad innata cuyo origen estaba en el alcohol o en lo que los empujaba a beber. Valía la pena contar con un irlandés para fabular o hacer planes, pero al final se necesitaba un espagueti, un judío o un polaco para hacerse realidad...".
Justamente, otra colmena humana que la escritora describe con buena pluma es la del hampa neoyorquina. Un submundo con sus propias reglas, tan rígidas como la del viejo Catecismo. Verbigracia: Un hombre firma su sentencia de muerte si se atreve a incordiar -sin aviso previo- a un capo en su hogar un domingo a la tarde. "Se lo lleva a dar una vuelta", según el eufemismo al uso.
Por cierto, la Cosa Nostra del Nuevo Mundo sólo le teme a una sola cosa: al arácnido apetito del fisco, "la mafia a la que ninguna mafia puede derrotar".
LA QUINTA
Manhattan Beach es la quinta novela de Egan y la primera desde que ganara el Pulitzer de ficción en 2011 con la postmoderna El tiempo es un canalla.
Lo que deja en claro es que la dama conserva su plenitud artística. La crítica ha destacado el giro estilístico desde lo experimental hacia una estructura narrativa clásica. En los dos terrenos brilla Egan, se ha dicho. El The New York Times, incluso, pidió incorporar la obra que aquí elogiamos al "canon de las historias de Nueva York". Será justicia. Es una magnífica novela oceánica.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno

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