El crítico invitado IV
El merecidísimo Premio Nobel para Mario Vargas Llosa -el primero para un escritor latinoamericano que no es de izquierdas- ha motivado estas líneas esclarecedoras.
Por Jorge Gabriel Martínez
El Nobel distingue en Mario Vargas Llosa a un escritor poseído por una rara forma de vocación, un artista disciplinado y tenaz que desde muy joven despertó el asombro de sus colegas por la entrega apasionada y absoluta con la que se volcó a la tarea de escribir.
Ya lo había señalado su primer editor internacional, Carlos Barral, en un texto de 1967: "Yo creo que (Vargas Llosa)... es un escritor determinado por una forma de vocación poco común en nuestro tiempo". Carlos Fuentes, más irónico, lo llamaba "el cadete" y para el escritor chileno Jorge Edwards, que lo conoció en 1962 en París, era un "forzado de la literatura", "el hijo predilecto de Flaubert", el novelista francés que desde mediados del siglo XIX simboliza al creador metódico que nada le debe a la inspiración de las musas.
Gustave Flaubert ha sido desde siempre el escritor favorito de Vargas Llosa, su modelo y maestro. A él le dedicó un ensayo devoto (La orgía perpetua, 1975) y a él retornaba en los momentos de desazón creativa. En 1962, con el dinero ganado con sus primeros libros, compró una edición en 13 tomos de la Correspondencia del autor francés, que desde entonces juzga "el mejor amigo para una vocación literaria que se inicia, el ejemplo más provechoso con que puede contar un escritor joven en el destino que ha elegido''. Afirma que leer en las cartas de Flaubert el tortuoso alumbramiento de clásicos como Madame Bovary (1857), "ese proceso en el que la constancia y la convicción juegan un papel tan importantes'', puede ser "un magnífico aliciente para un escritor, un antídoto poderoso contra el desaliento".
Vargas Llosa admira al genio, pero se ubica del lado de los artesanos de las letras, que tejen su obra con paciencia y trabajo. El talento inesperado, en bruto, lo desconcierta. "¿Cómo fue posible?'', se pregunta en La verdad de las mentiras (2002) sobre el autor de El gatopardo (1957), el príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien "no había escrito sino cartas hasta que, a los cincuenta y ocho años, cogió de pronto la pluma para garabatear en pocos meses una obra maestra. ¿Cómo fue posible?''. No fue casual, entonces, que pese a ser ya un autor consagrado, Vargas Llosa dedicara parte de su único libro de memorias, El pez en el agua (1993), a los años de formaci¢n como novelista, la época en que conoció y desechó la bohemia periodística de Lima, probó la cocaína y la militancia comunista y se deslumbró con Malraux, Sartre, Borges y su otro gran maestro, William Faulkner, "el primer escritor que estudié‚ con papel y lápiz a la mano, tomando notas para no extraviarme en sus laberintos genealógicos y mudas de tiempo y de puntos de vista''.
Autor de novelas prodigiosas, figura universal de las letras, ahora Premio Nobel, Vargas Llosa vuelve cada tanto a vestir el traje del aprendiz que fue para iluminar a sus muchos discípulos, como en el simpático Cartas a un novelista (1997). Allí estampó esta definición de su compromiso excluyente con la literatura: "El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir''.
Publicado en la Sección El Mundo del diario La Prensa
4 comentarios:
Estimado Guiaterión,
Comparto su entusiasmo por el obra literaria de Vargas Llosa. Sólo me gustaría aclarar que el ahora penúltimo Nobel latinoamericano, Octavio Paz, tampoco fue exactamente un paladín de la izquierda.
Saludos cordiales,
Querido Pustulio:
Tiene usted razón. ¿Podríamos decir que es el primer novelista latinoamericano que no es de izquierdas? Es un dato menor, sea como sea. Estamos, me parece, ante el mejor narrador en idioma español.
Un abrazo, gracias por escribir
G.B.
PD: ¿Cuál es su libro favorito de Vargas Llosa?
La ciudad y los perros.
¿O La casa verde?
Premio inobjetable y me acordé de este blog al enterarme, por el tema de la ambición. La casa verde y Conversación en La Catedral, ¿no son el esfuerzo más ambicioso que se ha hecho por escribir una novela total, desde 1950, en LA?
Querido Ericz:
Gracias por escribir, usted nunca me deja con la palabra en la boca. Sí, las novelas de Vargas Llosa son un modelo de ambición artística. Como dice Martínez más arriba, "de compromiso excluyente con la literatura".
Mis favoritas son "La guerra del fin del mundo" que retrata de manera pormenorizada un episodio tremendo de la historia brasileña; y "La fiesta del chivo", acaso la mejor novela de dictadores que se labró en español.
Las obras que usted menciona también son prodigiosas.
Un abrazo
G.B.
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