No sin tristeza, hace dos meses afirmaba en Eterna Cadencia que si bien en 2011 anegó las librerías, como siempre, una abundante y sabrosa oferta editorial no hubo -hasta donde yo sabía- una obra maestra que mereciera la dignidad de Novela del año, tipo Contraluz de Thomas Pynchon que en 2010 se había alzado indiscutida y rutilante sobre todas sus congéneres como el lucero de la tarde. Bien, vengo a admitir que estaba equivocado.
En este febrero porteño en que el estío -como escribió Borges en There are more things- no sólo hace sentir al hombre maltratado y ultrajado sino hasta envilecido, ha caído en mis manos un libro grande y suntuoso, de esos que deseamos de corazón que nunca se termine. Data de 1954, pero creo que recién ahora llega al español. En tren de buscar parecidos, lo primero que me viene a la memoria es El gatopardo, pues también retrata, con prosa admirable, un trascendente momento histórico y fue compuesto por un aristócrata en decadencia, esa entrañable condición social (dado que se han perdido los privilegios históricos, por qué no sobresalir de la masa mediante un refinado trabajo artístico). Me refiero a Edipo en Stalingrado de Gregor Von Rezzori (Chernovitz, 1914-1988), hijo de un conocido funcionario del Imperio Austrohúngaro de Bucovina, que pasó (el hijo, no el padre) los años de la Segunda Guerra Mundial en Berlín aferrado a la barra de un bar decrépito.
Debo preparar la reseña para el diario La Prensa, por lo que no me extenderé demasiado, pero aquí les anticipo que Edipo en Stalingrado satisface, largamente, las cinco condiciones estéticas que Harold Bloom señala como imprescindibles para forjar una obra perdurable, es decir, propia del canon. Tiene originalidad, sabiduría, poder cognitivo, exuberancia en la dicción y dominio de la metáfora.
Digo que es original porque narra al nazismo de manera oblicua, desde el punto de vista de una casta pasada de moda, que frecuenta el bar de Charly, uno de los últimos sobrevivientes de los cabaret y cafés berlineses de los locos años veinte. Véase el estilo magnífico de Von Rezzori; disfrútese la excelencia de sus tropos:
“Así podrá entender, por fin, la fineza que entraña haber escogido el bar de Charley justo en aquel momento. ¿Acaso aquel sitio no era lo que era: un local nocturno apolillado y cargado de fama, que vegetaba gracias a su clientela diurna, establecimiento de lujo a precios de descuento, una especie de Gran Dama entre varias damiselas? De una manera orgánica, allí se reunían ciertas camarillas de la ’jeunesse doreé’, las cuales con su ‘haut gout’, daban su toque picante a la parte alta del Kurfürstendamm: toda la verdura fresca con las raíces hundidas en la madre tierra de las banderas rojiblancas y blanquiazules, bien sazonadas con las aceitunas y los dientes de ajo salidos de las embajadas del sudeste europeo; y luego estaban los musculitos de las carreras de automóviles en el Avus y de los campos de tenis; la crema de la bohemia elegante, se entiende, los jefes y subjefes de redacción y lo mejor de los estudios de Babelsberg, que sabían apreciar que la mejor moda de todos los tiempos era lo pasado de moda… Querido amigo, todo aquello, en sus correctas dosis y mezclado en forma de farsa, era cosa para gourmets, créame, el adecuado relleno para el viejo pollo capón, y como pistachos destacaba allí dentro, ocasionalmente, un puñado de hermosos efebos que había conseguido colarse, como algo dicho al oído, a través de los engranajes de cierto párrafo de la ley aplicado con tolerancia”.
Y así todo el libro. Establecido con este párrafo el dominio de la metáfora y la exuberancia del autor (y acaso la sabiduría por aquello de que “la mejor moda de todos los tiempos es lo pasado de moda”), hagamos hincapié en la delicadeza del uso de la segunda persona (ligeramente ebria) en la narración de la historia del junker Traugott von Yassilkovski, alter ego del autor, vinculado amorosamente con una “alazana de cabellos dorados”, cuya descripción me la reservo para otra entrada, pues es una de las mujeres rubias "de raza" más fascinantes que he conocido.
Estoy contento en poder decir pues que Edipo en Stalingrado es la mejor novela publicada en 2011. Tiene, como señale, el irresistible atractivo de lo decadente, entre muchas otras virtudes. La exhumó el sello Sexto Piso, del que nada sabía -¡ay!- hasta ahora. El trabajo de traducción es impecable. El libro fue impreso en España; pienso que el gobierno argentino lo debe haber dejado dormir en la Aduana durante meses como parte de su discutible orgía de proteccionismo comercial. Establece el dandy de Von Rezzori que “lo único distinguido en esta época sudorosa es lo absolutamente inútil”. Como la Alta Literatura, añado yo. Pero sin novelas extraordinarias como ésta, amigos, la realidad me haría pedazos.
Guillermo Belcore
1 comentario:
Señor Belcore;
Al terminar de leer esta sección de su Blog, que es para mí una de las más interesantes.Pienso,que mal la debe pasar personas con un carácter como el suyo:Tan correcto no me canso de decirlo, tan respectable lo que en realidad no debería ser una virtud sino un deber de todos ,pero se ha dado vuelta la página,y hoy todos estos adjetivod calitativos de don de gente, son hoy virtudes.
No soy una persona moralista ni mucho menos pero,imaginese que para que yo me asombre de las cosas que veo es porque realmente todo está perdido.
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