Jens Lapidus
Suma. Novela policial, edición 2011, 640 páginas.
La novela de fuste contiene también valiosos fragmentos de información. El lector curioso agradece siempre el intento de trazar un mapa lo más aproximado posible a la realidad, máxime cuando se trata del género policial. Esas pepitas de realidad son, en términos literarios, lo más relevante del último tomo de la Trilogía Negra de Estocolmo, ambiciosa construcción de más de dos mil páginas del abogado Jens Lapidus, que cuenta con material de primera mano sobre los bajos fondos y las zonas grises en uno de los países más civilizados del planeta. Pero los paraísos, como se sabe, no existen. El Estado socialista también está acechado por enemigos: mafiosos que provienen de Europa oriental; inmigrantes de primera o segunda generación, cargados de resentimiento; vinkingos de pura sangre obsesionados con acumular una fortuna de la noche a la mañana o con evadir impuestos; corruptos, viciosos, patoteros o inadaptados con el gen bandido (“terroristas del cash”) de todas las procedencias.
No hace falta haber leído las dos entregas anteriores de Lapidus para asimilar la trama. Tres líneas narrativas la componen. La primera narra una guerra en el imperio criminal del Padrino serbio, Radovan Kranjic; la segunda involucra al policía Hägerström, un aristócrata gay devenido en agente secreto para desenmascarar a un lavador de dinero; la tercera la protagoniza una banda de asaltantes, encabezada por el chileno Jorge, que perpetra “el robo del año”. Obviamente, las paralelas terminan convergiendo.
Se ha comparado a Lapidus con el gran James Ellroy. La influencia se percibe con claridad en la decisión artística de construir un artefacto hiperrealista, a contrapelo del mainstream teatral y pretencioso, que encarna Mankell y sus émulos nórdicos. Pero en cuanto al estilo y la ejecución, Lapidus es una versión degradada del escritor norteamericano. Nada bueno puede decirse de la prosa salvo que es muy legible: las metáforas son deleznables (“colgado como el Golden Gate”, “callado como un celular estrellado“), las referencias muy pobres (aluden siempre a la cultura masiva estadounidense), las escenas de acción y de sexo son telegráficas, parecen obra de un chico del colegio secundario. Por fortuna, la traducción es al gusto argentino, rica en lunfardo y palabrotas de nuestras gente: sánguche, cheto, cafisho, concha, jeta, mina, boliche, cana, guita, pancho. Pero volvamos al principio: lo más importante de todo es que los fragmentos de realidad y las historias tienen la capacidad de mantener a un lector exigente aferrado de las solapas hasta la última página, sin aburrirse nunca. No es poco.
Guillermo Belcore
Una versión más breve se publico hoy en el suplemento de Cultura de La Prensa y sus diarios asociados.
Calificación: Bueno
PD: Lapidus da algunos consejos prácticos a aquellos lectores que deseen incurrir en actividades delictivas. ¿Teme que la policía interfiera sus teléfonos móviles? Use Skype, hombre. ¿Quiere lavar dinero? Compre un departamento a un precio oficial subvaluado y véndalo al valor real. Es decir, si sale un millón de dólares: paga la mitad en blanco y el resto en negro. Podrá blanquear así medio millón. Quiere algo más fácil: ronde los casinos y los hipódromos, compré los tickets premiados al 120%. ¡Qué mundo de sinvergüenzas!
PD II: Leí y comenté el primer tomo de la Trilogía. Este me pareció mejor construido. Concluyo que Lapidus está mejorando.
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