sábado, 28 de abril de 2012

Un lento aprendizaje

Thomas Pynchon

Tusquets. Cuentos, 208 páginas. Edición 2012.


El enigmático, talentoso y enciclopédico Thomas Pynchon (Nueva York 1937) escribió cinco cuentos entre 1958 y 1964. En el prólogo, que justifica por sí mismo la compra del libro, los tacha de ejercicios de principiante y se empeña en resaltar sus defectos, además de detallar, con la perspicacia que lo caracteriza, las influencias culturales de su producción. Tal ejercicio de sinceridad no debería desanimar al interesado; hay páginas de ficción brillantes, páginas de un Pynchon auténtico (no se me ocurre un elogio mejor), con su ambicioso material teórico, sus personajes vívidos y disparatados, su cautivante sentido del humor, el encanto marginal del detalle, la denuncia social.

‘La integración racial’ es un relato extenso y memorable, que quizás le deba algo a Huckleberry Finn. Coloca a unos niños cara a cara con la odiosa discriminación racial. Una pandilla infantil de prodigios y bromistas demuestra mayor humanidad e inteligencia que sus padres. El final nos deja azorados y sumidos en hondos pensamientos. También merece elogios ‘Bajo la rosa’, una sátira de las novelas de espionaje y, al mismo tiempo, una farsa con tintes de los Hermanos Marx. Se ambienta en El Cairo, en los días caniculares de 1898.

Los tres cuentos restantes no son tan buenos, sobre todo porque el oído de Pynchon para el habla popular aún no estaba lo suficientemente afinado. Además parecen fragmentos de una entidad mayor. Pero el mejor escritor estadounidense vivo ya mostraba a fines de los años cincuenta esa increíble destreza para unir dos aspectos de la erudición que, por lo general, no vienen en el mismo envase: la erudición artística y la científica. ’Entropía’ combina una meditación sobre la muerte del universo por pérdida del calor con una festichola beat en lo de El Albóndiga Mullen. Las obras de Pynchon, por cierto, nos llevan a la espantosa conclusión de que un analfabeto cultural es tanto la persona que jamás ha leído a Borges como los que desconocemos las leyes de la termodinámica.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


PD: La misma sensación de ineptitud científica es la que me embarga cuando platico con mi queridísimo amigo Harry, el ingeniero. Pynchon también es ingeniero, como Juan Benet (de caminos), Primo Levi (químico), Robert Musil, Alain Robbe-Grillet (agrónomo) y Norman Manea. Y el más famoso de todos: Fiedor Dostoievski, ingeniero militar. ¡Ah! y hay en la ficción un adorable ingeniero naval, Hans Castorp, el de La Montaña Mágica.

PD II: Es ésta, queridos y queridas interlectores, la entrada número 700 del blog. ¡Vaya, cuánto camino recorrido!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Belcore;
Ha escrito usted algo que realmente me ha inquieta"la conclusión de que un analfabeto cultural",no le parece un pouco injusto de su parte catalogar si una persona é culta o no solo por el hecho de que haber leido a Borges?
Por personas como usted me dejé llevar para saber que se siente al leerlo,¡no me gusta Borges!,pero adoro Roberto Arlt,Cortaza,etc.

Javier dijo...

Estimado, no existen los analfabetos científicos, en todo caso existen personas sin curiosidad y no es para nada su caso.
Un perro cruzando un terreno en diagonal (por el camino más corto) "conoce" el teorema de Pitágoras, pero jamás se preguntó el por qué.

Un abrazo enorme.
Harry.