domingo, 2 de noviembre de 2014

Underground

POR GUILLERMO BELCORE

Hace cincuenta años, Truman Capote transformaba para siempre el ingenio y la profundidad del género de no ficción. A sangre fría no sólo dio comienzo a la literatura estadounidense contemporánea sino que abrió un sendero dorado a nivel planetario. Y no pocos escritores de primera categoría han sucumbido a la tentación de amalgamar la exploración de hechos reales con el estilo novelístico. Haruki Murakami (Osaka, 1949) es uno de ellos.

En efecto, el escritor japonés mejor conocido en Occidente ha realizado un esfuerzo literario muy meritorio para esclarecer el más siniestro atentado en la historia de su país: el ataque con gas sarín en el subterráneo de Tokio, un crimen de lesa humanidad. Murieron doce personas y otras cinco mil sufrieron lesiones físicas y psicológicas de distinta magnitud; fue un milagro que no haya habido más víctimas fatales. Fruto de la inquietud murakamiana es una suerte de reportaje documental que entregó a la imprenta a fines de la década del noventa. Undeground (Tusquets, 557 páginas) llega ahora al castellano.

El 20 marzo de 1995 fue una mañana agradable y despejada en Tokio. Al menos hasta que un comando asesino -integrado, entre otros por el reputado cirujano Ikuo Hayashi, quintaesencia de lo que los japoneses llaman la superelite- clavara la punta afilada de sus paraguas en unas bolsas de plástico, disimuladas con papel de diario bajo los asientos del subte. Un liquido maloliente y viscoso se derramó por el piso, se formaron charcos. La gente casi de inmediato empezó a sentirse mal. Y entonces, el pandemonium. Una populosa urbe en estado de guerra, desbordada por una agresión impensable.

Murakami entrevistó a más de sesenta víctimas, personas comunes y corrientes que llevaban una vida sosa hasta que les sucedió aquello. Los testimonios, en primera persona, vienen precedidos por una introducción que evidencia una destreza artística: el novelista convierte a cualquier vecino en un atrayente carácter literario. No es tan difícil, alardea. Hay que saber oír. Al fin y al cabo, todos podemos ser narradores de nuestra propia existencia y al mismo tiempo personajes de alguna historia, nos dice. Nuestro yo siempre interpreta un papel. Así nos curamos de la soledad que nos provoca ser individuos aislados en este mundo, conjetura el autor.
 
La faena de recopilar historias se hizo con cortesía oriental. Sólo se publicaron los textos después de que cada uno de los entrevistados diera el visto bueno. Sobre el mismo suceso se ha querido quiso aplicar múltiples puntos de vista: “lo mismo que hago cuando escribo novelas“, se justifica. Por otra parte, el libro proviene de una auténtica curiosidad periodística. ¿Qué vieron los pasajeros que estaban en el subterráneo? ¿Cómo reaccionaron? ¿Qué sintieron? ¿Qué pensaron? Murakami empatiza con cada uno de los entrevistados. Dice que "siente admiración por la profunda dimensión de cada una de las vidas, observada en sus detalles“.

Otro agrado de la obra es su carácter de fresco social. Japón es un pueblo chapado a la antigua. No cumplir con la responsabilidad es una falta grave. La falta de espacio, un problema. Acaso, se trate del país más seguro del mundo. O lo era hasta 1995. Se queja una de los víctimas: "La sociedad ha llegado a un punto en el que era irremediable que apareciera algo como Aum Shinrikyo (los patrocinadores del atentado, ya volveremos sobre el punto). Hay mucho individualismo ahí afuera".

Añade Murakami en la página 445 que decidió escribir Underground porque siempre había querido entender a Japón a un nivel más profundo. Su intención primordial fue sondear entonces en las profundidades del corazón de su propia patria, a la que sentía como distante después de trabajar muchos años en el extranjero. Asegura haber logrado su objetivo: afirma que ya es capaz de comprender lo que significa ser japonés cuando uno debe enfrentar un golpe brutal contra el sistema. A un nivel más bajo, también quiso ajustar cuentas con los medios de comunicación; se concluye que la televisión puede resultar horrorosa.  Parece, asimismo, ser la intención del autor denunciar la explotación laboral, so pretexto de arraigadas tradiciones. Nos anoticiamos que en las empresas japonesas se espera de uno que llegue al trabajo entre media y una hora antes del horario de entrada. La gente se siente obligada a concurrir a su empleo en cualquier circunstancia, aunque sea a rastras. El trabajador se jubila a los 60 años pero debe seguir en actividad.

SEGUNDA PARTE

Underground, en realidad, son dos libros en uno. El primero ya la describimos y sólo puede agregarse que es una pena que no incluya un apéndice de este siglo que actualice las historias de vida. ¿Qué habrá sido de aquella pobre mujer que perdió el habla y parte de su entendimiento por culpa del sarín? El segundo libro se titula ‘El lugar que nos prometieron’ e incluye una serie de entrevistas con ex miembros del grupo Aum Shinrikyo (Verdad suprema), justamente el responsable de la matanza de los inocentes. Las sectas se convirtieron con el tiempo en uno de los elementos narrativos fundamentales de la ficción de Murakami. 1Q84, esa impresionante trilogía publicada en 2011, gira en torno de una camarilla deleznable que abusa de niños.

Recordará el amable lector a Shoko Asajara, el desagradable gurú barbudo que hoy aguarda en una celda oscura que el verdugo cumpla la sentencia de pena de muerte a la que fue condenado por haber dado la orden de matar gente como si fueran hormigas por puro egocentrismo y paranoia, acaso por antojo. El fundador de Aum, que desde 1987 tenía en Japón estatus de religión, estaba obsesionado con el gas venenoso y la masonería. Al parecer, tramó el atentado para prevenir un supuesto ataque a su secta. Las alocadas creencias sincréticas de Asajara demostraron que el budismo, tan idealizado por algunas almas simples de Occidente, también desarrolló una variante siniestra. Al parecer es lícito asesinar a una persona si uno es capaz de vislumbrar su próxima reencarnación. En caso de que ésta sea positiva, el homicida le estaría haciendo un favor a su víctima. Qué locura, ¿verdad?

Los testimonios de la segunda mitad demuestran un punto de locura que sufren aquellos que abandonan el mundo para enterrarse con cuerpo y alma en un culto. A uno de los entrevistados le interesaba encontrar un método que demuestre matemáticamente el budismo. Otro afirmó que planea su vida de acuerdo a las profecías de Nostradamus. Una chica aseguraba que levita. Hay lavado de cerebros. Una vez admitido en Aum Shinrikyo y antes del rito iniciático había que ver 97 videos, leer 77 libros y repetir en voz alta 7.000 veces un mantra. ¿Qué locura, verdad?

Pero, sin duda, la peor de las aberraciones en el asunto que nos ocupo no proviene de Oriente. Fue la Alemania nazi donde se inventó un arma militar de terrorífica eficacia: el sarín, un fosfato que en forma gaseosa o líquida afecta a los nervios. No existe en forma natural. Naciones Unidas lo ha catalogado como arma de destrucción en masa: es quinientas veces más tóxico que el cianuro. Su producción y almacenamiento han sido prohibidos, pues, por la comunidad de naciones. Su sencillez es diabólica: inhibe una encima crucial: la colinesterasa, que permite relajar a cada músculo que se contrae y así regenerarlo para la próxima acción. Con un nivel bajo de colinesterasa los músculos permanecen tensionados y sobreviene la muerte por asfixia. En un nivel de ingesta no tan grave, por ejemplo, las pupilas siguen por largo tiempo contraídas, los afectados de Tokio veían todo oscuro a plena luz de sol. 

El sarín es tan fácil de fabricar como un insecticida. Aum Shinrikyo lo produjo en laboratorios improvisados. Uno no puede dejar de pensar que es raro que la locura del hombre no lo haya usado con más frecuencia para exterminar a sus semejantes. Después del atentado en Japón sólo se ha informado de otro incidente con sarín: el presidente sirio Bashar Al Assad lo empleó a pequeña escala contra los rebeldes que se alzaron en armas. Hemos visto fotografías escalofriantes en 2013. Casi hubo una intervención militar estadounidense como castigo. Siria la evitó destruyendo su arsenal de armas químicas que, incluía, sí, el sarín.

SER SECTARIO

Muy reflexivo es el epílogo del libro. Permite trazar parangones con Medio Oriente, Estados Unidos e incluso con la Argentina. Con todo el mundo, bah. La búsqueda de la utopía espiritual de aquellos que no encuentran “designios puros” en el mundo en que viven propicia crímenes contra la humanidad, en nombre de “la legitimidad de los objetivos“. La misma pregunta que podía formularse en los setenta o en los noventa, puede formularse hoy en día: ¿Cómo es posible que personas de la elite, con credencias académicas excelentes, puedan adherir a una secta ridícula y peligrosa, como el ERP, Al Qaeda, o como Aum Shinrikyo? Justamente, dice Murakami, “porque son miembros de la elite”. Suelen creer que tienen una moral distinta al común de los humanos, revolucionaria. Obliga a pensar, ¿no?

No obstante, es verdad, que “un lenguaje y una lógica aislados de la realidad suelen tener más poder que el lenguaje de la lógica y la realidad”, así de irracionales somos los seres humanos. Un yo arrogante puede ser un problema, pero renunciar de plano al yo abre la puerta a cualquier aberración. Se trata de personas con “una narrativa débil“ de su existencia, impotentes para anular el llamado de algunos cantos de sirena como los que profieren líderes inescrupulosos caso el gurú Asajara. Pero por otro lado, el escritor nos invitar a comprender el hecho de que existen muchas personas que dan un paso errado por el deseo (la necesidad) de entregar sus conocimientos y su alma a un fin trascendental. ¿Y si el problema de fondo fuese la sociedad de consumo, tal como lo conocemos? Acumular dinero y cosas materiales no debería ser la respuesta a preguntas trascendentes como para qué estamos en el mundo.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
 

Calificación: Bueno