miércoles, 10 de octubre de 2018

Sopor

En el año 2000, el periodista David Brooks publicó en Estados Unidos un libro esclarecedor: BoBos en el paraíso. Ni hippies ni yuppies: un retrato de la nueva clase triunfadora (Grijalbo, 287 páginas, edición en español 2001). Básicamente, se trata de una minuciosa descripción de la llamada clase culta, la más influyente hoy en Occidente pero no tanto como para impedir el advenimiento de un Donald Trump o un Matteo Salvini. 

Los BoBos nacen de la unión de dos conceptos que, a priori, parecían irreconciliables: bourgeois y bohemians. Es decir, burgueses y bohemios. Son los fariseos contemporáneos. Gente adinerada que detesta ser tratada como materialista, intoxicados con corrección política, pero tan elitistas como la aristocracia tradicional. Están en el timón de la sociedad de la información, escriben la agenda progresista. En la Argentina, extrañamente, muchos adoran una variante corrompida e inepta del populismo, conocida como kirchnerismo.

El mismo retrato que Brooks compuso en su ensayo aparece, embellecido, en una novela que Chris Kraus, destacada cineasta y escritora estadounidense, entregó a la imprenta en 2005 y que, por fortuna, el sello Eterna Cadencia acaba de traer a la Argentina. Detrás de una conmovedora historia de amor frustrado se dispone un ajuste de cuentas tan elegante como feroz contra una de los más perniciosas castas de los BoBos: los intelectuales, a quienes se tacha de sanguijuelas y parásitos.

La vida verdadera está en otro lado, es una de las hipótesis de Kraus. En la maternidad, por ejemplo. Es la emoción la que da relieve a nuestros días. "Lo que realmente cuentan son los pequeños momentos de la vida doméstica que se combinan para desatar emociones profundas", concluye la artista. Curioso, nuestras madres pensaban lo mismo.

QUE PAREJA 


Tiene la novela sólo dos personajes bien delineados. Jerome Shafir y Silvie Green -"cosmopolitas sin raíces", "adultos intelectuales"- protagonizan un matrimonio que se cae a pedazos. La suya es lo que el pastor Bernardo Stamateas llamaría "una relación tóxica". El vínculo más fuerte es una perrita vieja y medio ciega que rescataron de la muerte.

El es sobreviviente del Holocausto (una familia francesa lo escondió de los nazis), profesor en la Universidad de Columbia, amigo de famosos ("proxeneta errante de la teoría francesa"), agent provocateur, amargado, tacaño y resentido. Ella, antigua chica punk que bailaba en topless y cineasta de bazofia experimental que nadie quiere ver, "ha perdido su capacidad de creer en los días perfectos".

Sylvie "sabe que hay algo profundamente equivocado en la forma en que está viviendo con Jerome", sin embargo no puede dejarlo. El la fuerza a abortar tres veces (acaso, las escenas más tristes del libro). Para escapar de su estado de creciente infelicidad deciden viajar a Rumania con el propósito de comprar un niño. "Adoptar una criatura como una aventura intelectual, como una fantasía metafórica". Los BoBos son capaces de esto.

El título de la novela alude al sopor que suele provocar el amor disfuncional, las relaciones que se estiran más allá de lo razonable. Aquí es la consecuencia del deseo de una pobre mujer que, como millones de sus semejantes, busca llenar un vacío. Mientras tanto, su pareja -bastante mayor- "acaricia sus fantasías sobre Auschwitz como Humbert Humbert acariciaba el cuerpo preadolescente de Lolita" y cultiva, con sus amigotes intelectuales, una forma de esnobismo: analizar distintas categorías de fama. ¿Quién está de moda?, es el juego favorito de la clase culta.

TRILOGIA


La novela es el último tomo de una trilogía, pero no hace falta leer los dos libros anteriores para disfrutar la trama. Kraus escribe muy bien, con algunas peculiaridades agradables como el uso delicado del futuro histórico. La urdimbre -como si de gemas se tratase- engarza doctas especulaciones filosóficas, lingüísticas, históricas y semiológicas. También plantea preguntas relevantes: ¿Cómo escribir sobre el Holocausto? ¿Puede el sufrimiento de años simplemente ser reemplazado por la felicidad de una relación? ¿Tiene algún sentido acumular dinero, posesiones o respeto? ¿Los países desgraciados eligen su destino? 

A la señora Kraus le gusta explicarse. Dice que su novela quiere emular una extraña forma literaria nacida al comienzo de la edad media: la parataxis. Entonces, por medio de flashbacks, caminos laterales y retrasando los resultados de los eventos (la adopción del huérfano rumano, el divorcio entre Jerome y Sylvie) se fractura la historia familiar dándole perspectivas múltiples y contradictorias. La carpintería es exitosa.

Otro procedimiento feliz es añadir algunos cameos de personajes de la vida real, como Félix Guattari. En el loft del pensador francés la pareja disfuncional presencia por televisión, con otros intelectuales esnobs, el asesinato de los Ceausescu ("una pijamada ideológica"). Aparece allí un argentino, traductor al español de Guattari, que escribe en un suplemento del diario La Prensa.

Sopor nos retrotrae a 1991. Viajamos al norte del estado de Nueva York, Berlín, Praga y la infernal Rumania poscomunista. "Ceausescu se parece a un Stalin en un viaje de metanfetamina", descerraja Kraus. Las descripciones tienen el sabor de lo vivido, hay un abundante material autobiográfico (¿habrá bailado Kraus desnuda en bares y se habrá prostituido como Silvie?). En el epílogo, algo presuntuoso, un tal McKenzie Wark destaca la fuerza del punto de vista de la antiheroica Chris-Sylvie: se observa y se siente el mundo desde la perspectiva de "la chica menos que ideal, la que nadie mira demasiado y mucho menos escucha".

Algo hay que decir de la traducción de la escritora Cecilia Pavón. Ha logrado transmitir intacta la erótica de la obra (tanto en la filosofía como en la poética) lo que nunca es poco, pero descuidó detalles. Por tres veces confunde Armada (navy) con Ejército (army). Página 43: "la armada yugoslava acababa de atacar Bosnia" (basta mirar un mapa para entender que es imposible). En la página 216, leemos: "A pesar de la deuda de tres trillones de dólares que Rumania tiene con el Banco Mundial"... Un trillón en castellano contiene dieciocho ceros. No son los únicos casos. Llámenme antigualla, pero para este blog los libros deben ser perfectos
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno


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