domingo, 9 de agosto de 2009

Pezzoni en El Federal

Diario de un lector exaltado IV

Barrio de San Telmo (Perú y Humberto Primo) 12.15. PM.

El Federal, bar notable de Buenos Aires. Loados sean los dioses, nuestra mesa está libre. Es la mesa que da a la calle Perú, la única que recibe algunas migajas de sol. La mesera es cordial y deslumbra con sus cabellos negros y luminosos que se deslizan hasta la cintura. Ha esculpido con esmero sus largas uñas coloradas. Me decanto por el sándwich número 23. Queso, hongos, aceitunas, choclo y palmitos, en pan casero. Tengo experiencia, me cercioro de que el pan sea del día, caso contrario, se convierte en un mazacote difícil de tragar. Mi mujer opta por la pavita con tomate, también en el descomunal pan casero. Café con leche para dos. Los precios son razonables.


Me gusta imaginar que los lectores empedernidos somos como los navegantes del siglo XVI. Vamos en busca de tesoros. Las bellas letras -nunca el oro- nos provocan exaltación. Nos esforzamos por ampliar nuestra cartografía, por explorar territorios que sólo conocemos de oídas. A veces, encallamos en la mala literatura y proferimos juramentos por haber desperdiciado el tiempo. Nuestras naves son las editoriales. Hay nobles y filisteas; necias y lúcidas. El libre juego de la oferta y la demanda (y la República duramente conquistada) nos garantiza una provisión cuantiosa. Empero, a los argentinos, la degradación de la moneda nacional nos priva de aquéllas que fueron impresas en el extranjero; son para bolsillos privilegiados. Pero me consuelo con el mercado del usado y con la cordura de las nuevos sellos de la Patria que intentan ganar su lugar bajo el sol a fuerza de calidad. Es el caso del libro que tengo en mis manos.

Estoy leyendo a Enrique Pezzoni (1926-1989), un intelectual fascinante. Eterna Cadencia reimprimió su único libro (El texto y sus voces), que data de 1986. ¡Qué maravilla! La edición cultiva el arte del prólogo exquisito. Luis Chitarroni traza un retrato adorable que, sin embargo, Daniel Link encuentra algo desprolijo (http://linkillo.blogspot.com/search?q=Pezzoni).

Navegantes, el libro es un cofre repleto de gemas. Atesora treinta años de artículos y notas. Aun no le he concluido, aclaro, pero ya me he enterado de que Pezzoni (¡Ah, me hubiera gustado tanto conocer a ese señor!) leyó a Borges, Pizarnik, Eduardo Wilde y las vanguardias artísticas con bondad, talento y un gusto delicado. Encuentro aquí otra prueba irrefutable de que la crítica sublime, lejos de ser una actividad parasitaria, es una labor tan creativa como la literatura misma. Es literatura, vamos.

El modelo
Estos son los rasgos primordiales del modelo Pezzoni que el prólogo y algunos ensayos (los de los primeros años, sobre todo) sugieren:
1) El único método consiste en ser muy inteligente.
2) Hay que encontrar el cuentito: descifrar en cualquier conjunto el fragmento que acepta mejor un tratamiento narrativo.
3) El crítico es un lector autorreflexivo y fervoroso que oye las voces del texto, elige unas a expensas de otras, las une por simpatía y diferencias a las que oye surgir de otros textos.
4) El crítico desdeña el lenguaje pseudo técnico.
5) Desconfía de todas esas emociones que en nada se parecen a la buena emoción estética.
6) El requisito esencial de toda obra literaria es su autonomía. Aunque exija lectores activos, estos sólo pueden encontrar en el texto los elementos necesarios para iniciar su productividad.
7) La labor de los autores medianos es superflua.

No digo que la sociología de la literatura, el estructuralismo, o la crítica marxista del arte sean abordajes menos valiosos e interesantes que “la emoción estética”. Confieso que yo -con toda humildad- me identificaré siempre con los Rest o los Pezzoni, a quienes felizmente llegue este año a bordo de Eterna Cadencia.
Guillermo Belcore

1 comentario:

casco dijo...

La combinación entre el Federal y los libros produce resultados sustanciosos, sobretodo cuando se suma el aporte de una buena milanga con papafritas.

Disiento, no obstante, en tus preferencias geográficas. El mejor lugar es una mesa que da a la ventana, justo enfrente del retrato de Discépolo. Bah, me parece.

Gustos son gustos, hubiera dicho -tal vez- Pezzoni. Y a propósito: me parece súper interesante el rescate que hizo Eterna Cadencia. Hay que lograr que se paren todos los Pezzonis de la cultura argentina :)