lunes, 9 de noviembre de 2009

Wernicke en Starbucks

Diario de un lector exaltado X

Sábado 11.45, Palermo viejo


Llueve. Cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. ¡Qué maravilla es Borges! Espero a una amiga que hace mucho, mucho tiempo que no veo. Estoy en un local de la famosa cadena Starbucks. Estoy en Malabia al 1700, Palermo viejo. Pido un café grande y una factura descomunal. ¡Veinte pesos! Precios asesinos. Me tenté con un roll con crema pastelera y nuez. Tiene el tamaño de un plato mediano. Supongo que fue concebido según el desaforado gusto estadounidense, es decir, cuanto más grande mejor. Tengo para mí que la competencia es una fuerza salutífera en la vida de las naciones, el funcionamiento de las economías y la formación de la personalidad. Pero me resulta absolutamente desagradable esa demencial carrera de la gastronomía del Norte por ofrecer más y más comida a los cuerpos obesos. Tres o cuatro hamburguesas en un sándwich, ¡qué asco! ¡Qué desperdicio! Me digo, avergonzado, por qué pediste entonces una golosina sideral, en lugar de una barrita de cereal o de esos sanguchitos caros y magros que ofrecen en Starbucks. Me respondo: es mi única comida hasta la cena. Además, sólo tengo tres o cuatro kilogramos de más en torno a la cintura. Pero actuaste como un angurriento, optaste por el mazacote, replica la conciencia.



Me siento junto a una ventana. Mesita redonda y un pared acolchada para la espalda. Desdeño los gustosos sillones, tipo living de clase media tradicional. Necesito tomar notas. Hay mayoría de
turistas en el enorme salón. Estoy leyendo una novela excelente. Estoy concluyendo La ribera de Enrique Wernicke (1915-1968). Termina el año y -pienso satisfecho- he cumplido uno de los objetivo que me había planteado en mi carácter de lector voraz pero quisquilloso: leer toda la biblioteca Los recobrados, que el gran Abelardo Castillo seleccionó para el sello Capital Intelectual. Son esos libritos de tapas simplonas y precio accesible que nos hacen señas desde los quioscos de diarios. Encierran gemas argentinas que no debían permanecer en el olvido.


¿Quién es el Wernicke de hoy, me pregunto mientras miro el agua correr y mojo la factura en el café? Andrés Rivera, no. Es un comunista recalcitrante sí, pero sus últimas obras me han defraudado. ¿Y entre los nuevos? ¿Alguno de la troupe de los nac&pop? No lo sé. Si debo prejuzgar basado en comentarios ajenos pero confiables, le apuesto unas fichas a Juan Terranova. Me consta su potencia en la crítica literaria (excepto cuando escribe sobre amigos), pero no lo conozco aún como novelista. Debería hacerlo.


Sigo preguntándome: ¿Cómo es que nunca había leído algo de Wernicke? Es un John Berger criollo y, al mismo, un estilista notable. Un izquierdista que entiende que el arte tiene una misión social y que escribió con una prosa trasparente y justa. Se lo ha comparado con Carver, pero me parece que contiene un fulgor poético del cual carece el norteamericano. Hay pasajes con exquisita filosofía de barrio. Transcribo el comienzo del libro, para dejar constancia de la belleza del estilo de Wernicke:

“Derperté bruscamente, totalmente lúcido.
Era imposible demorarse en la inconsciencia: la mañana estallaba en la ventana de la piecita y me había penetrado el cuerpo cuando apenas entreabrí los párpados.
Me senté en la cama apoyando la espalda en los duros barrotes. La luz invadía la reducida habitación y su impertinente desenfado señalaba los más graves defectos de mi vida: soledad, desorden, pobreza. Sábanas arrugadas y sucias. Ropa en el suelo. Una botella de vino, vacía. Un libro abierto y manchado. Puchos de cigarrillos.
Estigma de una noche como tantas.
Pero la ventana me ofrecía un nuevo día y resultaba grato recomenzar a vivir.
Me vestí distraídamente. Miraba las ramas del sauce recién brotado que se interponía entre mi casa y la calles. Cuando di unos pasos buscando mis alpargatas, el piso cedió bajo mi peso con esa blandura que suele tener la tierra fresca. Sonreí. No siempre soy capaz de sentir las cosas.
Di otros pasos por sentir nuevamente la elasticidad de la madera. Y recordé la sensación que se experimenta al subir a un bote y la liviandad de la marcha sobre un muelle de madera.
Recordé un mar lejano. Y de pronto me sentí feliz.
Al fin de cuentas, una vez más vivía en una ribera, y el río, si no el mar, estaba a unos metros de mi casa”.


Los orilleros
La ribera fue publicada en 1955. Narra la historia de un burgués acongojado e indiferente (alter ego de Wernicke) que se recluye en la costa agreste de Vicente López para curarse la desesperación y el asco de sí mismo. Se inventa el oficio de fabricante de muñequitos de plomo. Traba relación con los orilleros, pero el alcohol sigue siendo su mejor amigo. El amor y la militancia política lo interpelan. Mientras tanto, se derrumba el nazismo en Europa pero pervive en la Argentina. Prefiero no decir más. Descubran el tremendo final por ustedes mismos. La ribera es, sin duda, una de las mejores novelas que se ha escrito en la Argentina. Una historia sentimental que jamás se degrada en sentimentalismo, como alguien sentenció.


Me temo que me he aficionado a las reimpresiones. Lo reciente-nacional me provoca, a priori, indiferencia. Con el cine argentino me pasa lo mismo. Está mal, lo sé. Pero abrigo prejuicios como casi todos los seres humanos. Ojalá alguna sorprendente novedad me rescate de este letargo fóbico. ¿Alguién puede recomendarme un libro? Bernardo Jobson, Humberto Constantini, Sara Gallardo, Leopoldo Lugones, Eduardo Wilde, Wernicke son, por ahora, mis nuevos amigos.
Guillermo Belcore

10 comentarios:

ericz dijo...

Apuesto dos pesos a que Terranova no le va a gustar.

Pustulio dijo...

Mi último descubrimiento argentino: los libros de viaje de Manuel Ugarte. Una delicia.

Ya leeré al tal Wernicke; si el resto del libro es como los párrafos que pegó, me esperan horas felices.

Cesar dijo...

Querido Guillermo:
Coincido con usted en los prejuicios hacia lo nuevo, aunque en mi caso no se trate solo de lo argentino si no mas bien de todas la srtes en general.
De literatura argentina me animo a recomendarle "Parmenides" , se que usted no lo aprecia mucho a Cesar Aira, pero yo que lo he leido basante le aseguro que Parmenides vale la pena.
De literatura española insisto con Javier Marias, la trilogia "Tu rostro mañana£ es excelente.
Cesar desde Roma

Guiasterion dijo...

Queridos amigos:

Ericz: ¿Por qué ha de enojarse? Es, acaso, un hombre que encaja mal los elogios. Mi intención fue afirmar que Terranova es (como usted, dicho de sea paso) un perspicaz crítico literario y que, creo, tiene condiciones para ser el Wernicke de esta generación.

Pustulio: Gracias, tomo nota. Pero insisto: ¿Alguien puede recomendarme un libro excelente de un nuevo autor argentino?

César: He leído la trilogía de Marías. Incluso la he comentado aquí. Me parece lo mejor que ha dado el idioma español en treinta años, por lo menos. Cuestión de gustos. ¿Aira? Bueno, tampoco es un autor nuevo. Además hace siempre lo mismo. Me lo figuro como las ciudades inglesas (excepto Londres, obvio): viste una y las viste todas.

Gracias por escribir
G.B.

gabrielaa. dijo...

pruebe con La Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara (Eterna Cadencia), y después me cuenta.

gabrielaa. dijo...

(ah, pero no es "un autor nuevo". es "una autora nueva". jajajja, beso.)

ericz dijo...

¿Enojo? Para nada. Fue un intento de adivinar el futuro en base a lo que conozco del autor y del lector. Ya veremos si profeticé bien o mal. Declaro formalmente mi abstención si me piden opinar sobre las cualidades de Terranova.

saluts

Cesar dijo...

Guillermo, me entusiasmé con Wernicke y descubrí algunas noticias sobre su diario inédito. La entrada del 29/12/1957 es magistral: http://liteyalgomas.blogspot.com/2009/11/libros-melpomene-diario-intimo-de.html
Un abrazo
Cesar

Guiasterion dijo...

Querido César:

¡Qué hermoso texto subiste a tu blog! Ahora yo digo: ¿cómo es que a nadie se le ocurrió publicar el diario de Wernicke! Ignorancia, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.

Gracias, cófrade
G.B.

Cesar dijo...

Mi secreta aspiración es que a alguien se le ocurra publicarlo...
;-)