sábado, 20 de octubre de 2012

El veneno de la desigualdad

La distribución del ingreso en Estados Unidos es hoy comparable a la de Filipinas o Uganda, según Joseph Stiglitz. Por eso la economía norteamericana es tan vulnerable y no puede salir del pozo. El Premio Nobel 2001 predica en favor de un amplio estatismo.


Por Guillermo Belcore

Hubo un momento en la Historia, un breve suspiro, digamos entre la caída del Muro de Berlín y el colapso de Lehman Brothers en que Estados Unidos dominaba prácticamente en todos los ámbitos. Ya no. Algo huele a podrido al norte del Río Bravo. La distribución del ingreso se ha degradado a los niveles (perversos) de Irán, Uganda, Filipinas o Jamaica advierte el Premio Nobel de Economía 2001. El costo de esa involución -clama Joseph Stiglitz en su último libro- es descomunal, al punto que el aparato productivo estadounidense es hoy más ineficiente e inestable, el crecimiento ha mermado, la cohesión social se desintegra y hasta correría peligro una democracia ejemplar de doscientos años.

Con un toque apocalíptico, el economista favorito de Cristina avisa que la enorme transferencia de recursos desde la base hasta la cima de la pirámide social tambien ha erosionado el sentido de identidad nacional, la imagen de Estados Unidos en el mundo, la igualdad de oportunidades y hasta el sentido del juego limpio. De ahí, que empiecen a prosperar movimientos antisistémicos como Ocuppity Wall Street, cuya consigna "somos el noventa y nueve por ciento'' (en relación a que el uno por ciento restante es el responsable de las desdichas del momento) si bien hasta el momento no caló en las masas ha galvanizado al economista de Gary, Indiana. De ahí su intento de darle una voz erudita y sólidamente argumentada al descontento, en las casi quinientas páginas de El precio de la desigualdad (Editorial Taurus, edición 2012).

"Hay momentos en que por todo el mundo la gente se rebela, dice que algo va mal y exige cambios. Eso es lo que ocurrió en 1848 y 1968'', recuerda Stiglitz. Y se pregunta si 2011 (cuando la Primavera árabe barrió a dictaduras que parecían formar parte de la naturaleza de las cosas) no habrá sido un año de similar importancia revolucionaria.

Lo que pasó


El ensayo de Stiglitz se centra en el exceso de desigualdad que caracteriza a hoy Estados Unidos. Uno de cada seis ciudadanos es pobre; la nación más poderosa del planeta se ha tercermundizado (vaya paradoja, mientras China, India y Brasil rescatan a millones de personas de la miseria y las reclutan para la clase media). Semejante nivel de desigualdad sólo se vio en América durante los años previos a la Gran Depresión. No es fruto del azar, entonces, la crisis actual. Keynesiano hasta la médula, Stigliz considera que su país sufre una aguda escasez de demanda porque el noventa y nueve por ciento de la población es relativamente más pobre que cuatro décadas atrás. El boom de las acciones y el de la vivienda enmascararon durante unos años esa fragilidad estructural. Pero finalmente vino la Gran Explosión de 2008 cuyas esquirlas, ardientes, siguen causando estragos hasta el día de hoy.

Lo que torna instructivo y movilizador al libro es que Stiglitz considera al fenómeno económico que describe como un subproducto de la política, es decir de la acción deliberada de los hombres. Puede que intervengan fuerzas globales abstractas y subyacentes en todo esto (como la fuga al extranjero de los empleos industriales) pero las decisiones gubernamentales, de Ronald Reagan en adelante, han condicionado a la economía de tal manera de favorecer a la clase adinerada. "Los integrantes del 1% se llevan a casa cada vez más riqueza pero al hacerlo no le han aportado nada m s que angustia e inseguridad al 99% restante'', dispara.

Vale decir, según su interpretación, la economía de mercado estadounidense -tan admirada por doquier- ha venido funcionando en beneficio de los de arriba y nadie más, incluso durante los años dorados de Bill Clinton, a quien Stiglitz le tocó asesorar. Los noventa fueron años de una prosperidad aparente, dice (¿en la Argentina también?).

Después de la gestión nefasta de George Bush, con masiva rebajas de impuestos a los ricos, Obama no ha hecho casi nada para revertir ese deletéreo exceso de desigualdad. Su estatismo se ha quedado corto pues está cautivo de los intereses de Wall Street, de acuerdo al autor del libro que señala a los banqueros como los malos de la película ("la búsqueda de su propio interés por parte de los banqueros resultó desastrosa para el resto de la sociedad"). Se necesita una acción gubernamental más decidida. Los ganadores deben compensar a los perdedores.

El pensador está convencido de que en el mundo real -tan distinto a las elucubraciones de la escuela de Chicago, su gran adversario- el mercado no es eficiente, entre otras razones por las asimetrías en la información. Por tanto, es necesario domesticar y moderar sus apetitos para garantizar que funcione en beneficio de la mayoría de los ciudadanos.

Ese monstruo grande


Para Stiglitz, la globalización no es mala o injusta en sí misma, lo que ocurre es que los gobiernos la están gestionando de manera muy deficiente, en beneficio de los intereses especiales (del 1% de la población). "Los derechos del capital -opina- se colocaron por encima de los derechos de los trabajadores e incluso por encima de los derechos políticos''. Así se ha desatado una alocada carrera hacia los mínimos. Para ser bendecido por las agencias de calificación yel establishmen financiero internacional, debe haber la menor cantidad posible de restricciones al dinero caliente y los impuestos deben ser lo más exiguos posibles. Pero sin restricciones -advierte- los fallos de mercado son el pan de cada día. El libro cita al colega Dani Rodrick: "es imposible tener al mismo tiempo democracia, autodeterminación nacional y una globalización plena y sin trabas''.

Stiglitz defiende el proteccionismo industrial ("pasar de tener un empleo de baja productividad en un sector protegido a estar desempleado reduce la producción nacional'') y advierte que centrar la política monetaria en la inflación conduce a una mayor desigualdad. Olvídese, lector argentino, del costo de vida o del acceso a la moneda extranjera. Sentencia que sólo hay una mala gestión económica cuando existe alto desempleo persistente. Recalca que una sociedad más equitativa puede crear una economía más dinámica. Música para los oídos de la Casa Rosada o del Palacio del Planalto. Pero parece que Obama -y mucho menos Romney- no la están escuchando.

Publicado en el Suplemento de Economía del diario La Prensa.

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