Emecé. Edición 1984, 190 páginas. Novela
La falta de cariño genera extremistas. Una hipótesis espléndida. Detrás de la crueldad, estupidez y febril fanatismo de un monomaníaco hay un hombre excluido de las caricias y del amor, conjetura un librito -no es peyorativo- de Amos Oz (Jerusalén 1939), entregado por primera vez a la imprenta en 1971. Se propone un antídoto: “Se me ocurre que así como se tiene el derecho de respirar o expresar una opinión, cada ciudadano debería tener derecho a ser tocado por alguien. Y tal derecho debería extenderse incluso a los más ajados ciudadanos”, aparece en la página ciento treinta y cuatro. Una idea atractiva que merece ser considerada seriamente por nuestros diputados, esos pilares de la democracia.
Hacia la muerte incluye dos novelas cortas (Cruzada y Amor tardío) unidas por el tema mencionado. En la primera, el conde Guillaume de Tourón parte a la cabeza de un pequeño ejército de campesinos, siervos y forajidos desde su heredad cercana a Avignon rumbo a la Tierra Santa, deseoso de tomar parte en su liberación y encontrar paz en su espíritu. Alivia la aflicción del noble torturar y asesinar, con fría alegría, a los judíos que va encontrando en su camino. Corre el año 1096.
En la segunda parte, volamos hasta el Israel actual. Oímos la voz de un veterano conferencista, casi ridículo, totalmente redundante. El Departamento de Cultura del Movimiento de los Kibbutz intenta que se jubile, pero es un esfuerzo en vano. Shraga Unger es un hombre con una misión en la vida: denunciar la perversidad de la Unión Soviética. Viaja de aquí para allá para, después de la caída del sol, adormecer a grupitos de jubilados con sus charlas sobre el plan de los bolcheviques para exterminar al pueblo judío como primer paso de la destrucción del mundo. ¡Vaya pelmazo!
Ambas cruzadas conforman una alquimia perfecta. Hacen de la lectura un placer de la primera a la última página. La primera nouvelle sobresale por su prosa tersa y elegante; la segunda por las ideas en juego y el humor fino. Oz, uno de los escritores esenciales del Estado hebreo, tiene razón en casi todo: hay una relación promiscua y perversa entre calor y humedad (en Tel Aviv o en Buenos Aires); las palabras parece que tuvieran dientes, se cierran en la carne; es terrible, terrible y humillante, vivir durante años sin tocar a nadie ni ser tocado.
Guillermo Belcore
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