domingo, 28 de abril de 2019

Star Trek Discovery: II temporada


Hay una ley diamantina en el Universo Star Trek. Las distintos versiones de la saga van mejorando con el tiempo. Discovery, la aventura contemporánea de Netflix y CBS, no ha escapado a la regla de adquisición número ciento veintiséis. La segunda temporada ha sido notablemente superior a la primera (1). Nos queda en la retina y en nuestra imaginación afiebrada el espectacular último capítulo (fueron catorce en total), que incluye una batalla en toda la regla, y un final épico que empalma a la perfección con la Serie Original, la del capitán Kirk.
El gran acierto de la versión 2019 de la mejor serie espacial de todos los tiempos es la incorporación de dos personajes majestuosos que provienen del canon. En primer lugar, el capitán Christopher Pike (Anson Mount), a cargo en forma transitoria de la Discovery hasta tanto se identifique el origen de una serie de extrañas señales en el cosmos que involucran a un ángel rojo.
Pike, por así decirlo, se roba el espectáculo. Es un capitán elegante y carismático, a la vieja usanza de Picard, una suerte de padre de toda la tripulación, la voz de la integridad y la tolerancia. Debe lidiar en la nave con, quizás, la heroína menos glamorosa de toda la saga: la teniente Michael Burnham (Sonequa Martín-Green), especialista científica, sabihonda, insoportable por momentos, hipersensible, cuyos pucheritos son uno de los puntos más flojos del semestre (ya volveremos sobre el punto).
El otro personaje nuevo es el hermano de crianza de Burhham, nada menos que elSeñor Spock (Ethan Peck). Sin ser rutilante como la de Pike, la actuación del vulcano más famoso es respetuosa de la tradición. Comienza como prófugo de la Federación Unida de Planetas y concluye como pieza fundamental  para desactivar una conjura cibernética que acecha a toda la vida inteligente en nuestra galaxia.
 Con Pike y Spock, pues, el factótum Alex Kurtzman ha dado a Star Trek Discoveryun salto de calidad en relación a la flojita tripulación anterior.

SKYNET ENLOQUECIDA

Muy reconocida es la disposición de Star Trek para meditar sobre los grandes temas de su época. En esta oportunidad, se encara el peligro de la Inteligencia Artificial:¿Son las máquinas, eventualmente fuera de control, una amenaza potencial a la supervivencia de la especie humana?
No se trata, naturalmente, de un planteo novedoso. Entre otras glorias del entretenimiento pop, Matrix, Battlestar Galáctica Terminator nos han enfrentado con IA asesina. Los guionistas de Discovery -todo hay que decirlo- no se han caracterizado por su originalidad (ni por los diálogos, ni por los personajes secundarios, ni por la coherencia durante el climax).
Trataremos de evitar los spoilers. Digamos sólo que el adversario de la Discovery es una Skynet, desarrollada para detectar riesgos foráneos por la Sección 31 (el servicio secreto de la Federación), que se rebela, adquiere vida propia, evoluciona y se dispone a liquidar, en un plazo de 600 años, a todas las civilizaciones de la Vía Láctea. De esto nos enteramos por una viajera del tiempo que batalla para prevenir la catástrofe.

Abrimos un paréntesis. Aquí un subtema podría ser la amenaza paralela para la democracia de los servicios de inteligencia -con manos libres para realizar las tareas sucias y amplio presupuesto- que suelen descarriarse. Cerramos paréntesis.

VIAJES EN EL TIEMPO

Así como en la primera temporada conocimos una absurda red micelial para viajar de un punto del espacio a otro en un pestañeo, aqui debemos tragarnos el supuesto de que el Imperio Klingon cuenta con unos cristales mágicos que, cargados con la energía de una supernova, son capaces de abrir un agujero de gusano para visitar el pasado o el futuro. Es ciencia ficción, gente, aunque el verosimil siempre ha sido importante en Star Trek.
La trama, no obstante, se disfruta mucho. No puede decirse lo mismo del empeño de los creadores de la serie por ser políticamente correctos y ahondar la perspectiva de género, que significa atribuir a mujeres una apabullante mayoría de las faenas principales como compensación por las discriminaciones de antaño.
Se ha dicho con razón que Discovery es una Star Trek para millenials. Y no como un elogio. En una era en la que las redes sociales han exacerbado el egocentrismo hasta niveles monstruosos, los productores decidieron apostar con divisas fuertes al sentimentalismo. Ya se sabe que lo más importante hoy en día es lo que siento YO (sí, con mayúsculas).
Como consecuencia, la historia incurre en el vicio del melodrama, incluso al punto de hacer caer a los personajes en el ridículo. Han osado, por ejemplo, revivir un cadáver para prolongar una historia de amor. Nos infligen, con toda impunidad, largas escenas sensibleras en la que la protagonista llora por su hermanastro, por su madre biológica, por su familia adoptiva, por sus compañeros. Qué necesidad.
Burhham gimoteando ``los amo a todos'' frente a una conmovida sala de control de la Discovery fue el colmo. Pike recordándole a su plana mayor que el amor forma parte de las obligaciones de la Star Fleet, un absurdo. Uno no puede dejar de pensar lo que harían Romulus, Cardassia o un pelotón de los Jem'Hadar con estos oficiales tan tiernitos, en plan de new age tardía.

BELLEZA VISUAL
Otro giro cuestionable de Discovery es haber renunciado a uno de los principales agrados de Star Trek: la interacción con otras civilizaciones. Peca de flagrante antropocentrismo. En la segunda temporada apenas tenemos a  de los kelpianos (por el comandante Sarú) y a sus enemigos ancestrales los ba'úl; a los talosianos; y siguen los klingons degradados, más parecidos a los vampíricos remanos de ST Némesis, que al legendario capitán Martok.
También se ha renunciado al humor inteligente. La atractiva alferez Tilly (Mary Wiseman) -parodia del nerd- es un personaje fallido. Más aún, es exasperante. En ningún momento llega a la altura del papel lúdico que en su momento encarnaron Data, Quark o Neelix.
Uno puede inferir que toda la carne se destinó al asador de los efectos especiales, por lo que Discovery se quedó sin municiones para gastar en la creación de nuevas civilizaciones o en el reclutamiento de escritores de fuste que nos reconfortaran con ironías, diálogos punzantes y la lógica interna que debe mostrar un relato con pretensiones. Insistimos es una Star Trek para millenials y los chicos ya no leen libros, aunque les encantan los efectos especiales.
En esto sí hay excelencia. Los efectos visuales de Discovery merecen no aplausos, sino ovaciones. El combate del último capítulo (aunque vertiginoso), la recreación de la sala de mando de la vieja y querida Enterprise (­¡con el visor de Spock!), las escenas en el vacío del espacio estelar son, entre otras maravillas, un deleite para los ojos que nos permiten, por un momento, olvidar los elementos defectuosos.
Por eso, que nadie se llame a engaño. Cada trekkie sacará sus conclusiones y dirá lo que le gustó y lo que no en relación a una tradición tan insigne, pero Discovery es una buena serie, con una factura magnífica, que ofrece una excelente puerta de entrada a una saga que abarca más de doscientos años terrestres (aquí estamos en el 2250 D.C.).
Es fabuloso que más de una década después de la injustamente cancelada Enterprise, esté nuevamente una franquicia de Star Trek en la televisión para hacernos soñar con lo que existe "en lugares donde nadie ha podido llegar". Por fortuna habrá un Discovery III, mientras maduran proyectos prometedores como el supuesto regreso de Jean-Luc Picard. Jolan True, lectores de este blog.
Publicada en la sección Espectáculos del diario La Prensa.

Calificación: Buena

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