Alfaguara. Autobiografía, 260 páginas. Precio aproximado: 40 pesos.
Stevenson advirtió que existe una virtud sin la cual todas las demás son inútiles: el encanto. La prosa de María Elena Walsh (Ramos Mejía, 1930) la tiene a raudales. Hay un profundo agrado en descubrir que no ha perdido el toque mágico, la chispa entrañable que nos conmueve a tantos desde hace tantos años. Criticarle sería casi como traicionar la infancia, ese territorio sagrado para los más dichosos.
Su último libro tiene la seducción de lo difícil de encasillar. Por encima de todo, es una evocación, casi siempre tierna, salpimentada con lúcidas miradas desde el Parque Las Heras, un hermoso pedazo de verde en pleno Buenos Aires al que amenazan el cemento corrupto y las inmundas deyecciones caninas.
Los fantasmas del título refieren a los que no están, amigos, conocidos o familia. ¿Era imprescindible ajustar cuentas en público con el padre y la hermana? El libro nos pasea de un tiempo y de un lugar a otro. Buenos Aires de fines de los cuarenta o de hoy, en permanente estado de precariedad, miedo y mugre. París, Punta del Este, una estancia en la pampa. Hay un amoroso homenaje a la compañera fiel. Desfilan personajes ilustres pero siempre son de carne y hueso. La mano invertebrada de Borges, la abadesa María Herminia Avellaneda, el debutante Charles Aznavour. Walsh demuestra talento para la metáfora, exquisita erudición y raptos sublimes de percepción de la realidad. También, vomita anticlericalismo y un desdén aristocrático que la lleva a considerar a los turistas como “una tribu nómada que deglute y prostituye todo”.
Entre otras gemas, preferimos la Plegaria del Lector Gustoso. La autora concluye que es mentira que la literatura está en vías de extinción. Los que moriremos somos nosotros. Y los libros, que una vez nos eligieron para formar parte de una cofradía tan apasionada como diminuta, nos echarán de menos.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno
PD: La reflexión de la señora Walsh sobre el lector apasionado es brillante. Ha labrado con ese material insigne algunas de las mejores páginas que he leído este año. ¡Y tiene tanta razón! Hay un placer inmenso en descubrir, cuando uno menos lo espera, un lector inteligente, un interlocutor (“interlector”, lo llama) con quien conversar sobre autores, capillas literarias, obras clamorosas o fallidas. Bendita sea nuestra secta.
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