lunes, 18 de agosto de 2008

Viaje Intelectual

Paul Groussac
Editorial Simurg. Ensayos y autobiografía. Dos tomos. Precio aproximado de cada uno: 50 pesos


Bastaron dos ensayos de desigual ejecución -ambos publicados en 2005- para que un sello editorial se animara a hacer justicia con Paul Groussac. Borges lo llamaba nuestro Samuel Johnson y postuló que no puede no quedar en el olvido. Es un rugido eminente que, como destacaba el buen diario La Prensa hace siete décadas, “quiso ser argentino, honda e intensamente argentino”.
Con el apoyo del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Simurg imprimió los dos tomos de El viaje intelectual. Enhebran más de treinta ensayos escritos por Groussac entre 1880 y 1919, casi ochocientas páginas en total. Hasta el presente no habían tenido una reedición íntegra. Así somos los argentinos con nuestro patrimonio cultural.
¿A qué ámbito del saber pertenecen? Hay múltiples afiliaciones, anticipa el prólogo excelente de Beatriz Colombi: historia, crítica literaria, relatos de viajes, siluetas o retratos, artículos de costumbres y estudios filológicos. El propio autor admite su aspecto de muestrario, para no decir de cajón de sastre. Esto no implica un demérito; en la variedad también está el gusto.
Paul Groussac nació en Toulouse en 1848. A los dieciocho años, llegó a Buenos Aires con una carta de recomendación inservible. Fue ovejero, pedagogo, periodista, inspector, protegido de Nicolás Avellaneda y amigo de Carlos Pellegrini y Roque Saenz Peña, historiógrafo, crítico deletéreo de arte, estilista y director de la Biblioteca Nacional durante cuarenta y cuatro años. Fue respetado, misterioso y temido. Rubén Darío lo motejó “condestable de la crueldad”. Supo explotar su exagerado rótulo (él lo había inventado) de literato europeo. Jugó a ser Pigmalión sin tener paciencia para enseñar. Prestó servicios al patriciado porteño como panegirista y embajador cultural. Fue docto pero fragmentario, autoritario, mordaz y vapuleador sin clemencia. Murió ciego en su despacho (1929). Influyó en Borges, en Lugones y quién sabe en cuántos otros. ¿Cómo no preservar sus escritos?


NUESTRO QUIRON
Tres ensayos de la obra se interesan en Domingo Faustino Sarmiento. El primer tomo arranca con la necrológica de esa gloria americana. “No es el momento de juzgarle -dice Groussac-. Sólo es permitido medir a bulto la estatura del hombre por el vacío que deja su ausencia”.
Sin embargo, lo juzga. ¡Y cómo! Este francés ha escrito en castellano alguno de las mejores retratos de su época. Maneja el epíteto como una daga. Groussac llama a Sarmiento héroe de la voluntad, ebrio de yanquismo, baqueano intelectual (gran descubridor de verdades políticas y sociales), extraña mezcla de vidente y de sonámbulo.
Ni siquiera la inmediatez de la muerte mitigaban en Groussac el placer de una buena polémica. Escribió que Sarmiento “ha sido periodista y casi podría afirmarse que no ha sido otra cosa”. Sancionó que Facundo, civilización y barbarie es “un librejo mal escrito y peor compaginado pero que, desde el sólo título, formula clarísima la solución del problema nacional que durante años hemos perseguido”. Cierra con una comparación erudita. Sarmiento fue Quirón, el centauro preceptor de Aquiles y amigo de los héroes. Mitad genio, mitad bestia; la personalidad más intensamente original de la América latina.
Las imágenes clásicas esmaltan la prosa de Groussac. Se alternan -he aquí la gracia- con el criollismo más sabroso. De aquel etimólogo dijo que “por cada pato nos trae cien gallaretas”. Y desahució a ese otro por “el estilo espeso como el arrope, con andar de carro atascado”.
El segundo texto sobre el gran educador es una crítica demoledora a Rodin por la estatua inaugurada en los jardines de Palermo el 25 de mayo de 1900. “Aquel bronce no muestra el cuerpo ni revela el alma de Sarmiento”, bramó. Narra su visita al taller del artista en París, cuando le gritó exasperado: “¿Qué vé usted en Sarmiento”. El monigote de bronce sería fruto pues de la falta de cultura general de Rodin: “casi no ha leído, ni viajado que es otra lectura más importante aún... amalgama en partes casi iguales el gran talento y el pufismo”.
La última sarmientina es la crónica de un encuentro casual en Montevideo. El ex presidente -”esa calvatrueno de calabaza con abultada jeta que parece magullar las palabras”- cautivaba en 1883 a los uruguayos “alternando puñados de sal gruesa con preceptos de alta sabiduría”.
Hoy, cuando la indagación del pasado se degrada en un Pigna o un Lanata, este fresco no puede no quedar. Quien ame la historia disfrutará un Sarmiento previo a la canonización escolar y al resentido periodismo revisionista. Un Sarmiento humano demasiado humano, contradictorio, que devora a los 72 años lonjas de lechón, se conmueve en un manicomio al ver un clavel amarillo, abruma a un chico de 15 años con un discurso de estadista sobre la isla Martín García. Un Sarmiento que nunca quiso a nadie.


EL NERVIO FRANCES
Afirma Groussac en el prólogo que su estilo goza de algo de “la línea neta y nerviosa de sobriedad que caracterizan al francés”, idioma que favorece “la gracia discreta, la adecuación perfecta de la expresión al pensamiento”.
A favor, anotamos una riqueza expresiva de la era anterior a la televisión. Gazmoñería, baturrillo, rábula, perulero, arriscado, patuá, floripondio... el lector saldrá más rico de lo que había entrado. Se ha conjeturado que -como Conrad o como Nabokov- es otro caso de aloglosia, la sublime apropiación de la lengua de su país de adopción.
Las estampas (Daudet, Bizet, Víctor Hugo, Renan), el minucioso rastreo de un supuesto americanismo o de un refrán español, la anécdota en un vagón de tren también saben deliciosas. Sólo el paisajismo de Groussac hace rechinar los dientes. La prosa poética ante el mar o la mañana montevideana es cursilería pura. A menudo, el yoísmo arrogante y la obsesión por el alto argumento son ripios; empero, nunca estropean el conjunto.
Groussac remonta una tradición insigne e interpreta con maestría la figura del viajero, “un poco snob en busca de impresiones y crítico avisado que de antemano prevé una decepción”. Mar del Plata y las cataratas del Iguazú previos al turismo de masas (ya por entonces una plaga, Groussac dixit), Cosas de España y de Francia, de Punta Arenas a Mendoza, son textos muy entretenidos.
Hay también un discurso exquisito y revelador ovacionado en el Teatro de la Victoria el 2 de mayo de 1898, a cuento de la guerra entre Washington y Madrid. Evidencia cómo ha columbrado nuestra clase dirigente a Estados Unidos, una interpretación miope y, a la postre, suicida. Groussac comienza reseñando lo que la humanidad le debe a España. Postula no sólo que Cuba no merece la independencia, sino que “asistimos a una crisis suprema de la civilización”. El espíritu europeo -dieciocho siglos de fe profunda a un ideal- fue declarado caduco, por la amorfa y bestial cultura estadounidense, cuyos rasgos son los del Calibán de Shakespeare. Rebaja y vulgariza todo lo que toca. El yanquismo democrático, confort advenedizo y lujo plebeyo, sólo posee esa alma apetitiva que en el sistema de Platón es fuente de pasiones groseras y de instintos físicos.
Frente a esos mercaderes insaciables que pregonan como Franklin que “el hombre es una animal que fabrica herramientas”, se alza la América española, toda aristocracia espiritual. Hoy ya sabemos -gracias a los textos de Juan José Sebreli, por ejemplo- que ideas desaforadas como ésta finalmente socavaron la Argentina liberal, la del milagro, la que permitió surgir a inteligencias de la talla de Paul Groussac.


Calificación: Excelente

Publicado en el Suplemento Cultural del diario La Prensa
PD: Este es la entrada más extensa que he publicado. Groussac se lo merece. No te lo pierdas si te interesa la cultura nacional, aunque discrepes con las ideas desaforadas del autor.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡gracias!

Guiasterion dijo...

Estimada señora:

No tiene por qué. Groussac se merece mucho más que estas líneas apresuradas. Tengo la certeza de que sus creaciones son imperecederas.
G.B.

equidna dijo...

Justo estoy leyendo "Sherlock Time" de Oesterheld y Breccia, donde un personaje lee "Los que pasaban", de Paul Groussac. Me llamo la atencion ver su nombre dos veces en el dia en distintos lugares.

Guiasterion dijo...

Estimado Señor:

Hay una fuerte corriente de reivindicación y rescate de Groussac en la Argentina. Verá el apellido por diversos lados. Además, los autores de su comic eran gente culta con sensibilidad estética.
A sus órdenes
G.B.